Presentación de Omar Cortés | Capítulo decimoctavo. Apartado 3 - Obregón y Villa | Capítulo decimoctavo. Apartado 5 - La retirada de Villa | Biblioteca Virtual Antorcha |
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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO SEGUNDO
CAPÍTULO 18 - OTRA GUERRA
PRELIMINARES DE BATALLA
A la mañana del 3 de abril (1915), el general Alvaro Obregón, jefe de las operaciones militares del Constitucionalismo se reunió con los generales Benjamín Hill y Miguel V. Laveaga, en quienes tenía gran confianza, puesto que les había entregado los batallones veteranos de Sonora y Sinaloa, a bordo del vagón que le servía de cuartel general en la estación del
ferrocarril de Querétaro, haciéndoles saber que tenía noticias
ciertas de que, el general Francisco Villa se hallaba en Silao a
donde estaba concentrando de ocho a diez mil hombres,
dispuesto a impedirle el paso más al norte de Celaya.
En Irapuato, estaban acampados cinco mil soldados villistas
de infantería y tres mil de caballería; y se esperaba la llegada de
la brigada del general Fierros y de dos brigadas más procedentes
de Durango. Tenía noticias también el general Obregón, de que
Villa había retirado dos o tres mil soldados veteranos, de los
estados de Nuevo León y Coahuila; y que la artillería villista.
montada en góndolas del ferrocarril, formaban largas filas en las
cercanías de León. Los trenes de abastecimientos de Villa estaban
ya reunidos en Irapuato; y sólo se esperaba la llegada de
Fierros para avanzar, siguiendo la vía férrea hacia Salamanca.
Para el caso de estos informes, el general Obregón, había
cotejado las noticias de sus agentes; y si no era posible verificar
con precisión el número del enemigo, sí estaba seguro de que,
en cantidad, éste era mayor que los obregonistas.
Tales informes no correspondían, pues, a aquellos que
podían calificarse de favorables para los constitucionalistas. Esto no obstante, Obregón comunicó a los generales su decisión de avanzar hacia Celaya, aunque sin hacer saber si tenía o no elegida esa plaza para presentar la batalla a las huestes de Villa. Ningún signo asomó en el general Obregón, que delatara haber
tomado ya resolución alguna. El general, no se mostraba
preocupado y parecía entregado al optimismo. Mucho creía en
su persona; pero también grande era la confianza depositada en
sus generales; pero sobre todo en los soldados que le acompañaban
desde la campaña de 1913. Por otra parte, no conocía, con exactitud, cuáles podían ser o eran las ventajas del terreno que ofrecía la región de Celaya;
pero no ignoraba que siendo una zona agrícola con una red de
canales de riego, éstos imposibilitarían las maniobras de la
caballería de Villa que constituía el poder principal del caudillo
norteño. Una duda, sin embargo, parecía enbargar al general Obregón
a la hora de anunciar a sus generales la decisión de movilizar el
grueso de sus tropas de Querétaro a Celaya. Esa duda consistía
en determinar si se encerraba en la plaza con todas sus fuerzas,
para el caso de un ataque violento del villismo o si se separaba
de una parte de sus soldados, en previsión de que Villa en vez de
lanzarse al asalto, procediera a sitiarle.
A pesar de que conocía los ímpetus de Villa, el general
Obregón, considerándole hombre miedoso, llegó a creer que
aquél no arriesgaría todo el poder de sus fuerzas en una sola
acción, y que por lo mismo, en vez de intentar un asalto general,
pondría sitio a la plaza, de manera que, aislándola de su base de
abastecimientos, pudiera sucumbir.
Esta idea fija de lo que consideraba como imposible
acontecer dada la idiosincrasia de Villa, hizo que Obregón
ordenara, al tiempo de movilizarse hacia Celaya, que salieran
dos columnas; una, al mando del general Alejo González, en
dirección al sur; otra, a las órdenes del general Porfirio
González, hacia el punto opuesto.
