Presentación de Omar CortésCapítulo séptimo. Apartado 9 - La democracia activaCapítulo octavo. Apartado 2 - La sublevación de Félix Díaz Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 8 - LA ANTICONSTITUCIÓN

LA XXVI LEGISLATURA




Aunque sin un partido político contrario, con la fuerza necesaria y considerada para disputarle el poder público y nacional que había ganado, primero por medio de las armas; después, como consecuencia de una de las más altas y voluntarias expresiones populares, el maderismo, al entrar el segundo semestre de 1912, estaba cierto de que la juventud porfirista, asociada a los viejos amigos del general Díaz, esperaba una oportunidad, una sola oportunidad, para intentar rescatar el gobierno de la República del que se creía heredero; porque, en la realidad, para llegado ese caso, la había querido preparar don Porfirio.

Esa juventud, no estaba —por lo menos en la apariencia- organizada ni poseía caudillos visibles. Esto no obstante, no engañaba a las autoridades de la República ni a sus apetitos vivía ajeno el presidente Madero; y si éste no hacía espiar todos los movimientos de tal gente, no por ello descuidaba la importancia de esa juventud que sin mucho recato hablaba mal del Gobierno o se dedicaba a la conspiración. Ahora bien: si Madero no se servía de la persecución o de la represalia, para tener a los jóvenes conspiradores o desafectos a raya, no era por debilidad ni por descuido, sino por considerar las inconveniencias de proceder a manera de que el país se sintiera bajo los efectos que siempre producen los estados de alarma. Además, el Presidente temía que cualquier acto persecutorio diese lugar a los abusos que generalmente comete la policía cuando los gobernantes quieren acudir o acuden al terrorismo de Estado.

Por otro lado, los rumores de que los viejos y jóvenes porfiristas o admiradores del gobierno de mano dura andaban en los primeros pasos a fin de preparar un golpe de Estado, no sólo eran del dominio oficial y popular, antes también de diplomáticos extranjeros que, como el embajador de Estados Unidos, se mostraban osados al hacer comentario y juicio sobre la situación política y militar del país.

Y tanta era la intrusión que los diplomáticos extranjeros acreditados ante el gobierno de México pretendían en los negocios mexicanos, que el embajador noramericano Henry Lane Wilson, con audacia insólita y abusando de todos los derechos que las reglas diplomáticas conceden a los plenipotenciarios, pretendió que el ministro de Relaciones Exteriores Pedro Lascurain, quien sustituía a Manuel Calero nombrado embajador en Wáshington, le dijera si el gobierno de México estaba o no en condiciones de dominar la situación del país o de lo contrario admitiera que era incapaz de hacerlo.

A ese ambiente pesimista y contrario a los intereses, tranquilidad y estabilidad del gobierno y de la sociedad, contribuía, como ya se ha dicho, la pronta descomposición política observada en el seno del Congreso de la Unión; pues apenas instalada la XXVI Legislatura nacional y organizado que fue un agrupamiento parlamentario llamado Liberal Renovador, constituido por diputados maderistas, empezó, de un lado, la desorientación de los partidarios de Madero; de otro lado, la aglutinación de todos los descontentos capitaneados por el bando porfirista quienes, si no se atrevían a tomar el nombre, de porfiristas, no por ello dejaban de poner como ejemplo las ventajas de una paz acreditada y ennoblecida por don Porfirio Díaz.

Las elecciones nacionales de diputados y senadores al Congreso de la Unión, se efectuaron pacífica y libremente el 30 de junio (1912). El suceso sería indeleble, no sólo porque el maderismo se presentaba unido a pesar de las disensiones internas provocadas por los Vázquez Gómez, sino debido al ejercicio público que realizó el pueblo de México mediante el Sufragio Universal. La prueba, si era la segunda después de la elección de Madero, tenía todos los visos de ser la definitiva. Después de tales comicios, ya nadie podría negar que los ciudadanos mexicanos estaban aptos para hacer cumplir con la Democracia electoral.

No era todo lo que anunciaba la elección de junio. Anunciaba, asimismo, el surgimiento de una nueva pléyade política. Unos meses habían bastado, en efecto, para que en cada distrito electoral se presentaran los más numerosos a par de disímbolos candidatos. El país no estaba acostumbrado a ver tal espectáculo. Individuos que anteriormente ni siquiera tenían inclinaciones hacia los empleos administrativos del régimen porfirista, ahora eran candidatos a la cámara de diputados y al senado. Hombres contrarios a Madero y al maderismo, de un momento a otro se convirtieron a la democracia. Y todos estos sujetos, correspondían a bandos organizados inesperada y súbitamente.

