Presentación de Omar CortésCapítulo quinto. Apartado 6 - Nuevas actividades revolucionariasCapítulo quinto. Apartado 8 - Madero frente a Ciudad Juárez Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 5 - EL TRIUNFO

ÚLTIMO PLAN PORFIRISTA




Dentro del general Porfirio Díaz hay, a los comienzos de 1911, un momentáneo renacer de actividades. No es, por supuesto, el jefe militar diligente de la Guerra de Intervención ni de los días que precedieron al Alto Porfirismo; pero es aún hombre de tanta voluntad práctica, que con esto sigue dando mucho realce a sus funciones de mando. Verdad que no puede ponerse al frente de sus soldados; mas sigue dirigiendo en jefe. Al efecto, ordena que se le informe sobre los dispositivos para las plazas que estén o puedan estar amenazadas por los maderistas; y como se ha propuesto acabar con la insurrección y ser temido, el 12 de marzo (1911), pide a la Comisión permanente del Congreso de la Unión, apruebe un decreto suspendiendo las garantías constitucionales en la República durante seis meses.

Antes, como ya se ha dicho, ha llamado a José Yves Limantour, su ministro de Hacienda, y hombre de grandes recursos intelectuales, reflexivos y persuasivos, para que, dejando a un lado el descanso político de que disfrutaba en París, regrese a México.

Si no a salvar al gobierno, puesto que el general Díaz tiene fe en el ejército, en la estructura de su régimen, en sus colaboradores y en su poder personal el cual todavía le da proporciones de popularidad, no obstante que ésta se halla reducida al mundo de los funcionarios y empleados públicos y a quienes, ya en la capital, ya en las localidades tienen conexiones con los mismos; si no a salvar al gobierno, se repite, sí a colaborar con la lucidez de su ingenio y experiencia a fin de hacer volver la paz al país, es a lo que llega Limantour el 19 de marzo; y es recibido con muchas muestras de simpatía, confianza y respeto por la sociedad metropolitana.

Con esto, si no en la República que está entregada casi en masa al maderismo, aunque sin lograr que su población sea parte en la guerra debido a la escasez de armas; pero si en la capital nacional, sí se siguen uno a uno todos los movimientos de Limantour. Y no es que se haya dejado de creer en don Porfirio; es que los metropolitanos tienen, a quienes llegan de Europa, como individuos capaces de arreglar o transformar las cosas a meros soplos de un saber superior y casi mágico. Tal era el colonialismo intelectual de la época.

De esta suerte, con la corona de encina propia a su talento y convencionalismo aceptada por la urbe deseosa de seguir en el disfrute de las opulencias que suavemente le había otorgado la paz nacional, Limantour se dispuso a dar dictamen sobre la situación del país, seguro de que su voz sería escuchada y aceptada como el verbo de la vedad vencedora. Y así fue, porque durante el consejo extraordinario de ministros, efectuado el 24 de marzo (1911), después de que Limantour informó sobre sus conversaciones con Carranza, Vázquez Gómez y los Madero, los miembros del gabinete presidencial optaron por presentar sus renuncias a fin de que el general Díaz estuviese en aptitud de organizar un nuevo ministerio en concordancia a las necesidades políticas del día, puesto que tal ministerio, de acuerdo con los planes de Limantour, debería inspirar confianza a los revolucionarios, empezando a dar la garantía de respetar y hacer efectivo el Sufragio Universal y la No Reelección. Además, el nuevo gabinete estaría obligado a iniciar una serie de reformas políticas coincidentes con las demandas populares, de manera que el gobierno quitaba a los revolucionarios la bandera de su partido, ampliaba un régimen de tolerancia y resembraba la idea y práctica de la paz nacional.

Anterior a este acontecimiento, Limantour había comunicado al Presidente sus preocupaciones sobre lo que él creía la causa principal del levantamiento maderista. Entre las preocupaciones de Limantour estaba la creencia de que era necesario cortar el hilo al continuismo oficial, por lo cual opinó, que como medio de transacción don Porfirio organizara un gabinete de coligación llamando, al efecto, a Madero y Carranza, que para Limantour eran los dos hombres principales de la Revolución.

Sin embargo, esto era tan atrevido, que se dio preferencia a una fórmula de gabinete mediatizado, con lo cual, un nuevo horizonte, cuando menos por de pronto, pareció presentarse a la vista del país el 28 de marzo, cuando el presidente Díaz anunció que tenía nuevos colaboradores: Francisco León De la Barra, en la secretaría de Relaciones; Demetrio Sodi, para el ramo de Justicia; Jorge Vera Estañol, en Instrucción Pública; Manuel Marroquín, al frente de la secretaría de Fomento; Norberto Domínguez, para Comunicaciones y Manuel González Cosío, en Guerra y Marina. Continuaba en el gabinete, como secretario de Hacienda, el talento organizador de José Yves Limantour, en tanto el vicepresidente de la República Ramón Corral, sin cartera propia, quedaba en receso.

Y no fue todo lo resuelto por el general Díaz; porque teniendo a Vera Estañol como un distinguido jurisconsulto, consideró que también podría ser un buen político y negociador, con las cualidades convenientes para entrar en tratos directos y eficaces con los revolucionarios. Por esto, el Presidente entregó al propio Vera Estañol, la dirección de la secretaría de Gobernación, entendiéndose que si los maderistas no aceptaban la oportunidad de la tregua que ofrecía el solo cambio del gabinete, el gobierno aumentaría el poder ofensivo del ejército; y en previsión de que esto fuese necesario, don Porfirio ordenó que el general Reyes, expulso en Europa, regresara al país. Reyes sería en esta vez, el hombre de guerra del régimen porfirista. Tal era lo que, en realidad había entrevisto como idea de salvación para el régimen porfirista, el genio circunspecto y magnífico de Limantour.

No dejaban, pues, los hombres del gobierno, de considerar la necesidad de continuar la guerra si los maderistas no convenían en una tregua encaminada hacia una paz transaccional; pero al mismo tiempo, tampoco dejaban al margen de la realidad, el empleo de todas las violencias oficiales, puesto que de antemano sabía don Porfirio que de dirigir Reyes la campaña militar contra los alzados, la mano de Reyes sería implacable.

Así, los alientos de paz y las creencias en la debilidad oficial que los novatos negociadores del maderismo habían creído hallar en Limantour, al paso de éste por Nueva York, no fueron más que ilusiones propias a la ingenuidad; ahora que Limantour, primero; el general Díaz; después, debieron quedar convencidos, en seguida de sus conversaciones sobre las conferencias de Nueva York, del fuego batallador que abrasaba el alma de los principales partidarios de Francisco Madero. De esta manera, los alzamientos no podían seguir desdeñados por el régimen porfirista.
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