Presentación de Omar CortésCapítulo séptimo. Apartado 3 - Comienzos del nuevo gobiernoCapítulo séptimo. Apartado 5 - Problemas del localismo Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 7 - NUEVO GOBIERNO

PROYECTOS CONTRARREVOLUCIONARIOS




Desde Ciudad Juárez, firmada que fue la paz, y en seguida del conato de rebelión acaudillado por Pascual Orozco que terminó a la sola presencia de Madero, despacio y cautelosamente surgieron los primeros síntomas de una Contrarrevolución. Ni todos los hombres del maderismo quedaron conformes con la paz hecha ni todos los porfiristas admitieron su caída. Los líderes y gobernantes no eran omnicios, de manera que no faltarían los errores involuntarios, los cotejos imperfectos, las resoluciones apresuradas; y con todo esto, las enemistades y discordias. Tampoco quedarían resignados y pacientes en la adversidad sufrida, los jefes del ejército, pues si se suponía que éste no poseía más bandera que la Patria, no por ello dejarían de moverse dentro de su alma e intereses los escrúpulos de la derrota.

Así, en tanto el nuevo Presidente podía estar seguro y confiado en el Poder político que representaban los gobernadores a quienes, en la práctica, entregaba el futuro político de México, la amenaza de una Contrarrevolución, primero verbal; después de hecho, empezaba a movilizarse en la República.

Todavía no transcurría la primera semana del gobierno de Madero, cuando David de la Fuente, en nombre del reyismo intentaba (10 de noviembre), sublevar a la corta, pero de todas maneras efectiva, guarnición federal en Chihuahua, así como también minaba el alma rústica y veleidosa de Pascual Orozco.

Anterior a ese atropellado intento sublevatorio, en la ciudad de México, el joven Juan Andreu Almazán, hecho general por sí y por la Revolución, no se detuvo para amenazar a Madero; y si no en las palabras candentes y casi incomprensibles de Almazán, puesto que se exigía lo que no era posible realizar apenas el triunfo revolucionario latía la subversión, sí en las del general Cándido Navarro, entregado mentalmente a los excesos radicales de un grupo dirigido por Vicente Ferrer Aldana, quien se apellidaba a sí mismo robesperiano, se sentía el pronunciamiento contra el maderismo puro y conservador, al que se le atribuían falacias como consecuencia del trato de Ciudad Juárez.

Esos estallidos románticos más que peligrosos, de Almazán y Navarro fueron precedidos de un memorial firmado (julio 22, 1911) por los jefes revolucionarios Gabriel Hernández, Casimiro Mendoza, Emiliano Zapata, Enrique W. Paniagua, Guillermo García Aragón, Alfonso Miranda, Jesús H. Salgado, Francisco J. Múgica y los citados Almazán y Navarro, pidiendo al presidente De la Barra el cumplimiento del Plan de San Luis, no obstante que el Plan no tenía consideraciones ni resoluciones sobre los problemas que los firmantes argüían.

Sirvió en cambio tal memorial para que el país, asombrado, asistiese a un espectáculo divisionista de la Revolución; espectáculo ocasionado por meras suposiciones y principalmente por la inconsistencia doctrinal de los jefes revolucionarios. Sirvió asimismo un acontecimiento de esa calidad para alentar a los políticos caídos hacia ensueños restauradores, y a fin de hacer más común y corriente al vulgo el vocablo Contrarrevolución.

