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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO SEGUNDO
CAPÍTULO 12 - SOBRE LAS ARMAS
EL CONGRESO Y HUERTA
Si no al general Victoriano Huerta, sí a los colaboradores de éste, mucho interesaba dar a la autoridad, ya civil, ya militar, ya jurídica del huertismo, todos los visos de gobierno legal; pues si es cierto que la XXVI Legislatura del Congreso de la Unión y la Suprema Corte de Justicia de la Nación no perdieron su carácter
de instituciones constitucionales, esto aconteció únicamente como una verdad, mas no como una realidad. En la realidad, si el Congreso y la Corte sobrevivieron al interrumpido ejercicio constitucional de Madero, se debió a que fueron sometidos por la fuerza.
Además, por lo que respecta a la Cámara de diputados, ésta se hallaba compuesta de un grupo de amilanados y desertores del maderismo, que querían seguir disfrutando del empleo con el pretexto de intentar una oposición al huertismo, a pesar de
que notoriamente el Congreso estaba bajo el poder de un régimen de cuartel, todo lo cual hacia que el cuerpo legislativo sólo fuese un aparato complementario a los intereses del huertismo.
Verdad es que el abandono de un partido, para ser parte de
otro partido no era causa para que el Congreso perdiese su validez constitucional. Los diputados y senadores pudieron mudar de color político y esto no significaba la pérdida de la constitucionalidad de la rama legislativa. Mas lo que señalaba la falta de la legalidad del cuerpo deliberante, era el sometimiento de los votos de los diputados y senadores al poder de las armas que acaudillaba Victoriano Huerta.
Del origen violento del huertismo y de la falsedad en la cual, por falta de libertades y seguridades constitucionales, existían
los poderes de la Nación, se establecía que los individuos adueñados del Gobierno nacional, no poseían los fundamentos jurídicos, morales y políticos del Estado y que por lo mismo sólo significaban una autoridad imperiosa sin más base que la fuerza y el atropello.
Esto, sin embargo, no debió producir preocupación alguna a
Huerta, cuya vida había sido siempre tan ajena a la civilidad de la República, de manera que su norma autoritaria consistía en una política de disimulo hacia quienes daban la idea de disfrutar de libertades; de violencia y amenaza hacia
quienes consideraba una amenaza para los intereses del huertismo. La política de Huerta, pues, se movía gracias a los caprichos personales del propio Huerta.
Y ese trato que llevaba sobre la población general, fue el
mismo que dio a los diputados maderistas que se apellidaban >renovadores; pues mientras tales diputados sirvieron para dar barniz de legalidad al huertismo. Huerta les toleró. Y no sólo les toleró; sino que les estimuló para que le sirvieran de supuesta
oposición y dieran fuerza de ley a proyectadas elecciones presidenciales y al empréstito que, angustiosamente, pretendía contratar el ministro de Hacienda.
Con la presencia, pues, de maderistas y ex maderistas
ni descorazonados y desilusionados, la Cámara de diputados, bajo la batuta de Querido Moheno y Nemesio García Naranjo cuya oratoria altisonante servía al juego de la política y al juego de la ambición, daba la idea de la existencia de un gobierno que
era autoridad legal y voluntaria.
Tal idea se reflejaba sobre la República, sobre todo en los
lugares dominados por el huertismo; pues sin muchas demoras, ni explicaciones políticas, ni normas constitucionales, los gobernadores maderistas habían sido derrocados y sustituidos por jefes militares; también, en pocos casos, por civiles de reconocida filiación contrarrevolucionaria, y como consecuencia
de todo eso, si no el aparato completo del régimen porfirista, sí los principales sistemas y sostenes de éste, tales como las jefaturas políticas, volvieron a estar de moda, lo cual sirvió para que el mundo popular viese con mayor horror la entronización del huertismo, y para que la gente rural se siguiese uniendo voluntaria y gozosamente al Constitucionalismo.
Mas lo que interesaba a Huerta, no era tanto la murmuración pública cuanto los designios, ya ocultos, ya francos, de los políticos; de los políticos del viejo cuño; pues tenía la idea fija que sólo esos individuos podían recompensar al país, si para esto se entregaban, como en la época porfirista, en cuerpo y alma a servir a la autoridad.
De esta manera, la vigilancia principal del huertismo, además
de la que se hacía a los simpatizadores de la Revolución, estaba enderezada sobre los diputados y senadores. Estos, desdeñados por Huerta, quien parecía convencido de los peligros de las intrigas senatoriales, se consideraron perdidos en los negocios políticos, y con mucha discreción acusaban de ingrato al general Huerta, al mismo tiempo que incitaban a los viejos maderistas
para que emprendieran la lucha contra el propio Huerta.
Difíciles de trato para Huerta eran los diputados. No los
diputados maderistas que continuaban sirviendo de puntales al huertismo, sino los que figuraban en la nómina de partidarios del propio general; porque Huerta se había percatado cómo cuatro de aquellos representantes estaban coligados, y se hacían apellidar Cuadrilátero invencible; y cuán unidos trabajaban para obligar a Huerta a que les invitase a colaborar a su lado. La idea, la sola idea de que les llamaran secretarios de Estado, era suficiente para hacerles creer que, al fin, habían alcanzado la misma categoría de los ministros del general Porfirio Díaz, puesto que en los felices años de los que disfrutó el porfirismo, como el presidente de la República era innamovible, la única y grande esperanza que tenía un político de alcanzar nombre y fama, era la de ser miembro del gabinete presidencial, lo cual equivalía a la más alta categoría en las funciones del Estado, ya que la principal, la del Presidente, era un monopolio inalineable de don Porfirio.
Por todo esto, el Congreso era objeto de una vigilancia
especial. Además, el general Huerta hacía que los diputados del Cuadrilátero estuvieran siempre en comunicación directa con él dándoles a entender con lo mismo que de un día a otro podrían ver coronadas sus ambiciones. Con esto, era posible definir la
condición que mediaba entre Huerta y el Congreso de la Unión.
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