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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 8 - LA ANTICONSTITUCIÓN

BALANCE DEL GOBIERNO MADERISTA




Al entrar el año de 1913, un balance a la obra administrativa del gobierno de Madero daba un resultado favorable al oficialismo. El manejo de los presupuestos había sido objeto de los más escrupulosos sistemas. Frente a una oposición vigorosa y agresiva, cualquiera malversación de fondos, de exacción fiscal, de aprovechamiento personal no queda en el silencio. Los oposicionistas, al efecto, buscaban los más pequeños y accesorios errores oficiales, para utilizarlos en el debilitamiento que ansiosamente procuraban para la personalidad de Madero y de los adalides del maderismo.

Los contratos de obras públicas, las partidas del presupuesto, los gastos de oficio y secretos antes de ser aplicados fueron presentados, para su examen y discusión a la cámara de Diputados. De los negocios de orden administrativo nada permaneció oculto. La modestia de los ministros y altos funcionarios de la Federación, sin que por ello mermaran su jerarquía, constituyó el espejo de una verdadera democracia.

Las precisiones administrativas no sólo eran continuación de las precesiones establecidas por el régimen porfirista, sino que ahora se unían a la supresión del boato oficial. El nuevo gobierno respetó en sus cargos a los empleados honorables del porfirismo, y entregó las funciones de responsabilidad a líderes maderistas de capacidad y honradez.

Con esto, el país no sufrió los males administrativos a los que con facilidad se llega cuando hay cambios de gobierno; y esa intachable obra administrativa de Madero sirvió de asiento y guía no sólo para la formación de una pléyade de nuevos oficinistas, antes bien a fin de fijar las normas del desinterés en el alma de los empleados públicos.

Entre las grandes preocupaciones hacendarías del gobierno no quedó incluida la consolidación de la reserva de oro. Esta, hemos de repetir, que durante el último año del régimen porfirista ascendió a sesenta millones de pesos oro, era en diciembre de 1912, de cuarenta y dos millones de pesos, considerando la merma —explicó el Gobierno— por los gastos de guerra, así como la adquisición de armas y municiones para mejorar el poder de fuego del ejército.

Respecto al orden económico, si no era de oropeles y bonanzas, sí mejoró sustanciosamente. La industria petrolera aumentó su producción desde la paz de mayo (1911) al final de diciembre (1912) en un dieciocho por ciento. El desarrollo de los cultivos de algodón, iniciado formalmente en 1910, ascendió, conforme a los informes de enero de 1913, un treinta por ciento, al tiempo de que el algodón mexicano en rama, entraba al mercado mundial con un precio promedio de diecisiete centavos de dólar por libra.

Los cultivos agrícolas en el valle de Mexicali, comenzados por laboriosos trabajadores chinos —y a manera de adelanto a los futuros progresos y transformaciones que tendría la vida rural mexicana— señaló una producción anual (1912) de doce millones de pesos; ahora que el suceso no constituía, dentro de ese período que recorremos, un signo de riqueza nacional en el campo; porque mientras tal era lo que ocurría en el norte de Baja California, en cambio, la guerra o la sequía causaban pobreza y hambre en los estados de Aguascalientes y Oaxaca, de Hidalgo y Zacatecas. En Aguascalientes, la falta de cultivos agrícolas ocasionó un aumento hasta de once por ciento en el precio de los alimentos. El mercado de la ciudad de México escuchaba las primeras quejas de los consumidores por la escasez de comestibles. Además, en la metrópoli y en los talleres de los ferrocarriles en Aguascalientes, los trabajadores pedían nuevos aumentos de sueldos.

Ahora bien: no tanto para aliviar esas situaciones que parecían más fortuitas que consecuencias de un cambio de cosas, la secretaría de Fomento dio órdenes para que la Caja de Préstamos abreviara los trámites a fin de poner a disposición de los agricultores el nuevo sistema de crédito rural con el refinanciamiento de doscientos millones de pesos.

