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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO SEGUNDO
CAPÍTULO 16 - EL PODER
PREPARATIVOS DE GUERRA
La amenaza de la guerra, por una parte; el despertar de las ambiciones políticas entre los jefes revolucionarios, por otra parte; la sospecha, de que otros graves males se cernían sobre el país, en tercer lugar, obligaron al Primer Jefe Venustiano Carranza a la previsión circunstancial. Además, el cambio de la sede de la junta militar reunida en la ciudad de México y el título de Soberana dado a la Convención de Aguascalientes, advirtieron a Carranza que era necesaria una preparación para
hacer frente a acontecimientos imprevistos.
Así, mientras los convencionistas deliberaban en Aguascalientes, Carranza ponía los cimientos de su autoridad. Uno de
ellos, como se ha dicho, consistió en la reivindicación nacional
de la plaza de Veracruz. El otro, la organización de sus propias
fuerzas guerreras; es decir, de fuerzas que, sin abandonar la
primacía de constitucionalistas, estuviesen a la vez identificadas con la clasificación personal de carrancistas. Carrancismo indicaba la alianza pura y limpia al Plan de Guadalupe; esto es, a
todo lo que se mantuviera dentro de los ordenamientos conforme a los cuales Carranza era el Primer Jefe del Ejército a par de encargado del Poder Ejecutivo de la Nación.
Para dar apoyo a la idea de organizar un cuerpo armado
carrancista, el Primer Jefe tenía por cierto que podía fiar en tres generales: Francisco Cos, Pablo González y Cándido Aguilar. Al primero le unían el paisanaje y la amistad; al segundo, la seguridad de su alma ambiciosa deseosa de ganar el favor de la
Primera Jefatura. Al último, le movía el ansia que produce la debilidad al verse desdeñado por los poderosos.
De los tres jefes señalados, González era el número uno,
puesto que Carranza estaba cierto de que, además de ser hombre
de lealtad, jefe de mérito por su bizarría y düigencia, estaba
ensombrecido por las empresas y triunfos del general Obregón y aguardaba paciente y silenciosamente la hora de una victoria personal, con la idea de heredar la confianza que Carranza tenía en él.
Y tan cierto se hallaba González de que iba a llegar la hora
perseguida para su persona y su gente, que calladamente, al
advertir los proyectos de independencia convencionista, mandó
situar sus tropas a lo largo de las vías de los ferrocarriles Central
y Nacional, desde el Distrito Federal hasta el estado de Guanajuato;
pero dejando el grueso de sus fuerzas en las puertas del
norte, poniente y oriente de la ciudad de México, para poderlas
movilizar hacia la costa del Golfo, y unirlas tendidas sobre la
vía férrea a Veracruz.
Al mismo tiempo, y como sabía la estimación que Carranza
dispensaba al general Cos, mandó que éste procediera a reforzar
su cuartel general en Puebla; y como Cos era apto para organizar
y movilizar sus soldados, al final de octubre pudo informar que
su división era fuerte en ocho mil hombres. Con esto, el ejército
comandado por Pablo González ascendió a poco más de dieciséis
mil soldados; ahora que no poseían el armamento y las
municiones de que estaba dotada la División del Norte.
Formado de esa manera, un cordón defensivo con las fuerzas
de González, Cos y Aguilar, el camino a Veracruz estaba expedito
para cualquier movimiento que ordenara el Primer Jefe.
Así, todo dispuesto al caso, Carranza salió de la capital,
como se ha dicho, con dirección a Tlaxcala y Puebla a donde
llegó el 2 de noviembre, para enterarse aquí del mensaje en el
cual se le comunicaba que había sido destituido de la Primera Jefatura y que el general Eulalio Gutiérrez estaba nombrado presidente provisional de la República.
La entrada a Puebla, se reitera, obedecía a un plan, puesto
que apenas en la ciudad, Carranza recibió (3 de noviembre) al
general Cos, quien acompañado de un numeroso séquito de jefes
y oficiales puso en manos del Primer jefe una acta en la cual, al tiempo de desconocer los actos de la Convención de Aguascalientes, ratificaban su adhesión al Plan de Guadalupe, reiteraban
su compromiso con Carranza y acusaban del delito de rebelión a
todos aquellos generales que siguieran los dictámenes convencionistas.
Ese mismo día, durante el cual Carranza fue festejado con
motivo de la nueva adhesión de la gente de González y Cos, las
fuerzas del general Villa entraron a la plaza de Aguascalientes, y
en seguida avanzaron hacia Lagos y León, mientras las tropas de
Pablo González retrocedían cautelosamente, sin hacer la menor
resistencia, a Celaya.
