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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO PRIMERO
CAPÍTULO 4 - LA GUERRA
EL EJÉRCITO FEDERAL
El estado de Chihuahua correspondía, en 1910, a la segunda zona militar de México; y los efectivos castrenses de la zona consistían en dos generales, trece jefes, sesenta y nueve oficiales y mil trescientos cuarenta soldados. El comandante del acantonamiento era el general Manuel M. Plata, veterano de guerras civiles, pero soldado en quien escaseaban las cualidades del hombre de iniciativa.
Muy corto resultaba el número de federales, para guarnecer
y defender eficazmente las poblaciones chihuahuenses en el caso de que se llevaran adelante los planes subversivos de Madero, de los cuales ya tenían noticias las autoridades militares de Chihuahua. Sobre todo, menos aptitudes ofrecerían las federales si, ante un levantamiento general en el estado, el gobierno del Centro no enviaba a la zona oportunos refuerzos. Además, el
acantonamiento estaba desprovisto de los servicios auxiliares, de manera que a cada paso que el ejército gobiernista diera, tendría necesidad de hacer alto y esperar los recursos convenientes para continuar la campaña.
Esos auxilios, por otra parte, deberían estar condicionados a
un cambio en las órdenes oficiales; porque como el gobierno nacional no daba importancia a las denuncias que recibían en la zona militar de Chihuahua a propósito de los preparativos insurreccionales de los maderistas, y creía que cualquiera tentativa sediciosa sería pronto y fácilmente reducida, la
comandancia del general Plata no tenía ni podía tener un plan coordinado de campaña que hiciera eficaces los movimientos de las tropas.
Aquella centralización política y administrativa, judicial y
militar que constituyó el meollo del régimen porfirista, y que los porfiristas consideraban como prueba evidente de la perfección oficial; aquella centralización a la que se atribuía la virtud de la paz nacional y que hacía descollar al general Porfirio Díaz como Caudillo y Presidente insustituibles; aquella centralización, se dice, enseñó, apenas iniciada la guerra civil, el
grande y grave error del régimen, que consistía en creer que un sistema político personal era el único capaz de poseer la eficiencia y perdurabilidad correspondientes a un gobierno de verdaderas responsabilidades.
Tantos daños había causado en la mentalidad de los funcionarios públicos el sistema de someter todos los mandos de la República a una sola persona, que la iniciativa individual había quedado sumida en la oscuridad y el silencio, de manera que cuando aparecieron, dentro de la segunda zona militar, los primeros brotes rebeldes, los generales del ejército, no obstante sus cualidades de soldados pundonorosos, se sintieron faltos de autoridad para emprender una acción bélica pronta y decisiva;
y como, se repite, el Centro no creía en la importancia del alzamiento, mientras de un lado decrecían la moral y la acción del ejército federal, de otro lado, los revolucionarios tomaban vuelos y atraían a sus filas a quienes, antes del 20 de noviembre, no se habían querido comprometer en el levantamiento, todavía temerosos de las historias que, acerca del autoritarismo violento de don Porfirio, corrían de boca en boca, para significar cuán poderoso y vengativo era el régimen presidido por el caudillo.
Así, unidos el malestar e inquietud populares que existían
en el país a los titubeos políticos y militares del régimen
porfirista, si no en número de combatientes, sí en calidad de
partidarios, el maderismo hizo progresos muy importantes. De
esta suerte, el ejército federal, en sus movimientos, además de
las indecisiones de la autoridad central militar, esto es, de la
secretaría de Guerra, tuvo la hostilidad manifiesta de la
población civil, que callada, pero eficazmente, reunía todos los
elementos posibles para entorpecer o desviar la acción de los
soldados gobiernistas. Con esto, mientras que los particulares
servían de vehículo de información a los rebeldes, los federales
hallaban cerradas las fuentes de advertencias y previsiones.
Debido a lo mismo, la revolución se hacía más y más popular;
pues todo individuo ajeno al concierto oficial se convertía
voluntaria y felizmente en un pilar revolucionario.
Sin mando apto y supremo, carentes de actividad ofensiva,
vistos con desafección por la gran mayoría de la población rural y condenados, debido a la falta de información oportuna y abundante, a sorpresas lamentables, los soldados del ejército federal que guarnecía el estado de Chihuahua, perdían el ánimo a poco andar del mes de diciembre (1910), en tanto los revolucionarios se hacían más audaces; y aunque las desgracias que caían sobre los soldados del gobierno han sido atribuidas a rivalidades y deslealtades entre los colaboradores más cercanos del general Porfirio Díaz, tal versión no tiene fundamento en documentos civiles o militares, de los numerosos que se conocen por los coetáneos. En cambio, la probación de todos esos males y errores que padeció el ejército federal desde los comienzos de
la campaña de 1910, se halla en el examen de los elementos que constituían la forma del vivir oficial durante los días que recorremos. Un gobierno personal y centralizado, casi siempre más favorable a las funciones del mando, fue, sin embargo, contrario a los intereses del régimen porfirista.
No escaseaban en el ejército federal jefes y oficiales
preparados en las tácticas militares, valientes en la guerra y dueños de un alto espíritu de organización y mando. Lo que sí faltaba a aquel ejército era el soldado raso voluntario y digno; porque la tropa federal estaba reclutada en la violencia de la leva, en la ignominia de las cárceles públicas, en los abusos y venganzas de los jefes y prefectos políticos y en todos los
sistemas reprobables que se ofrecían a la inventiva de las autoridades.
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