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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO SEGUNDO
CAPÍTULO 11 - LA ANTIAUTORIDAD
HUERTA Y LOS ESTADOS UNIDOS
Creyendo que el poder exterior de Estados Unidos radicaba en las manos del embajador Wilson, Huerta confiaba en la actitud partidista del plenipotenciario noramericano, de manera que la suerte del huertismo estuvo, en el parecer de los diplomáticos de Huerta, en el hacer y deshacer de Lane Wilson.
El error, sin embargo, era grave. El diplomático no sólo se
hallaba en México bajo las censuras y acusaciones del maderismo y del Constitucionalismo sino que también estaba en el entredicho del nuevo (4 de marzo, 1913) presidente de
Estados Unidos. Este y su secretario de Estado, William Jennings Bryan, iniciaban un programa democrático en lo que respecta a las relaciones con los países que llamaban Latinoamericanos. El Gobierno de Estados Unidos iba, pues, a hacer ensayos en su política exterior, olvidando, en su aplicación a los negocios mexicanos, que la situación de México era de violencia y guerra, y por lo mismo, la Casa Blanca estaba en peligro de hacer un ridículo, como en efecto lo hizo, dando oportunidad para que Huerta adquiriese vuelos y exteriorizaciones de caudillo antiintervencionista, antinorteamericano y por lo mismo adalid de los pueblos continentales de habla
española. El acontecimiento demostraría que los gobernantes de las grandes potencias creen que todo el mundo obra a su capacidad y semejanza.
Esto no demeritó los elevados sentimientos democráticos y buena fe de Wilson y Bryan, puesto que sólo hablaban de la pobreza e infortunio de sus tratos con los países de América Citerior; tratos que nunca pudieron mejorar, pues malo había sido el comienzo de esa política y ello impedía una enmienda a menos de minorar la autoridad de la Casa Blanca en el Continente.
De no haber comenzado en su política hacia México con tal
desatino, Wilson y Bryan ganan un lugar excepcional en el camino del entendimiento de Estados Unidos y los pueblos al sur de éstos, ya que ambos políticos estaban iluminados por venturosas y probadas ideas de libertad y justicia.
Mayor evidencia de los elevados principios que guiaban el
pensamiento de Woodrow Wilson, no se podía hallar después de la democratización llevada a cabo por el propio Wilson en la universidad de Princeton, durante el rectorado wilsoniano, siempre memorable. Wilson, al efecto, censuró la tendencia universitaria encaminada hacia la glorificación del dinero, advirtiendo cuán amenazante para la vida democrática de su patria era tal idea, que podía ser capaz de conducir a Estados Unidos hacia una plutocracia.
A este enunciado wilsoniano se agregaba el ideario liberal de
Bryan, quien durante su campaña presidencial fue paladín del antiimperialismo.
Tan hincados estaban en Bryan los principios de respeto a
las libertades democráticas, que rechazó siempre, y a veces con indignación, las indicaciones del embajador Lane Wilson y de otras personas, proponiendo que Estados Unidos se apresuraran a reconocer al general Huerta; después, para que el gobierno norteamericano interviniera militarmente en México
Bryan no sólo desechó los proyectos del embajador, e hizo
que éste renunciara a su empleo, sino que contradijo a los poderosos intereses económicos y financieros de Estados Unidos hacia una acción favorable a la autoridad de Huerta. Y, en efecto, cuando los representantes de tales intereses expresaron su formal creencia de que México requería un gobierno de mano dura, y que ese gobierno era el de Huerta, el secretario de Estado observó que si el general Porfirio Díaz, con todo su poder y experiencia había sido impotente para detener el movimiento popular iniciado y dirigido por Madero, el general Huerta, sin las cualidades ni el crédito del viejo general Díaz, sería todavía más impotente para establecer el entendimiento
entre el Estado y el pueblo de México.
Fue ésta, la única y certera consideración de los gobernantes
norteamericanos acerca de Huerta y su política; ahora que no por sus errores primeros, el gobierno de Wáshington dejaría de animar todos los esfuerzos que realizaban en México y fuera de México los constitucionalistas. Para Wilson y Bryan, la sola palabra de Constitucionalismo, era un atractivo de mucha consideración; y un atractivo con bien cimentadas bases, puesto que hacía concebir la esperanza de que en México se realizarían
las prácticas democráticas que el Presidente y el secretario de Estado deseaban para su propia patria.
Por otra parte, si es verdad que muchos y poderosos eran los
intereses noramericanos que trabajaban cerca de la Casa Blanca en favor de Huerta, también era cierto que la popularidad que Madero y la Revolución ganaron entre las grandes masas del pueblo de Estados Unidos, ahora servía para que los norteamericanos hicieran pública su enemistad hacia Huerta y pidieran a su Gobierno que ayudara a la causa constitucionalista.
De esta manera, la que empezó siendo una política personal
de Wilson conocida como la del Caso México, se convirtió en
política popular norteamericana. Las actitudes de Wilson y Bryan negando el reconocimiento de Huerta pasaron a ser secundarias frente al poder e influjo que representaban las masas populares norteamericanas. La Casa Blanca, pues, dejaba de hallarse entre la espada y la pared. Su definición antihuertista, no solo en virtud de los sentimientos personales del Presidente, sino como consecuencia del apoyo popular, empezó a ser clara e invariable a partir del mes de agosto (1913), es decir, después de seis meses
de los trágicos sucesos de Febrero.
Gracias, pues, al influjo popular y a la decisión de la Casa Blanca, todo hacia creer que un México democrático y un
Estados Unidos democrático habían entrado a una nueva era de comprensión y buena voluntad, y que con lo mismo quedaba desterrado, para siempre, el uso de las armas entre los dos países vecinos.
No fue así; pues de haberse forjado en esos días una
doctrina de estimación y respeto entre los dos pueblos; ¡cuánto resplandecerían los nombres de gobernantes tan significados como Wilson y Bryan, y cuántos bienes multilaterales habrían dejado a la posteridad!
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