Presentación de Omar CortésCapítulo vigésimo. Apartado 3 - Continúa la guerraCapítulo vigésimo. Apartado 5 - Fin de la Convención Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO TERCERO



CAPÍTULO 20 - PAZ INCIERTA

EL PODER DE CARRANZA




Durante la Segunda Guerra Civil mexicana; esto es, durante la guerra iniciada por el gobernador de Coahuila Venustiano Carranza, contra la anticonstitucionalidad que pretendía ejercer la autoridad personal del general Victoriano Huerta, la figura de Carranza, investida en mando por él mismo, primero; elevada poco adelante por los firmantes del Plan de Guadalupe a la categoría de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, tuvo validez incuestionable para los jefes revolucionarios; pero a partir de la junta llamada militar, que se reunió en la ciudad de México, y en seguida de la Convención de Aguascalientes y de la nueva guerra civil comenzada con el rompimiento con el general Francisco Villa, la figura y personalidad de Carranza decreció no tanto en orden civil y político, como en el guerrero y militar.

Este decaecimiento aumentó con la osada resolución del general Obregón de emprender la campaña en el centro y norte del país contra el general Villa, a pesar de sus cortas y noveles fuerzas, del alejamiento de la fuente de abastecimientos, del singular prestigio que aureolaba al general Villa y a los villistas, del desánimo del carrancismo y de la desconfianza que el Primer Jefe tenía hacia las aventuras atrevidas en las cuales era fácil perder lo que se había ganado en incontables y respetables esfuerzos políticos, diplomáticos y económicos.

El hecho de que el plan de Obregón no hubiese salido del gabinete de Carranza dio a los hombres de la Revolución, tan vigorosos y entusiastas, como independientes y levantiscos, la idea de que el Primer Jefe, capaz como ningún otro mexicano en él gobierno civil de la República, no poseía las cualidades necesarias, a pesar de su título de Primer Jefe, para dirigir la guerra.

Tal idea tomó mayor cuerpo después de la retirada villista de Celaya y del segundo plan del general Obregón, hecho sin la previa consulta a Carranza, de manera que sin desconocer la jerarquía de éste, los jefes revolucionarios que se llamaban con verdadera sinceridad ciudadanos armados, convertidos por sus triunfos en los campos de batalla no sólo en generales del Ejército constitucionalista, sino en señores de la guerra, es decir, en caudillos de una causa que podía ser la Constitucionalista, como ser la causa de sí mismos; los jefes revolucionarios, se dice, sin desconocer a Carranza ni negarle sus virtudes de gobernante intachable y de hombre probo, aceptaron, con muy pocas excepciones considerar a Obregón como el guía militar de la guerra.

No desconocía Carranza, puesto que era individuo hecho en la observancia y práctica de la política, la debilidad de su jefatura militar, y con mucha cautela y decoro, para no contrariar a los generales, ocultó su verdadera situación, evitando de esta manera que estallara la pugna sorda que, principalmente quienes colaboraban cerca del general Obregón trataban, por ser ignorantes de los negocios de Estado, de llevar al teatro público y sobre todo a la plataforma de la Revolución.

Dos sucesos debieron bastar al Primer Jefe, para comprender la merma que sufría su autoridad entre los generales del Constitucionalismo; porque en efecto, insinuada por el agente carrancista en Wáshington, la necesidad de que el gobierno establecido en Veracruz y que presidía Carranza, reiterara públicamente el ofrecimiento de dar garantías a los intereses y vidas de los extranjeros establecidos en el país a manera de que esto fuese punto de apoyo para insistir cerca del departamento de Estado norteamericano en el reconocimiento de Carranza como gobierno de facto, el Primer Jefe redactó el borrador de un manifiesto a la Nación, por el cual, la Revolución aceptaba la responsabilidad y compromiso de indemnizar los daños causados por la guerra civil tanto en bienes nacionales como en extranjeros.

Tal enunciado, que notoriamente no tenía más objeto que el de ser útil a las gestiones que llevaba a cabo en Wáshington el agente del Constitucionalismo Elíseo Arredondo, dio motivo a una airada protesta de los generales Obregón, Hill y Diéguez a quienes Carranza envió una copia del proyectado manifiesto.

