Presentación de Omar Cortés | Capítulo quinto. Apartado 14 - Intermedio de la Revolución | Capítulo sexto. Apartado 2 - Los voluntarios de la guerra | Biblioteca Virtual Antorcha |
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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO PRIMERO
CAPÍTULO 6 - PAZ CONSTITUCIONAL
LOS HOMBRES DE LA REVOLUCIÓN
La entrada triunfal de Francisco L Madero y de las fuerzas del ejército Libertador a la ciudad de México, así como fue espectáculo, también significó humillación para los metropolitanos. Estos, ya se ha dicho, acostumbrados a las paradas
militares y procesiones cívicas del porfirismo, en las que se hacía alarde de poder, elegancia y solemnidad, consideraron que el aparato del maderismo, aparte de ser ridículo por la indumentaria y sencillez de su gente, era débil debido a la desorganización y pobreza del armamento de sus soldados.
Con esa representación maderista, la población urbana
siguió preguntándose cómo era posible que la pompa y el dinero, el saber y la experiencia del régimen porfirista hubiesen sido derrotados. La interrogación, hasta los días que se sucedieron al triunfo de Madero, era respondida con mucho comedimiento. La ciudad de México todavía estaba aturdida, y en voz baja hacia las más atrevidas deducciones sobre el cómo de la victoria revolucionaria. La prensa periódica del porfirismo, que mediante un barniz de neutralidad, no dejaba de ser portavoz de los intereses de los hombres y grupos del gobierno caído, sin censurar la presencia rústica en la capital de la República, deslizaba locuciones desdeñosas para la democracia y los demócratas, de manera que poco a poco iba incitando al vulgo a menospreciar a los triunfadores. Dueña de sí misma, puesto que no había perdido hombres, ni honra, ni intereses, ni posición como consecuencia de la guerra civil, la capital estaba cierta de que continuaría su poderío y con esto, la
discriminación de lo pueblerino. La soberbia era tanta, principalmente entre la clase media ilustrada de la ciudad, que nadie intuyó la trascendencia de lo acontecido, creyéndose que la gente rural sólo había servido de carne de cañón, y por lo mismo era ajena a una idea propia, capaz de cambiar los
cimientos de la Nación.
Hecha al hábito de escuchar y seguir no sólo al gobernante,
sino también a los hombres que con su pluma parecían dirigir la opinión pública, si la ciudad de México desdeñaba el teatro popular del maderismo, mayor era el desprecio hacia quienes se llamaban hombres de la Revolución; y se les apellidaba así, porque se suponía que constituían la clase selecta de los triunfadores.
Caracterizábanse como los primeros hombres de la
Revolución, Madero y los cinco ministros que el maderismo había colocado dentro del gabinete del presidente provisional licenciado Francisco León de la Barra. Caracterizábanse como complemento de los hombres de la Revolución quienes, sin sobresalir en los negocios públicos, se hallaban en los palcos segundos del teatro antirreeleccionista y maderista. Entre éstos
Luis Cabrera, Jesús Urueta, Juan Sánchez Azcona, José Vasconcelos, Federico González Garza, Gustavo A. Madero, José Ma. Pino Suárez, Abraham González. Los nuevos gobernadores, que en su mayoría correspondían en ligas y principios a las filas revolucionarias, no alcanzaban el honor de estar dentro del marco de los hombres de la Revolución. Esto indicaba la poca estimación que se tenía a la gente y problemas lugareños. Y los gobernadores, no obstante la ignorancia de los individuos medio ilustrados de la metrópoli eran, hacia el otoño de 1911, los principales lugartenientes de Madero.
Este, bajo el influjo de la prosopopeya porfirista, y de las
sociedades de elogios mutuos, que fue organización básica del gobierno caído, creyó difícil que la Revolución, sin desmerecer su doctrina y su fama, pudiese competir en hombres con los del elenco porfirista. Dentro de éste, los calificativos sabio, ilustre, erudito, que eran aplicados a las medianías investidas artificiosamente por la propaganda interesada, habían hecho
creer al país en una verdadera y real existencia de prohombres, cuando lo cierto era que tales individuos estaban adjetivados como meras partes decorativas del gobierno de don Porfirio.
Sin embargo, frente a ese gran escenario admirablemente
organizado, resultaba casi imposible que los hombres de la Revolución pudiesen sobresalir, sobre todo continuando el apogeo de la prensa periódica porfirista que, defendiendo a la corte de la falsa sabiduría, se defendía a sí misma, puesto que hacía suponer que sólo dentro de tal periodismo estaban los
hombres capaces de escribir y de pensar.
Rebajados, pues, los méritos a que eran acreedores algunos
de los adalides de la Revolución, Madero se sentía tan cohibido como sus primeros y eficientes colaboradores. De esta manera, su planta selecta pareció deficiente, y por lo tanto incapaz de poseer los atributos necesarios para desarrollar las reformas políticas y electorales anunciadas como hechos salvadores de la República, por los portavoces de la Revolución.
Esa falta de séquito ilustrado y brillante, colocó a Madero
en situación difícil, toda vez que, para cumplementar al pasado, se vio en la necesidad de aceptar como colaboradores a quienes nacidos y crecidos bajo la idea y práctica del porfirismo, no tenían aptitudes para apartarse de sus principios formativos.
Un oscuro y atormentador porvenir se presentaba a México
con esa deficiencia de los triunfadores, que por los días que se siguieron a la organización del gobierno de De la Barra, era incorregible.
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