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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO TERCERO
CAPÍTULO 20 - PAZ INCIERTA
CONTINÚA LA GUERRA
Hasta los días en que el general Alvaro Obregón, al frente del Ejército Constitucionalista de operaciones en el centro de la
República se acercaba a Celaya, sin saber con fijeza si sería allí
atacado por el general Francisco Villa, no existía un mando
militar verdadero y efectivo en el carrancismo.
Obregón, como ya se ha dicho, hacía y desenvolvía sus
propios planes. El general Diéguez no tenía órdenes expresas del
Primer Jefe ni de Obregón, para llevar a cabo sus movimientos de guerra. En el sur de Sonora, la columna expedicionaria de Sinaloa, enviada por el general Ramón F. Iturbe, para combatir a
los maytorenistas, operaba por su propia iniciativa. El general
Jesús Agustín Castro, en Chiapas, al igual que el general
Salvador Alvarado, en Yucatán, carecían de instrucciones
específicas de la Jefatura Constitucionalista y decretaban civilmente, lo que creían conveniente sin seguir u obedecer una idea central y principal de la Revolución, así como reclutaban y
organizaban cuerpos de guerra a su gusto y capricho.
Hacia el norte de Coahuila y Tamaulipas, el general
Maclovio Herrera tenía facultades para hostilizar a los villistas; y
en Tampico, el general Pablo González, era el señor de la guerra;
y sólo cuando fue informado acerca de lo sucedido en Celaya,
consideró necesario iniciar una ofensiva contra el villismo, tanto
para aprovechar la debilidad que el envío de villistas al frente
del Bajío dejaba en el noreste del país, como a fin de acudir de
esa manera, al auxilio de los movimientos que realizaba el
general Obregón; ahora que esto fue obra del propio González y
no orden del Primer Jefe.
González, al efecto, mandó al general Jacinto B. Treviño,
para que se hiciera cargo de la defensa de El Ebano,
considerando el propio González que si se forzaba este paso.
Villa sentiría amenazado su flanco izquierdo que se apoyaba en el
estado de San Luis Potosí.
Al efecto, el general Treviño, militar profesional, siguiendo
las instrucciones del general González procedió a fortificar, con
destacada diligencia, él punto del Ebano que presentaba, por la
topografía del terreno, las condiciones más favorables para una
resistencia prolongada.
Así, con la asistencia de los jefes ex federales Fernando
Vizcaíno y Fernando Vázquez en seguida de recibir refuerzos y
abastecimientos, el general Treviño, quedó en posibilidad de
disponer una ofensiva, aprovechándose, con mucha astucia y
conocimiento, de un asalto violento y casi suicida (3 de abril,
1915), ordenado por el general Tomás Urbina contra los
atrincheramientos carrancistas. Urbina, fiado en el poder de sus
caballerías, pero olvidando lo impropio del suelo para las
maniobras de sus aguerridos jinetes, no hizo más que llevar a su
gente a la muerte. Así, frente a aquel error y fracaso, Treviño no
sólo hizo valor de resistencia, sino que tomando la ofensiva,
llevó a los villistas casi a la fuga.
Tan humillado quedó el general Urbina en la malograda
empresa que, atribuyendo su derrota a una confusión de
órdenes, pidió al general Felipe Angeles intercediera cerca del
general Villa a fin de que se le relevara del mando en las
operaciones en Ebano.
No fue necesaria, sin embargo, la intervención de Angeles,
porque atribuyendo el general Villa parte de su fracaso en
Celaya a que había faltado a su lado el general Urbina en quien
siempre confiaba, pues le tenía en la categoría de su mejor
lugarteniente tanto por el denuedo, como por la oportunidad
con que peleaba, mandó, precisamente cuando Urbina quería
retirarse del frente de El Ebano, que el propio Urbina
concentrara el grueso de sus fuerzas en León y por lo mismo,
que el frente del Ebano quedase reducido a un mero tapón.
Las fuerzas de Urbina, en efecto, empezaron a abandonar las
posiciones del Ebano a los últimos días de abril (1915),
quedando al frente de los villistas el general Manuel Chao, quien
con prontitud, en vista de que sólo le quedaban tres mil
soldados, empezó a construir parapetos y a fortalecer el paso de
la vía férrea, que a su parecer era el único que podía utilizar el
general Treviño en el caso de que emprendiese la ofensiva.
