Presentación de Omar CortésCapítulo sexto. Apartado 1 - Los hombres de la RevoluciónCapítulo sexto. Apartado 3 - El presidente De la Barra Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 6 - PAZ CONSTITUCIONAL

LOS VOLUNTARIOS DE LA GUERRA




Junto a los improvisados jefes y soldados de la Revolución había surgido una nueva, aunque vacilante y bisoña pléyade de hombres, jóvenes en su mayoría, entre quienes el primero y mayor de los signos era la ambición —la ambición de mandar. En efecto, el principio de mandar, se convirtió, desde los comienzos de la Guerra Civil, en un derecho; y aunque éste parecía correlativo al precepto constitucional, aquella gente, salida de las capas iletradas de la población, lo entendía como una facultad debida específicamente a la guerra. En medio del candor de los voluntarios de la guerra se consideraba que ese deseo era una cosa novedosa.

Ningún ofrecimiento había hecho Madero sobre el futuro político de los soldados del ejército Libertador. Suponíase que los voluntarios de la guerra sólo eran concurrentes a un acto político y democrático llevado a cabo circunstancialmente a fuerza de armas, y que, por lo mismo, llegado el triunfo, los improvisados soldados regresarían a sus anteriores ocupaciones y de esa manera, no constituirían problema para el Gobierno. Mas no sería así.

Los hombres que tuvieron la oportunidad de saborear el derecho de mandar, querían seguir mandando; y esto estaba fuera de las previsiones de Madero. Parecíale a éste, que el problema era grosero, indecoroso y antipatriótico. La gente había correspondido a la guerra no en interés de su porvenir privado, sino en el interés del porvenir de México, por lo cual, salvada la patria de la tiranía y del despotismo, vuelta la Nación al cauce constitucional, favorecidos los revolucionarios por el destino, rehecha la paz en la República, garantizados los derechos individuales, los voluntarios de la guerra, orgullosos de su contribución al bien y prosperidad de México y de las instituciones políticas y democráticas, deberían volver a sus hogares a fin de continuar laborando en lo que determinaba el oficio o profesión personal.

Madero no advertía que la guerra no era causa de dos fenómenos simultáneos. Uno, de la preocupación individual entre los revolucionarios, en cuyo seno se desenvolvía la ambición de mando. Otro, el de la desocupación rural; porque resueltos los peones y jornaleros a no servir trabajo barato a las haciendas, y abandonadas o destruidas muchas de éstas, innumerables, por de pronto, eran los hombres que quedaban sin empleo, aunque con un rifle a la mano.

Este problema se recalcaba más en el estado de Morelos, donde las labores en las fincas agrícolas estaban casi o totalmente paralizadas, de manera que los maderistas al mando de Emiliano Zapata no sabían ni tenían qué hacer. Vuelta la paz, aquella masa de sublevados, si intuían estar seguros de sus derechos positivos en cambio tenían perdido el derecho del trabajo.

El fenómeno se dilataba, aunque no con tanta intensidad, al norte y centro de la República. Así, lo que se entendía como falta de espíritu democrático y como un mero apetito de los voluntarios de la guerra, era un conflicto que amenazaba la paz constitucional. El mal, sin embargo, no podía atribuirse a Madero ni a la Revolución, El mal tenía todas las características de lo imprevisto; y lo imprevisto, en la época que estudiamos, era la natural consecuencia de la falta en que el hombre había incurrido por no tener la costumbre de pensar. Una superficialidad ilimitada con respecto a los negocios públicos, hacía que los adalides de la Revolución sólo observasen los efectos y no las causas.

De esta manera, a la primera voz dada por el ministro de Gobernación Emilio Vázquez Gómez, de acuerdo con Madero, para que el nuevo gobierno procediera al licenciamiento de los cuerpos revolucionarios, los amenazados por la desocupación se creyeron víctimas de una traición; de una traición de Madero y de la Revolución; porque ¿a qué menesteres iba a dedicarse esa gente después de entregar su fusil y recibir de veinticinco a cincuenta pesos como compensación?

Si el país hubiese tenido las mismas condiciones y recursos económicos y laborales anteriores a la guerra, el reacomodo de los voluntarios no tropieza con dificultad alguna, y la paz, ya constitucionalizada, consagra al maderismo y lo hace política, jurídica y administrativamente imperecedero. Mas, así como se presentaba la situación, la entrega de los voluntarios de la guerra a las infelicidades de la desocupación equivalía a atizar la hoguera para una Contrarrevolución.

Todo eso, que de ninguna manera se veía con la claridad con que se observan las cosas al través de los documentos destinados al análisis de las situaciones, servía para provocar reyertas y recriminaciones entre los revolucionarios, que a la vez justificaban, cuando menos en la superficie, a quienes, con astucia y doblez empezaban a poner en duda la capacidad directiva de Madero y de los hombres del partido maderista; de todo lo cual, los censores deducían que sólo el general Porfirio Díaz y sus colaboradores poseían las virtudes de gobernantes capaces para dar tranquilidad y prosperidad a la patria mexicana.
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