Presentación de Omar Cortés | Capítulo cuarto. Apartado 6 - El ejército federal | Capítulo cuarto. Apartado 8 - Los días de la guerra | Biblioteca Virtual Antorcha |
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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO PRIMERO
CAPÍTULO 4 - LA GUERRA
LOS REVOLUCIONARIOS CHIHUAHUENSES
Pascual Orozco tiene a la mano un ejemplar impreso del Plan de San Luis. Acompañan a Orozco, en la casa que los padres de éste poseen en San Isidro (Chihuahua), unos veinticinco hombres. Sábese que ocho eran arrieros y otros tantos comerciantes. Entre los restantes posiblemente había
mineros, contrabandistas y abigeos; pues San Isidro era punto de embarque para el Ferrocarril del Noroeste; esto es, una especie de espolón útil a la gente que bajaba de la sierra.
Los hombres reunidos la noche del 20 de noviembre en la
casa de Orozco, están armados con rifles Winchester y llevan, cruzadas al pecho, un par de cananas bien pertrechadas. Todos tienen el aspecto de la gente gustosa de jugarse la vida. Todos son maderistas revolucionarios. Pascual Orozco, el hijo del viejo Pascual Orozco a quien acompañaba la fama de levantisco, es el jefe de la partida, y es quien, por lo mismo, señala la hora de emprender la marcha hacia Guerrero.
Guerrero, que está a diez kilómetros del pueblo natal de
Orozco, es plaza guarnicionada por sesenta hombres montados y debidamente armados, quienes ya están advertidos de lo que ocurre en San Isidro y por lo tanto, esperan a los rebeldes.
Estos, en efecto, se presentan a las puertas de villa Guerrero a las primeras horas del 21; pero ya no son los veintitantos que
salieron de la casa de Orozco. Ahora ascienden, en número, a doscientos, pues conforme fueron avanzando los primeros, salían a su paso los hombres de las rancherías que jubilosamente se unían al alzamiento. De esos doscientos y tantos soldados de la revolución, sólo una cuarta parte va armada; pero los
restantes se complacían en lanzar imprecaciones al enemigo o estimular con sus gritos a los compañeros de aventura.
Así llegó Orozco a las puertas de Guerrero, y mientras los
gobiernistas se encierran en el cuartel, Orozco manda a su gente que ataque la posición del enemigo; pero como al tercer día de combatir, las huestes maderistas no hacen progresos y se tienen noticias de que una columna federal avanza por la vía férrea en auxilio de Guerrero, Orozco, el propio Orozco, sale con la mitad de sus fuerzas en busca de los gobiernistas a fin de caerles por sorpresa; pero al llegar a Bustillos es avisado de que otro grupo
maderista se le ha adelantado y, atacando a la columna federal, la debilita. Esa partida, que inesperadamente auxilia a Orozco, era la que dos días antes, al grito de ¡Viva Madero!, se había levantado en San Andrés. El jefe de tales alzados era Francisco Villa.
Este, audaz y temerario, después de recibir instrucciones de
Abraham González, proyectó asaltar la capital de Chihuahua. Sólo ascendía a poco más de treinta, el número de sus soldados; pero tanto fiaba en su arrebatada inteligencia, en la práctica de sus aventuras como merodeador y en su extraordinario atrevimiento, que tenía la certeza de que a su sola presencia los rancheros y vaqueros, los abigeos y jornaleros iban a darse de
alta en su improvisado ejército. Y ejército, porque apenas entrado que hubo, de manera audaz e inesperada a San Andrés, bastaron unas horas para que se le presentaran más de doscientos voluntarios; y aunque éstos carecían de armas,
pronto constituirían el pie inconfundible de la Revolución rural de México.
Estando, pues, en San Andrés, Villa recibió noticias de que a
bordo de un convoy de pasajeros procedente de Chihuahua, viajaban fuerzas federales destinadas a combatir a los rebeldes de Orozco, y sin querer saber más, salió en busca del enemigo, asaltando el convoy con mucha pujanza; y aunque no pudo completar una hazaña debido a la escasez de municiones, la
refriega sirvió para que Orozco, advertido del acontecimiento, se preparara para dar una segunda sorpresa a los federales ya atolondrados.