Fuera del maderismo no existía partido alguno. Los grupos electorales eran obra de las circunstancias, de las ambiciones y de las decisiones momentáneas. Así, porfiristas y católicos; revolucionarios y reaccionarios, se presentaban a los comicios haciendo omisión de sus ideologías. Los ciudadanos iban a disputarse los sufragios y no las posiciones políticas o administrativas. La libertad llenaba todos los ámbitos. No existían prohibiciones ni limitaciones a los contendientes del civismo. La más sana e ingenua de las alegrías políticas y electorales animaba a la República. El lema de Madero: Sufragio Efectivo No Reelección, llegaba al más importante y práctico de sus capítulos.

Madero, al igual de sus ministros y de los adalides de su partido, concurrían a aquella escena que parecía augurar venturosos días para México. La gente se aprestaba a depositar su voto en las urnas electorales, no a manera de escena novedosa, sino con la mente de la responsabilidad patriótica.

El acontecimiento tenía semejanza a una sinfonía política en la cual no podían darse notas discordantes. La voz de Benito Juárez; el pensamiento de Benito Juárez: El respeto al derecho ajeno es la paz, era el santo y seña de esos días de entusiasmo electoral. Por fin, se decía, llegaba la hora en que el pueblo eligiera a los legisladores. Mayor bonanza humana y política no podía exigirse al país. El suceso, por otra parte, realzaba la figura y las ideas de Madero. La Revolución cumplía sus ofrecimientos, por lo cual, aun los candidatos más antagónicos a la Revolución no se atrevieron, durante la campaña electoral, a expresar sentimientos contrarios al maderismo, aunque en verdad fuesen antimaderistas. Teníase así todo aquello, como una glorificación de las libertades públicas; como una probación del engaño político dentro del cual había vivido la República durante los Treinta Años.

A la composición, pues, del Congreso de la Unión concurrieron todos los ciudadanos, que, ya correspondientes al despertar cívico, ya miembros del partido derrotado, ya ajenos a todas las contiendas anteriores, ya ilusionados con el porvenir político de la nación, creía en la organización y respeto de un verdadero cuerpo de legisladores.

Tuvieron asiento en el Senado el ex presidente León De la Barra, así como escritores, catedráticos e individuos adinerados de la época porfirista. Lograron escaños en la cámara de diputados, a veces como resultado de verdaderas contiendas electorales, hombres importantes del pasado; individuos desconocidos en aquel presente; pero dispuestos ambos a iniciar una nueva era política.

Así, la vigésima sexta legislatura nacional, era la primera electa sin la intervención del Gobierno. Ni la mano del Presidente, ni del ministro de Gobernación, ni de los gobernadores apareció señalando a los grupos o individuos favoritos para la elección.

Sin embargo, al iniciarse el 1° de septiembre, los trabajos formales de la nueva asamblea, pudo advertirse que en el seno de la cámara de Diputados existían dos corrientes adversas. Una, la del grupo Renovador inspirada por el maderismo y la Revolución. Otra, la de aquellos diputados que, aparentemente de criterio independiente y resueltos a sólo medir los problemas patrios, llegaban al Congreso aprovechándose de las libertades instauradas por la Revolución, para combatir a la Revolución y al maderismo.

Esto último, no movía a preocupación formal alguna. Estaba prevista la necesidad de una oposición que siguiera los vientos de una libertad borrascosa. Y en la realidad, sucedió lo previsto; porque apenas iniciados los trabajos legislativos, los opositores, sin ocultar sus designios, empezaron por utilizar la tribuna de la cámara no sólo para atacar a los gobernantes de la Revolución, antes bien para alentar cualquiera intentona subversiva.

Pero no era esto último, el único problema que se presentaba a la vista de Madero y del partido maderista. Lo grave consistía en que dentro de los partidarios de Madero surgía la primera deserción formal, acaudillada en el Congreso por el diputado Querido Moheno.

Una batalla política, pues, no estaba muy distante como tampoco el país se hallaba lejos de considerar que los diputados y senadores oposicionistas iban a convertirse en el primer instrumento de la subversión.

Electos constitucionalmente, tanto la cámara de diputados como el Senado se convertirían en el foco de la anticonstitucionalidad, y con esto, de la Contrarrevolución. Tal era el destino de México y era necesario aceptarlo, aunque tratando de enmendarlo como lo pretendió el presidente Madero hasta el último de sus días.
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