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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO PRIMERO
CAPÍTULO 8 - LA ANTICONSTITUCIÓN
LA XXVI LEGISLATURA
Aunque sin un partido político contrario, con la fuerza necesaria y considerada para disputarle el poder público y nacional que había ganado, primero por medio de las armas; después, como consecuencia de una de las más altas y
voluntarias expresiones populares, el maderismo, al entrar el segundo semestre de 1912, estaba cierto de que la juventud porfirista, asociada a los viejos amigos del general Díaz, esperaba una oportunidad, una sola oportunidad, para intentar rescatar el gobierno de la República del que se creía heredero; porque, en la realidad, para llegado ese caso, la había querido preparar don
Porfirio.
Esa juventud, no estaba —por lo menos en la apariencia-
organizada ni poseía caudillos visibles. Esto no obstante, no engañaba a las autoridades de la República ni a sus apetitos vivía ajeno el presidente Madero; y si éste no hacía espiar todos los movimientos de tal gente, no por ello descuidaba la importancia de esa juventud que sin mucho recato hablaba mal del Gobierno o se dedicaba a la conspiración. Ahora bien: si Madero no se servía de la persecución o de la represalia, para tener a los jóvenes conspiradores o desafectos a raya, no era por debilidad ni por descuido, sino por considerar las inconveniencias de proceder a manera de que el país se
sintiera bajo los efectos que siempre producen los estados de alarma. Además, el Presidente temía que cualquier acto persecutorio diese lugar a los abusos que generalmente comete la policía cuando los gobernantes quieren acudir o acuden al terrorismo de Estado.
Por otro lado, los rumores de que los viejos y jóvenes
porfiristas o admiradores del gobierno de mano dura andaban en los primeros pasos a fin de preparar un golpe de Estado, no sólo eran del dominio oficial y popular, antes también de diplomáticos extranjeros que, como el embajador de Estados Unidos, se mostraban osados al hacer comentario y juicio sobre la situación política y militar del país.
Y tanta era la intrusión que los diplomáticos extranjeros
acreditados ante el gobierno de México pretendían en los negocios mexicanos, que el embajador noramericano Henry Lane Wilson, con audacia insólita y abusando de todos los derechos que las reglas diplomáticas conceden a los
plenipotenciarios, pretendió que el ministro de Relaciones Exteriores Pedro Lascurain, quien sustituía a Manuel Calero nombrado embajador en Wáshington, le dijera si el gobierno de México estaba o no en condiciones de dominar la situación del país o de lo contrario admitiera que era incapaz de hacerlo.
A ese ambiente pesimista y contrario a los intereses,
tranquilidad y estabilidad del gobierno y de la sociedad, contribuía, como ya se ha dicho, la pronta descomposición política observada en el seno del Congreso de la Unión; pues apenas instalada la XXVI Legislatura nacional y organizado que fue un agrupamiento parlamentario llamado Liberal Renovador, constituido por diputados maderistas, empezó, de un lado, la desorientación de los partidarios de Madero; de otro lado, la aglutinación de todos los descontentos capitaneados por el bando porfirista quienes, si no se atrevían a tomar el nombre, de
porfiristas, no por ello dejaban de poner como ejemplo las ventajas de una paz acreditada y ennoblecida por don Porfirio Díaz.
Las elecciones nacionales de diputados y senadores al
Congreso de la Unión, se efectuaron pacífica y libremente el 30 de junio (1912). El suceso sería indeleble, no sólo porque el maderismo se presentaba unido a pesar de las disensiones internas provocadas por los Vázquez Gómez, sino debido al ejercicio público que realizó el pueblo de México mediante el
Sufragio Universal. La prueba, si era la segunda después de la elección de Madero, tenía todos los visos de ser la definitiva. Después de tales comicios, ya nadie podría negar que los ciudadanos mexicanos estaban aptos para hacer cumplir con la Democracia electoral.
No era todo lo que anunciaba la elección de junio. Anunciaba, asimismo, el surgimiento de una nueva pléyade política. Unos meses habían bastado, en efecto, para que en cada distrito electoral se presentaran los más numerosos a par de disímbolos candidatos. El país no estaba acostumbrado a ver tal espectáculo. Individuos que anteriormente ni siquiera tenían
inclinaciones hacia los empleos administrativos del régimen porfirista, ahora eran candidatos a la cámara de diputados y al senado. Hombres contrarios a Madero y al maderismo, de un momento a otro se convirtieron a la democracia. Y todos estos sujetos, correspondían a bandos organizados inesperada y
súbitamente.