Mas no en todos los renglones de la vida nacional el saldo de la balanza era favorable al Gobierno. En el orden político, si en Yucatán no faltaron dislates y maniobras para entorpecer la efectividad del sufragio en ocasión a las eleccionés para gobernador, en Oaxaca, el Gobierno mantuvo una excepcional neutralidad a pesar de que el gobernador elegido Miguel Bolaños Cacho, no sólo pertenecía a la estirpe porfirista, sino que pública y abiertamente se había manifestado enemigo de Madero y de la Revolución y figuraba entre los conspiradores contra la paz y la Constitución.

Esta tolerancia, que de un lado perjudicaba la unidad de los revolucionarios y de otro lado daba vuelos a los osados trabajos de desquite que llevaban a cabo los porfiristas, se aplicaba por igual a los problemas de orden social. De esta manera, el Gobierno tuvo que tolerar el dictamen de la Suprema Corte de Justicia amparando al rico terrateniente español Iñigo Noriega, a quien se habían expropiado doscientas hectáreas a fin de aparcelarlas y entregarlas a los labriegos. Asimismo, hubo de llevar con paciencia el disimulo de las autoridades judiciales amparando al doctor Aureliano Urrutia contra los habitantes del pueblo de Astahuacán, quienes reclamaban la devolución de las tierras de que les había despojado el propio Urrutia. Fue necesario también hacer omisión de las quejas, justificadas en todos sus aspectos, de los peones que trabajan en las monterías de Chiapas.

Todavía no estaba el gobierno de Madero, después de un año de vida, en condiciones de hacer frente a todos esos problemas. La Revolución era un fenómeno que no podía hincarse en tan breve plazo. Los hombres, los tiempos, los medios no poseían ni la elasticidad preliminar ni la decisión final que se requieren para confrontar y realizar los grandes progresos que siempre, y con razón, esperan los pueblos, en seguida de un acontecimiento revolucionario. Todavía, los medios, los tiempos y los hombres del pasado tenían en sus manos, si no el poder político, sí el poder social. No con facilidad iban a deshacerse los instrumentos de los Treinta Años. La mentalidad dominante del metropolitano estaba en vigor. La soberanía y el engreimiento del pretérito, la caracterizó en aquellos días el acaudalado joven Salvador Creel, al golpear, públicamente, en la calle Plateros de la ciudad de México a un gendarme, por el gusto y superioridad de la vieja clase selecta mexicana.

Si no más tolerante que en el orden social, sí más discreto en lo que respecta a los asuntos militares, fue el gobierno de Madero. La autoridad del Presidente no tuvo blanduras ni disimulos en las filas del ejército. Tampoco le faltó espíritu de iniciativa y de organización. Ya se ha dicho que el ejército carecía de armamento moderno, de servicios convenientes y de soldados voluntarios, y esto, y sólo esto entorpecía los movimientos de tropa necesarios para exterminar a los grupos alzados.

Para remediar los males que afligían al ejército. Madero aumentó los haberes a oficiales y soldados, compró armas en el extranjero, reorganizó los cuerpos rurales y estableció un nuevo sistema de reclutamiento. Por otra parte, entre los meses de agosto y diciembre de 1912, comenzó a sustituir los viejos comandantes de cuerpos y zonas militares, entregando los mandos a generales y jefes que le merecían confianza. A las primeras sospechas de franca enemistad hacia el gobierno. Madero retiró del mando al coronel Manuel Rubio Navarrete, mandó procesar al general Reynaldo Díaz, destituyó al general Juvencio Robles, ordenó que anulasen las comisiones en el extranjero a siete de los generales porfiristas más amenazantes, y entregó el mando de la fuerzas en Morelos (2 de agosto), como ya se ha dicho, al general Angeles.

Los sucesos de Veracruz habían vuelto al Presidente más cauteloso y medido; y si éste no externaba sus preocupaciones se debía a que de acuerdo con los planes de la secretaría de Guerra, para el final de 1913, el ejército estaría expurgado y además debidamente armado y pertrechado.

El proyectado plazo, sin embargo, era muy dilatado para los acontecimientos que se precipitaban. Eralo, también para que los oficiales en los cuarteles de la ciudad de México pudieran resistir las tentaciones de una sublevación ventajosa para sus fines personales, que les ofrecía la perspectiva de un golpe de Estado.
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