Presentación de Omar Cortés | Capítulo decimoséptimo. Apartado 7 - Situación económica del país | Capítulo decimoséptimo. Apartado 9 - Ideas del zapatismo | Biblioteca Virtual Antorcha |
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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO SEGUNDO
CAPÍTULO 17 - LA LUCHA
EL TERRITORIO ZAPATISTA
El primero de febrero (1915), el coronel Roque González Garza, nombrado presidente provisional de la República instaló su despacho presidencial, con señalada modestia, pero sobre las alas de una solemne autoridad, en el antiguo palacio de Hernán Cortés, de Cuernavaca.
Aquí, mientras los convencionistas se reúnen y reanudan sus
sesiones en la sala de un teatro local, parece que ha nacido un
nuevo gobierno; ahora que en el seno de la asamblea que se
llama legislativa, todo tiene aspecto -e l lugar y los delegados, en
primer término— de oscuridad y aburrimiento; también de
escasas esperanzas de triunfar sobre el intrépido y diligente
general Alvaro Obregón.
El general Zapata, al ser informado de la evacuación del
Distrito Federal; del retroceso de sus tropas hacia el estado de
Morelos y de la instalación del presidente provisional en el
palacio de Cortés y de la presencia de los delegados convencionistas
en Cuernavaca, optó por retirarse de la capital de
Morelos, para marchar a Cuautla.
Sus allegados explicaron que el caudillo abandonaba la plaza
con el objeto de dejar que la Convención deliberara libremente,
y a fin de que su permanencia en Cuernavaca no pudiese dar
lugar a temas maliciosos o suspicaces.
Además, quería dejar en completa independencia al presidente
González Garza, hacia quien sentía un alto respeto.
Zapata, pues, luego de llegar a Cuautla, resolvió continuar a
Tlaltizapán en donde restableció su cuartel general.
González Garza, gozaba de una autoridad dentro del estado
de Morelos; ahora que el estado de Morelos estaba dominado
por los zapatistas armados y por lo mismo, el Provisional podía
considerarse prácticamente en manos del zapatismo.
De los soldados villistas que correspondían a la escolta
personal de González Garza, y a quienes los zapatistas llamaban
catrines sólo quedaban dos o trescientos. De los voluntarios
reclutados en el Distrito Federal por orden del propio Provisional,
sólo había un centenar más.
Los zapatistas, aunque soldados sin dinero, puesto que sólo
vivían de derramas parciales, de lo que reunían para su
alimentación entre el vecindario y de los botines de guerra
ganados sin violencia ni hurto, mantenían el orden y hacían
guardia en torno a la residencia del presidente provisional.
Cuernavaca era la capital convencionista; ahora que el
aspecto de la ciudad causaba desolación. La guerra la había
castigado severamente. Las huellas de las metrallas y de los
incendios estaban a la vista. El obispado, una de las grandes
construcciones más dañadas por la guerra, daba idea de ruina,
desesperanza y amargura. En sus pasillos, todavía se veían los
restos de la biblioteca saqueada y quemada. Por las salas rodaban
las piezas del museo arqueológico que con tanto saber y perseverancia
había reunido el obispo.
La alimentación, era un capítulo de lujo; de excesivo lujo.
El mercado local, antes tan próspero, sólo era lugar de reunión
de un pequeño grupo de valientes comerciantes dispuestos a
desafiar las balas y las disposiciones oficiales. Los precios de los
comestibles estaban fuera del alcance de la gente pobre y de los
pobres soldados zapatistas. Un kilogramo de azúcar costaba, no
obstante ser Cuernavaca la fábrica de azúcares más importante
de la República, dos pesos. Un litro de leche, un peso. Quince
pesos, el valor de un kilogramo de manteca.
La pobreza alcanzaba al gobierno de la Convención. Los
delegados aceptaron un sueldo de siete pesos diarios; pero un
mes (febrero, 1915), no recibieron sus honorarios.
Al salir de la ciudad de México, el coronel González Garza,
pudo disponer de dos millones ciento veintiséis mil pesos
guardados en la caja de la tesorería nacional, después de la
sustracción hecha por el general Gutiérrez. Pudo también
disponer de trescientos veintiún mil pesos en monedas de oro y
cobre depositados en la Casa de Moneda; pero como la honradez era el signo magno de González Garza y de aquellos hombres que le acompañaban en la aventura democrática y revolucionaria,
el Provisional no queriendo que se pusiera en tela de
juicio su conducta se negó a manejar tal dinero, y dejó a los
delegados convencionistas para que dictaran un acuerdo sobre el
uso y manera de uso de ese fondo contante y sonante.
