Presentación de Omar Cortés | Capítulo vigésimo quinto. Apartado 1 - Desmembración del carrancismo | Capítulo vigésimo quinto. Apartado 3 - Los centros de trabajo | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO TERCERO
CAPÍTULO 25 - EL CAUDILLO
EL PARTIDO OBRERO
Hasta los días del período político llamado preconstitucional, el movimiento obrero de México sólo tuvo manifestaciones esporádicas; pues muy golpeado había sido por los jefes revolucionarios al terminar la campaña contra el villismo. Así,
tales manifestaciones, de ninguna manera correspondieron a la
política ni al Estado. Correspondieron a un mundo inquieto
aunque sin preciso punto de partida ni de horizonte conducente.
Tampoco fueron guías firmes y convencidas del proletariado
mexicano.
Esas ocasionales representaciones del movimiento obrero, se
originaron principalmente en la pobreza y debilidad industrial
de México. Tan anémica era la condición fabril; tan constreñidos
los centros urbanos y tan poco caracterizados los filamentos
específicamente manufactureros, que el obrerismo, como
entidad definida y propia, carecía de personalidad e interés
nacionales.
Los agrupamientos de trabajdores, al comenzar la época
constitucional, procedían de la Casa del Obrero Mundial; pero como ésta, a consecuencia del fracaso y humillación de los batallones Rojos y del pacto firmado con el carrancismo, tenía perdido su crédito, tales agrupamientos buscaron otro apoyo que fuese útil a su dasarrollo. Lo único que conservaba el
obrerismo era su amor a las libertades, no tanto sindicales,
cuanto ideológicas; pues como estaba inspirado por las doctrinas
anarquistas, temía ser objeto de nuevas venturas e intrigas
políticas, ya representadas éstas por individuos, ya provenientes
de partidos.
De los obreros organizados, quienes ofrecian una resistencia
propia eran las llamadas Ordenes ferrocarrileras, originadas en las antiguas Hermandades norteamericanas. Los trabajadores de los caminos de hierro, sin embargo, vivían bajo el influjo del director de los Ferrocarriles confiscados y por tanto, las uniones
de caldereros, mecánicos, pintores y moldeadores constituían
una asociación del obrerismo neutralista.
No obstante esto, y a pesar de la condena que las agrupaciones obreras hacían de los asuntos políticos, así como de su
resuelta disposición para permanecer al margen del Estado,
existía una nueva élite obrera deseosa no tanto de acaudillar un
sindicalismo independiente y agresivo o un unionismo mediatizador,
cuanto de organizar un partido obrero. Proyectábase, en
efecto, un partido específicamente obrero que sin ser correspondiente
al Socialismo, fuese socialista. Consideraban los líderes
de ese nuevo obrerismo, que las ideas dentro de los sindicatos
constituían un peligro y por tanto creían en un partido político
de trabajadores animado por el único propósito de vivir
ayuntado a un gobierno de origen revolucionario.
Figura principal de ese original obrerismo, que debería ser
amorfo en materia de ideas, pero activo respecto a su acción
política, fue Luis N. Morones, individuo de humilde origen,
pero laborioso, inteligente y audaz, quien tenían ganada una
posición entre sus compañeros, por ser gerente de la compañía
de teléfonos Mexicana que se hallaba confiscada por el Gobierno.
Con el pie dentro de un organismo oficial y dispuesto a
significarse como hombre de mando, Morones consideró que, de
organizarse el partido obrero proyectado, éste en vez de ser una
entidad independiente llevada al fin de proteger los intereses del
trabajo, podía ser una parte del Estado. Una organización de tal
naturaleza tendría grandes ventajas en la protección popular del
Gobierno y en la política favorecedora del Estado hacia el
pueblo trabajador.
De las empresas de Morones se formó el embrión de un
partido (14 de febrero, 1917) un partido que en ocasiones se
llamó Socialista, en ocasiones Laborista; que ciertamente no
poseía una brújula social; que ignoraba el número de socios, pero que advertía ímpetus de gente nueva capaz de alcanzar un
gran desenvolvimiento. El partido carecía de dinero. Era ajeno a
la popularidad. No tenía ligas con otra parcialidad política. Así
y todo, concurrió a las elecciones nacionales de 1917, y como
no fue capaz de ganar ni un solo asiento en el Congreso, fue
objeto de burlas tanto de obregonistas como de carrancistas;
ahora que estos últimos, siempre inspirados por las observaciones
del presidente Carranza, comprendieron que tal partido
estaba encaminado a alcanzar preponderancia, no sólo por ser
novedoso, antes debido a que sus adalides, y Morones en
primera fila, pertenecían a una pléyade que a su vez era capaz
de poner en movimiento un verdadero teatro popular. De esta
suerte, el partido carrancista empezó a buscar la fórmula para
atraer a Morones y demás directores laboristas.
