Presentación de Omar CortésCapítulo sexto. Apartado 6 - Los partidos políticos en 1911Capítulo séptimo. Apartado 1 - Madero en la presidencia Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 6 - PAZ CONSTITUCIONAL

EL MOVIMIENTO OBRERO




No sólo los partidos políticos, encontraron nuevos horizontes como consecuencia del triunfo maderista. A partir de junio (1911), hubo una nueva organización social que tendría mas perdurabilidad -tal fue su mérito— que tres de los partidos políticos remirados. Adquiriría quizás la misma o muy semejante importancia del Antirreeleccionista, puesto que si éste fue la sólida base de una Revolución, el nuevo tipo de asociación sería batalla casi continua en la historia de los cincuenta años que se siguen a los aquí estudiados. Tal agrupamiento fue el conocido como movimiento obrero; movimiento que en sus comienzos mexicanos estaba inspirado por ideas, ya socialistas, ya sindicalista, ya anarquistas; pero todas con preocupaciones llevadas al objeto de monopolizar la organización de los asalariados. Esas ideas, de otro lado, por ser de origen europeo, no se acoplaban tan fácilmente a la mentalidad mexicana, que sólo entendía lo referente al cuerpo y acción de lo que empezaba a llamarse sindicatos, federaciones y confederaciones.

El país advertía, como consecuencia de los sucesos de Cananea (junio, 1906) y Río Blanco (enero, 1907), la substancia y resultado de la organización obrera; y por lo que respecta a las ideas socialistas, el conocimiento de éstas había estado circunscrito al grupo selecto del porfirismo, que las llevaba como tema de elegancia y erudición política. Sin embargo, los trágicos sucesos de Barcelona, en julio de 1909, primero; después, el fusilamiento en la misma ciudad de Francisco Ferrer Guardia, librepensador heroico, hicieron llegar tales ideas al pueblo de México, de manera que éstas sirvieron para crear un ambiente favorable a la revolución maderista.

Así, luego del triunfo revolucionario, empezaron a moverse los intereses obreros nacionales. El 3 de julio (1911), los empleados de la compañía de tranvías, en la capital de la República, que sumaban un poco más de tres mil, declararon la huelga demandando mejores salarios y menos horas de trabajo, viéndose con esto, que en vez de que la huelga provocará el descontento en la ciudad con motivo de la paralización de las comunicaciones urbanas, los huelguistas ganaban la simpatía general, de manera que no faltó quien ofreciera dinero y crédito a la nueva organización obrera ni gente del pueblo que acompañara a los tranviarios en su lucha contra los empresarios.

Esto, sin embargo, más que acción contra el capitalismo constituyó un signo preciso del goce de las libertades a las que se entregaban, jubilosos, los habitantes de la ciudad de México.

La huelga de tranviarios, que produjo actos de violencia, fue como el comienzo de una alborada popular; pues a continuación procedieron en igual forma los obreros de la fábrica de papel en San Rafael, y en seguida los panaderos de la capital, quienes con una jornada obligatoria de catorce horas diarias, recibían un salario promedio de un peso veinte centavos.

Y ya no era solamente el mundo masculino del trabajo el único que hacía la huelga. Ahora, las costureras de los principales talleres del ramo, declaraban la huelga exigiendo un salario diario de noventa centavos a cambio de doce horas de labores; y como tales obreras triunfaron, la huelga se convirtió en instrumento popular, que quisieron aprovechar los empleados postales. Después, huelga de los alijadores, hubo en Tampico; de los ferrocarriles, en el Mexicano; de los mineros en El Oro y Rosita. Aquí, los trabajadores de las minas de carbón, pidieron la separación de trescientos extranjeros que entre jefes y empleados monopolizaban el mejor barrio, los mejores salarios, los mejores alimentos y los mejores contratos de trabajo.

Dirigió ese incipiente movimiento obrero Lázaro Gutiérrez de Lara, quien después de haber sido uno de los directores de la huelga de Cananea, organizó una partida armada y se unió al maderismo; pero como confesara no haber dado muerte a un jefe militar porfirista porque se lo prohibía su doctrina social, abandonó la guerra; luego llegó a la ciudad de México, publicó un libro sobre Socialismo, llamó a las puertas de las fábricas invitando a los trabajadores a organizarse y luchar por el mejoramiento de salarios y horas de trabajo y por fin, se significó como hombre de mucha entereza y líder del proletariado.

Pero Gutiérrez de Lara no se precipitó. Creía que llegarían más justos días para la clase trabajadora durante la presidencia de Madero; y así, a los primeros días de diciembre (1911), incitó a la huelga a los obreros de las fábricas del ramo textil en el Distrito Federal; luego a los telefonistas y, por fin, organizó la que posiblemente fue la primera reunión de masas obreras en la Plaza de la Constitución (7 de diciembre) de la ciudad de México.

A todo esto, respondió el maderismo, primero estableciendo el descanso dominical (21 de agosto); después, decretando la jornada de diez horas de trabajo y un aumento de diez por ciento sobre los salarios. Esto último realizado bajo la dirección de los ministros Abraham González y Rafael Hernández.

Tales sucesos eran tan espontáneos y populares, que el país acudió, sin reservas, a saludar ese nuevo sistema de defensa de la sociedad, ganado gracias a las libertades públicas instauradas por la Revolución.

Los acontecimientos remirados, aparentemente aislados, pronto tuvieron coordinación. Así fue fundada la Confederación de tipógrafos. Después, la Cámara del Trabajo de Veracruz y la Confederación cívica Mutualista del Trabajo. La segunda, establecida por los trabajadores de las minas de carbón y de La Laguna, tuvo los visos de heredera del antiguo mutualismo mexicano.

Y en tanto ese era el desarrollo del movimiento obrero en el país, que repercutía en una huelga de estudiantes de leyes (28 de junio, 1912), que produciría, como consecuencia, la fundación de una Escuela Libre de Derecho, desde Estados Unidos se trataba de dar impulso a las decisiones de la clase trabajadora de México, ya no con argumentos bélicos, sino con la fuerza de un ideario generoso capaz de penetrar pronto y febrilmente al alma humana. Y, al efecto, el adalid de la Junta Organizadora del Partido Liberal, expidió una proclama, fechada en Los Angeles (California) el 23 de septiembre de 1911, adoptando otras ideas desemejantes a las de 1906. Ahora, en tal manifiesto, Ricardo Flores Magón y los antiguos liberales, eran anarquistas. Mientras haya pobres y ricos, gobernantes y gobernados (escribió Flores Magón), no habrá paz ni es de desearse que la haya, porque esa paz estaría fundada en la desigualdad política, económica y social de millones de seres humanos.

Con esto, el floresmagonismo ya no representaba en México una bandera política. Así, los esfuerzos de Madero para atraer a aquellos denodados luchadores de la Junta Liberal, quienes durante siete años habían sostenido una batalla sin igual para derrocar al régimen porfirista, fracasaron. Madero, en la realidad, no pretendió la colaboración política de Flores Magón, sino la coordinación humana de aquel grupo aislado en Los Angeles.

La falta de entendimiento entre Madero y Flores Magón, siempre sería deplorable para la Revolución, porque más adelante, en los años de mayor desarrollo revolucionario, la Junta del Partido Liberal perdería su voz y concierto dentro del país. En efecto, las parcialidades políticas nacionales serían tan poderosas en el transcurso de aquellos días, que en la práctica equivaldrían a años de pensamiento y acción, que Flores Magón, no obstante su claro talento y su dignidad sin par, no sería más el guía popular de México.
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