La medida no podía ser más previsora; pues considerando
que Villa le sitiara en Celaya, dispondría de dos brigadas, fuera
de la plaza, que quedaban en aptitud de atacar los flancos y la
retaguardia de las fuerzas sitiadoras. Además, los dos generales
González llevaban instrucciones de proteger los trenes de
abastecimientos, en el caso de que Villa cortase el camino de
hierro al oriente de Celaya. Por último, la misión de ambas
columnas consistía también en reunir a todas las partidas carrancistas
al norte y sur de Celaya, y prepararlas para concurrir a un
ataque combinado sobre los villistas.
Obregón, no estaba cierto de que la batalla ocurriría
precisamente en la plaza de Celaya, pero dada la cercanía del
enemigo, comprendía que esa ciudad del Bajío, centro granero y
mercantil, tenía que ser el teatro de la guerra. Villa no dejaría
de avanzar ni él, Obregón, retrocedería. El lugar para combatir
estaba, pues, de hecho, ya trazado en la mente de ambos
capitanes.
En Celaya, a donde llegó hacia el mediodía del 3 de abril, el
general Obregón mandó que su jefe de estado mayor coronel
Francisco R. Serrano, tomara cuenta y razón de cuanto pudiera
ser útil para resistir un ataque del enemigo, si ese ataque se
producía. Asimismo, entre sus primeras previsiones, dispuso que
los trenes militares que llenaban las vías férreas, fuesen movilizados
hacia Querétaro, tanto para no entorpecer las maniobras de
su tropa, cuanto a fin de evitar que de ellos se sirviese el
enemigo; y mientras esto se llevaba a cabo, procedió a reconocer
el terreno circundante de la plaza, y que, al parecer, presentaba
las defensas que el propio Obregón tenía consideradas en sus
planes de guerra.
No ofrecía Celaya los recursos salientes para concluir una
etapa guerrera; pero como Obregón era hombre correspondiente
a la clase rural, pudo advertir que en aquella vasta planicie
abajeña, espejo de la riqueza agrícola de México, existían obras
hechas por la técnica agrícola para el desarrollo de los cultivos,
que podían ser convertidas en defensas militares; porque, en
efecto, aquellos campos labrantíos estaban cruzados por
acequias hechas para la irrigación, y que por situación, longitud,
profundidad y bordes, podían ser aprovechables para la defensa
de la plaza.
Esto no obstante, no pocas eran las dudas que sombreaban
las últimas decisiones de Obregón, de manera que sabía que
estaba imposibilitado de avanzar más al poniente de Celaya,
puesto que las fuerzas villistas llegaban con sus avanzadas a las
cercaníais de Salamanca. Sabía también que cualquier
movimiento de retroceso, lo aprovecharía Villa para provocar en
las filas carrancistas el desánimo y la deserción. Sabía asimismo
que la región se prestaba a entorpecer, por lo menos, los movimientos
de la caballería del enemigo. Y si sabía todo eso, no
desconocía que, en caso necesario, le quedaban dos salidas de la
plaza, muy honrosas y correspondientes a la estrategia militar.
Esas dos salidas eran hacia el norte y hacia el sur; esto es, en
dirección a los puntos a donde había despachado las columnas
de los generales González.
Por otra parte, el recorrido hecho en el posible campo de
batalla, y los satisfactorios informes que le rendía el coronel
Serrano, jefe de su estado mayor, sobre el estado de las tropas
acantonadas en Celaya, que deseaban la llegada de la hora para
enfrentarse a las huestes villistas, le entusiasmaban tan
grandemente, que iba consintiendo dentro de sí mismo que
Celaya era el punto para dar la batalla al enemigo.
Al caso, estableció su cuartel general en el templo de San
José. En seguida, mandó que en una torrecilla de la fábrica La
Favorita quedase instalado un telégrafo de señales, a modo que
el cuartel general estuviese constantemente informado de
cuanto se avistase en el horizonte.
Hecho todo eso, a la mañana del 4 de abril volvió a reconocer
los aledaños de Celaya. Acompañáronle en la excursión el
coronel F. R. Serrano y el general Benjamin G. Hill; y ya a esa
hora, había dado órdenes para que sus soldados cavaran trincheras
aprovechando los bordes de los canales de riego; y órdenes
también para el emplazamiento de las ametralladoras hacia el
poniente y norte de Celaya, que eran los puntos que Obregón
veía más cercanos a la amenaza de Villa.