Existía en el país, como se ha dicho, otro partido apellidado
Socialista. Era el fundado en Yucatán, hacia junio de de 1917,
por el general Alvarado; y aunque en la agrupación yucatense
había disciplina y autoridad, no por ello podía probarse su
savia socialista. En la realidad, tal partido sólo usaba un marbete
de moda, con el cual quizás Alvarado quiso universalizar la idea
revolucionaria mexicana a falta de un nombre propio, puesto
que no bastaba llamarla democrática, popular o rural. Y no era
ciertamente Socialista el partido yucatanense; pues siendo su
tarea principal y prácticamente única dar formación a una nueva
casta gobernadora en Yucatán, ni siquiera proyectó las instituciones
específicas para hacer efectiva la idea Socialista, que
aparentemente era el tema del partido.
Así, exenta de ideas, la parcialidad yucatanense estuvo
apartada de un movimiento obrero nacional; ahora que en
marzo de 1918; el partido dilató su campo fundando ligas de
resistencia, que en la superficie pretendían constituir un unionismo
a la inglesa, pero en el fondo representaban la comparsa
política de aquel partido.
Ajeno, pues, a las iniciales luchas obreras del país, el
Socialista yucatanense se abstuvo de concurrir a las reuniones,
convocadas y realizadas pertinazmente por los líderes sindicales
del Distrito Federal, quienes no sabían qué hacer: si seguir tratando
los sindicatos como meros agrupamientos de defensa económica
o hacer de éstos instrumentos de ambiciones y realizaciones
políticas. En medio de tales indefiniciones, se reunió en Tampico (13
octubre, 1917) un congreso de sindicatos; pero como los delegados
no lograron entenderse, la junta terminó sin tomar resolución
alguna, por lo cual, las pocas agrupaciones que existían
en el Distrito Federal empezaron a procurar la organización de
un cuerpo central.
El proyecto, sin embargo, no prosperó. La clase obrera pobre
en número y dinero, no era la llamada a reunirse por sí sola.
Requeríase una dirección extraobrera; y ésta surgió en el
estado de Coahuila. Al efecto, el gobernador Gustavo Espinosa
Mireles, advirtiendo la importancia que para el apoyo a Carranza
podía tener un organismo de trabajadores, y observando que
entre los adalides sindicales sobresalía Luis Morones, tendió
redes fuertes y prácticas, para atraer al punto a Morones y a
quienes con éste, formaban grupo de líderes.
Con señalada audacia a par de extraordinaria clarividencia,
Espinosa Mireles, adelántandose al porvenir del Estado
mexicano, hizo que la XXXIII legislatura del estado, expidiese
un decreto (22 de marzo, 1918), convocando a la clase trabajadora
de México a una asamblea, con el objeto de estudiar y
discutir los problemas de los trabajadores mexicanos; y como
previamente puso al corriente de sus proyectos a Morones, éste
se dedicó a sembrar la confianza hacia la idea de Espinosa entre
los grupos sindicales del país; y aunque no pocos fueron los
tropiezos de Morones, puesto que se temía la repetición de los
ingratos sucesos del pacto obrero carrancista, poco a poco aquel
hombre tan hábil y sagaz, fue venciendo obstáculos y ganando
adeptos, hasta llevar a la mayoría de los sindicatos a un congreso
que se reunió en Saltillo el 1° de mayo (1918).
Aquí, bajo la dirección política de Espinosa Mireles, el dinero del estado de Coahuila y la palabra vehemente y efectista de
Morones, quedó fundada la Confederación Regional Obrera
Mexicana; y aunque desde el primer día de tal acontecimiento, quedó abultado el número de socios de tal Confederación, que
pronto adoptó como nombre general el de las siglas CROM, de todas maneras, la naciente agrupación dio la idea de que existía un nuevo poder de apariencia social, pero de hecho político.
Con ello, el carrancismo, recibió un auxilio que no podía ser
medido con precisión en aquellos días.
Sin embargo, el carrancismo no gozó por mucho tiempo el
triunfo de Espinosa Mireles; pues Morones y sus colaboradores,
apenas encaminados por el gobierno coahuilense, observando
que no era el carrancismo un campo paro lo porvenir, sin esfuerzos
ni escrúpulos, abandonaron las filas oficiales y haciendo gala
de su fuerza y cinismo, emprendieron la búsqueda de fines y
compromisos más prácticos, productivos y halagüeños.
