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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO SEGUNDO
CAPÍTULO 17 - LA LUCHA
EL CONVENCIONISMO
La primitiva Convención, originada en la junta militar de la Ciudad de México y fundada en Aguascalientes, quedó deshecha en San Luis Potosí. Aquí, la Comisión Permanente presidida por el general Martín Espinosa, luego de ser amenazada por el general Villa, resolvió su disolución.
Esto no obstante, los delegados zapatistas que habían
concurrido a la asamblea de Aguascalientes, ahora reunidos en la
capital de la República, resolvieron reinstalar la asamblea, ya no
como autoridad soberana de México, sino a manera de cuerpo
legislativo, capacitado para expedir las reglamentaciones convenientes
al bienestar de la colectividad mexicana. Y así lo
hicieron, el 1° de enero (1915), sin lucimiento ni solemnidad.
Para el general Eulalio Gutiérrez, a quien se daba el título de presidente de la República, la reinstalación de la Convención
fue motivo de preocupaciones, previendo que el zapatismo
podía organizar su propio poder político sirviéndose de la
Convención y poniendo con ello al presidente interino, al
margen de las facultades ejecutivas.
Mas pronto halló el general Gutiérrez una solución al problema. Al efecto, de acuerdo con los partidarios del general Villa,
mandó que tanto el villismo como el gutierrismo enviaran
delegados al seno de la Convención, gracias a lo cual, los zapatistas
quedaron en minoría y los partidarios del Interino,
dominando a la asamblea, nombraron presidente de la misma al
coronel Roque González Garza, persona de toda la confianza y
estimación de Villa.
Esto, sin embargo, no bastó para que el general Gutiérrez se
sintiera seguro en su posición; pues apenas iniciadas las labores
de la asamblea, los zapatistas propusieron y los villistas
aceptaron, que la Convención se convirtiera por sí misma en
parlamento, con lo cual automáticamente terminaba el
régimen presidencial de México, se establecía el régimen parlamentario
y Gutiérrez perdía sus facultades.
Así, la resolución de la asamblea resultó intolerable para el
general Gutiérrez, quien desde los últimos días de 1914, trataba
de deshacerse de Zapata y Villa; del zapatismo y del villismo.
Por lo mismo, el Interino, inspirado por José Vasconcelos
intentó atraer a su seno y conveniencia, primero al general
Obregón; después a los generales del villismo. De todos, el único
que acepto seguir a Gutiérrez como gobernante legítimo de
México, fue el general Aguirre Benavides.
No ignoraron los generales Villa y Zapata, los proyectos de
Gutiérrez, y para amedrentarlo, ya por orden del primero, ya
debido a disposición del segundo, el hecho es que el general
Guillermo García Aragón, gobernador del Palacio Nacional, en
quien Gutiérrez tenía mucha confianza, fue secuestrado y asesinado; y en seguida, el coronel David Berlanga, hombre de letras políticas y considerado como el consejero político del Interino, corrió la misma suerte.
Y no iban a ser Berlanga y García Aragón las únicas víctimas
de los atropellados, aunque defensivos designios de Villa y Zapata. También el licenciado José Vasconcelos y el general Lucio Blanco estaban condenados a muerte, y los agentes del general Zapata les buscaron con señalado empeño. A Blanco se le acusaba de ser el único y verdadero sostén de Gutiérrez, para lo cual se valía de los soldados del antiguo ejército del Noroeste que estaban a sus órdenes. A Vasconcelos, se le procuraba
debido a que, sin recato alguno, lanzaba improperios contra
Zapata y Villa, aparte de que se le hacía autor de una hoja
impresa en la cual el villismo era injuriado soez y literariamente.
Vasconcelos era, en la realidad, el líder que iluminaba con su
brillante inteligencia, el ensayo presidencial de Gutiérrez.
Este estaba, pues, dispuesto a jugar definitiva y valientemente su posición de autoridad suprema de la República, aunque
su empleo no tenía la validez constitucional que requería la
Revolución o que, cuando menos, se suponía que estaba
establecido por el principio revolucionario.
