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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO TERCERO
CAPÍTULO 21 - FIN DE LA GUERRA
PROYECTOS DE VILLA
Triunfante en Aguascalientes, el general Obregón, sin dar descanso a sus soldados y resuelto a exterminar totalmente el villismo, y advertido de la amenaza que significaba a su retaguardia y a la retaguardia del cuerpo de Ejército de Oriente, la actividad guerrera de los generales Fierros y Canuto Reyes, hizo un nuevo plan de campaña.
Mandó, al efecto, que los generales Benjamín Hill y Francisco Murguía avanzaran con las caballerías hacia Zacatecas,
plaza que ocuparon el 17 de julio. Ordenó que los generales
Pedro Morales y Gabriel Gavira, al frente de una columna de
tres mil hombres marcharan sobre San Luis Potosí e hicieran
limpieza de villistas en tal estado. Dispuso que el general Manuel
M. Diéguez estableciera su cuartel general en Irapuato y que el
general Joaquín Amaro se situara con sus fuerzas en Celaya,
mientras que él, el general Obregón, marchaba al frente de siete
mil hombres sobre Querétaro a donde suponía hallar a los
generales Fierros y Reyes. Estos, sin embargo, ya castigados con su retirada del estado de Hidalgo, y sin más plan que el de entrar a saco los pueblos y
haciendas, y de abrirse paso hacia el norte para reunirse con
Villa, comprendiendo que las triunfantes fuerzas del general
Obregón les saldrían al paso, en vez de seguir por el antiguo
camino de Arroyozarco a Querétaro, tomaron hacia la
izquierda, con el propósito de burlar a los carrancistas, que el 28
de julio habían tomado la capital queretana.
Llegaron los dos generales villistas a Acambay, y sin dar
descanso a sus jinetes, continuaron a Jerécuaro. De aquí, en
extraordinaria marcha, se dirigieron a Valle de Santiago, de
donde enfilaron hacia el norte; y a matacaballo cruzaron la vía
férrea en Sarabia y siguieron hacia San Felipe. En Sarabia, sin
embargo, se detuvieron para destruir el camino de hierro, pelear
con una pequeña guarnición carrancista y entrar a saco al
pueblo.
Obregón, observando aquel movimiento tan rápido como
audaz a sus espaldas, y seguro de poder batir a Fierros y Reyes,
mandó que embarcaran cinco mil soldados y trataran de cortar
el paso a los fugitivos; y así, se logró caerles sorpresivamente
cuando entraban a San Felipe.
Tratando de evitar el encuentro. Reyes tomó la punta de
vanguardia; Fierros quedó para detener al enemigo. Y, en efecto,
hizo frente (2 de agosto) a las fuerzas de Obregón; pero el
combate sólo duró media hora. Aquellos temerarios jinetes del
norte, que habían dado fama y gloria a las caballerías de la
Revolución, quedaron aniquilados. Así terminó uno de los
mayores capítulos de la Guerra Civil -el capítulo de los jinetes
norteños.
Ahora, el centro de la República, limpio de enemigos armados
del Constitucionalismo, estaba en poder del general Alvaro Obregón, quien procedió a designar autoridades locales, haciéndolo casi siempre sin la consulta del Primer Jefe.
Mientras tanto, el general Villa ponía en planta sus planes;
porque después de la derrota de Aguascalientes, creyó que
todavía era factible seguir en la guerra desafiando el poderío de
Carranza.
Taimado como era; envuelto con el orgullo de sus victorias
de 1913 y 1914; entregado a la adulación de sus subalternos,
quienes le hacían creer que muy fácilmente podría recuperarse
de los golpes recibidos y alentado por los agentes norteamericanos
vendedores de armas y municiones, quienes no dejaban de
acariciar la posibilidad de obtener nuevas ganancias provenientes
de las cortas riquezas del pueblo mexicano, el general Villa llegó
a considerar, una vez más, que todavía estaba en aptitud de
rehacer su ejército. La luz del optimismo pueblerino que se
encendió en el país desde el final de 1910, seguía iluminando a
aquel hombre infatigable en sus tareas guerreras y generoso en
sus proyectos de redención campesina; porque si Villa apenas
entreveía los problemas nacionales, en cambio era él innato al
amor al pueblo rústico de México. Hallábanse en él las
características del bandolero social. Y este redentorismo guerrero
le servía de acicate, tanto para satisfacer su espíritu de
aventura dentro del cual había crecido, como para corresponder
a quienes le animaban a nuevas empresas de mando y pólvora.