Sin embargo, Treviño que estaba bien preparado en el arte
de la guerra, tan pronto como estuvo informado del retiro de la
mayor parte de la gente de Urbina, comenzó a urdir una formal
contraofensiva aprovechándose de las flaquezas que ofrecían los
flancos del general Chao; y dispuestas así las cosas, el primero
de mayo empezó a movilizarse sobre las defensas del villismo,
principalmente hacia la izquierda; después, marchando al ataque
del centro previamente cañoneado por la artillería que dirigía el
general Manuel García Vigil, y por fin, mandando el asalto
general, en el cual los generales José Osuna, José E. Santos y
Enrique W. Paniagua, llevaron la principal responsabilidad,
empezó a perforar a la línea villista; y el combate terminó (31
de mayo, 1915), con el triunfo de las fuerzas de Treviño.
Con esto, quedaron abiertas las puertas del estado de San
Luis Potosí a las fuerzas carrancistas en los días en que los
ejércitos de los generales Villa y Obregón combatían en León.
El triunfo de Treviño no fue un acontecimiento aislado en el
oriente de México. Constituyó, como se ha dicho, el resultado
de un plan guerrero trazado, coordinado y dirigido por el
general Pablo González, quien, ya para cooperar con el avance
del general Obregón hacia el centro de la República, ya para no
quedar atrás de los triunfos obtenidos por Obregón, ahora
desenvolvía las operaciones de guerra con mucha actividad y
eficacia.
González, en efecto, había reorganizado la División del noreste, pudiendo contar hasta dieciocho mil el número de sus soldados, por lo cual, y asociado a los planes del general Maclovio Herrera, jefe de la División del Bravo, se dispuso a penetrar a territorio villista en el norte del país; territorio que no había sido pisado por las fuerzas carrancistas desde la segunda mitad de 1914.
Sin embargo, cuando el general González se disponía a
desarrollar la ofensiva sobre el suelo del villismo, llegaron a
entorpecer la empresa dos sucesos luctuosos: El primero, el
asesinato del general Herrera, cometido en las cercanías de
Nuevo Laredo por Alfredo Artalejo; el segundo, la muerte (15
de junio) del general Ildefonso Vázquez, jefe revolucionario de
muchos méritos, tanto por su rectitud como por sus hazañas.
Con tales contingencias, que produjeron consternación en
las filas de González, éste limitó sus proyectos. Al efecto,
organizada una columna de siete mil hombres a las órdenes de
los generales Luis Caballero, Manuel Lárraga, Rafael Cepedad, I.
Nafarrate y Fortunato Zuazua, ordenó que ésta avanzara sobre
Saltillo, para continuar con prontitud hacia San Luis Potosí,
con la intención de amenazar la retaguardia del ejército de Villa,
mientras éste combatía en los campos de Trinidad.
Los planes de González se desarrollaron con efectividad;
pues sus fuerzas, después de tomar Ciudad Victoria, avanzaron y
ocuparon la plaza de Monterrey (23 de mayo) y obligaron, en
medio de aquella ofensiva, al general Eulalio Gutiérrez, quien
continuaba llamándose Presidente Interino, a huir en dirección a
Estados Unidos cuando su proyecto era instalarse en Monterrey.
Gutiérrez, en efecto, después de su salida de la ciudad de
México (16 de enero, 1915), marchó con las tropas de Lucio
Blanco y los pequeños grupos armados, ya de villistas, ya de
carrancistas, ya de zapatistas que le consideraban el presidente
legítirno de México buscando llegar al norte del país; pero
alcanzado en San Felipe (Guanajuato), por los soldados del
Ejército Constitucionalista, tuvo que presentar combate, encomendado el mando de sus soldados al general Eugenio
Aguirre Benavides, quien no obstante los desesperados esfuerzos
que hizo para evitar la derrota de su pequeña columna, que se
vio atacada por cerca de cinco mil carrancistas, fue derrotado y
castigado, de manera que el general Gutiérrez emprendió la
fuga; aunque repuesto días más tarde del fracaso en San Felipe,
quiso avanzar a Monterrey, pero las fuerzas de González le
salieron al encuentro, con lo cual el presidente elegido por la
convención, viéndose solo; pues no únicamente sus soldados,
sino también sus principales colaboradores habían huido, se
dirigió a Ciénega del Toro, en donde hizo saber, en un
manifiesto (4 de marzo), que daba por terminadas sus
funciones administrativas, civiles y militares, y por lo mismo
no le quedaba otro recurso que el de marchar al destierro
voluntario.