El segundo reconocimiento hecho al terreno de las futuras
operaciones, satisfizo debidamente a Obregón. Las trincheras
dispuestas, los canales, las loberas para las ametralladoras, le
parecieron puntos de resistencia inmejorables. Además, ese
mismo día fue informado, con noticias precisas, sobre la
cantidad de granos y otros abastecimientos de boca almacenados
en la plaza; pues bien sabido era que la cosecha de invierno
había sido favorable a los agricultores y que éstos, por la falta
de comunicaciones, tenían su producción total o casi total
guardada en Celaya.
El temor, pues, que abrigaba Obregón, de ser cercado por
los villistas, empezó a decrecer en el ánimo del general, y mandó
que las pocas piezas de artillería que continuaban a bordo de los
trenes fuesen desembarcadas y colocadas tras de la red de
acequias, de manera que la defensa de éstas resultaba casi
impenetrable.
Este solo acontecimiento, daba una gran superioridad a
Obregón sobre cualquier plan de Villa, puesto que éste, aparte
de que tendría que dejar inmovilizada su caballería, tampoco
podría servirse eficazmente de sus cañones en medio de aquel
dédalo de acequias, que parecían construidas especialmente
para entrampar a cualquier ejército, por más fuerte y bien
dirigido que estuviese.
No todos los generales que acompañaban al general Obregón
estaban en el secreto de éste; en el secreto de las defensas
naturales que presentaba la propia plaza. Así, a la noche del día
anterior del segundo reconocimiento del terreno, un grupo de
generales pidió a Obregón que, antes de aventurarse a dar batalla
a Villa, retrocediera con todas sus fuerzas a la plaza de
Querétaro que poseía mejores condiciones para la defensa, pero
principalmente para soportar un sitio.
Obregón, sin revelar sus proyectos ni hacer predicción
alguna, se limitó a escuchar a sus generales y de manera afable
les indicó que no insistieran en su petición; pues que si había
necesidad de pelear estaba dispuesto a pelear defendiendo la
plaza de Celaya.
Lo único que preocupaba a Obregón era la demora en la
llegada de refuerzos y municiones que esperaba de Veracruz. No
dudaba, gracias al sistema de vigilancia sobre la vía férrea, que
había establecido de Puebla a Pachuca y de este punto a
Querétaro, que los trenes de abastecimientos correrían sin
tropiezos, y era por lo mismo que se mostraba inquieto al no
recibir noticias sobre el paradero de los convoyes.
Sin embargo, de vuelta en la iglesia de San José donde,
como quedó dicho, tenía cuartel, Obregón se enteró de que a
esa hora entraban dos trenes con parque, bastimentos y
soldados. Ahora, pues, el futuro si no asegurado, cuando menos
poseía una garantía que le acercaba al triunfo.
A la mañana de ese mismo día, que Obregón aprovechó para
llevar a cabo el segundo reconocimiento en torno a Celaya,
entró a Irapuato el general Francisco Villa. Iba escoltado por su
guardia personal a la que llamaban de los Dorados, vestidos de cabeza a pies, de negro.
Cuarenta y dos generales formaban el séquito del general
Villa. Catorce de ellos, habían pertenecido al antiguo ejército
federal y hoy prestaban servicios, no tanto por convicción,
cuanto por profesión al ejército del Norte, fuerte, aseguraba el
general Villa ese mismo día, en veintitantos mil hombres y sesenta y cinco cañones; ahora que las cifras que daba el general
Villa sufrían tantas y tan continuas alteraciones, que siempre
será muy difícil establecer el número verdadero de soldados
villistas reunidos en Irapuato o cerca de Irapuato.
Luego de su llegada a este punto, sin mandar reconocer la
situación del enemigo, sin saber en qué consistía la fuerza
numérica de éste, sin escuchar el parecer de sus generales y sin
hacer un plan general de ataque, el general Villa expidió,
firmada por él mismo, la orden de avance hacia Celaya. También
firmó mensajes dirigidos a los principales periódicos de Estados
Unidos, anunciando su decisión de castigar la osadía del
bandido Obregón.
Hecho lo anterior, empezó el movimiento de tropas hacia
Celaya; y el acontecimiento, más que preliminar de combate,
parecía una parada militar. Tal era la confianza que Villa y los
villistas tenían en su triunfo.
