Presentación de Omar CortésCapítulo cuarto. Apartado 2 - El Plan de San LuisCapítulo cuarto. Apartado 4 - El fracaso en Ciudad Porfirio Díaz Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 4 - LA GUERRA

EMPIEZA LA GUERRA




Aunque sin perder de vista a Francisco I. Madero, el gobierno porfirista sigue creyendo en la solidez de sus cimientos y en la perennidad de su poder. Esto no es obstáculo para que, con la cooperación del gobierno de Washington, se vigilen los pasos de los conspiradores asilados en Estados Unidos.

Preferentemente se velan las actividades de Madero y Flores Magón; pero también en Arizona trabajan infatigablemente haciendo prosélitos para la causa de la libertad Práxedis G. Guerrero y Antonio I. Villarreal. Aquél escribe con elegante violencia, como si presintiendo su prematura muerte, quisiera llevar en el alma la seguridad de haber atraído a sus ideas y propósitos a numerosos, muy numerosos individuos. Villarreal, con su presencia y talento va de casa en casa de sus connacionales, haciendo soldados para la revolución. Juan G. Gabral, lider de los mineros ha organizado en los pueblos de Arizona grupos que se proponen entrar a México a la primera manifestación de guerra, mientras el folletinista Lázaro Gutiérrez de Lara escribe y publica proclamas incendiarias anunciado que el nuevo gobierno de México será socialista. En El Paso, Braulio Hernández, profesor y periodista liberal, ya sin recato, es de los que dan seguridad de que la guerra estará a las puertas de la capital de Chihuahua a la madrugada del 20 de noviembre.

También en el interior de la República hay manifestaciones casi bélicas. Las hay en Tlaxcala y Puebla, en Hidalgo y el Distrito Federal. En el estado de Veracruz, las actividades de los liberales tienen carácter subversivo. Santana Rodríguez, incitando a la rebelión es el tipo del insurgente floresmagonista.

Y no eran esos sucesos que se desarrollaban desde los primeros días de noviembre de los que tenían visos de casuales. Eran sucesos que se iban enlazando los unos a los otros, y con esto, la voz de Ahí viene la Revolución, se había hecho general.

Todos la escuchaban, menos el gobierno; y es que éste no creía en un movimiento de tal naturaleza, sin ver un caudillo arriesgado, enhiesto con experiencia en las cosas de la guerra. Los hombres del porfirismo, aconstumbrados a hacer los núcleos o individuos de la autoridad al través de los años, despreciaban las improvisaciones; y aunque entre quienes el gobierno consideraba más atrevido estaba Madero, a éste no se le concedían méritos ni factibilidades para entrar al ruedo de la fortuna revolucionaria. Por esto, el régimen no hizo apresto alguno para evitar el anunciado levantamiento del 20 de noviembre.

Tanta era la seguridad acerca de la ineptitud y romanticismo de Madero, no obstante que éste había puesto de manifiesto su perseverancia y la raíz de su valor personal, que las plazas fronterizas del norte no fueron reforzadas ni la tropa recibió órdenes de alerta. Tampoco hubo medidas militares en las poblaciones a donde estaban los antirreeleccionistas más emprendedores, incansables y vehementes.

Sólo en la capital de la República habían sido aprehendidos algunos jóvenes oradores con motivo de una procesión antiporfirista, organizada por Alfredo Robles Domínguez, Francisco Cosío Róbelo, Enrique García de la Cadena y Enrique Estrada; ahora que la autoridad judicial, hace burla de lo sucedido, porque entre los presos está un orador adolescente: Adolfo León Ossorio, quien sólo tiene la edad de quince años.

Así y todo, el gobierno porfirista parecía querer ser benévolo con sus enemigos; y es que continuaba creyendo en la excelsitud de sus virtudes, y en la idea de que la paz sería inquebrantable mientras el general Díaz tuviera vida y con el manto de su saber y glorias cobijara paternalmente a los mexicanos, como si en la realidad les hubiese dado abrigo y protección humanos.

A pesar de esa creencia del gobierno, la guerra civil estaba a las puertas de la República, e iba a comenzar con un suceso sangriento en la ciudad de Puebla, donde el caudillo antirreeleccionista Aquiles Serdán, después de recibir instrucciones y recursos económicos de Madero estaba comprometido para levantarse en armas.