Y, en efecto, hacia las últimas semanas de 1918, los adalides
de la CROM, no sin antes hinchar el velamen de los números hasta asegurar que a tal agrupación correspondían doscientos mil socios, no obstante que esa suma equivalía al total de obreros
mexicanos, entraron en pláticas con los jefes del obregonismo y
del gonzalismo.
Grandes esfuerzos llevó a cabo el gobernador Espinosa
Mireles a fin de quebrantar el poder que fácil y hábilmente
había construido Morones en torno de él mismo. Todo fue
inútil. A la sola acusación de que el gobierno de Carranza quería
servirse de la clase trabajadora como había ocurrido en 1915,
los sindicatos huían de las insinuaciones de Espinosa, de manera
que con ello iban acrecentando la representación de Morones,
quien con su actividad y entusiasmo podía ya contraer los
compromisos políticos que acudieran a su capricho y conveniencia;
pues era excepcional en diligencia y talento. Morones
fue, ciertamente, uno más de aquellos hombres que, originarios
de la masa popular, se levantaron dispuestos a sacudir de pies a
cabeza el cuerpo nacional, para crear inquietudes, esperanzas y
empresas.
Y no fue Espinosa Mireles el único que trató de disgregar o
conquistar a la CROM. También los sindicalistas puros asociados a los anarconsindicalistas iniciaron una lucha abierta y violenta contra el moronismo, acusando a éste de oportunismo, señalando los peligros que la CROM ofrecía al proletariado e insistiendo en la necesidad de fortalecer un movimiento obrero independiente del Estado y de los partidos políticos.
Pero estas y otras excitativas; y aquéllas y más acusaciones a Morones, no detuvieron la marcha de éste ni de la CROM. Los sindicatos autónomos del Distrito Federal, apartándose del moronismo lograron establecer la Central de Trabajadores; pero
a este agrupamiento contestó Morones organizando (enero, 1919) con toda valentía y felicidad, el Partido Laborista. Ahora, se trataba de un verdadero partido, aunque el apellido no correspondía certeramente a la parcialidad. Esta, en efecto, no pudo
explicar la esencia de su programa. Era Laborista, porque el nombre tenía novedad, y debido a que sus socios en su gran mayoría se originaban en la clase trabajadora. No había más que
eso ni podía haberlo. Morones no era un pensador; distaba
mucho de serlo; y quienes le circundaban correspondían en su
mayor parte al artesanado.
Así, organizada la CROM y fundado el Laborista, Morones
buscó un apoyo político para su futuro; y como tal apoyo no
podía hallarse en el general Pablo González, pues muy frescos
estaban los sucesos en que las fuerzas militares de éste habían
operado contra los líderes huelguistas del Distrito Federal; y
como tampoco era posible fiar en el general Obregón, ya que se
le recordaba como el caudillo guerrero responsable de la organización
y frustración de los Batallones Rojos, Morones gracias a su excepcional perspicacia, halló un aliado en el general Plutarco Elias Calles.
Este, antiguo lector del periódico Regeneración de Ricardo
Flores Magón; admirador del Programa del Partido Liberal de
1906; protector de los obreros de Cananea; amante de lecturas socialistas y puente de concordia entre los patronos y obreros
durante su tarea como secretario de Industria, era el hombre
más indicado para comprender la importancia del Laborismo y servir de lazo de unión entre éste y el obregonismo, del cual Calles era, incuestionablemente, si no admirador, cuando menos partidario circunstancial.
De esos días y de esos tratos entre Calles y Morones, nació
una amistad y una alianza duradera y casi infranqueable en los
años siguientes. Nació asimismo una ala -quizás la más poderosa
de las alas- del Estado mexicano. Consolidóse por fin, la
nueva era política de México: la era de las necesidades. Morones
acercó a Calles al centro de las necesidades proletarias. Calles, a
su vez, condujo a Morones a elevadas aspiraciones políticas.
Existían, sin embargo, entre ambos personajes, grandes y poderosas desemejanzas. Esto no obstante, se complementarían por largos años. Uno, Calles por su amor terco y generoso al poder del Estado. El otro, Morones, por su admiración incomprensible y atropellada a la glorificación de la personalidad. Disímiles eran igualmente en sus exteriorizaciones; pues mientras que el primero gustaba del laboratorio, el segundo se
engolosinaba con lo público. Además, a Calles gustaba el
imperio de la autoridad; a Morones el brillo del dinero.
Mas antes de que se llegara a realizar la asociación que
existió entre tales hombres, es indispensable apuntar que no se
equivocó Morones al hacer de Calles el lazo de unión con el
obregonismo; pues si ciertamente el general Obregón se negó en
un principio a admitir la alianza con Morones, de quien decía no
tener buenas referencias, como también mucho dudó de colocar
a la CROM entre sus partidarios, ya que negaba el valor de los compromisos previos, al fin accedió a otorgar beligerancia política al líder cromista.