Creía Villa, por otra parte, tener el apoyo de los altos
funcionarios del departamento de Estado del gobierno de
Wáshington. Creía también ser dueño de la franca admiración
del general H.T. Scott, Jefe del estado mayor del ejército
norteamericano. Creía, enfin, en sus propios valimientos: en la
capacidad de su alma invencible; y así empezó a forjar nuevas
empresas militares.
Para continuar la guerra consideró la necesidad de reunir
fondos, y decretó nuevas exacciones a las compañías mineras.
Luego, autorizó a sus agentes en El Paso, para que le procuraran
un empréstito, sin determinar la suma ni entre quienes habría
de reunirse; ahora que en este renglón no sólo olvidó que el
estado de Chihuahua, después de haber sido la fuente de la
guerra, estaba hundido en su economía, sino que también olvidó
que sus viejos amigos de Texas, le estaban volviendo la espalda.
Dispuesto, pues, a continuar la guerra y con ello a abrir un
nuevo campo de operaciones, a los primeros días de septiembre
(1915), anunció que al frente de una columna de cinco mil
hombres de la División del Norte se pondría en camino al estado de Sonora, cuyo suelo invadiría, para en seguida llevar la guerra al sur a lo largo de la costa occidental de la República.
Para desarrollar esta empresa guerrera, el general Villa fiaba en las débiles defensas que ofrecía el carrancismo en suelo
sonorense, en la cooperación de los villistas que operaban en el
territorio de Tepic y en la concentración de todas las partidas
revolucionarias que existían en Durango.
Sabía el general Villa que la situación de las fuerzas carrancistas en Sinaloa era precaria; que el general Iturbe, aparte de
carecer de abastecimientos militares, estaba disgustado con el
general Obregón por los menosprecios que éste había hecho a
los revolucionarios sinaloenses; y esto que acontecía en Sinaloa
servía de punto de apoyo a Villa, considerando que tras de una
violenta campaña en Sonora, podría continuar hacia el sur, sin
encontrar una fuerte resistencia en suelo sinaloense.
Iturbe, ciertamente, se hallaba en difícil situación. Tenía
cinco mil hombres bajo su mando; pero de éstos, mil ochocientos
se hallaban en Navojoa defendiendo la región del Mayo, y
mil quinientos estaban en el territorio de Tepic, amenazados por
el villismo; pues de un lado, el general Julián Medina, perseguido
en el estado de Jalisco por el general Enrique Estrada, se hallaba
en suelo tepiqueño (7 de agosto), mientras que de otro lado,
entraban también a Tepic las fuerzas villistas zacatecanas a las
órdenes de los generales Pedro Caloca y Pánfilo Natera, de
manera que al final de agosto (1915), al sur de Sinaloa se
hallaban siete mil soldados de Villa, que luego de apoderarse de
la plaza de Compostela (15 de agosto) siguieron sobre la de
Tepic, que tomaron el 17 de agosto (1915).
Temeroso de verse envuelto por los villistas, el general
Iturbe mandó al general Mateo Muñoz, quien guarnicionaba el
norte del estado a fin de que se concentrase en Mazatlán; mas
como aquél advirtiese que no podía dejar su puesto avanzado en
las manos del teniente coronel Pablo Macías; y como tampoco
el general Flores tenía posibilidad de abandonar la plaza de
Navojoa, pues estaba prácticamente sitiado, el general Iturbe
resolvió jugarse él solo la situación.
Por otra parte, como los villistas habían recuperado (23 de
agosto) la plaza de Durango, procedieron a organizar una columna,
para marchar sobre Mazatlán. Tales horas, pues, eran
decisivas para alentar o extinguir los nuevos planes de Villa; y en
estas condiciones, Iturbe pidió armas y dinero a Carranza; y
entre tanto, contrató dos barcos extranjeros a fin de que le
transportaran material de guerra comprado en California. Nada
parecía arredrar a Iturbe, quien se sentía dispuesto a poner de
manifiesto sus aptitudes guerreras frente a la nueva aventura de
Villa. Sin embargo, un comunicado del general Obregón hizo
saber a Iturbe, que el Primer Jefe había nombrado general en jefe de las fuerzas carrancistas en el noroeste de México al general Manuel M. Diéguez; y aunque Iturbe trató de defender
su posición de comandante, para la que creía poseer merecimientos,
Carranza confirmó el nombramiento de Diéguez e
instruyó al general sinaloense para que se pusiera al frente de la
jefatura de operaciones militares de Jalisco.
