Presentación de Omar Cortés | Capítulo decimocuarto. Apartado 7 - La revolución triunfante | Capítulo decimocuarto. Apartado 9 - Las divergencias humanas | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO SEGUNDO
CAPÍTULO 14 - LA VICTORIA
LA REVOLUCIÓN SOCIAL
La literatura de Ricardo Flores Magón había inundado el norte de la República desde 1910, de manera que los vocablos empleados por el escritor, en su periódico Regeneración, eran repetidos sin conocerse ni apreciarse la verdadera acepción de tales vocablos, de manera que pronto, al través de la Revolución, las palabras socialistas que usaba Flores Magón
fueron comunes a los jefes revolucionarios.
Así, la Revolución mexicana no tenía más nexos con el
Socialismo que aquel vocabulario fortuito, mediante el cual se hacían promesas o calificación de ideas —sobre todo, de ideas liberales. Socialista, en cambio, era el movimiento que auspiciaba la Casa del Obrero Mundial que, clausurada en las postrimerías de la autoridad huertista, renació a la entrada de los Constitucionalistas a la capital de la República.
El renacimiento de la Casa del Obrero fue vigoroso y entusiasta. Tanto así, que no solamente los gremios de trabajadores acudieron a sus filas sino también concurrió la
nueva juventud literaria.
El gobierno de Carranza tenía decretada la suspensión de
garantías desde la toma de la ciudad de México. Así y todo, tantos eran los apremios económicos del proletario urbano, que reunidos los tranviarios y cocheros de la capital, resolvieron decretar una huelga que paralizó (8 de octubre), el movimiento en las calles del Distrito.
Muy notoria era la justicia de los huelguistas, puesto que las empresas continuaban pagando los mismos salarios, no obstante hacerlo en bilimbiques; pero el Gobierno quiso poner fuera de la ley a los huelguistas, aunque convencido bien pronto de los propósitos sindicales, se declaró árbitro de la huelga a través del departamento del Trabajo, apenas fundado el 14 de septiembre.
Lo principal dentro de tal acontecimiento, no fue tanto la
huelga y la intervención del Gobierno en la misma, cuanto la difícil situación económica que reinaba, ya en el orden administrativo del Estado, ya en el seno de la sociedad, pero principalmente en los filamentos sociales más débiles y
atrasados.
Carranza tenía resuelto, en medio de aquella crisis
económica y financiera, desligar total y definitivamente a los bancos de la vida oficial, de manera que, a pesar de los muchos apuros de la nueva autoridad nacional, el Primer Jefe se
abstuvo, con efectividad y decoro, de hacer depender la vida del Gobierno de las instituciones bancarias. La Revolución, deudora de los bancos, hubiese perdido la autonomía y dignidad de los principios nacionales, puesto que los establecimientos de crédito que existían en el país, servían a los bienes e intereses extranjeros y por lo mismo estaban desligados del meollo de
México.
Esta resolución de Carranza, puesta en práctica después de
treinta años durante los cuales el crédito y el equilibrio presupuestal de México fue dependencia casi exclusiva de las instituciones bancarias, constituyó uno de los principales capítulos de la Revolución. Con ello, el Primer Jefe realizó una transformación de la economía administrativa del Estado. Con ello también, el Estado inició la independencia de sus recursos y poder, y abrió cauce a un nuevo molde de la vida nacional.
Y todo eso, lo llevó a cabo Carranza sin exigir mérito alguno, no obstante que el primer paso de la nacionalidad mexicana
se alcanzaba mediante esa independencia administrativa en días aciagos para la patria.
Abandonado aquel patrón de vida. Carranza, aun considerando
el sacrificio que haría el pueblo de México, prefirió aumentar a su mayor capacidad la deuda interior; y esto lo hizo sirviéndose del papel moneda.