Unido así el cromismo al partido de Obregón, como representación de las ideas socialistas y políticas que habían sido la
quintaesencia del obrerismo después de los sucesos de 1915,
sólo quedaron pequeños grupos obreros reunidos en torno al
Cuerpo Central de Trabajadores y al Partido Socialista, fundado
y sostenido por Adolfo Santibañez, viejo marxista mexicano y
Francisco Cervantes López, director de la revista Socialista.
Este partido, entre sus postulados significaba su apoliticismo. Creía que la traición a los Batallones Rojos había sido una lección inolvidable para el proletariado mexicano, por lo cual, la clase obrera debería abstenerse de concurrir a las luchas políticas; y como pronto en sus filas se inscribieron los socialistas norteamericanos llegados a México, para escapar del servicio militar de Estados Unidos, el contrapeso que se hizo al
moronismo no dejó de causar efectos en el seno de los sindicatos.
Pero Morones cuidaba inteligente y activamente sus flancos.
De esta suerte, si de un lado realizaba la alianza con el obregonismo,
de otro lado trataba de asociarse, no tanto para el bien
de los trabajadores mexicanos, cuanto a fin de tener una defensa
exterior, con el caudillo de la American Federation of Labor Samuel Gompers.
No era este el primer intento de enlazar a la clase trabajadora de México con la de Estados Unidos. Muchos fueron los
esfuerzos a tal fin llevados a cabo desde 1912, por los propagandistas
de los Industrial Workers of the World (I.W.W.), quienes fracasaron en sus proyectos, a pesar de que al caso tuvieron el apoyo de Ricardo Flores Magón.
Más tarde, el general Salvador Alvarado, con la idea de ganar
simpatías entre los obreros norteamericanos para el carrancismo,
comisionó a los sindicalistas cubanos Baltazar Pagés y Carlos
Loveira, para que entraran en tratos con la American Federation of Labor; y al objeto, se efectuó una conferencia bipartita en Washington (5 febrero, 1917); aunque convencida la American Federation of Labor de que el socialismo yucatanense era ajeno al verdadero Socialismo, el líder Gompers declinó llevar más adelante las pláticas preliminares.
Ahora, organizada ya la Confederación Regional Obrera Mexicana y comprometido Estados Unidos en la conflagración europea, Gompers hizo a su conveniencia, la necesidad de tratar con el obrerismo mexicano; y al efecto, invitó (3 julio, 1918) a
la CROM para concurrir a una reunión en Laredo (Texas), durante la cual quedaron estipulados (13 de noviembre) las
bases para la organización de una Federación Panamericana del Trabajo, con el notorio propósito de que sirviese de punto de apoyo a la política de la Casa Blanca, puesto que en el orden económico, ninguna ventaja podría obtener la clase trabajadora de México con tal Federación, toda vez que eran tan desemejantes
el vivir del obrero mexicano y del norteamericano.
El acontecimiento, así como las consecuencias que podía
tener éste, no pasó inadvertido a Carranza. Bien se entendía que
una alianza con la American Federation of Labor significaba apoyo a la política beligerante de Estados Unidos. Entendíase asimismo que la idea de Morones al unirse a Gompers anticipaba
que la CROM tendría un auxiliar indirecto en sus trabajos de oposición al carrancismo; y tratando de contrariar el pacto y sobre todo la esperanza que los obreros mexicanos ponían ahora en la supuesta ayuda del obrerismo norteamericano, el Presidente,
con señaladas prisas, pidió que los gobiernos de los estados
procedieran a la reglamentación del artículo 123 constitucional,
referente a los asuntos del trabajo.
De esta manera, con mucha prontitud legislaron sobre el
particular las asambleas de Veracruz, Yucatán, Nayarit y Sonora; ahora que aquí, el gobernador del estado, con maña política, y a manera de amenguar la intervención del gobierno carrancista en la legislación, pidió que en la Ley Obrera sonorense se advirtiese a propósito del capítulo sobre indemnizaciones
y accidentes de trabajo, que tales disposiciones estaban
tomadas en gran parte de la Ley similar del estado de
Montana. De esta suerte, el gobierno de Sonora vinculó los
intereses obreros de México con los de Estados Unidos. Y esto
era una parte de la alianza de Gompers y Morones. El
movimiento obrero mexicano, pues, a partir de tales días quedó
a la mano de los asuntos políticos y de partido, primero; del
Estado, después.
Presentación de Omar Cortés Capítulo vigésimo quinto. Apartado 1 - Desmembración del carrancismo Capítulo vigésimo quinto. Apartado 3 - Los centros de trabajo
Biblioteca Virtual Antorcha