Para enfrentarse a Villa, Carranza y Zapata, el general
Gutiérrez contaba con cuatro mil hombres, en su mayoría
pertenecientes a las fuerzas del general Blanco, que si eran de las
más aguerridas, estaban muy escasas de armamentos y municiones.
Tenía también el Interino los fondos de diez millones
de pesos depositados en la tesorería de la nación, de los cuales,
como ya se ha dicho, dispuso en gran parte, para el pago de las
fuerzas que guarnecían la ciudad de México. Esperaba, sin
embargo, recaudar prontamente cinco millones más en papel de
distintas emisiones, que le servirían de fondo para iniciar la
guerra en favor de su autoridad.
Dispuestas así las cosas, el general Gutiérrez reunió a la
noche del 13 de enero (1915) a los miembros de su gabinete, y
en seguida de explicarles la situación, pidió que se aprobaran
dos acuerdos. Uno, destituyendo al general Villa de la jefatura
de la División del Norte; otro, desconociendo a Zapata como jefe del Ejército Libertador.
Aprobados que fueron tales acuerdos, Gutiérrez mandó
retirar los fondos de la tesorería, dio a Blanco el mando de las
tropas leales al gobierno de la Convención y ordenó que al
siguiente día, bajo la responsabilidad de Blanco, los soldados
convencionistas salieran de la ciudad de México y emprendieran
la marcha al norte del país, con el propósito de establecer el
gobierno en San Luis Potosí.
Blanco procedió a cumplir las órdenes con presteza, pero
como no había dinero suficiente para el pago de los haberes
atrasados a sus soldados, permitió que éstos, antes de abandonar
la capital, entraran a saco las tiendas de abarrotes, las casas de
empeño y las boticas y farmacias. Después, a la tarde del día 14,
todo el tren militar de Gutiérrez se puso en marcha partiendo de
Atzcapotzalco.
A la salida de Gutiérrez, los convencionistas —llamándose
así quienes seguían fieles a los generales Villa y Zapata— se
reunieron. Dejaron a su parte la idea del parlamentarismo,
reasumieron su soberanía y eligieron (15 de enero), presidente
provisional de la República al coronel Roque González
Garza, sin considerar si Gutiérrez había o no renunciado a su
empleo, pero acusándole de haber salido de la ciudad de México
sin pedir la autorización a la Convención y por lo mismo, su
actitud quedaba considerada como fuga y traición a los
principios del convencionismo.
González Garza llegó a la presidencia provisional, elegido no
tanto por la confianza y estimación de que gozaba del general
Villa, cuanto por ser uno de los hombres más distinguidos de la
Revolución y de la Convención; también por su experiencia
política, así como debido a su reconocida y admirada vida
revolucionaria. Había comenzado su carrera pública al lado de
Madero; luego concurrido a los principales episodios de 1910 y
1911; y aunque unido al general Villa desde marzo de 1913, no
por ello tenía perdida su independencia personal. Así, su
intachable conducta estaba escudada por zapatistas y villistas.
Mas el nombramiento en favor de González Garza, no
obstante las cualidades de éste, no serviría a mejorar la situación
del villismo dentro de la ciudad de México ni la del zapatismo
en el sur de la República.
Electo para ejercer la presidencia durante un año, González
Garza carecía de facultades en el ramo de guerra; y la guerra se
presentaba negra para la Convención; porque aparte de la
escasez de recursos en las filas de Zapata y de los últimos
soldados villistas dentro del Distrito Federal, los carrancistas a
las órdenes del general Obregón estaban en Puebla y continuaban
avanzando, amenazantes, sobre la ciudad de México, y
ni la escolta de González Garza ni los soldados del Ejército
Libertador se hallaban en condiciones de detener los ímpetus del general Obregón.