Y esto ocurría en Sinaloa al tiempo que el general Villa, en
seguida de dar organización y pertrechar a los siete mil hombres
de la remozada División del Norte, se movilizaba a Casas Grandes; pues desde aquí, a la vista de civiles y militares
norteamericanos, que no dejan de admirar la perseverancia
guerrera de Villa, habría de comenzar la marcha hacia Sonora.
Para ir más seguro en sus designios guerreros, el general
Villa, antes de desarrollar sus nuevos planes, temeroso de que lo
sucedido en Celaya, León y Aguascalientes hubiese mermado su
prestigio militar en Estados Unidos, comisionó a los generales
Felipe Angeles, Roque González Garza y Raúl Madero, para que
se dirigieran a Wáshington, tratando de borrar cualquiera mala
impresión que existiera en el departamento de Estado; también
a fin de atraer una vez más hacia él y principalmente hacia la
campaña en Sonora, la atención del pueblo de Estados Unidos,
que siempre se había manifestado tan generoso y comprensivo
hacia la Revolución mexicana.
Nombró asimismo el general Villa al gobernador de Sonora
José María Maytorena, para que éste le representara en California
y Arizona, e hiciera lo posible para evitar los embarques en
San Francisco (California) de las armas y municiones destinadas
para el general Iturbe.
Numerosas fueron, en los días que precedieron la marcha a
Sonora, las órdenes que dictó Villa, todas llevadas al objeto de
garantizar la expedición proyectada. Sin embargo, el caudillo
norteño no dejaba de advertir en todo cuanto le circundaba que
su estrella empezaba a declinar. Sus viejos lugartenientes,
aquellos en quienes confiara las principales operaciones
guerreras empezaban a desertar; y aunque en un principio los
informes sobre las deserciones las recibió desdeñosamente,
después, ya en la reacción de la iracundia, empezó a bullir
dentro de él, el deseo del castigo.
Entre los capitanes que ahora le volvían las espaldas estaba
el general Rafael Buelna. Villa lo intuyó. Así y todo, dejó que
Buelna cruzara la frontera y se internara en Estados Unidos. Mas
después, al tener noticas de que el general Tomás Urbina pretendía
amnistiarse, marchó en busca de su viejo amigo y brazo
derecho; le capturó; le hizo confesar la deslealtad proyectada; le
perdonó; mas luego reaccionando, mandó que se le fusilase.
Apenas impuesto el castigo a Urbina, Villa recibió informes
de que un millar de los soldados correspondientes a la nueva
División del Norte, había desertado. Y esto, sucedido en Ciudad Juárez, dio la nota escandalosa; pues los desertores, a la vista del mundo, pasaron apresuradamente el puente internacional y hallaron refugio en Estados Unidos.
Villa recibió la noticia con aparente resignación; pero en
seguida ordenó que a cualquier nuevo intento de deserción
observado tanto en la oficialidad como en los soldados, fuese
castigado con la pena de muerte. Así, creyendo hacer sentir su
autoridad, sin más dilación ordenó que sus soldados quedasen
concentrados en Casas Grandes.
Aquí, nombró segundo en jefe de la columna de operaciones
al general Rodolfo Fierros. Antes, conversó con altos jefes del
ejército de Estados Unidos que le visitaron en el campamento, y
contestó, con señalado dejo de tristeza, las preguntas que le
hicieron los periodistas norteamericanos, que todavía creían en las
mágicas hazañas de aquel improvisado guerrero, que por su
improvisación causaba asombro en Estados Unidos, a donde no
se concebía cómo era posible el violento ascenso a la categoría
heroica, de un hombre rústico.
En Casas Grandes, y el día (16 de septiembre) en que
debería ponerse en marcha el ejército villista hacia Sonora, el
general Villa afirmó que le bastarían dos semanas para acabar
con el enemigo que le esperaba en süelo sonorense.
Presentación de Omar Cortés Capítulo vigésimo primero. Apartado 2 - Reocupación de México Capítulo vigésimo primero. Apartado 4 - Venganza revolucionaria
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