Al efecto, con extremada precaución y silencio Orozco se
movilizó de la hacienda de Bustillos a Pedernales. En este punto pernoctó la columna expedicionaria de los federales que había peleado con Villa; y como el jefe gobiernista era confiado, no sintió la presencia de los revolucionarios. Así, cuando a la madrugada del día 25 (noviembre) se dispuso a continuar la
marcha hacia Guerrero, inesperadamente se vio atacado. Orozco, ahora al frente de trescientos hombres, pues sus fuerzas se acrecentaban día a día, dirigió el asalto que fue adverso a los federales, quienes perdieron hombres, armamento y vituallas.
Alentado por el triunfo y aprovechando las armas quitadas
al enemigo, Orozco se vuelve violentamente a Guerrero, donde una parte de su gente sigue sitiando al cuartel gobiernista y con muchos ímpetus lanza a sus soldados sobre el reducto; mas como los federales no ceden, ordena que sean utilizadas las bombas de dinamita que han preparado los mineros que le
acompañan. No es necesario emplear el arma revolucionaria. Los defensores de la plaza, se rinden.
Tomada la villa, Orozco, a quien en seguida del triunfo sus
hombres llaman, ya coronel, ya general, decreta que se establezca el gobierno municipal —quizás el primer gobierno municipal de la Revolución— y en seguida organiza dos columnas. Una, con el objeto de posesionarse del ramal del
ferrocarril de Kansas y México desde Miñaca a Creel; otra, al frente de la cual se puso él mismo, a fin de avanzar hacia Estación Madera, y dominar la entrada a la Sierra Madre Occidental, lo cual logró el propio Orozco después de una refriega (28 de noviembre) con los federales.
Coincidente con el levantamiento en San Isidro fue el
efectuado en Santo Tomás (Chihuahua) por José de la Luz Blanco, quien acompañado por veinte hombres armados, y de acuerdo con las instrucciones de Abraham González avanzó sobre Matachic y Temosáchic, con la intención de acercarse a Casas Grandes, para desde allí continuar a Sonora, donde por
ser numerosos los comprometidos con el maderismo, proyectaba llevar la guerra.
No en todos los lugares se veían los antirreeleccionistas
protegidos por los favores de la suerte y audacia. En Parral, la noche del 20 de noviembre, Guillermo Baca y Maclovio Herrera reunieron a los partidarios de Madero, Estos eran cuarenta, pero sólo tenían diez rifles 30—30 y cinco carabinas 44, viejas. Los soldados enemigos, bien acuartelados, armados y municionados sumaban cuarenta. ¿Qué hacer? Para no faltar a lo estipulado
en el Plan de San Luis, Baca mandó que los maderistas atacaran violentamente a los gobiernistas y que en seguida del ataque se retiraran en el mejor orden posible hacia el norte de Parral,
donde esperarían los pertrechos de guerra que les tenía prometido Abraham González.
Las órdenes de Baca fueron cumplidas con precisión; pero
como los revolucionarios carecían de experiencia, no previeron que serían objeto de la persecución del enemigo. Este, al efecto, como consecuencia del alzamiento, y auxiliados con las partidas de soldados federales que guarnecían la comarca, salió tras de las huellas de la gente de Baca, quien con mucha rapidez, pues a su disposición de mando unía el conocimiento de la región,
marchó a San Pablo Balleza, con la intención de ganar el camino de Batopilas, donde, aparte de los numerosos partidarios de Madero que también allí se aprestaban al levantamiento, le favorecía el terreno y con lo mismo tenía ventajas sobre sus perseguidores.
Desafortunado como el asalto a Parral fue el levantamiento
en Gómez Palacio (Durango), pues habiéndose reunido la noche del 19 de noviembre, los comprometidos a alzarse, en un punto llamado Santa Rosa, cuando llegó la hora de hacerse el recuento de armas, se halló que sólo cuarenta maderistas poseían fusiles. Los restantes se presentaron a la junta llevando a la mano machetes y puñales.
