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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO TERCERO
CAPÍTULO 21 - FIN DE LA GUERRA
REOCUPACIÓN DE MÉXICO
El general Pablo González era un soldado cauteloso; tan cauteloso, que sus excepcionales y brillantes cualidades de laboriosidad y organización, se ahogaban en un golfo de titubeos. Así, establecido su cuartel general en la villa de
Guadalupe, y teniendo informes ciertos sobre la situación que
reinaba entre los zapatistas que ocupaban la ciudad de México;
pues además de que éstos carecían de dinero y pertrechos de
guerra, muy mermada estaba su moral guerrera y poca o ninguna
era la simpatía de los habitantes del Distrito Federal hacia
ellos, en vez de una resolución pronta y efectiva para entrar
triunfalmente a la vieja capital, se limitó a mandar avances
parciales por las calles metropolitanas (11 de julio), lo cual
sirvió para alentar a los zapatistas, quienes ya retirándose hacia
el sur en actitud de cumplida derrota, ahora, creyendo en la
debilidad del general González, se rehicieron, y con mucho valor
mandaron que sus tropas se posesionaran de los pueblos circunvencinos
del área metropolitana y con esto, iniciaron una guerra
de guerrillas que pronto llenó de amenazas al carrancismo.
Aunque sin jefes superiores capaces de determinación
conjunta y efectiva, los comandantes zapatistas de aquella
improvisada ofensiva, pronto organizaron dos columnas. Una,
con el objeto de cortar el camino de hierro del Ferrocarril
Nacional, en Teoloyucan; otra, para interrumpir las comunicaciones
férreas entre Tlaxcala y Veracruz. Con tal plan, se
pretendía que el general González quedase aislado dentro del
Distrito Federal; también cortar el hilo de alimentación a las
fuerzas del general Obregón que avanzaban al norte.
El movimiento de los zapatistas, lejos de minorar el ánimo
del general González, sirvió para tonificarle, pues conociendo la
inestabilidad de las disposiciones del enemigo, ocupó total y formalmente el Distrito y procedió a atacar los problemas que se presentaban dentro de la ciudad de México. La condición de ésta, ciertamente, era de hambre y peste; y había necesidad de poner fin a tales males.
Vivía la capital, en medio de muchas congojas. Sus
habitantes sólo salían a la calle con el objeto de procurar
alimentos. Los servicios de salubridad, vigilancia y seguridad se
hallaban suspendidos. El comercio tenía cerradas sus puertas.
Faltaba la energía eléctrica, y por horas, el servicio de agua
potable. La circulación de tranvías y carruajes estaba suspendida.
Los asaltos a mano armada, tanto en casas como en calles,
se sucedían uno a otro, sembrando el terror y el caos.
Un hombre amante exagerado del orden como el general
González, no podía permitir la prolongación de tal estado de
cosas, y por lo mismo se dispuso a dar garantías a los habitantes
de la capital. También a ofrecer una amplia amnistía a los
soldados y oficiales zapatistas y convencionistas.
Mas como a todo eso se agregaba la especulación que los
coyotes hacían con las diferentes monedas de papel, el general
González, asociando tal problema al propósito de restar poder
económico al zapatismo y villismo, decretó la nulidad de algunas
emisiones de bilimbiques incluyendo los del Constitucionalismo.
La medida, sin embargo, aunque militarmente justificada y
explicada como un plan llevado al objeto de atender y mejorar
las necesidades de la gente pobre que estaba entregada a los
precios, monopolios y contingencias de alarma, fue tan radical
que los metropolitanos, en lugar de corresponder al espíritu de
defensa y concordia manifestado por González, hicieron pública
su hostilidad hacia el carrancismo; y esto hubiera ido en aumento,
de no tomar el general González un camino violento:
evacuar la plaza.
Solucionó así el general González una situación que no
tenía posibilidad de resolver sin contar con la cooperación del
vecindario de la capital. Evitó, por otra parte, las medidas
autoritarias que, de seguro, sólo habrían dañado a la pobretería.
