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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO PRIMERO
CAPÍTULO 5 - EL TRIUNFO
LOS TRATADOS DE CIUDAD JUÁREZ
Organizado el gabinete presidencial del general Porfirio Díaz, en Marzo (1911), el porfirismo creyó rejuvenecer. El ministro de Relaciones Francisco León de la Barra, llegó a tan elevada función como hombre sin pecados políticos, y por lo
mismo ignorante de la gente, el tiempo y las ideas de México. Nada pues, se podía objetar, políticamente, a tan blanco personaje, que por otro lado sí poseía una amplia práctica en negocios diplomáticos.
Albos también era dable considerar a los otros ministros del
gabinete de Marzo; ahora que se hacía necesario exceptuar a Jorge Vera Estañol, individuo de muchos cascabeles, a pesar de que no conocía los problemas políticos, tan desemejantes a los asuntos de un laboratorio jurídico, dentro del cual se ignoran las rudezas de las lides políticas, generalmente incendiadas por los deseos de mando y poder.
Con aquella nueva indumentaria ministerial, en la que se
incluía la muy cercana presencia del general Bernardo Reyes, que en otros días pudo significar un azote militar para la República, y con la coordinación que el bien administrado cerebro de José Yves Limantour daba a las cuestiones públicas, don Porfirio creyó que, si no vencidos, sí podrían ser apaciguados los revolucionarios.
Acompañaban a don Porfirio en tal idea y consideración, los
generales y jefes del ejercito federal, militares de recias y bien puestas fornituras exteriores, de gran pundonor como soldados, pero incapaces de dar a las corporaciones militares una organización apta para defender los intereses del gobierno y del Estado, en una situación como la que Madero había hecho con
su osadía y espíritu popular; ahora que el general Díaz, siempre celoso de su mando y creyendo, sin reflexión, que su solo nombre bastaba para hacer perdurable la paz nacional, era el responsable en la reducción de la capacidad y actividad de los jefes y oficiales del ejército nacional.
Tan lejos de la realidad había llevado don Porfirio a los
generales de aquel ejército que mucho lucía en paradas y cañones, que al ser informado de la caída de Ciudad Juárez, todavía con la idea prosopopéyica de lo invicto, llamó al general Victoriano Huerta, para que éste, considerado como uno de los comandantes más entendidos en el arte de la guerra, diera su opinión sobre los sucesos fronterizos que empezaban a producir explicables tempestades en el pulso de Díaz; y se dice explicables, porque tal hombre, hecho en las rudezas del soldado y agilidades de la política, seguía sin comprender cómo un individuo, casi desconocido en la República, pudo convertirse en pocas horas en caudillo y vencedor de Ciudad Juárez.
Huerta, quien veía en sus propias cualidades de gran
iniciativa, mando agresivo y sólida organización, las cualidades que no tenía un ejército como el federal, formado con soldados provenientes de los medios del inadaptado o atrasado social, dijo a don Porfirio, refiriéndose a la situación militar en el país, que él, Huerta, con quinientos hombres fácilmente contendría a los inexpertos jefes revolucionarios del sur, y que con dos mil jinetes, agregados a las fuerzas gobiernistas en el estado de
Chihuahua, habría la fuerza suficiente para obligar a los maderistas a emprender la fuga hacia Estados Unidos o bien para aniquilarles dentro del territorio nacional. ¡Cuánto ciegan los dioses a los hombres, cuando éstos se dan precio a sí propios!
El Presidente, vendado del cráneo a la mandíbula ... y visiblemente abatido por ... crueles dolores ... que aumentaban su sordera, en seguida de escuchar a Huerta, ordenó que se dieran a éste los recursos para la campaña contra los revolucionarios. Sin embargo, cuando Huerta preparaba la marcha, recibió contraórdenes. El general Díaz se daba por
vencido.
Desde el regreso de Limantour, cuando todavía don Porfirio
se sentía animoso, ¡qué de sucesos, todos desfavorables al gobierno se habían registrado en el país! La Revolución, lejos de decrecer como creyera el general Díaz con las promesas y reformas políticas del régimen, se dilataba a todo el país, al mismo tiempo que la enemistad popular hacia el gobierno se
presentaba más y más a la vista de México.
Esas promesas y reformas oficiales comenzaron con el cambio del gabinete presidencial, seguido del anuncio hecho por el Presidente en su mensaje del 1° de abril (1911) al Congreso de la Unión, sobre la conveniencia de restaurar en la Constitución de 1857, el principio de no reelección. Después, con la salida del país del vicepresidente Ramón Corral, a quien
se señalaba como uno de los culpables de la discordia civil, por ser muy grande su impopularidad; ahora que esto no tenía fundamentos precisos, puesto que Corral no hacía más que poner en práctica las órdenes de don Porfirio, de quien era un leal y eficaz colaborador.
No obstante estas enmiendas al programa del que parecía
inconmovible régimen político, el mes de mayo de 1911 se presentó más amenazante que el anterior, para el gobierno nacional. La reforma constitucional en favor de la no reelección, en vez de ser útil a la paz, sirvió para confirmar la justicia política de la Revolución, y por lo mismo, estimuló a quienes permanecían al margen de los sucesos revolucionarios, a que
tomaran partido.
El régimen porfirista había perdido, pues, su centro de
gravedad y con esto llegó el momento del trance. Ya no quedaba a don Porfirio más remedio que buscar la paz con los revolucionarios. Al efecto, en orden de entrar a tratar con Madero, estaba en El Paso el licenciado Carvajal. Este, que era un buen negociador, había conducido los preliminares con cautela e inteligencia; pero con la toma de Ciudad Juárez, el panorama cambió radicalmente. Madero tenía el puerto fronterizo más importante de la República. Esto proporcionaba a la Revolución una categoría política y militar beligerante. La política de la transacción había terminado; ahora era necesario ceder; y el gobierno de Treinta Años, cedió.
Así, el 21 de mayo (1911), quedó firmado en Ciudad Juárez, un convenio conforme al cual, el general Porfirio Díaz se comprometía a renunciar en el curso del mismo mes de mayo; Ramón Corral, por su parte, renunciaría a la vicepresidencia de la República; Francisco León de la Barra, secretario de
Relaciones Exteriores, quedaría interinamente encargado del Poder Ejecutivo de la Nación; el nuevo gobierno estudiaría la forma de corresponder a los perjuicios causados por la guerra civil a los particulares y, por último, con la firma del documento, cesaban las hostilidades entre las fuerzas del gobierno y de los revolucionarios, para empezar, al mismo tiempo, a la reconstrucción o reparación de las vías telegráficas y ferrocarrileras.
La Primera Guerra Civil, concluía; aunque la administración
pública porfirista, aparentemente continuaba intacta. Mas este aspecto sólo correspondía a la idea constitucional; porque en la práctica, el gobierno de la República pertenecía a Madero, a pesar que éste, hecha la paz, ya no era el presidente provisional de la Revolución.
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