Presentación de Omar Cortés | Capítulo decimocuarto. Apartado 6 - Rendición de la capital | Capítulo decimocuarto. Apartado 8 - La revolución social | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO SEGUNDO
CAPÍTULO 14 - LA VICTORIA
LA REVOLUCIÓN TRIUNFANTE
Venustiano Carranza no era de los hombres que se preguntaban qué hacer después del triunfo. Dentro del caudillo no faltaban previsiones. En esto, más que en sus títulos de
guerrero y político, radicaba su poder personal y el poder de su autoridad. Y, ¡cuán voluminosa no sería ésta, cuando solo, él solo, se sentía capaz de dominar a aquellas multitudes, que sí tenían deseos de venganza contra las personas, o las instituciones, o las leyes, o las ideas, dentro de su ser rústico llevaban sobre todo, el encendido de un designio: el designio de gozar de la libertad; de todas las libertades —lo mismo de aquellas que
intuían como maravillosas o como realización de satisfacciones! Y éstas, sobre las primeras, se manifestaban al igual entre los generales que entre la tropa.
Los generales, originarios en su gran mayoría del conjunto
popular de México, movidos en su sensibilidad por un candor pueblerino casi inefable, de pronto se hallaron en aras de un goce de triunfadores que jamás esperaban. Todo, dentro de lo que fuera opulenta capital porfirista parecía ofrecerse, aunque falsamente, a su servicio: dinero, mujeres, respeto, honores, automóviles, indumentaria, joyas y palacios. ¡Qué de tentaciones
en aquella metamorfosis producida por la Revolución!
Ante todos esos novedosos y atrayentes placeres, quizás
habrían terminado los principios por los que fueron impelidos los caudillos revolucionarios para alzarse en armas y exponer sus vidas, si tales principios no hubiesen poseído extraordinarias virtudes. Sin embargo, las voluptuosidades y ocios ofrecidos por la ciudad no pudieron sobrepasar a los ideales, que a veces entre penumbras, pero siempre ciertos, movían a los hombres de 1914; pues si algunos cayeron dentro de la atronadora vida metropolitana, y se disputaron en vicios, y se violentaron en atropellos, esto todo fue circunstancial, ya que la vivencia revolucionaria sólo se perdió en el necesario baño a las restricciones y amarguras de una campaña militar.
Otros, y no los espectáculos fortuitos que daban muchos de
los jefes y oficiales revolucionarios en las calles y salas, eran los
problemas que confrontaban los triunfadores; pues tan grande era el ejemplo de austeridad que daba Carranza, que ello se reflejaba hasta en los esfuerzos disciplinarios exigidos a los rústicos soldados; a los soldados que no salían de su asombro ante las maneras de vida que tenía México, y que eran tan
desemejantes a la pobreza e ingnorancia del norte y noroeste del
país, de donde era originaria la mayoría de la gente armada que
representaba la Revolución.
Si no eran esos, se insiste, los problemas que contemplaba
Carranza, en cambio, el conexivo a los repartos de tierra se presentó inesperadamente a la jefatura de la Revolución; mas no como consecuencia de una crisis de la propiedad, sino como correspondencia a las necesidades políticas. Y constituía necesidad política, porque hacia el sur de la capital, y a corta distancia de las avanzadas Constitucionalistas, estaban las fuerzas armadas del general Emiliano Zapata, quien sin saber con precisión el contenido de sus planes, pedía no tanto la transformación de la propiedad, cuanto el regreso a los tradicionales repartimientos ejidales.
De los repartimientos habían hecho ya función pública
Lucio Blanco y Francisco J. Múgica. También el general Pablo González había realizado ensayos agrarios en Nuevo León; ahora que todos esos actos obedecieron a meros motivos circunstanciales; pues faltaba la legislación conducente.
Esta la propuso el ingeniero Manuel Bonilla al gobierno
establecido en Hermosillo; pero desoído como fue, pues Carranza no quería comprometer ninguna reforma sin tener asegurado el triunfo guerrero de su causa, el gobierno de Chihuahua, que giraba en torno a la personalidad de Villa, acogió el proyecto de Bonilla y empezaron los repartos de tierra
en suelo chihuahuense. Así, el Primer Jefe, obligado por aquel adelantamiento del villismo y por la actitud de los zapatistas, dictó acuerdos sobre la misma materia, aunque sin llegar a la profundidad del problema.
Sin embargo, tal problema no era de los que conmovían al
país, aunque sí caracterizaba un buen gozne político. Lo que interesaba a la gente eran las consecuencias de la guerra; porque a la orfandad en que quedaban tantos hogares, a la falta de trabajo debido a la paralización de numerosas fuentes industriales, mercantiles, bancarias y agrícolas y a la
insignificancia de los salarios que eran pagados al tipo de la antigua moneda metálica, sustituida por el bilimbique, se seguía el encarecimiento de los víveres y la ropa.
El maíz, que en 1911 tenía el precio de ocho pesos la carga,
en 1914, valía doscientos pesos. El frijol vendido a cuatro pesos el cuartillo, no obstante que su precio durante los días anteriores a la Revolución era de quince centavos. La pieza de pan de trigo de dos centavos, el tahonero la expedía a veinticinco.
Los propietarios de casas exigían a sus inquilinos el pago de
los arrendamientos en moneda contante y sonante, y como tal no era posible, el inquilinato vivía con adeudos crecientes, por lo cual aumentaban los lanzamientos, de manera que Carranza se vio obligado a decretar que los juicios de desocupación de viviendas, sólo podrían ser emprendidos con adeudos mayores de tres meses de renta.
La incertidumbre en los precios y en los abastos era tan
grande, que a veces las poblaciones importantes de la República, se quedaban sin alimentos; y como el mundo popular acusaba en todos los tonos a los fayuqueros, coyotes y acaparadores, y dado que los más de los acusados eran de nacionalidad española, una tempestad de xenofobia se desató sobre el país, caracterizando, por una parte, la indignación contra la especulación; por otra parte, los vivos sentimientos de una nacionalidad económica, que surgía entre las oscuridades del horizonte.
Presentación de Omar Cortés Capítulo decimocuarto. Apartado 6 - Rendición de la capital Capítulo decimocuarto. Apartado 8 - La revolución social
Biblioteca Virtual Antorcha