Finalmente, en vez de hacer de la ciudad de México el centro
de la guerra, salió de la misma para enfrentarse a las fuerzas
zapatistas a campo raso.
Al efecto, teniendo informes de que el general Zapata había
concentrado sus mejores tropas al oriente de la vieja capital
tratando de aislar al ejército carrancista, y provisto asimismo de
informes de que los zapatistas atacarían sin conmiseración los
trenes de pasajeros del ferrocarril Mexicano así como del Interoceánico,
el general González creyó necesaria una contraofensiva,
y procedió a movilizar a su gente.
Sin embargo, las fuerzas de González no llegaron a tiempo
para evitar que los zapatistas, posesionados del camino de hierro
a Apizaco, dinamitaran (14 de julio, 1915), en el kilómetro 132,
un convoy de pasajeros procedentes de Veracruz, produciendo
una verdadera hecatombe por el crecido número de víctimas
con el atentado, que obligó a Carranza a expedir un decreto
poniendo fuera de la ley a los dinamiteros; ahora que esta
amenaza, lejos de amedrentar a los caudillos del zapatismo, les
estimuló para violentar la ofensiva sobre la ciudad de México; y
al efecto, procedieron a asediar la plaza, obligando al general
González a concentrar sus fuerzas hacia la Villa de Guadalupe, a
donde se hallaba, cuando recibió noticias de que los generales
Rodolfo Fierros y Canuto Reyes avanzaban desde Querétaro,
juntamente con las fuerzas del ex presidente convencionista
Roque González Garza, a fin de cooperar con Zapata para la
reocupación de la ciudad de México.
Estas noticias hicieron que González modificara sus
proyectos de contraofensiva; pues consideró que era preferible
abandonar prontamente el Distrito Federal, antes de hallarse
entre los fuegos zapatistas y villistas.
Fierros y Reyes, ciertamente, después de tomar la plaza de
Querétaro, y haciendo omisión de las órdenes de Villa, resolvieron
avanzar sobre la ciudad de México, con el designio de
atacar a González asociados a los zapatistas.
Y la empresa de los villistas pareció del todo favorable a
éstos, ya que al entrar a San Juan del Río, encontraron una
columna expedicionaria de mil zapatistas que llegaba en su
auxilio; mas el suceso, en lugar de estimular a Fierros y Reyes
para seguir la marcha hacia el Distrito Federal, les hizo cambiar
de planes, optando por tomar el camino de Pachuca, tanto para
cortar la vía de los suministros a Obregón, cuanto para amenazar
la retaguardia del general González. También, para dar
tiempo a que el general Cesáreo Moya, con una columna ligera,
marchara a matacaballo al estado de Morelos, para pedir al
general Zapata que movilizara violentamente a todo el Ejército Libertador con el objeto de atacar simultáneamente a los carranciastas mandados por González.
El plan de Fierros y Réyes no podía ser más temerario; pero
asimismo, ajeno a los principios de la guerra; porque después de
quince días de incesantes marchas, combates y escaramuzas, sus
soldados estaban agotados por el cansancio. Además, carentes
de remudas y de provisión de municiones, aquellos hombres que
constituían el pie veterano de las caballerías villistas de Durango
y Chihuahua, no ignoraban que tanto más se acercaban al valle de
México, menos posibilidades de triunfo podrían tener.
Fierros y Reyes, en los años de su juventud, deseosos de
ganar laureles, creyentes en la personalidad de gigante de la
guerra que tenía el general Villa y convencidos de que llevaban
consigo al verdadero presidente de la República, no midieron
distancias, ni calcularon fatigas, ni pusieron a su frente la
contabilidad de sus armas y municiones, y ciegos en sus designios
y no sin saborear el efecto que su presencia causaba en los
pueblos que cruzaban y arrasaban, avanzaron sobre Pachuca.
La defensa de los carrancistas en esta plaza fue breve y
valiente; pero a poco se vieron obligados a emprender la fuga.