Los preparativos de la guerra se convertían, pues, en unas
cuantas horas, en la guerra misma. Sólo el general Eulalio
Gutiérrez, con su investidura convencionista de presidente
provisional o interino de la República convencionista, esperaba
tranquilo la última palabra de Carranza; aunque compelido por
Villa, y temeroso de que los comisionados por la Convención
para comunicar a Carranza los acuerdos aprobados, no
cumplieran su cometido, resolvió ponerse directamente al habla,
como ya se ha dicho, con Carranza, con los resultados negativos
conocidos.
Los generales Villarreal, Obregón, Hay, Aguirre Benavides,
en efecto, en alas del optimismo convencionista, creyendo que
la Convención no sólo representaba la voluntad popular, sino
que con la elección de Gutiérrez se había salvado a la República
de las calamidades de la guerra, marcharon en busca de
Carranza, con la esperanza de que éste, ante sucesos tan
evidentes como elocuentes, no tendría más remedio que aceptar
la cesación de sus funciones y el reconocimiento a los dictámenes de la Convención.
Olvidaban, sin embargo, los comisionados que Carranza no
era jefe de Estado ni de Gobierno, antes era el jefe de la
Revolución y por tanto, caudillo ajeno a los acuerdos de una
asamblea.
Así, al llegar a la ciudad de México, los comisionados
hallaron un ambiente desemejante al de Aguascalientes. En la
capital, todos los preparativos, en vez de ser compatibles con
una posible reconciliación de ánimos e intereses, eran bélicos.
Los soldados veteranos del Constitucionalismo se disponían a la guerra.
Nuevos cuerpos de voluntarios, organizados por Pablo
González, estaban posesionados de la plaza y resueltos a resistir
al villismo y al zapatismo. La oficialidad veterana de las
llamadas caballerías de Lucio Blanco y de los irregulares de
Coahuila, estaban en actitud de guerra. Entre toda esa gente
sólo se hablaba de Carranza; y de Carranza como Primer Jefe, mientras que el nombre del general Villa era menospreciado. No había un lugar en donde colocar la mediación.
El general González se había retirado de la plaza a fin de
evitar conversaciones con los comisionados de la Convención; y sólo el general Lucio Blanco se dispuso a disuadir a los enviados por Gutiérrez, pero lo quiso hacer con imperio y vehemencia, que irritó a Obregón; y éste quedó convencido de que no era posible una fórmula conciliatoria.
Por otra parte, la actitud de Blanco fue tan firme, que
empezó a hacer titubear a los comisionados. El general Villarreal,
a quien mucho repugnaba la sola idea de que el general Villa
fuese el gobernante de México, aunque no por ello dejaba de
admirarle, comunicó a sus colegas la grave responsabilidad en
que estaban comprometidos; pero, como no faltaban en
Villarreal los resentimientos, principalmente hacia los zapatistas,
por haberse opuesto éstos a su elección presidencial, su palabra
no tenía plena sinceridad para los otros comisionados.
Carranza, por su parte, de una manera ostensible, no
deseaba conferenciar con tales comisionados, quienes entre una
ansiedad y otra ansiedad advertía cómo el encuentro con el
Primer Jefe se posponía de un día a otro día; de una hora a otra hora, con lo cual iban perdiendo poco a poco entereza y confianza. Carranza, al efecto, seguía la táctica de quebrantar
moralmente a los miembros de la comisión, de manera que al
efectuarse la conferencia tuviesen perdido el arrogante poder
manifestado al tiempo de salir de Aguascalientes.
Además, las noticias que llegaban del norte, en el sentido de
que el general Villa, desobedeciendo las órdenes de Gutiérrez
movilizaba sus fuerzas hacia el Bajío, producían un impacto en
los delegados convencionistas, y con lo mismo, perdían tiempo
y confianza.
Por fin. Carranza, ya con su cuartel general establecido en
Orizaba, resolvió recibir a los comisionados. Hízolo en términos
amistosos, aunque de extremada gravedad. No produjo ningún
reproche, y sólo repitió lo que dijera al general Gutiérrez; la
separación definitiva del general Villa no sólo del mando de la
División del Norte, sino de todos los mandos militares en la República, era condición irrevocable para que él. Carranza, renunciara a la Primera Jefatura.