La Convención, luego de deliberar sobre la conveniencia e
inconveniencia de tomar tales fondos, resolvió nombrar una
comisión encargada de recoger el dinero de la tesorería y de la
Casa de Moneda; pero esto se llevo a cabo con tantos temores y con un criterio tan puro como escrupuloso, que a pesar de las necesidades financieras que tenía el zapatismo, sólo fueron
sustraídos ciento treinta y cuatro mil pesos en oro e igual
cantidad en billetes; dinero conducido celosamente a Cuernavaca; y esto en medio de explicaciones y de cuentas menudas.
Ahora bien: estando ya el dinero en Cuernavaca, el gobierno
de la Convención consideró indebido poner en circulación el oro
y la plata; y como la mayoría de los billetes recogidos en la
tesorería eran de cien pesos, los convencionistas consideraron
que tales signos monetarios no correspondían a una circulación
popular, y por lo mismo, en vez de autorizar los pagos con tales
billetes, resolvieron dar facultades a González Garza a fin de que
expidiera vales pagaderos al triunfo de la Revolución. De esos
vales, el Provisional emitió doscientos mil pesos; setenta y ocho
mil destinados al presupuesto de la Convención y lo restante,
para los gastos de guerra.
Estas escaseces no dejaron de provocar riñas y discusiones
entre los zapatistas y la gente armada de González Garza, pues
los unos y los otros se culpaban de los males que afligían al
ejército, sobre todo en lo que hacía a la falta de dinero.
Además, tan desemejantes eran las características exteriores de
los partidarios de Zapata y de quienes escoltaban al Provisional,
que el hecho servía para ir ahondando las dificultades entre
ambos bandos. La indumentaria de los zapatistas era muy
peculiar; camisa y calzón de manta cruda, huarache y sombrero
ancho y carrilleras cruzadas al pecho. En cambio la gente de
González Garza, llevaba uniforme de caqui, sombrero texano,
zapato y polaina.
No todos los soldados zapatistas, hablaban español. Originarios no sólo de Morelos, sino de los estados de Puebla,
México, Hidalgo y Oaxaca, habían llegado a la guerra con sus
costumbres y hablas nativas; y más que guerreros, no obstante
ser valientes, daban la idea de formar en una multitud sublevada
sin saber por qué causa. Además, de multitud que portaba armas
y municiones no tanto para agredir, cuanto para defenderse; y,
en efecto, tal era lo que se había difundido entre los zapatistas:
la defensa contra los tenedores o usurpadores de tierras; y
aunque no toda aquella gente comprendía lo que eso quería
decir, ya que no conocía ni sentía el problema con la
profundidad de los políticos, de todas maneras parecía ser el
símbolo de lo desamparado.
Desde la expedición del Plan de Ayala (diciembre, 1911), el zapatismo creyó hallar el origen de cuanto mal padecía el pueblo mexicano, en un desigual reparto de la tierra, y por lo mismo, cuando el general Zapata quedó dueño del suelo de
Morelos, procedió a poner en práctica su programa agrario; y el
5 de abril (1914) decretó la nacionalización de los terrenos,
aguas, montes, fincas rústicas y urbanas y demás intereses
pertenecientes a los enemigos de la Revolución, que directa o
indirectamente la hubiesen hostilizado.
La nacionalización de las tierras no correspondía, pues, a un
propósito de organización social, sino a una función de
venganza popular.
El mismo decreto estableció que también los bienes de extranjeros podían ser expropiados; mas esto como complemento
a las disposiciones mencionadas anteriormente, y siempre mediante
el compromiso de indemnizar a los propietarios.
Faltaba, en el decreto de abril, así como en las órdenes
correlativas, un entendimiento preciso de lo que se pretendía
llevar a cabo; ahora que el propio decreto autorizó a los generales
y coroneles del Ejército Libertador, para fijar las cédulas de nacionalización, tanto a las fincas rústicas como a las urbanas, con lo cual, al empezar el año de 1915, podía decirse que la hacienda en el estado de Morelos había desaparecido; y con ésta
desaparecidos también los mayordomos y las tiendas de raya; y
si los campos agrícolas estaban abandonados por motivos de la
guerra, la propiedad rural quedaba virtualmente dividida y subdividida.
aunque nadie sabía cuál era la superficie de tierra que
le pertenecía conforme al decreto de Zapata.
