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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO SEGUNDO



CAPÍTULO 12 - SOBRE LAS ARMAS

EL GOBIERNO DE HERMOSILLO




Sinaloa será siempre memorable dentro de los más altos capítulos de la Revolución; y esto, no sólo por los jefes y soldados que dió a la Segunda Guerra Civil; no únicamente por el desinterés y la idealidad de tales gentes. Será memorable porque allí, en su suelo, se realizó el reconocimiento de las más importantes fuerzas armadas revolucionarias a la jerarquía de Venustiano Carranza. Será asimismo memorable, porque de no haber dado los sinaloenses a Carranza el puente de unión para que pisara un territorio en el cual hallaría todo lo necesario a la victoria del Constitucionalismo, las huestes de Huerta ahogan en Coahuila todos los planes del Primer Jefe. De ese gran acontecimiento que fue la puerta franca para Carranza, se desprende una grande e indeleble deuda de la Revolución con Sinaloa.

Aquí y en Sonora, el Primer Jefe hallaría el conocimiento, trato, lealtad, heroísmo y valor requeridos para el triunfo de la causa Constitucionalista. Carranza, pues, tendría, en aquel baluarte revolucionario, manifiesto en Sinaloa y Sonora, todo lo que podía darse a un caudillo —y ello a pesar de que su nombre apenas sonaba en el país—: la confianza, la seguridad y el apoyo que dictaba el amor que entre sinaloenses y sonorenses se sentía hacia las libertades públicas y el odio que se experimentaba contra la violencia, la usurpación y el crimen.

De lo que Carranza sintió al hallarse frente a una nueva pléyade mexicana representada en los caudillos de Sonora y Sinaloa, e inspirada por el deseo de la guerra y del triunfo, no se halla hacia nuestros días un documento por el que se pueda penetrar y analizar la mentalidad del Primer Jefe. Los hay, en cambio, acerca del efecto que la figura y categoría de Carranza produjo entre los jóvenes combatientes de la Revolución que acudieron a recibirle en El Fuerte y San Blas (Sinaloa).

Para estos hombres, ya generales en su mayoría, que andaban entre los veinte y tantos y treinta y tantos años de edad; que habían brotado inesperadamente de la masa rural; que eran ajenos a la vida de las urbes y a los modos de la disciptina; que en pocos días habían logrado las aptitudes para ser sobresalientes soldados; para tales individuos, la personahdad de Carranza fue imponente. Los revolucionarios de Sinaloa y Sonora quedaron deslumbrados ante el conjunto de cualidades físicas y humanas del Primer Jefe. Frente la rustiquez, del gobernador José María Maytorena, quien a pesar de ser hombre acomodado no perdía ni los dejos ni las propiedades del individuo apegado a la tierra y a las costumbres del hacendado, Venustiano Carranza fue un respetable personaje que todos, ya en el silencio, ya a través de la expresión verbal, se propusieron seguir y obedecer.

Mucho ayudaba a Carranza, para ganar los aspectos requeridos a fin de alcanzar una jerarquía suprema, su experiencia política y principalmente los modales que precedían a las manifestaciones de sus sentimientos y pensamientos, de manera que sin hacer expresión de ideas, tenía tan particulares acciones, que con ello lograba singularizarse. Y como esto lo sabía el propio Carranza, sin abusar de tal virtud, lo aprovechaba, no por egoísmo, sino por la vanidad que en el triunfo ponen los grandes hombres, para dar brillo y autoridad a la jefatura de la Revolución.

Así, desde que Carranza traspuso la Sierra Madre Occidental y tuvo a su frente el maravilloso Valle del Fuerte, todo en él fue grato y favorable a los revolucionarios; porque si Carranza no era hombre que entusiasmaba, si llevaba dentro de él las virtudes de quien se propone convencer.

