Presentación de Omar CortésCapítulo duodécimo. Apartado 12 - Los triunfos de VillaCapítulo duodécimo. Apartado 14 - La guerra de guerrillas Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO SEGUNDO



CAPÍTULO 12 - SOBRE LAS ARMAS

LA GUERRA EN EL ORIENTE




Mientras que el Primer Jefe, Venustiano Carranza, caminaba hacia el este de México, el coronel Lucio Blanco, comisionado, como ya se ha dicho, por el propio Carranza, marchaba hacia el oriente de Coahuila con instrucciones de llevar la guerra al estado de Tamaulipas; pero con la idea principal de conquistar la zona petrolera, que como región nacional empezaba a adquirir nombre en todo el mundo por el acrecentamiento de su producción de aceite.

Blanco iba al frente de doscientos hombres montados y equipados para una marcha de treinta días; y llevaba como lugartenientes a los jefes revolucionarios Cesáreo Castro, Francisco J. Múgica y Daniel Ríos Zertuche.

Este movimiento a lo largo de línea fronteriza, si no detenido por las tropas federales, sí encontró grandes obstáculos debido a la escasez de abastecimientos de boca; y la imposibilidad de amenazar a los huertistas en la zona petrolera, dado que éstos estaban atrincherados y los revolucionarios podían quedar en el aislamiento, Blanco, con sentido práctico resolvió apartarse de las instrucciones recibidas de Carranza, para marchar, atacar y tomar una plaza fronteriza que le sirviese de apoyo y entrada a los pertrechos de guerra que pudiera comprar en Estados Unidos. Además, esto mismo, con el objeto de proteger la retaguardia de sus cortas fuerzas.

Para el caso de este nuevo dispositivo de guerra, Blanco se dirigió sin titubeos hacia Matamoros; y como los huertistas desconocían la importancia del punto que guarnecían, fue fácil a los revolucionarios, después de un asalto inesperado, tomar la población; y seguidamente mandó Blanco la confiscación del ganado vacuno y caballar de las haciendas cercanas; y sin más trámite, vendió el primero; se hizo de fondos; llamó a los comerciantes noteamericanos; trató con ellos, e hizo un pedido importante de armas y municiones, con lo cual pronto vio embarnecerse sus poderes de guerra.

Mas como la función del dinero, sobre todo tratándose de dólares, era muy amplia y garantizada, el coronel Blanco alcanzó tanta autoridad que cuando llegó a reunírsele en Matamoros el general revolucionario Jesús Agustín Castro, a pesar de que éste tenía más antigüedad y crédito que el propio Blanco se vio compelido a aceptar la jefatura del coronel.

Castro, comandante del veintiún cuerpo rural, hallándose en Tlalnepantla (estado de México) desconoció la autoridad de Huerta, y haciendo una travesía hazañosa y memorable, desde tal población hasta el norte de la República, entró felizmente al estado de Tamaulipas en busca de la columna de Blanco; pues Castro había ya reconocido la autoridad de Carranza. Sin embargo, dentro de la plaza y luego de percatarse de la suficiencia de Blanco, en vez de aceptar la subordinación definitiva optó por seguir la guerra por sí solo al frente del vigésimo primer cuerpo rural; aunque sin separarse del Constitucionalismo.

Ya en este tren, Castro hizo su propio plan de campaña, y otorgó ascensos militares a Blas Corral, Juan Jiménez Méndez, Miguel Navarrete, F. Viramontes y Macario Hernández. Después pidió a Blanco que le cediera la aduana de Camargo, para abastecerse directamente de los pertrechos que necesitaba, no sin dar a Blanco la seguridad de que su mira militar no era de ninguna manera disputarle los puntos fronterizos sino reunir el material bélico necesario a fin de operar en el centro del país; pero como Blanco no accedió a la petición ni Castro desistió de sus propósitos, a éste no le faltaron fuerza y decisión para recorrer haciendas, reunir ganado y exportarlo a Estados Unidos. De esta suerte, pudo armar y municionar a sus soldados, que en número ascendían a poco más de cuatrocientos.

Hecho todo esto, y reconocido que fue por sus oficiales como el general en jefe de la pequeña columna expedicionaria, Castro marchó a ponerse bajo la bandera del general revolucionario Pablo González, a quien Carranza había nombrado Jefe del Cuerpo de ejército del Noroeste; y esto, no tanto por sus fuerzas ni por los triunfos, sino a manera de justificar la existencia del Ejército Constitucionalista.

Con todo esto, el general González, quien después de su primera campaña en Coahuila había logrado reunir a las partidas armadas que acaudillaban los generales Antonio I. Villarreal, Luis Caballero, Francisco Murguía y Teodoro Elizondo, resolvió movilizarse hacia el estado de Tamaulipas haciendo omisión de la columna del coronel Blanco quien quedó, como se ha dicho, en el ángulo nororiental de México que es Matamoros.