Capitaneaban a esta gente Jesús Agustín Castro, joven
inspector de la línea de tranvías eléctricos que corría de Torreón a Gómez Palacio, quien era individuo de mucha convicción y denuedo; Orestes Pereyra, propietario de un taller de hojalatería, hombre de una pieza; Arturo Barrera, empleado bancario y fervoroso admirador de Madero; y eran también principales en la conspiración Aurelio Hernández, Gregorio García, Mariano López y Enrique Adame, artesanos y empleados de comercio en Gómez Palacio y Ciudad Lerdo.
Días antes del levantamiento, tales líderes del maderismo se
habían reunido a fin de preparar el plan de asalto a Gómez Palacio, y entre sus resoluciones, tomaron el acuerdo de que Calixto Contreras, persona muy diligente y estimada en la región, por estar dedicado al comercio en pequeño, se acercara a los labriegos del distrito de Cuencamé, quienes, despojados de
sus tierras por los hacendados y autoridades de la región, eran materia fácilmente inflamable. Contreras debería, pues, atraerlos a la revolución, organizándolos prontamente y abasteciéndolos de armas y municiones, de manera que estuvieran aptos para concurrir a la primera acción de guerra contra el
gobierno porfirista. Grande era el compromiso de Contreras, puesto que debería estar al frente de los labriegos la noche del 20 en Santa Rosa.
Todo, pues, gracias al orden que con su experiencia de
organizar daba Orestes Pereyra a la conspiración, parecía estar en marcha al minuto. Y como a esto se agregó la exacta puntualidad de todos los comprometidos al lugar de la cita, grande fue la perplejidad entre aquella gente, cuando, llegada la hora del alzamiento, no se presentó Contreras con los campesinos de Cuencamé. De tal falta, sin embargo, no era responsable Contreras, porque de los cien o más hombres comprometidos a tomar las armas en la comarca dicha, al momento convenido sólo se presentó una veintena.
La ausencia de Contreras y de la gente de Cuencamé perjudicó momentáneamente los planes de Castro y Pereyra; ahora que, ya resueltos a la lucha, procedieron a llevar adelante sus planes la madrugada del 21.
Dispuestas así las cosas y montados los rebeldes a caballo,
avanzaron en dos grupos sobre la comandancia de Gómez Palacio a la que atacaron tan súbitamente que produjeron, primero, el atolondramiento, y en seguida la fuga de las fuerzas gobiernistas, gracias a lo cual pudieron entrar a saco las oficinas públicas.
Esto, sin embargo, no pudo ser total, porque avisada la
comandancia militar de Torreón acerca de lo sucedido, mandó refuerzos a toda prisa, mientras que Ismael Zúñiga, jefe político y hombre con fama de cacique agresivo y valiente, se adelantaba a batir a los sublevados, quienes al verse contraatacados, optaron por desistir de sus planes originales en los que habían incluido un ataque sorpresivo a Torreón, y se retiraron de
Gómez Palacio.
No serían esos los únicos levantamientos. También en
Durango, en Mesa de Guadalupe del municipio de Canelas, cinco hermanos: Domingo, Eduardo, Mariano, Andrés y José Arrieta empuñaban las armas la tarde del 20 de noviembre. Uniéronseles, en el acto, veintitantos individuos que se dedicaban, al igual de los Arrieta, a la minería.
El 20 de noviembre, tendría que ser fecha indeleble. Los
hombres de ideales, como se decían los maderistas, no podían abjurar de sus nacientes principios de libertad ni de sus grandes decisiones. Así, si la conspiración maderista fracasaba en Culiacán, no por eso Ramón F. Iturbe, empleado de comercio y Juan M. Banderas, minero y vendedor de ganado, partes
primeras de las actividades revolucionarias, abandonaban, con otros de sus compañeros, la capital del estado, no sin que previamente el gobierno encontrara un pequeño depósito de armas, hecho con el propósito de dar un golpe de audacia en Culiacán; y abandonaban la capital sinaloense, para encaminarse a la sierra de Durango, donde consideraron que era más factible
el levantamiento.
