Presentación de Omar CortésCapítulo séptimo. Apartado 4 - Proyectos contrarrevolucionariosCapítulo séptimo. Apartado 6 - El alzamiento zapatista Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 7 - NUEVO GOBIERNO

PROBLEMAS DEL LOCALISMO




Si las conspiraciones contrarrevolucionarias terminaban por sí mismas, puesto que el árbol del maderismo era de recio tronco y de espesa y verde fronda, no acontecía lo mismo con los problemas locales que producían un disturbio tras de otro disturbio, de manera que el país no sentía los bienes de la paz ni los provechos del trabajo. La Revolución no había traído únicamente el conflicto y solución de la democracia política y electoral. Había suscitado una y cien situaciones desgraciadas y de difícil salida. Lo menos previsto se presentaba ahora exigiendo remedio.

El localismo, que en la prerrevolución era como un embrión del Sufragio Universal, en la trasguerra surgió con un sinnúmero de apéndices que movían pasiones, intereses y esperanzas. En Oaxaca, el antiguo personalismo significado como un agudo porfirismo, ahora era localismo exigente, con visos de separatismo no territorial, pero sí político; porque sobre la sinergia nacional se pretendía una soberanía inexplicable. Esta idea, originada en atrevidas improvisaciones, se debió al oaxaqueño José F. Gómez, individuo de muchas y atrevidas empresas, a quien la Revolución, sin haber sido revolucionario, le condujo a los más sinceros, pero idealizados estallidos de la libertad.

Gómez planteó ese exagerado localismo durante el interinato de De la Barra; pero como éste dejó pasar el problema creyéndole de fácil solución, ahora, al iniciarse el presidenciado de Madero, el propio Gómez tomó las características de un caudillo local; y al objeto, promovió desórdenes de carácter político en la región istmeña, y pronto encontró prosélitos tan aguerridos y osados como él, por lo cual como el sucesor hizo causa, el Gobierno nacional mandó su aprehensión, ya en los brazos de la policía, fue conducido a la ciudad de México, aunque en el camino a la capital, sin saberse cómo ni por qué, fue fusilado.

El acontecimiento no hizo más que servir a otras incitaciones subversivas de mayor profundidad y amenaza; ahora que sin las propiedades necesarias y capaces de provocar el descontento popular.

No sería, sin embargo, Oaxaca el único teatro del localismo levantisco. Tlaxcala y Véracruz estaban amenazadas por la disolución política; mientras en Sinaloa.era aprehendido el ex gobernador maderista Juan Banderas y procesado como responsable del fusilamiento del coronel Morelos, defensor federal de la plaza de Culiacán y a quien se culpó, con razón de guerra, por la muerte de numerosos revolucionarios. Y todo acontecía en medio de las difamaciones y escándalos que provocaban la prensa periódica y los diputados porfiristas, quienes no se detenían para inventar asaltos y crímenes atribuidos siempre a los revolucionarios. El diputado Manuel R. Uruchurtu, afirmó en la tribuna de la Cámara, que las calles de Hermosillo estaban regadas de sangre y cadáveres a consecuencia de una sublevación local. Esto, dicho con énfasis, a pesar de ser falso, sólo produjo la alarma social, lo cual sirvió para alentar a los conspiradores contrarrevolucionarios.

Por otro lado, el presidente Madero detuvo de manera ersuasiva, el aventurado proyecto, hecho público y llevado al Congreso, de exigir responsabilidades al general Porfirio Díaz y a José Yves Limantour, por los males que, de carácter económico, se suponía habían producido a la Nación. Para el Presidente, una acusación de tal naturaleza, aparte de carecer de fundamento, mermaba la autoridad moral y política del Estado y ponía en duda el honor y patriotismo de los gobernantes mexicanos; y esto, en los días durante los cuales era indispensable rehabilitar los quebrantos sufridos en los créditos nacionales como consecuencia de la Guerra Civil.

No era oculta, por otro lado, la desconfianza de banqueros e industriales hacia la situación política del país; y como esto dañaba los intereses generales, el Presidente procuró, en primer término, neutralizar los negocios mercantiles en las lides políticas, aumentar los plazos para el estudio y resolución de las indemnizaciones a los extranjeros por daños causados a consecuencia de la Revolución, continuar las negociaciones para el restablecimiento total de la paz, destinar doscientos millones de pesos para el fomento de la agricultura y expedir la ley de fraccionamientos de tierras. Después, dirigió todos sus mejores deseos a fin de obtener, si no la lealtad suprema del ejército federal, sí él respeto de éste al Presidente Constitucional de la República.

A pesar de esas tareas indicadas por Madero, cuando apenas transcurrían dos meses del comienzo presidencial, la situación política del país no era enteramente favorable al Presidente. Para el pueblo, la Revolución, si admirable por su victoria contra un régimen tan poderoso como el porfirista, no encerraba ni presentaba una idea principal y precisa sobre el futuro nacional. Por esto mismo, no se comprendía al caudillo, y todo parecía ser obra de la improvisación de una meditada acción de los hombres de 1910.
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