Reunido, pues, con numeroso núcleo de gente armada que se hizo ascender, aunque sin comprobación, a cinco mil hombres, el general González marchó hacia Ciudad Victoria, plaza que tomó sin grandes esfuerzos el 18 de noviembre (1913); y en seguida, sin perder tiempo, continuó avanzando hacia el sur, tras de las huestes desorganizadas que mandaba el general huertista Manuel Rubio Navarrete.

Pablo González era hombre de muchas y excelentes aptitudes guerreras y políticas. Faltábale, sin embargo, la iniciativa y la osadía. De aquí, el aspecto exterior que presentaba de un carácter apocado, que hacía creer en incapacidades que no tenía; ahora que no dejaba de exhibir una capa artificiosa de vanidad que tampoco estaba dentro de su ser, pues era individuo sensato, ajeno a los verbalismos, muy amante de la verdad, franco y sencillo en su trato. Por otro lado, sabía estimular a sus amigos y subordinados, virtud que le sirvió para atraer a su partido a numerosos jóvenes de las clases pobres, pero sobresalientes del norte de México, y despertar en ellos las más grandes y justas ambiciones; sobre todo ambiciones de mando político.

González, siendo comandante de irregulares de Coahuila, tenía en marzo de 1913 no más de cuarenta soldados; pero mandado por Carranza a la conquista de Nuevo León, con señalada pertinencia y gran sentido de organizador, fue moviéndose lentamente de pueblo a pueblo, instruyendo a su gente, reuniendo abastecimientos y haciendo su plan de campaña, con lo cual ganó, debido a sus propios esfuerzos, prestigio de general con la cabeza bien puesta.

Gracias al buen entendimiento que concedía a quienes se acercaban a él, González logró reunir a las pequeñas y grandes partidas insurrectas que operaban en Nuevo León y Coahuila, y ya con éstas hizo un ataque formal a Monterrey; mas como sus tropas eran de bisoños en la guerra y no poseían un armamento adecuado, hubo de ver frustrado tal ataque, aunque causó fuertes pérdidas al enemigo, inutilizando los principales trenes huertistas, destruyendo atrincheramientos y arrebatando a los defensores de la plaza una buena cantidad de armas.

Sin desanimarse por la fracasada aventura, González tomó el camino de Ciudad Victoria y luego de ocupar, como se ha dicho, esta plaza mandó perseguir a las fuerzas de Rubio Navarrete mientras que él, al frente de una segunda columna, marchó a Matamoros por orden de Carranza; pues Blanco había sido llamado a Hermosillo.

En efecto, el coronel Blanco, llevado por su entusiasmo y aconsejado por su lugarteniente Francisco J. Múgica, joven audaz y de una gran capacidad imaginativa, se había proclamado jefe de las fuerzas revolucionarias en los estados de Nuevo León y Tamaulipas, desobedeciendo así la orden de Carranza, conforme a la cual se limitó a llevar la guerra al segundo de los estados mencionados.

Además, Blanco, también escuchando la voz de Múgica, procedió a repartir (29 de agosto) las tierras de las haciendas cercanas a Matamoros; y esto con gran independencia de acción, y sin prever una doctrina política o social, tan necesaria en un acto de importancia como era el de reformar el derecho de propiedad, y sin modificar una Constitución que la Revolución trataba de reivindicar.

Al llevar a cabo los repartimientos, Blanco no tenía —como tampoco estuvo dentro del pensamiento de Múgica— una idea precisa de lo que significaba tal proceder. Le guiaba, eso sí, el propósito de realizar una estrecha vinculación entre los ciudadanos armados y el pueblo neutral. Consideraba también, la manera de hacer práctica de venganza contra el huertismo y especialmente contra los ricos hacendados, a quienes se suponía en connivencia con el huertismo.

Carranza, por otra parte, sin manifestar hostilidad alguna hacia los repartimientos de tierras, al quitar el mando de Matamoros al coronel Blanco, lo hizo con el objeto de someter a éste a la disciplina militar a la cual quería obligar, por necesidades políticas y guerreras, a los jefes revolucionarios.

Pero, volviendo a la situación del general González, debe decirse, que una vez abastecido de una fuerte cantidad de bilimbiques y dólares, obtenidos éstos mediante la venta del ganado sustraído a las haciendas de Matamoros; comprado que hubo las armas necesarias para tener un ejército no menor de cinco mil hombres, y organizados éstos lo mejor posible, dentro de aquellas prisas que se daba cada jefe revolucionario para tener el mayor número de soldados y el mayor número de triunfos guerreros, resolvió marchar con todas sus fuerzas hacia la zona petrolera.

Al caso se movilizó hacia el puerto de Tampico; pero informado del poder de fuego que tenían los huertistas, que habían sido pertechados en grande, volvió a retirarse hacia el norte, para amenazar las plazas de Monterrey, Nuevo Laredo y Saltillo.
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