También en Río Blanco (Veracruz), fracasaba el lider maderista Rafael Tapia, quien después de haber tramado el levantamiento de acuerdo con un numeroso grupo de obreros de las fábricas de textiles, a última hora tuvo la necesidad de salir de la ciudad acompañado por unos cuantos antirreeleccionistas, debido a que los trabajadores comprometidos no
concurrieran al lugar de la cita. E igual sucedió a Cándido Aguilar, joven repartidor de leche, y a Rosendo Garnica, quienes de los cien hombres que esperaban juntar, solamente lograron veinticuatro soldados, al levantarse en armas cerca de Paso del Macho (Veracruz). Sin embargo, reunidos unos días después Tapia y Aguilar en las cercanías de Córdoba (Veracruz), el
maderismo tenía una batalladora guerrilla que empezó a amenazar los poblados.
De los comprometidos a tomar las armas en el Estado de
Puebla, solamente Juan Cuamantzín, pudo cumplir. En efecto, la tarde del 20 de noviembre, Cuamantzín, con una cincuentena de hombres, en su mayoría jornaleros de Tlaxcala, se alzó en la Malinche, tratando desde luego de irse a reunir con los rebeldes de Veracruz, en la creencia de que por lo menos Orizaba o Córdoba estaba ya en poder de los maderistas.
En Zacatecas, Luis Moya, sin más acompañantes que dos
jóvenes, uno de los cuales era Joaquín Amaro, dependiente de una empresa minera, estaba el 20 de noviembre sobre las armas, con el Plan de San Luis como bandera. El grupo de Moya, que horas después del levantamiento sumaba cuarenta hombres, sólo
poseía cinco carabinas Springfield; pero ¡cuánta decisión de tal gente! Moya pertenecía a los antiguos grupos liberales, y aunque era hombre de modesta posición gozaba de muchas consideraciones entre los zacatecanos. Había abrazado la causa del antirreeleccionismo desde que tuvo en sus manos La Sucesión Presidencial.
También sin armas, puesto que sólo tenía un par de pistolas.
Cesáreo Castro salió de Cuatro Ciénegas (Coahuila), acompañado de media docena de antirreeleccionistas, mientras que el minero Francisco Murguía, seguido de una docena de trabajadores del mismo ramo, se alzaba en un punto cercano a
Saltillo. Y ese mismo día, Rafael Cepeda, médico y liberal potosino, expedía una ardorosa proclama (San Luis, 20 de noviembre) llamando al pueblo potosino a la lucha armada, y junto con once amigos, empleados de comercio en su mayoría, se internaba en la Sierra de Galeana, para establecer allí su
cuartel general. Cada uno de aquellos hombres llevaba una carabina 30-30 al hombro, y entre todos reunían ciento veinte cartuchos. Esto no obstante, el manifiesto de Cepeda sólo daba un plazo de tres meses para derrocar al gobierno de don Porfirio. Y al igual de Cepeda, Juan G. Cabral, en un manifiesto expedido en Tucson (Arizona) en la fecha indicada por Madero,
anunciaba que ese mismo día pasaría a suelo nacional al frente de doscientos valientes, con la seguridad de que en treinta días haría morder el polvo a los federales que guarnecían el estado de Sonora.
¡Qué de ensueños; qué de alientos; qué de hazañas; qué de
sencilleces rurales! ¿No Francisco Cos, al frente de catorce maderistas mandaba un emisario a Parras pidiendo la rendición de la Plaza donde estaban cuarenta y tantos soldados federales? Y, ¿no José Inés Salazar y Braulio Hernández aseguraban en El Paso que de tener armas, con cincuenta hombres estaban resueltos a tomar Ciudad Juárez? Y, ¿no Antonio I. Villarreal,
con una demora de tres días de la fecha fijada por el Plan de San Luis, seguido por veinte liberales y maderistas empezaba a torear a los federales de Ojinaga, y luego expedía un manifiesto
diciendo que estaba orgnizando la vanguardia del ejército revolucionario al frente del cual llegaría a la ciudad de México para derrocar al Tirano?
Todo aquel cuadro de improvisados guerrilleros tenía
semejanza a una escena romántica, cuyos personajes parecían ser infantes o jinetes atrevidos y soñadores. ¡Hermoso día, no obstante su grande responsabilidad patriótica y humana, fue el 20 de noviembre de 1910! Siéntese como si en tal fecha hubiese nacido en el mundo mexicano una generación incitada por lo heroico y lo ideal.
Presentación de Omar Cortés Capítulo cuarto. Apartado 6 - El ejército federal Capítulo cuarto. Apartado 8 - Los días de la guerra
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