La formación ordenada por Villa debería estar precedida
por ocho mil hombres de caballería. Ocho mil más de infantería,
movilizados en ferrocarril, seguirían a la primera columna.
Los restantes soldados de la División del Norte, quedarían de reserva, en las cercanías de Irapuato.
Villa mismo quiso marchar al lado de sus tropas y se puso en
camino a la mañana del 5, primero a bordo de su tren
especial; después, como a veinte kilómetros de Irapuato,
hallando la vía en malas condiciones, resolvió montar a caballo;
hecho lo cual y descubierta que fue su presencia por los soldados,
éstos, estallaron con vítores.
Mas a la hora en que Villa avanzaba, recibió un parte, en el
cual le comunicaban que el general Obregón, había salido de
Celaya, situándose en El Guaje, en donde se empeñaba el
combate. Villa detuvo su marcha, y mandó al general Agustín
Estrada, para que se adelantara velozmente, tratara de copar a
Obregón y de cortar, con lo mejor de la caballería villista, la
retirada del propio Obregón, en el caso de que éste pretendiera
retroceder al oriente de Celaya.
Partió el general Estrada a cumplir las ordenes recibidas en
medio de un tumulto, pues parecía como si Obregón, sin detenerse
en El Guaje avanzara sobre el propio cuartel general de
Villa; y aunque no era esta la realidad, el jefe de la División del Norte llegó a creer en una posible audacia de Obregón, y con mucha cautela continuó hacia Salamanca, en cuyos aledaños esperó noticias sobre los sucesos en El Guaje.
Villa, al igual de Obregón, no tenía planes precisos sobre la
campaña que iba a desarrollar. Sólo había en él una lejana idea
acerca de la resistencia que pudiera ofrecer Obregón; pero
ignoraba las condiciones de defensa que existían en Celaya. De
esta suerte, tanto una parte como la otra parte dejaban su
encuentro a la casualidad; y a la casualidad, también, el triunfo
de sus armas.
El general Obregón, creyendo que Villa, antes de resolverse
a la acción, se detendría algunos días en Irapuato y se movería
lentamente, ya para sitiar la plaza de Celaya, ya a fin de atacarla
por el norte y sur, que eran los puntos más débiles de la defensa,
mandó que el general Fortunato Maycotte, al frente de mil
quinientos soldados, en su gran mayoría reclutados en el Valle
de México y por lo mismo escasos de instrucción y resolución
guerreras, se adelantara a El Guaje, con el objeto de observar lo
más cerca posible los movimientos del enemigo.
No llevaba Maycotte, al avanzar hacia El Guaje, ninguna instrucción precisa para iniciar la lucha con el villismo. Tampoco
había recibido órdenes de retroceder en caso de verse agredido
por el enemigo.
La situación de Maycotte no podía ser más aventurada;
porque aparte de la inexperiencia de sus soldados, presentarse a
un enemigo fuerte en más de quince mil hombres —y de los
hombres más selectos del ejército villista— no solamente era
osado, sino que carecía de principio militar.
Mas Obregón no consideró el movimiento de Maycotte
como parte de un plan. Hase dicho, que el jefe de las operaciones
del Constitucionalismo no creía que el general Villa obrara tan precipitadamente como sucedió. Obregón pues, al destacar a Maycotte hacia El Guaje, lo hizo a fin de que un jefe de su
confianza, como era Maycotte, observara los primeros
movimientos del villismo y de ellos le informara; esto es, antes
de quedar convencido de los bienes que podrían acarrear al
carrancismo la permanencia y defensa de la plaza de Celaya.
La misión de Maycotte era de mera observación, y aunque
sin instructivo preciso, se entendía que debería replegarse al
cuartel general, en el caso de que los villistas trataran de
comprometerlo a combatir. Mas, llegado el momento, ¿cómo
retrocedería Maycotte a Celaya frente a un enemigo famoso por
el valimiento y efectividad de sus caballerías? ¿Cómo considerar
que los villistas iban a dar tiempo a los carrancistas para
replegarse pacífica y tranquilamente?