Al efecto, Serdán había hecho de su casa, en el número 14 de la Portería de Santa Clara, no sólo el centro de sus actividades subversivas, sino también el depósito del material bélico que debería usarse, de acuerdo con el Plan de San Luis, el 20 de noviembre; pero como el gobernador del estado Mucio Martínez, tuvo noticias de los preparativos que hacía Serdán, mandó que las autoridades de policía procedieran a catear la casa del antirreeleccionista.

Sabido esto por Serdán, y considerando que al hallazgo que hicieran los agentes de Martínez, los conspiradores estarían perdidos, resolvió anticipar el movimiento proyectado, y sin medir las posiblilidades del triunfo o del fracaso, ingnorante del arte de la guerra y fiado en la popularidad de su causa, resolvió ofrecer resistencia a las autoridades y pelear desde su casa con las fuerzas del gobierno.

Creía Serdán contar, para el caso, con trescientos maderistas armados y municionados y dispuestos a ofrendar sus vidas; y a la noche del 17 de noviembre (1910), mandó propios a Cholula, San Martín, Huejotzingo y Tlaxcala, para que invitaran a los comprometidos a reunirse desde luego a fin de que, marchando sobre Puebla, pudiesen llegar a tiempo de auxiliar a los sublevados en la casa de la Portería de Santa Clara; porque Serdán tenía dispuesta la resistencia desde su vivienda.

Todo, hasta esa noche del día 17, parecía corresponder a los designios de Serdán. Sin embargo, a la mañana del 18, y cuando de un momento a otro era esperada la policía comisionada para el cateo, sólo trece hombres habían acudido al llamado de Serdán. Estaba también entre los rebeldes Carmen Serdán, valerosa y abnegada hermana del lider; y poco después se unirían al grupo, cuatro individuos más, dos de ellos niños: Manuel Paz y Rosendo Contreras, quienes sólo tenían las edades de doce y catorce años.

Dispuestos a la guerra, y mientras unos fabricaban bombas de mano y otros hacían vigilancia estaban los maderistas, cuando se presentó en el zaguán de la casa de Serdán el jefe de la policía poblana Miguel Cabrera, a quien acompañaban otros sujetos.

Serdán, al ver a la policía dentro de su casa, coge un Winchester, y dispara. Caen Cabrera y uno de sus acompañantes, los demás huyen. Los maderistas escarnecen el cadáver de Cabrera, quien llevaba a sus espaldas grandes odios populares.

Todo aquello fue la señal para la lucha armada, Serdán proyecta posesionarse de las alturas que circundan su casa; pero desiste por ser muy pocos sus acompañantes. Cree, en cambio, que es posible que la gente del pueblo se una a la rebelión, y empieza a hacer llamamientos a gritos, ofreciendo armas y municiones. Fracasa. No hay quien responda. Tampoco llegan los maderistas de las poblaciones circunvecinas a quienes ha mandado llamar desde la noche del 17.

Mientras tanto, las fuerzas del gobierno, puestas prontamente sobre las armas, se apoderan de las alturas. La casa de Serdán está sitiada y dominada. El líder todavía hace esfuerzos por atraer al pueblo; pero nadie le responde, y los gobiernistas han comenzado el ataque.

Carmen está bien apostada y dispara sobre el enemigo. Máximo, otro hermano del caudillo, ha caído muerto. La lucha es violenta; pero los gobiernistas se mueven expeditamente y avanzan. Los revolucionarios están siendo mermados. Los atacantes reciben refuerzos. Toda la policía de la ciudad ha sido provista de arma larga. El gobierno toma la casa de Serdán. Los sobrevivientes se dan por presos a excepción de Aquiles, quien tenía preparado un escondite, de manera que esperaba burlar la vigilancia e irse a unir a sus compañeros en las cercanías de Puebla; mas como a la madrugada del 19 es encontrado, uno de los vigilantes dispara sobre él y le da muerte. Horas después, el cadáver del antirreeleccionista era exhibido a las puertas de un cuartel.

Puebla volvió al silencio. El suceso alarmó al Gobierno. Quizás el régimen porfirista advirtió que Madero sí podía constituir una amenaza para la paz nacional, pero tal reparo llegó con mucha demora. El general Díaz había olvidado la práctica de la agilidad mental pronta y decisiva, que fue tan de suyo en otros tiempos. La confianza en el movimiento acompasado y solemne dada a su régimen en el transcurso de los años, iba a ser una de las causas de su caída.
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