Tan amenazante para la vida de la Convención vio González
Garza el porvenir, que se presentó a la asamblea, y en dramáticas
palabras hizo saber los peligros que se acercaban a la
capital de la República y la necesidad de hacer frente a tales
peligros. El Provisional, advirtió que sólo el zapatismo podía
detener los progresos del enemigo; pero ¿qué era el zapatismo?
¿A dónde estaba el zapatismo? Con mucha entereza dijo
González Garza estas palabras que entrañaban un verdadero
reproche al zapatismo: Tengo la seguridad de que cinco mil
hombres del Norte, serían bastantes para rechazar al enemigo
que amenaza la Capital.
Pero, ¿dónde estaban esos cinco mil hombres? Villa sólo
había dejado poco más de mil trecientos. De éstos, cuatrocientos
marcharon custodiando al general Gutiérrez, y ochocientos
estaban encargadps de vigilar la línea férrea entre el
Distrito Federal y el estado de Guanajuato. Los únicos posibles
defensores del gobierno que representaba González Garza eran
los zapatistas; pero en la realidad, dejando a su parte su acción
como guerrilleros, el Ejército Libertador no tenía más que el simbolismo del localismo suriano, pero principalmente morelense.
Conociendo, pues, la poca importancia guerrera del
zapatismo, el coronel González Garza, sintió la inminencia de la
caída del Distrito Federal en manos de Obregón, y quiso que
entre las cortas fuerzas villistas y las numerosas de Zapata, fuese
nombrado un jefe capaz de hacer frente a Obregón; pero el
Ejército Libertador era demasiado rural para poseer un caudillo de la guerra, y los contados villistas apenas bastaban para custodiar al presidente provisional.
Sin convencerse de la impotencia militar del zapatismo,
González Garza se dirigió a Zapata. Este desdeñó el proyecto
del Provisional. Al general Zapata le interesaba en particular el
suelo morelense, y al tener noticias del avance de Obregón,
mandó que sus fuerzas se concentraran poco a poco en
Cuernavaca, de manera que la Convención quedó sin auxilio.
De esta suerte, convencido de que el avance de Obregón era
incontenible y de que no había otro camino que el de retirarse
él y sus colaboradores, González Garza empezó los preparativos
del caso. Antes, sin embargo, llamó (26 de enero) a los
miembros de su gabinete y a los principales miembros de la
Convención y quejándose de la actitud pasiva de los zapatistas,
anunció la imposibilidad de hacer resistencia y su propósito de
abandonar la capital, con lo cual todos estuvieron anuentes.
Después, convocó a los miembros del Ayuntamiento, poniéndoles
al corriente de la situación y entregándoles el mando civil de
la ciudad; y cuando todo estuvo dispuesto, dio órdenes para la
evacuación que comenzó a la mañana del día 27.
A esa hora de la retirada, lo que había sido tranquilidad se
convirtió en desasosiego y terror. Los zapatistas huían. Los
parapetos levantados hacia el barrio de Peralvillo desaparecieron
en unos minutos. La población civil, temerosa del desquite de
los carrancistas, se ocultó en sus casas. El comercio cerró sus
puertas. Los tranviarios y cocheros suspendieron sus servicios.
El coronel González Garza, seguido de sus colaboradores y principales funcionarios se puso en camino a Xochimilco. Unas cuantas horas bastaron para que la capital tuviera el aspecto de ciudad abandonada. Los concejales esperaban el momento de entregar la ciudad al general Obregón.
Este, cauteloso esperaba, en las cercanías de la Villa de
Guadalupe, la hora de entrar a la ciudad sin necesidad de
quemar un solo cartucho; y cuando estuvo convencido de que
así serían las cosas, mandó que sus fuerzas entraran (28 de
enero) a las calles de la capital y se posesionaran de los edificios
púbicos y de los inmuebles confiscados.
Fué este, el primer triunfo del Constitucionalismo.
Presentación de Omar Cortés Capítulo decimoséptimo. Apartado 5 - La organización del carrancismo Capítulo decimoséptimo. Apartado 7 - Situación económica del país
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