El movimiento ordenado a Maycotte, desde el punto de
vista militar, constituía un error y fue propio de la incertidumbre
que reinaba en el campo carrancista hasta el momento en que
se supuso a Villa tratando de dar tiempo a sus tropas para
concentrarse en Irapuato.
Maycotte, pues, fue tomado por sorpresa, porque cuando
más entregado se hallaba en observar los movimientos del
enemigo se vio agredido en uno de sus flancos, y como violentamente
los villistas trataron de circundarle, resolvió, con valor
sin igual, hacer frente a los atacantes.
Sus fuerzas eran inferiores a las del enemigo. Así y todo,
creyéndose protegido por un bosquecillo y las acequias, aceptó
el combate. Tres columnas, al efecto, avanzaron impetuosas
sobre las improvisadas defensas de Maycotte, y lo que en un
principio pareció una mera escaramuza situada hacia el flanco
derecho del general carrancista, pronto se convirtió en un asalto
dirigido y realizado en toda forma, y en el que las fuerzas
atacantes sumaban poco más de seis mil hombres.
Tan circunstancial e imprevisto fue el ataque sufrido por la
columna exploradora que mandaba Maycotte, que apenas tuvo
éste tiempo para enviar un propio al general Obregón, comunicándole
estar muy comprometido.
Maycotte, en efecto, atacado por los cuatro costados, se
defendía muy valientemente; pero sus bajas crecían minuto a
minuto; y al cabo de dos horas, y cuando ya no tuvo más que
huir hacia Celaya, dejó en el campo de combate quinientos
sesenta y seis cadáveres, trescientos prisioneros, y en la retirada
a Celaya le abandonaron otros doscientos hombres, de manera
que cuando se reincorporó al cuartel sus fuerzas no llegaban a la
tercera parte de las que había puesto bajo su mando el general
Obregón.
Sin esperar la llegada y los informes del general Maycotte,
gracias al sistema de señales establecido, el general Obregón tuvo
las primeras noticias de lo que acontecía en El Guaje, y sin
desanimarse, y con una intrepidez casi admirable, mandó que el
general Benjamín Hill saliera con mil quinientos soldados de
infantería en auxilio de Maycotte; y él mismo, Obregón, quiso ir,
a bordo de una góndola del ferrocarril, al punto del combate;
ahora que desistió de la empresa al cerciorarse que la acción
había terminado; que la gente de Maycotte huía en todas
direcciones y que los soldados villistas, engolosinados por el
triunfo avanzaban resueltamente hacia Celaya, sin atender las
órdenes de sus generales.
El general Villa, en efecto, aunque muy alentado por el
triunfo sobre Maycotte, quiso detener el avance de sus tropas a
Celaya. La presencia osada de Maycotte en El Guaje, le hizo
temer que Obregón estuviese mejor preparado de lo que él,
Villa, suponía, por lo cual quiso proceder cautelosamente. Esto,
sin embargo, ya era después de tiempo, puesto que sus hombres
avanzaban hacia la plaza del enemigo. De los trenes villistas
movilizados hasta quedar a veintitantos kilómetros de
Celaya, descendía la infantería, sin atender las órdenes de sus
jefes. Tanto así era el optimismo de los atacantes y la
precipitación y gusto con que éstos querían medir sus armas con
el carrancismo.
Esto no obstante, la caída de la tarde paralizó los ímpetus
de los guerreros de Villa; y éste pasó la noche a bordo de su tren
detenido en las cercanías de Salamanca. Allí se le unió un grupo
de sus generales más distinguidos; pero era tanta la confusión;
tanta la alegría y la ilusión; tanta la fe en la determinación final,
que no quedó un documento preciso acerca de tal junta. Ni el
coronel Roque González Garza ni el general Felipe Angeles,
quienes dejaron apuntamientos acerca de lo sucedido con anterioridad
y posterioridad al combate de Celaya, pudieron
esclarecer qué problemas de carácter militar fueron resueltos a
bordo del coche-dormitorio del jefe de la División del Norte.
Presentación de Omar Cortés Capítulo decimoctavo. Apartado 3 - Obregón y Villa Capítulo decimoctavo. Apartado 5 - La retirada de Villa
Biblioteca Virtual Antorcha