Este había confirmado la nacionalización de las tierras con
mucha convicción; y si no era hombre instruido, sí quiso estudiar
y estudió los problemas agrarios. Al efecto, tuvo en sus
manos los títulos de muchos pueblos que habían sido despojados
de sus tierras por los hacendados.
Dentro de tan grave acusación no figuraban todos los
hacendados ni el problema concerniente a la nacionalización se
limitaba a restituir tierras a los labriegos que se suponía habían
sido despojados. La nacionalización, constituía una confiscación
general de tierras y la ley que la determinó, no definía en qué
proporción serían aprovechadas. Zapata, entreveía una necesidad
agraria, pero sin alcanzar a medir una organización social
propia ai nuevo sistema de propiedad rural.
Previó en cambio la necesidad de establecer un sistema de
crédito agrícola; pero con la mentalidad del individuo que ama
la libertad más que la necesidad de arraigar una autoridad, hizo
omisión de los métodos capaces de llevar a cabo sus ideas; y es
que no creía en los créditos distribuidos y administrados por el
Estado; tampoco consideraba convenientes los empréstitos
extranjeros destinados al beneficio y prosperidad agrícola del
país.
Difícil será hallar, durante la Guerra Civil mexicana, otro
individuo que, sin apartarse de las normas del criterio rural del
cual era hijo legítimo, tratara de hacer bienes al pueblo con los
bienes del propio pueblo.
El caudillo tenía sus propios proyectos, y de ninguna
manera pretendía apartarse de ellos. Había en esto no pocas
idealizaciones; pero todas de responsabilidad. Zapata consideraba
que los bancos agrícolas podían ser fundados con la concentración
de los productos de las rentas de las fincas urbanas nacionalizadas en la República. La ciudad en el concepto de Zapata, debería ser el punto de apoyo para la transformación de la vida agrícola. Creía que el poder urbano era tan grande y poderoso, que una obligación que fijaran los campesinos, bastaría para realizar la prosperidad rural. No escaseaban en tales
miras la ingenuidad y la ignorancia; tampoco faltaba el odio que la Revolución Rural experimentaba hacia las ciudades a las que hacía responsables de los infortunios del pueblo rústico.
La Revolución mexicana, en concepto del zapatismo, no era
la democracia política ni la democracia electoral; tampoco la
socialización de los bienes de producción. Zapata decía con
mucha claridad y franqueza cuál era el meollo de su preocupación:
mejorar la instrucción de las clases bajas a fin de que
éstas hicieran de la agricultura su tema y propósitos principales.
Esta ruralización de México, parecía primitiva y ajena a los
progresos industriales del mundo; pero es que México requería
pasar felizmente por la edad agrícola. Sin tal, no sería posible
llegar a la edad industrial. La Revolución no era, pues, producto
de la burguesía ni de la pequeña burguesía. Era el resultado de
la más primitiva y original clase rural.
A este singular pensar de Zapata, que no se originaba en la
cultura ni en el genio magnífico; que no poseía introductores ni
expositores de una filosofía social; a este singular pensar, sólo
podía atribuirse la fuerza intuitiva de Zapata.
Y, por ser tan personal tal genio, la Convención instalada en
Cuernavaca, no podía corresponder al mismo; pues en el seno de
la asamblea ya no predominaban los representantes de la clase
rural de México. Ahora, había una nueva pléyade de delegados.
Y tal pléyade la representaban los capitalinos. Los ciudadanos
que, dirigidos por los líderes socialistas Rafael Pérez Taylor, Luis
Méndez y Antonio Díaz Soto y Gama, pretendían con sus tintes
de modernismo urbano, dar una nueva legislación y nuevos
guías a la República. En la Convención se iban borrando poco a
poco las manifestaciones de la mentalidad rural que habían sido
tan notorias en Aguascalientes. La asamblea que un día reclamó
su independencia y su soberanía, perdía vigor y mentalidad
rurales. Las ideas y las cosas cambiaban.
Presentación de Omar Cortés Capítulo decimoséptimo. Apartado 7 - Situación económica del país Capítulo decimoséptimo. Apartado 9 - Ideas del zapatismo
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