El general Obregón, juzgó indebida e inoportuna la promesa de la Primera Jefatura, considerando que el ofrecimienlo daría ocasión a los mexicanos, cuyas propiedades estaban confiscadas o habían sido dañadas durante la guerra civil, a que presentaran reclamaciones acreedoras a indemnización, con lo cual, en vez de sufrir tales personas el castigo que el Constitucionalismo les había impuesto por los servicios que hubiesen prestado al general Victoriano Huerta y a la Reacción, serían recompensadas, estimulando con ello a los enemigos de la Revolución.

Irreflexivo e injusto pareció a primera vista el veto de Obregón; pero más que injusto e irreflexivo,- en el fondo, tal documento encerraba un reproche a Carranza.

Este, ante la actitud de Obregón y de los generales Hill y Diéguez, quienes hicieron público su apoyo al parecer del jefe de las operaciones militares, optó por retirar discretamente del manfiesto sugerido por el agente del Constitucionalismo en Estados Unidos, el parágrafo concerniente a la indemnización para los connacionales. Esto no obstante, debió quedar en Carranza la huella del veto de los generales, quienes, ya en prevención de ánimo, tomaron un camino de desdén y repugnancia hacia los colaboradores directos y personales del Primer Jefe.

Ya en este estado de ánimo, era claro que el más pequeño motivo político sería suficiente para que se encendiera la chispa del antagonismo y también de la enemistad hacia los altos funcionarios carrancistas, en quienes se veía, no a los organizadores del Estado, sino a los enemigos de los ciudadanos armados, dedicados a las funciones de la intriga cerca del Primer Jefe. No demoró, pues, en surgir ese pequeño motivo, capaz de provocar una crisis; y, en efecto, un vulgar manifiesto de tales funcionarios, hizo estallar a los generales.

Entregados al ocio, pues las funciones civiles y administrativas en el gobierno de Veracruz estaban opacadas por las actividades de carácter guerrero, los miembros del gabinete de Carranza, exceptuando al ministro de Hacienda Luis Cabrera, no eran ajenos al chisme y a la intriga, de suerte que desde el final de 1914, las oficinas ministeriales del carrancismo, establecidas en Veracruz, eran una caldera a punto de estallar. Y, tanto así, que un pleito secundario entre el subsecretario de Instrucción Pública Félix F. Palavicini y el secretario de Justicia Manuel Escudero y Verdugo, fue causa de la renuncia de los ministros de Hacienda Luis Cabrera; de Gobernación, Rafael, Zubaran Capmany; del subsecretario de Relaciones Jesús Urueta y del propio Escudero y Verdugo.

El suceso, que sólo correspondía al conocimiento y resolución de Carranza, fue comunicado (20 de junio, 1915) a los generales del Ejército constitucionalista comprometidos en la campaña contra Villa; y esto originó una respuesta del general Alvaro Obregón, que encerraba un reproche al propio Carranza; aunque Obregón, con mucha habilidad hacía caer toda la responsabilidad del acontecimiento burocrático sobre Palavicini, no obstante que éste era una figura secundaria en el gobierno carrancista e individuo incapaz de expresar sus opiniones de manera franca y abiérta frente al Primer Jefe.

Carranza, pues, no ignoraba cuál era el estado de ánimo de los generales que conducían a los soldados del Constitucionalismo tras de las huellas del villismo. Así y todo, como era persona que creía excesivamente en sí mismo, con lo cual a menudo tomaba resoluciones ingenuas, trató de borrar todos los síntomas de desagrado o desafecto hacia los jefes del ejército de operaciones; aunque no por ello dejó de dictar órdenes que, en caso necesario, podían ser útiles para poder defenderse de cualquier mala o traviesa intención de los generales victoriosos en los combates con el villismo.

Por otra parte, para mantener el vigor y la jurisdicción de su poder político. Carranza fiaba en la fuerza y sinceridad de sus propias convicciones constitucionales, en su casi inmaculada vida pública, en el nombre y categoría que le daba su función de Primer Jefe, en su perseverancia para mantener a pesar de todas las adversidades, la jerarquía y doctrina del Constitucionalismo. Finalmente, fiaba en su laboriosidad, frente a la cual no había en los medios del carrancismo quien le sobresaliera; porque, en efecto, Carranza era de aquellos gobernantes dispuestos a preocuparse hasta de las cuestiones más accesorias a fin de evitar el correr de las horas, sin dar producto a las tareas y responsabilidades nacionales y revolucionarias.