Ahora bien: como esta misma exigencia se hallaba
consignada en las declaraciones, propósitos e instructivos del
general Eulalio Gutiérrez, la decisión de Carranza no reñía, en el
fondo, con los acuerdos convencionistas. La única discordancia
consistía en que Carranza estaba seguro de que Villa no
abandonaría el mando de fuerzas y que por lo mismo, la
situación no estaba llamada a cambiar; y así toda gestión a fin
de que Carranza renunciara y reconociera a Gutiérrez resultaba
inútil.
El Primer Jefe sentía sobre él -y así lo hizo saber a los comisionados- una responsabilidad que no podía abandonar. Era una responsabilidad de honor y patriotismo, puesto que
después de llevar al país a una Segunda Guerra Civil con el
propósito de derrocar a la autoridad de Huerta y de reivindicar
la Constitución, tenía el deber de restablecer la paz, las instituciones
públicas y las libertades y garantías constitucionales.
Para Carranza, no sólo existía esa única responsabilidad que
estaba obligado a cumplir. Había una segunda: la de evitar que
la República quedara en las manos del general Villa. Este era un
guerrillero audaz y valiente; pero de una irresponsabilidad
manifiesta, producto de su rusticidad, que le impedía advertir
los peligros y amenazas que podía significar, para la Nación
mexicana, el entregar el mando y gobierno de México a una
facción, ya originaria de la Revolución, ya partidaria de la
Contrarrevolución, pero de una u otra manera, sin la jerarquía
que exigía una función como la de organizar y dirigir la
República de acuerdo con la idea principal que había sido la
causa de la Revolución.
Todo se reunió en aquella conferencia de Orizaba para una
determinación dramática. Carranza, imperturbable y definido
no podía abandonar al país a los juegos de las pasiones, ni de las
improvisaciones, ni de los intereses casuales. Los comisionados,
por su parte, estaban imposibilitados de rendirse a las palabras
del Primer Jefe sin faltar a sus compromisos con la Convención; y aunque se sentían atraídos por las razones, la convicción y el patriotismo del Primer Jefe, para no caer en un nuevo error, puesto que todo lo que sucedía era motivado por la ingenuidad de los tiempos y sus hombres, resolvieron esperar, puesto que tenían ya informes ciertos de que Villa continuaba el avance, al frente de sus tropas hacia la ciudad de México, en vez de desistir
del mando como estaba decretado por la Convención.
Con la seguridad, pues, de que procedían como leales
revolucionarios, Obregón, Villarreal, Aguirre Benavides y Hay,
en seguida de sus conferencias con Carranza resolvieron regresar
a la ciudad de México. Vivía ahora en ellos, la idea de pedir a
Gutiérrez que, haciendo nuevos esfuerzos y valiéndose de la
supremacía de su autoridad, retirase del mando de las tropas al
general Villa, con la seguridad de que a continuación no se haría
esperar la renuncia de Carranza.
La petición de los comisionados fue estéril. Gutiérrez había
dado un paso que contrariaba los instructivos originales. Al
efecto, tenía nombrado comandante en jefe del ejército
convencionista al general Villa. Así, el acuerdo de la Convención
del 30 de octubre, quedaba violado, y por lo tanto, los
comisionados libres y aptos para contraer otros compromisos de
partido, si así lo determinaban, sin que por ello faltaran al
juramento convencionista.
El acuerdo de Gutiérrez nombrando a Villa jefe de los
ejércitos de la Convención no sólo nulificaba la representación
de los comisionados, sino que también acercaba al país a la
guerra, como lo había pronosticado Carranza desde las conferencias
de Torreón.
Y la guerra estaba ya dibujada sobre el cielo de México; pues
el general Villa, mandando en jefe, ordenó el avance a
Querétaro, y que los soldados villistas apostados en Chihuahua y
Durango fuesen movilizados hacia el centro de la República.
También mandó Villa que los generales que estaban como
delegados en la Convención, regresaran a sus puntos de origen y
poniéndose al frente de sus tropas, se preparasen al combate, ya
para defender la autoridad del general Gutiérrez como
presidente de la República nombrado por la Convención, ya para
proteger los acuerdos convencionistas, ya para servir a las
órdenes del general Villa y bajo la bandera del villismo.
Tales preparativos, constituían, en la realidad, la guerra
misma -la Tercera Guerra Civil de México.
Presentación de Omar Cortés Capítulo decimosexto. Apartado 2 - El presidente convencionista Capítulo decimosexto. Apartado 4 - Movilización del villismo
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