Así concluyó aquel episodio de la Convención de Aguascalientes, que momentáneamente hizo creer a la República
que había llegado la hora de la paz, de la restauración
constitucional y del orden que anhelaban los mexicanos; que hizo
creer asimismo en la posibilidad de que un tercer partido, que
no sería el villista ni el carrancista, pudiese contender y resolver
los grandes problemas nacionales, pero principalmente el de la
sucesión presidencial que había sido planteado ante la
Convención que se decía Soberana. Fue, por último el
dramático fin de aquel episodio, la derrota definitiva del
asambleísmo. Después de los estériles acuerdos de una asamblea
que llegó a considerarse como la dueña de todos los poderes de
la nación mexicana, difícilmente podría volverse a creer en la
fuerza determinante de los oradores políticos.
Todos esos sucesos, restaron prontamente al villismo, la
línea fronteriza con Estados Unidos, comprendida en los
estados de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila; y con ello,
volvió a brillar la luz del general Pablo González; pues tan ágil y
acertada había sido su campaña ofensiva, que el Primer Jefe le llamó a Veracruz, para darle el mando de las operaciones sobre la ciudad de México.
Mas el nombramiento de González no entrañaba tanto la
recompensa a sus méritos guerreros, cuanto indicaba la previsión
de Carranza; pues éste, siempre temeroso de la popularidad de
algún caudillo revolucionario, capaz de mermar el prestigio y
autoridad de la Primera Jefatura, quiso que el general González no sólo tuviera la oportunidad de dar alcance al general Obregón; porque si era cierto que González no tenía la imaginación,
ni la audacia, ni la brillantez, ni el ingenio, ni la simpatía
esplendentes de Obregón, en cambio sobresalía a éste en ambiciones
y disposiciones de orden.
Con estas cualidades manifiestas, que mucho le elevaban y
dignificaban, y habiendo recibido de Carranza todo el material
de guerra que pidió para la empresa que el Primer Jefe ponía en sus manos, el general González, con extraordinaria diligencia y sobre todo mediante un severísmo orden, puso en pie de guerra
ocho mil hombres, y dando a esta organización el nombre de
Cuerpo de Ejército de Oriente, y ya acuartelado en Orizaba, dispuso lo conveniente para avanzar sobre la ciudad de México, con el propósito de disputar la plaza a los zapatistas y a los
pocos villistas que en ella se hallaban.
Sin detenerse para decretar y ejecutar duras medidas de
represalia, con las cuales pronto se hizo temer por las columnas
volantes que el zapatismo destacaba con el propósito de detener
la marcha de los carrancistas, González llegó triunfalmente a
Puebla (28 de mayo), en donde estableció su cuartel general.
Ahora bien: de esa situación favorable a los intereses del
Constitucionalismo que se observaba en el noroeste y oriente del país, distaba mucho la condición en la que se hallaban las fuerzas del Constitucionalismo en la región noroccidental. Aquí, el general Ramón F. Iturbe, amenazado por el sur y norte de Sinaloa, recibió informes de que el general Villa, tratando de establecer un nuevo frente al carrancismo, había ordenado que tanto del estado de Chihuahua como del de Durango fuesen
destacadas fuerzas competentes, que, descendiendo de la Sierra
Madre Occidental, se apoderasen del suelo sinaloense y por
consiguiente hicieran limpieza de fuerzas carrancistas.
Iturbe, con lo escasos recursos que tenía, sintiéndose una
vez más amenazado por las tropas villistas que acaudillaba en
Tepic el general Rafael Buelna, mandó al general Ernesto Damy
con dos mil hombres para que, unido éste a las fuerzas del
general Juan Carrasco que cuidaban la entrada sur de Sinaloa,
tomara la ofensiva contra las huestes de Buelna atrincheradas en
La Muralla.