Fuera del maderismo no existía partido alguno. Los grupos
electorales eran obra de las circunstancias, de las ambiciones y de las decisiones momentáneas. Así, porfiristas y católicos; revolucionarios y reaccionarios, se presentaban a los comicios haciendo omisión de sus ideologías. Los ciudadanos iban a disputarse los sufragios y no las posiciones políticas o administrativas. La libertad llenaba todos los ámbitos. No existían prohibiciones ni limitaciones a los contendientes del civismo. La
más sana e ingenua de las alegrías políticas y electorales animaba a la República. El lema de Madero: Sufragio Efectivo No Reelección, llegaba al más importante y práctico de sus capítulos.
Madero, al igual de sus ministros y de los adalides de su
partido, concurrían a aquella escena que parecía augurar venturosos días para México. La gente se aprestaba a depositar su voto en las urnas electorales, no a manera de escena novedosa, sino con la mente de la responsabilidad patriótica.
El acontecimiento tenía semejanza a una sinfonía política
en la cual no podían darse notas discordantes. La voz de Benito Juárez; el pensamiento de Benito Juárez: El respeto al derecho ajeno es la paz, era el santo y seña de esos días de entusiasmo electoral. Por fin, se decía, llegaba la hora en que el pueblo eligiera a los legisladores. Mayor bonanza humana y política no podía exigirse al país. El suceso, por otra parte, realzaba la figura y las ideas de Madero. La Revolución cumplía sus
ofrecimientos, por lo cual, aun los candidatos más antagónicos a
la Revolución no se atrevieron, durante la campaña electoral, a
expresar sentimientos contrarios al maderismo, aunque en
verdad fuesen antimaderistas. Teníase así todo aquello, como
una glorificación de las libertades públicas; como una probación
del engaño político dentro del cual había vivido la República
durante los Treinta Años.
A la composición, pues, del Congreso de la Unión concurrieron
todos los ciudadanos, que, ya correspondientes al despertar
cívico, ya miembros del partido derrotado, ya ajenos a todas las
contiendas anteriores, ya ilusionados con el porvenir político de
la nación, creía en la organización y respeto de un verdadero
cuerpo de legisladores.
Tuvieron asiento en el Senado el ex presidente León De la
Barra, así como escritores, catedráticos e individuos adinerados
de la época porfirista. Lograron escaños en la cámara de
diputados, a veces como resultado de verdaderas contiendas
electorales, hombres importantes del pasado; individuos
desconocidos en aquel presente; pero dispuestos ambos a iniciar
una nueva era política.
Así, la vigésima sexta legislatura nacional, era la primera
electa sin la intervención del Gobierno. Ni la mano del Presidente,
ni del ministro de Gobernación, ni de los gobernadores apareció
señalando a los grupos o individuos favoritos para la elección.
Sin embargo, al iniciarse el 1° de septiembre, los trabajos
formales de la nueva asamblea, pudo advertirse que en el seno de la cámara de Diputados existían dos corrientes adversas. Una, la del grupo Renovador inspirada por el maderismo y la
Revolución. Otra, la de aquellos diputados que, aparentemente
de criterio independiente y resueltos a sólo medir los problemas
patrios, llegaban al Congreso aprovechándose de las libertades instauradas por la Revolución, para combatir a la Revolución y al maderismo.
Esto último, no movía a preocupación formal alguna.
Estaba prevista la necesidad de una oposición que siguiera los
vientos de una libertad borrascosa. Y en la realidad, sucedió lo
previsto; porque apenas iniciados los trabajos legislativos, los
opositores, sin ocultar sus designios, empezaron por utilizar la
tribuna de la cámara no sólo para atacar a los gobernantes de la
Revolución, antes bien para alentar cualquiera intentona
subversiva.
Pero no era esto último, el único problema que se
presentaba a la vista de Madero y del partido maderista. Lo
grave consistía en que dentro de los partidarios de Madero
surgía la primera deserción formal, acaudillada en el Congreso
por el diputado Querido Moheno.
Una batalla política, pues, no estaba muy distante como
tampoco el país se hallaba lejos de considerar que los diputados
y senadores oposicionistas iban a convertirse en el primer instrumento
de la subversión.
Electos constitucionalmente, tanto la cámara de diputados
como el Senado se convertirían en el foco de la anticonstitucionalidad,
y con esto, de la Contrarrevolución. Tal era el
destino de México y era necesario aceptarlo, aunque tratando de
enmendarlo como lo pretendió el presidente Madero hasta el
último de sus días.
Presentación de Omar Cortés Capítulo séptimo. Apartado 9 - La democracia activa Capítulo octavo. Apartado 2 - La sublevación de Félix Díaz
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