A pesar, pues, del estado de descomposición en que se hallaba el país; a pesar de los desentendidos que existían entre los funcionarios civiles y los caudillos de la guerra; a pesar, en fin, de que la masa rural se movía de un lado a otro lado buscando, sin programa específico, el orden de su vida y de sus regímenes principales, el Primer Jefe no dejaba de expedir decretos.

Reglamentó así el buceo y exportación de perlas (10 de abril); la vigilancia de la explotación petrolera (26 de abril) que anteriormente se determinaba por sí misma, sin la supervisión del Estado, sin el cumplimiento de las ordenanzas fiscales y sin poseer derechos positivos sobre el subsuelo; la importación de moneda extranjera (7 de mayo); las ordenanzas e impuestos para el aprovechamiento de los bosques nacionales (7de mayo); la utilidad pública que deberían dar los edificios destinados a servicios municipales, como los cementerios y los mercados públicos (28 de mayo); la administración de los bienes intervenidos por la Revolución (16 de junio).

Decretó asimismo, la supresión de las tiendas de raya (22 de junio); la reorganización de los tribunales de justicia (25 de junio); la reducción de las facultades a los gobernadores de estado en materia de concesiones, emprésitos y circulación monetaria (Julio 15); la edición de los primeros sellos postales de la Revolución Mexicana (julio 6); la transformación del Castillo de San Juan de Ulúa, que servía de prisión y que debería ser museo en lo sucesivo (22 de julio).

A todo eso se unian las muchas preocupaciones y responsabilidades que el Primer Jefe llevaba sobre sus hombros para sostener, armar y avituallar a cien mil soldados; ahora que para esto último, dejaba en libertad a los jefes revolucionarios, por una parte; por otra parte. Carranza tenía encargado de tan grande compromiso al genio emprendedor del licenciado Luis Cabrera.

Este, en efecto, después de los generales que dirigían la campaña contra el villismo, tenía sobre sí todo el peso de la capacidad, extensión y probabilidad de la Revolución. Los medios para obtener los recursos económicos necesarios a fin de comprar los materiales de guerra; el sistema de adquisiciones y suministros que hacía el gobierno carrancista con regularidad y puntualidad, de manera que los jefes revolucionarios pudieran estar seguros de que el Gobierno de Veracruz no les dejaba aislados o abandonados ni un solo día; la rectitud y honorabilidad en las compras que de tales materiales hacía el carrancismo; en fin, todo lo relacionado con la puntual y eficaz tarea financiera llevada a cabo al través de la Tercera Guerra Civil, se debió incuestionablemente al genio organizador, a la dirección honesta y al talento emprendedor y discreción que poseía el licenciado Cabrera.

Era éste, sin dudas, el individuo más representativo de la vocación creadora que constituía el meollo de la Revolución. La singular cabeza de Cabrera, nacida en el seno de la masa pueblerina, a pesar de su cultura, no se desarraigó de la síntesis rural dentro de la cual se engendró la Revolución. Entendía así la verdadera y purísima mentalidad revolucionaria; tenía un concepto claro y preciso de la nacionalidad mexicana; poseía un espíritu dúctil; y a pesar de su erudición, que en ocasiones le daba las características de corresponder a la aristocracia de la inteligencia, comprendía y amaba el alma popular. Faltaban en él, para aquellos días tumultuosos, en los cuales los hombres se renovaban con las horas, las cualidades del mando y las inclinaciones de la audacia.

Colocado al frente de la secretaría de Hacienda en los momentos más difíciles de la guerra civil y cuando las fuentes de ingresos principales estaban alejadas de la capital nacional de la Revolución establecida provisionalmente en Veracruz, Cabrera haciendo práctica la idea de Carranza conforme a la cual era necesario ocupar prontamente los centros de la producción petrolera y henequenera, empezó por gravar las exportaciones del aceite y de la fibra; y en lo que respecta a ésta, aprovechándose de la actividad osada, sincera y honesta del general Salvador Alvarado, realizó una genial combinación financiera que produjo el principal ingreso en dólares al gobierno de Carranza.