Ahora, los caudillos sinaloenses y sonorenses, estimulados por la voz aguerrida a par de eficaz de Carranza, podían trazar nuevos planes de guerra y de política. En los primeros, porque aparte de cuerpos revolucionarios organizados y armados; habría mando y pertrechos. En los segundos, porque a los iniciales triunfos de armas, se siguió el tintineo de las ganas de gobernar. La guerra dio una extraordinaria velocidad a la acción e ideas de los revolucionarios. El despertar de la gente fue brusco; el pensamiento, imponente. Cada uno de aquellos improvisados generales empezaba a entender qué quería decir gobierno; qué se podía hacer con el gobierno; cómo se realizaba el gobierno. Antes, gobierno era tiranía, odio, injusticia, privilegio. Ahora, gobierno equivalía al poder que el hombre adquiere para realizar el desenvolvimiento y bien de la Comunidad. Al concepto que se tenía del gobierno como adversario de la sociedad, se siguió el concepto de gobierno como complemento social.

Por todo esto, el nuevo teatro revolucionario y político sería tan benévolo para el Primer Jefe, que había necesidad de desconfiar un poco de la situación, puesto que allí donde se presentan todas las condiciones propicias para el triunfo, es donde suelen surgir, inesperadamente, los más profundos dramas de la razón humana. Y esto, cuando los hombres no siguen el sistema de las previsiones y se dejan arrastrar en las aguas de la voluptuosidad política o social, siempre engañosa y perjudicial para los adalides de todas las causas, por más nobles y elocuentes que éstas sean.

Carranza, pues, llegó a Hermosillo, lugar señalado para establecer el gobierno provisional de la Revolución, en medio de honores, entusiasmos y esperanzas de hombres que poseían un verdadero continente liberal y revolucionario.

El Primer Jefe encontró asimismo en Hermosillo una tesorería, que si no era boyante, cuando menos le ofrecía lo que aquellos líderes sonorenses y sinaloenses tenían recolectado y que ahora, el gobernador Maytorena, con generosidad extraordinaria, ponía en manos de Carranza, a pesar de que con ella mermaba su autoridad, puesto que aquel de los hombres que cede su crédito, cede su posición, su prestigio y, en ocasiones, su vida. Y esto no lo dejó de apreciar Carranza; y tanto así, que además de los recios lazos de amistad que en tales días hizo con Maytorena, dio a éste la oportunidad para que señalara a alguno de los nuevos colaboradores que el propio Primer Jefe requería para organizar debidamente su gobierno.

Porque, en efecto, apenas instalado en Hermosillo, Carranza, siguiendo el mismo rumbo trazado en Piedras Negras, procedió a dar orden y razón a un gobierno que, sin ser absolutamente constitucional, iba a seguir, capítulo a capítulo, las normas de la Constitución, con lo cual ganaría obediencia doméstica y confianza exterior.

En tales condiciones, el Primer Jefe expidió una ley orgánica de ocho secretarías de Estado, con el objeto, anticipó, de implantar las reformas que demandaba la situación social y política del país; ahora que sobre esa previsión, Carranza perseguía la idea de establecer los cimientos de una autoridad civil, con el notorio propósito de evitar el entronizamiento, al través de los triunfos bélicos, de una casta guerrera.

El Primer Jefe deseaba tener preparado y organizado el aparato del que se circunda no un caudillo militar, sino un gobernante nacional; aunque esta resolución de Carranza, no obstante la generosa naturaleza de su origen, resultaba deslucida y fuera de orden, porque en Hermosillo no existían los recursos que en hombres y dinero se requerían para un gabinete civil capaz de ser un gran espejo de las preocupaciones y realidades de la Primera Jefatura y de la Revolución.

Y pronto descubrió Carranza los lados flacos de su proyecto, de manera que la secretaría de Gobernación hermosillense sólo tuvo un secretario que lo fue Rafael Zubaran Capmany; un oficial mayor, Adolfo de la Huerta, y cuatro amanuenses. Al mismo tiempo, cinco oficinistas y el secretario Francisco Escudero, constituyeron el personal de la secretaría de Hacienda; dos empleados y el oficial mayor Isidro Fabela, fue el total de la secretaría de Relaciones. Un solo amanuense acompañaba al oficial mayor Ignacio Bonillas en el despacho de los asuntos concernientes al ramo de Comunicaciones.
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