Reyes salió tras de ellos, dándoles alcance en las cercanías de
Tula, para causarles nuevas y numerosas bajas y hacerlos huir en
dispersión.
El general González, al saber lo ocurrido en Pachuca y conociendo la osadía de los villistas, pero al mismo tiempo
considerando que éstos sólo andaban sobre el terreno de la
aventura, ya que deberían estar agotados por el cansancio y al
mismo tiempo carecerían de municiones, sin prisas se dispuso a
salir al encuentro de Reyes y Fierros; y al objeto, luego de
organizar y pertrechar a sus tropas, mandó que su columna,
fuerte en siete mil hombres, avanzara lentamente sobre Pachuca,
Real del Monte y Tula.
No mostraba el general González apresuramiento alguno, no
obstante que el enemigo que estaba sobré él era superior numéricamente,
puesto que sólo los zapatistas que amenazaban su
retaguarda sumaban poco más de seis mil.
Tan cautelosa era la marcha del general González, que
habiendo salido de la Villa de Guadalupe el 18 de julio, una
semana después los carrancistas sólo habían avanzado cuarenta
kilómetros; pero sin sufrir sorpresas ni bajas, ya que cuidaban
sus flancos y vigilaban su retaguardia.
El 30 de julio, las tropas del general González estaban de
hecho sitiadas. Sobre su derecha, le hostilizaban día y noche
cuatro mil zapatistas; hacia la izquierda y por el rumbo de
Tlanepantla, había aparecido el general Zapata con otros cuatro
mil hombres. A la retaguardia quedaban las fuerzas zapatistas de
la guarnición del Distrito Federal que también eran movilizadas
con el plan de cercar a los carrancistas. Hacia el frente,
las caballerías de Fierros y Reyes cerraban el paso; ahora que
estos dos últimos habían sufrido una derrota parcial en Pachuca;
pues atacados sorpresivamente (27 de julio) por una columna
carrancista que González movilizó con sigilo, para flanquearles,
habían tenido que abandonar la plaza.
Y no sería ese el único golpe sufrido por Fierros y Reyes, ya
que cuando tomaban posiciones, resueltos a detener el avance
del grueso de la columna carrancista, recibieron noticias de la
derrota del general Villa en Aguascalientes, del retiro de Villa
hacia el norte y del avance de una columna de Obregón,
destacada desde León para acudir en auxilio del general
González.
Con tales noticias terminaron los bríos de los generales
villistas, quienes desaparecieron del teatro de la guerra en el
estado de Hidalgo, dejaron el paso franco a las fuerzas de
González, mientras que hacia el rumbo de Tlanepantla, las
fuerzas zapatistas abandonado su campamento, se retiraban con
precipitación hacia el sur.
Frente a estos acontecimientos, el general González no
perdió la oportunidad de perseguir al enemigo; y en efecto,
combatió y tomó Real del Monte, San Bartolo y Actopan, y
continuando tras de los villistas, les alcanzó, combatió y
dispersó (31 de julio) en San Juan del Río, al tiempo que daba
órdenes para que sus fuerzas que habian quedado en Pachuca,
contramarcharan violentamente a la ciudad de México y tomaran
la plaza.
Para esta hora, los zapatistas, al ser informados del fracaso
de la expedición de Reyes y Fierros, ya no abrigaron más plan
que el de evacuar la capital; porque el cuerpo de Ejército de Oriente, triunfante en Pachuca, con nuevos refuerzos de Puebla y Orizaba y sin enemigo al norte, se presentaba arrollador, por
segunda vez, a las puertas del Distrito Federal.
Además, los propios zapatistas, víctimas del hambre y las
enfermedades, sólo querían la oportunidad para salir de la
ciudad de México, así que al acercarse las tropas carrancistas a la
villa de Guadalupe, empezaron a huir en desorden, sin dar las
menores señas de resistencia; y el 2 de agosto (1915) la ciudad
de México volvió, por enésima vez, al poder del Ejército Constitucionalista.
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