Los revolucionarios, pues, estaban incubando los apetitos que poco a poco se acrecentaban en el gremio militar; ahora que si éste se mostraba reservado, no era tanto por creerse inepto para una nueva lucha contra el maderismo cuanto porque día a día crecía la deserción en las filas del ejército. Los partes de los jefes de corporaciones eran alarmantes. El antiguo soldado llamado guacho o pelón, reclutado, ya en las prisiones, ya tomado de leva, advertía y quería una nueva vida. Aquella institución, mandada por singulares facultativos, ya no era compatible, dentro de su gran masa de combatientes, con el despertar del progreso, la libertad y la inspiración creadora que conmovía al pueblo de México al través de todos sus filamentos sociales. Los soldados del ejército sentían que había llegado el día del ejercicio voluntario de las armas. Los forzados terminaban con la llegada de la aurora revolucionaria. Otro México emergía en todos los órdenes de la vida nacional. Al 15 de noviembre (1911), la secretaría de Guerra tenía noticias de que la deserción de soldados rasos sumaba de cuatro a cuatro mil quinientas plazas.

Debido a todo eso, los primeros planes (6 de septiembre) de Contrarrevolución armada dirigidos en Puebla por los generales federales Mucio Martínez, Higinio Aguilar y Melitón Hurtado, tocaron el límite de lo absurdo y lo necio; tanto así que personas como Joaquín Pita, quien había sido prominente funcionario porfirista, negaba su cooperación a los ilusivos proyectos de los militares conspiradores.

También a consecuencia de aquella desintegración que el ejército sufría en sus clases, el general Victoriano Huerta, como resultado de los reproches públicos que le hizo Madero por la indecorosa y autoritaria conducta asumida en el estado de Morelos durante la primera persecución al zapatismo, se vio compelido a pedir (28 de octubre) su separación del ejército.

De la Barra, bajo la inspiración de Madero, trató de halagar a los militares, mas no para aprovechamiento personal, sino a fin de que el país no se viese amenazado por la falta de fuerza pública. Las medidas dictadas por el Interino no tuvieron la definición que Madero les dio apenas en la presidencia.

Al efecto, el Presidente empezó su gobierno no sólo aumentando el sueldo a los militares, sino presentándose (3 de diciembre) al acto de distribución de premios a los cadetes del Colegio Militar. Madero era el primer presidente civil que en la historia del Colegio presidía tal ceremonia.

A pesar de esos signos democráticos del Presidente, la Contrarrevolución insistía en sus proyecto de venganza y sublevación, tratando de humillar a los revolucionarios; y al caso, los jefes del ejército mandaron abrir proceso al general maderista Alfonso Miranda, acusándole de desertor del ejército federal; pues que siendo capitán, a los comienzos de 1911, había abandonado sus deberes militares, para unirse a la Revolución.

Pero no sólo en la intriga trabajaba la Contrarrevolución. También se atrevía a presentarse con las armas en las manos, dispuesta al combate; y así lo hizo, como se ha dicho, el general Bernardo Reyes. Este, después de su misteriosa desaparición de la ciudad de México, viendo su fracaso político personal y el de su hijo Rodolfo en Jalisco, marchó a San Antonio (Texas), y allí, insistiendo en la fórmula de engañarse a sí propio, creyó que a su voz, a su sola voz, el ejército y el pueblo se alzarían contra el gobierno de Madero; y esto, porque la ingenuidad aguijoneante, había perforado el pecho de Reyes desde 1906.

Encariñado, pues, con su ilusión, el general Reyes quiso probar su poder popular y militar; y regresó a suelo mexicano, expidió una proclama y avanzó enhiesto, convencido de su iluminismo, hacia el estado de Nuevo León; mas pronto se convenció de su error. Bastó poner los pies sobre el suelo de la realidad, para sentirse arrepentido de su travesura, y entregándose a un destacamento de rurales en el distrito de Galeana, envió un mensaje al general Jerónimo Treviño diciéndole que, creyendo en la contrarrevolución, había llamado al pueblo y al ejército sin que un solo hombre correspondiera a tal llamamiento, de manera que viendo fracasados sus designios no le quedaba otro camino que el de la rendición.

Amargado y preso, Reyes fue conducido a la ciudad de México y encerrado en la prisión de Tlaltelolco, en donde bebió en el cáliz de las desesperanzas que es el mayor castigo que el destino da a las ambiciones y a los ambiciosos.
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