Presentación de Omar CortésCapítulo undécimo. Apartado 2 - El alma de la venganzaCapítulo undécimo. Apartado 4 - La autotitulación de Huerta Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO SEGUNDO



CAPÍTULO 11 - LA ANTIAUTORIDAD

LA CONTINUIDAD CONSTITUCIONAL




Hechas las renuncias de Madero y Pino Suárez a fuerza de armas; asesinados el Presidente y Vicepresidente y tomado violentamente el poder político de México por el general Victoriano Huerta, éste, de acuerdo con sus consejeros civiles, procuró dar a su hazaña todos los visos, pero sólo los visos, de una nueva constitucionalidad.

Al efecto, desaparecidos los dos gobernantes principales; atemorizado y nulificado dentro de su pequeñez política el poder de la Suprema Corte de Justicia; suprimida de una plumada la vicepresidencia de la República y entregada la secretaría de Relaciones a un hombre innocuo, todas las bases para que pudiese ser levantada la bandera de la legalidad estaban destruidas. Los huertistas se consideraban seguros de que la paz nacional no sería amenazada por el espíritu juarista. No existía, pues, punto de partida, para que emergiera un Benito Juárez del siglo XX. Los jurisconsultos y leguleyos de la subversión estaban orgullosos de su tarea y el cielo parecía iluminado para que ellos, los jóvenes del porfirismo, disfrutaran de los gajes que, no tanto por su edad, cuanto por la desconfianza que les había tenido el general Porfirio Díaz, no les concediera éste. Por algo, aquella pléyade del trasporfirismo ensalzaba a Huerta y le daba títulos de tanta o más dignidad de los que se otorgaron al viejo general Díaz.

Olvidaron, sin embargo, los talentos e inspiradores del huertismo, que cualquier ciudadano mexicano, de acuerdo con los preceptos de la Carta Magna, podía reclamar y realizar la continuidad constitucional, probado que fuese, cómo y cuándo la Ley de la República había sido violada y desde cuándo y cómo los mexicanos no poseían los goces a los cuales daba crédito la Ley. Y este olvido se debió, principalmente, al hecho de que se seguía creyendo, que no existían aptitudes civiles y políticas en México capaces de dar cuerpo y talento a un nuevo caudillo nacional. Para aquellos hombres, desacostumbrados a pensar en los verdaderos conflictos patrios, parecía como si después del general Porfirio Díaz la tierra, la gente y las ideas de México estuviesen desfloradas.

Sin embargo, como ya se ha dicho, si Madero no poseyó el suficiente material humano para sustituir, en seguida de la paz firmada en Ciudad Juárez, a los hombres del porfirismo en todos los empleos y funciones centrales, ya de carácter administrativo, ya de ejercicio militar, ya de orden político, y por lo mismo tuvo que mantener a su lado, no por creer en su lealtad, sino en su eficiencia, a hombres del gobierno caído, para realizar la trasformación que exigía moralmente una Revolución, sí pudo llevar la insignia manifiesta de sus promesas renovadas a los gobiernos de los estados. Y esto, sin representaciones de fuerza ni violaciones a los preceptos electorales; porque si en algunos estados, el partido maderista cometió irregularidades en los comicios durante el año de 1912, ello no obedeció a un plan preconcebido por el presidente Madero, sino a hechos casuales, originados en novatadas políticas.

De esta manera, es posible establecer que la mayor parte de los gobernadores fueron elegidos libremente en 1912, y que tal elección favoreció a los candidatos del partido maderista. El acontecimiento advirtió a quienes conocían la realidad de la política nacional, que el poder político de la ciudad de México había pasado a ser una mera ficción y que, por lo tanto, la promoción rústica, hecha para cambiar la faz de una discriminada población y constituir la estabilidad rural mexicana, rendía satisfacción y efectividad.

Por todo eso, si Huerta y el huertismo borraron con sangre la era constitucional, de forma que aparentemente quedaba exterminada la herencia de los verdaderos abanderados de la Constitución y la Revolución, no por ello liquidaron el fondo de la constitucionalidad erguida por Madero y seguida por el pueblo rural.

No podrá decirse, puesto que no hay documento en apoyo de la aseveración, que el pueblo de México sabía qué era la constitucionalidad. La Constitución, en los días que estudiamos, no era más que un elegante aparato que servía a la geografía política, pero de ninguna manera a la vida y sustancias del pueblo mexicano; pero sustituía al vocablo de constitucionalidad, la voz de legalidad. El pueblo más pobre y abandonado de México correspondía a la lucha por la legalidad, puesto que intuitivamente trataba de hacer de lo legal, el meollo de su propiedad, de su trabajo, de su producción y de su vida general.

Afirmar, pues, que la autoridad de Huerta era ilegal y que por lo tanto era necesario luchar por la legalidad, si no tan conmovedor como los vocablos de Libertad y Democracia, sí poseía el suficiente valimiento para mover el alma de la gente más rústica y paupérrima del país.

Mas no bastaba el concepto, ora jurídico, ora popular de lo legal para detraer y derrotar a Huerta y al huertismo. Lo que en aquellos días se requería era un caudillo; y como no solamente uno, antes bien, varios eran los que Madero tenía en formación dentro de los gobiernos de los estados, fue en éstos donde se incubó, una vez más, la idea juarista de la constitucionalidad; la idea rural de la legalidad. Juárez llevando a la mano el texto y cumplimiento de la Constitución, y yendo con tan preciado Libro al norte y al sur, al oriente y al poniente de la República, era la escuela trascendental y vigente: el ejemplo vivo que se quería imitar como prolongación de una victoria que dictó las formas de nacionalidad a la patria mexicana.

Así, la imagen y pensamiento de Juárez tocando al corazón de la clase selecta de la Revolución, unidas a la idea y acción de la violencia y venganza que se anidaban en el alma del pueblo rural, resolvieron el cómo hacer lo que la República consideraba deber y derecho por hacer.

Un paso más, bien para dar altura a un caudillo de la Constitución, bien para fortalecer el espíritu de la Revolución dentro de las masas populares, bastaría para desenvolver un estado de cosas que nunca previeron los líderes de la cuartelada ni los directores de la Contrarrevolución.

El tema de la legalidad, hecho Constitucionalismo en manifestaciones de élite revolucionaria: gobierno constitucional; ejército constitucionalista; castigo de la Constitución, daría a México una época más redundante que la del porfirismo; más concluyente que la del propio Benito Juárez, puesto que el calor de la legalidad llegó, en esta ocasión, a la mayor profundidad de la intuición popular, cuya fue la mentalidad que sufrió grandes transformaciones al contacto de una legalidad positiva que los tiempos y los hombres llamaron justicia social.
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