Al efecto, mientras desempeñaba una misión en Estados Unidos, Cabrera propuso, y Carranza aceptó, que se autorizara a la Comisión Reguladora del Henequén, para que ésta emitiera billetes hasta por la cantidad de diez millones de pesos; que con tales billetes, la propia Comisión comprara la fibra a los productores yucatanenses, dándoles a cambio, como garantía, el capital de la propia Reguladora, el henequén producido y almacenado y el aval del gobierno del estado de Yucatán.

Con esta emisión, puesta en circulación, la Comisión Reguladora, dirigida oficialmente, compraba el henequén con billetes de garantía y a continuación vendía la fibra en dólares; dólares que al entrar al mercado yucatense se convertían en 11.15 tantos de pesos mexicanos; y de esta suerte, la emisión autorizada a la Reguladora se acrecentó, con sus repetidas vueltas e inusitado movimiento, en un caudal incalculable; y como a tal acontecimiento se agregaron el impuesto sobre la exportación henequenera, así como las contribuciones que pagaban las compañías petroleras por los envíos al exterior de sus productos no transformados, Carranza pudo disponer de sumas que, sin ser registradas, sirvieron íntegra y rectamente para la adquisición de los pertrechos de guerra que consolidaron el poder y triunfo del Constitucionalismo.

Además, confiscadas las reservas metálicas bancarias, que ascendían a veinte millones de pesos; pagados, obligadamente, en pesos fuertes, los impuestos de las aduanas y exentos de los derechos del timbre los minerales y metales mexicanos, para que de esta manera se acrecentaran las ventas de tales productos en el mercado extranjero, Cabrera no sólo pudo entregar los fondos que se requerían a fin de pagar los suministros de armas, municiones y vestuario, sino que, previendo los días en los cuales el país llegara a los linderos de la paz o a la paz misma, hincó los fundamentos para que el Gobierno o la Revolución, no tuvieran deudas de guerra con Estados Unidos o los países europeos. Grande tarea patriótica fue, pues, la del secretario de Hacienda.

Por otra parte, mientras que gracias a su genio financiero. Cabrera salvaba a la República y al Partido Constitucionalista de las responsabilidades grandes e imperiosas que siempre dejan tras de sí las deudas exteriores, por otro lado, con fe ciega en el triunfo del Constitucionalismo, no se detuvo para imprimir todo el papel moneda que consideró indispensable no sólo para acudir pronto y eficazmente a las necesidades de la guerra, sino también a fin de tener siempre sin problemas de dinero a los jefes revolucionarios, de manera que éstos se sintieran halagados y estimulados por los recursos contables que el secretario de Hacienda les allegaba, y gracias a los cuales, los haberes y exigencias de la tropa y de la guerra estaban al corriente, así como también convinieran en la inutilidad de imprimir billetes o vales independientemente del Gobierno de Veracruz; billetes y vales que habían producido un enorme descrédito a la moneda de papel. Así, sin causar la menor molestia a los caudillos y subalternos, Cabrera pudo establecer una admirable centralización monetaria que dio al Constitucionalismo mucho respeto y significación económica; asimismo, una responsabilidad interna y externa, puesto que señaló la existencia de un régimen de orden.

La guerra civil acaudillada por Carranza, como ya se ha dicho, empezó emitiendo billetes llamados bilimbiques, por valor de cinco millones de pesos; pero al final de 1915, las emisiones villistas, y en primer lugar la correspondiente a los billetes llamados Dos Caras y Sábanas, ascendían a cuatrocientos millones de pesos; las expedidas por los carrancistas a ochocientos millones.

Cabrera, por sí propio, guiado por un plan monetario y en medio de consideraciones que servían para dar realce al Constitucionalismo, en solo nueve meses mandó imprimir papel en Veracruz por valor de quinientos millones de pesos; y fue este acontecimiento, unido a las disponibilidades monetarias comprendidas en el mismo lapso, el que sirvió, de manera sobresaliente, unido a los triunfos que en los campos de batalla obtuvieron las tropas carrancistas, a la victoria del Constitucionalismo.
Presentación de Omar CortésCapítulo vigésimo. Apartado 3 - Continúa la guerraCapítulo vigésimo. Apartado 5 - Fin de la Convención Biblioteca Virtual Antorcha