El general Damy, que justamente esperaba la hora de lucir
sus cualidades guerreras y estaba guiado por su alma ambiciosa,
sin medir las pocas posibilidades de triunfo frente a un enemigo
que estaba posesionado de un terreno dominante y propio a la
defensa, asociado al general Juan Carrasco, en quien vivía
la representación sencilla, pero febril de la gente rural, sin
detenerse a hacer cálculos guerreros, se abalanzó sobre los
atrincheramientos de Buelna; y posiblemente su empresa se
habría frustrado, de no ser que a la hora del asalto, en el general
Buelna bullía el proyecto de abandonar La Muralla, salir del
territorio de Tepic, marchar al norte del país y poner sus pies en
suelo extranjero. Buelna, en efecto, estaba convencido de la
derrota del villismo, y que por lo tanto era infructuoso y
criminal continuar la guerra civil.
Buelna, pues, aprovechó la coyuntura de verse atacado por
todas las fuerzas de Carrasco y Damy, y a los primeros
encuentros abandonó las trincheras de La Muralla, y mientras
que una pequeña columna de sus soldados se replegaba a la
plaza de Tepic, él, Buelna, con una escolta de dos o trescientos
hombres marchó en dirección a Durango.
Pudo, sin embargo, el general Buelna ocultar sus verdaderos
propósitos, de manera que dejó comprometidos para continuar
la guerra en el territorio de Tepic a los generales Manuel A.
Gándara y José Miramontes, quienes a pesar de que el general
Damy tenía ya ocupada la plaza de Tepic, lograron reorganizar
las fuerzas villistas, máxime que en esos días recibieron
abastecimientos de guerra, y poniéndose al frente de una
columna de tres mil hombres, emprendieron (Junio, 1915), una
fuerte contraofensiva, colocando en trance a los carrancistas,
quienes sin poder replegarse, tampoco lograban progresos en su
frente, de manera que poco a poco Gándara y Miramontes
fueron acercándose a la plaza de Tepic, que sorprendieron
audazmente el 25 de junio, pudiendo entrar hasta el centro de la
población, aunque poco después fue necesario que se retiraran
hacia el norte; ahora que tal fracaso no desanimó a los villistas,
quienes violentamente marcharon sobre Santiago Ixcuintla, que
tomaron el día 27.
Sin dar descanso a su gente, Gándara y Miramontes
marcharon en seguida sobre el puerto de San Blas, pero como
éste había sido protegido oportunamente por el cañonero
Guerrero, los jefes villistas se vieron obligados a cambiar de
planes, tratando, en efecto, de contramarchar a Tepic, en donde
el general Damy, sin esperarles, les salió al encuentro,
derrotándoles por segunda vez.
Mientras tanto, en el norte de Sinaloa, la situación militar se complicaba, pues una columna villista a las órdenes del general
Macario Gaxiola, penetró a suelo sinaloense y avanzó en
dirección al Fuerte; mas habiendo recibido informes el general
Iturbe del movimiento de Gaxiola, sin titubeos reunió la poca
fuerza que tenía disponible en el estado, y marchó
personalmente en busca de los villistas; y encontrando a Gaxiola
en las cercanías de la plaza de Sinaloa, lo atacó y derrotó (18 de
junio); y como Gaxiola se rehiciera prontamente e insistiera en
hacer la guerra en el norte del estado, Iturbe le salió nuevamente
al paso causándole una segunda derrota (26 de junio) en
Bacamari; y con esto terminó el intento hecho por el villismo
para abrir un nuevo frente al carrancismo en el noroeste de
México.
Estas campañas sinaloenses, se llevaron a cabo durante los
días en que los revolucionarios de Sinaloa enviaban refuerzos
a los carrancistas en el sur de Baja California; refuerzos
que sirvieron para que al final de mayo (1915), el Constitucionalismo quedase triunfante en el sur de la península. Realizáronse también tales campañas en medio de las escaseces que sufrían las fuerzas de Iturbe, obligadas, por otra parte a
sostener la situación de la columna sinaloense atrincherada en
Navojoa (Sonora).
Presentación de Omar Cortés Capítulo vigésimo. Apartado 2 - Los pacificadores Capítulo vigésimo. Apartado 4 - El poder de Carranza
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