El bilimbique, ciertamente, producía una serie de
contingencias a las clases mercantil y acomodada, pero salvaba a la Revolución de grandes males, porque sin recurrir a los bancos, prohibidos los préstamos forzosos, clausuradas algunas aduanas, sin disponerse de los fondos de las recaudaciones de Veracruz, sin los ingresos que producían la extracción y exportación de metales preciosos y sin poder ser aplicada en todas sus prácticas la ley del timbre, el Gobierno no dejaba de cumplir sus
compromisos valiéndose del papel moneda.
La condición creada con tal motivo, no dejaba de alterar el
pulso del país. Así y todo, Carranza, por su carácter y responsabilidad no estaba en la posibilidad de retroceder. Tampoco podía volver atrás, en lo que respecta a una nueva guerra que cada vez era más amenazante para el país, como
consecuencia de las rivalidades entre los revolucionarios. Y no podía ceder el paso a una ni otra de las materias en función y disputa, porque lo que anterior a la ocupación de la ciudad de México era choque de armas, ahora era lucha de ideas. Y esto, debido a que la Revolución adquiría un cuerpo doctrinal, y empezaba a saberse qué querían sus hombres.
Y al igual de lo que era confuso e indescifrable en su
nacimiento, los revolucionarios empezaban a preguntarse acerca de las semejanzas de la Revolución mexicana con otros acontecimientos universales; y, ya se encuentra a aquella similitud en la francesa, ya parecido a la independencia norteamericana, los movimientos de la Joven Alemania o de la
Joven Turquía; y todo esto, a pesar de que no existía vecindad de hombres, principios y bienes naturales y públicos con los países que daban sombra —y sólo una sombra— de semejanza al acontecimiento mexicano.
En consecuencia de tales divagaciones y comparaciones, a
manera de fórmula novedosa, aunque incierta. Carranza habló de la Revolución mexicana como de una revolución social; pero ¿a donde estaba la organización específica de un nuevo estado de cosas?, ¿a donde la transformación del derecho de propiedad?
Pero si la Revolución no era social, ¿sería liberal? Obregón,
sin hacer una definición clásica, la llamó liberal revolucionaria;
ahora que David G. Berlanga, un teorizante del marxismo, la resolvió como socialista. Esto, sin que Berlanga pretendiera ponerla de acuerdo con la ortodoxia del socialismo, como tampoco Obregón quiso referirla al liberalismo académico del siglo XIX y menos acercarla al constitucionalismo europeo o norteamericano. De aquí, que cuando se trataba de hallar un apodo ideológico a aquel movimiento, que en su forma y esencia era Revolución rural, se volvía todo tan oscuro, que en medio de tinieblas sólo se hallaban maneras prácticas para hacer vivir al país revolucionariamente.
Y en tanto que quería dar método y manifestación a la
naciente ideología revolucionaria, el ingeniero Félix F. Palavicini, encargado de la secretaría de Educación, pretendía iniciar, aunque sin documento concertado, una obra que tenía el nombre de educativa y al objeto expedía decretos sobre la conservación de objetos de arte, acerca de la organización del museo de historia, arqueología y etnografía y dictaba un plan
de estudios para la carrera de abogado.
Había un proyecto más de Palavicini: agrupar a la intelectualidad civilista, con lo cual empezaba a crear un nuevo
conflicto dentro de las filas del Constitucionalismo, al tiempo que aislaba a los grupos literarios de Alberto Vázquez del Mercado, Manuel Toussaint y Antonio Castro Leal, quienes
unidos a la capilla filosófica que presidía Antonio Caso, caracterizaban el desdén de la inteligencia y la erudición hacia la Revolución; inteligencia que no quería guerra civil; pues las virtudes de su capacidad estaban en exornar los florilegios poéticos y filosóficos.
Presentación de Omar Cortés Capítulo decimocuarto. Apartado 7 - La revolución triunfante Capítulo decimocuarto. Apartado 9 - Las divergencias humanas
Biblioteca Virtual Antorcha