Presentación de Omar Cortés | Capítulo vigésimo octavo. Apartado 6 - Reconstrucción nacional | Capítulo vigésimo nono. Apartado 2 - Dificultades entre el Estado y la fe | Biblioteca Virtual Antorcha |
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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO CUARTO
CAPÍTULO 29 - CRISIS REVOLUCIONARIA
HALAGOS A LAS MUCHEDUMBRES
Los mexicanos asistían, casi en suspenso, sin saber cual era el más conveniente camino a seguir: o el del optimismo o el del pesimismo, a las tareas ejecutivas y legislativas del Gobierno nacional presidido por el general Plutarco Elias Calles. Tanto en el fondo como en la forma, tal Gobierno constituía un teatro
novedoso; quizá un singular espectáculo. Era inusitado, en
efecto, el hecho de que el primer Magistrado de México
concurriese, con sus ideas y manifestaciones personales a
estudiar y analizar los conflictos todos de la República. Un
Presidente pareciendo o queriendo resolver lo grande y lo
pequeño del país tenía las proporciones de lo extraordinario y
por lo mismo, simultáneamente, se hacía temer y se hacía
amar.
Para los mexicanos, lo más difícil era fijar a quién o
quienes favorecía, con certidumbre, la política callista; pues
tan pronto ésta servía a los intereses proletarios, como a
continuación se presentaba con las mejores disposiciones
hacia la clase propietaria —a la propietaria, porque dentro de
la clasificación económica universal, en el país no podía
hablarse, de no ser onomatopéyicamente, de una clase capitalista.
En efecto, los capitales de inversión, que nunca constituyeron, por corresponder a las riquezas migratorias, un capitalismo
nacional, o estaban mermados, o eran expulsos, o se habían
incorporado al mercado mexicano. El único capital que se
presentaba como de inversión, era el concerniente a la industria
petrolera. Sin embargo, en su tronco, las compañías petroleras
significaban meras oficinas de contabilidad, subsidiarias de un
capitalismo ajeno -a excepción del aprovechamiento de frutos
mexicanos—, a la vida económica del país.
Dado ese ambiente, que más llevaba a perplejidades que a
consideraciones de racionabilidad, los proyectos del presidente
Calles, aunque inspirados en el patriotismo y la responsabilidad,
así como en el deseo de dar progreso y bienestar al país, con
todo lo cual se trataba de probar que el Gobierno de la Nación
mexicana no era un mero lujo o capricho; dado ese ambiente, se
repite los proyectos de Calles no siempre hallaron el apoyo
nacional.
La fama que se daba a Calles de hombre impulsivo,
voluntarioso y enemigo de la tradición, constituía un obstáculo
de mucho peso para el desarrollo de los planes oficiales, de
manera que aquel mundo de iniciativas y realidades, sólo
hallaba, casi cotidianamente, amenazantes títulos como si se
tratara de un enemigo de la sociedad.
Olvidando la siembra de odios y angustias que las luchas
intestinas habían dejado en el alma y cuerpo de México, el
Presidente siempre atento a todas las manifestaciones que se
presentaban a la vista del Estado, no podía comprender el
porqué de aquella actitud hacia él, no sólo desdeñosa, sino
también hostil de los connacionales, sobre todo a que esa
actitud pública se reflejaba con grandes caracteres en la prensa
periódica tanto de la ciudad de México como de los estados.
Los periódicos principales del país, ya por ganar lectores y
anunciantes, ya por escasez de nacionalidad, ya por servir a los
intereses del pasado, ya por estar organizados con plantas de
antiguos servidores del porfirismo y de la contrarrevolución,
movían una fuerte corriente de opinión contraria al Estado,
pero especialmente de oposición a Calles.
Tan vehemente era la agresión literaria del periodismo y tan
graves perjuicios estaba ocasionando a la estabilidad de la
República y a los intereses del Estado, pues desviaba la función
de la autoridad, intentaba controvertir con las fuentes del
mando y gobierno del país y pretendía dirigir la opinión pública
de México, que Calles acudió al apoyo popular, sirviéndose al caso
de las organizaciones sindicales y ejidales. De esta suerte, la
política de simpatía y atracción de las muchedumbres que en un
principio tuvo los tintes de un mero romanticismo político, se
convirtió en una realidad.
Para esto, el Gobierno ya tenía las bases y sólo requería
calcular el desenvolvimiento y poder de sus puntos de apoyo
popular: el obrerismo oficialista y el agrarismo. Sin embargo,
había un factor oscuro que el Presidente quiso esclarecer. Tal
factor fue el peligro de que los agraristas y obreristas se
convirtiesen en un partido de gobierno capaz de violar la
doctrina constitucional sobre la imparcial oficial.
Por otra parte, antes de abrir las puertas a esa política de
extremo populismo, el Presidente no dejó de reflexionar acerca
de las degeneraciones que podía ocasionar la fuerza de las
multitudes como parte del Estado. En efecto, el Gobierno se
colocaba a un paso de las tentaciones de líderes y caudillos
pueblerinos. Un amenazante caciquismo político, más dañino
que el caciquismo social que era miembro de la naturaleza
mexicana, quedaba en reserva, de manera que se le otorgaba la
posibilidad de desenvolverse y hacer faccional todo lo que
emanara del Gobierno.
Sin embargo, como los tropiezos morales y sociales que
halló Calles en su primer año de gobierno iban en aumento y la
tempestad de los agravios al poder público se acrecentaban, el
Presidente se vio obligado a acudir al auxilio de las
organizaciones sindicales y ejidales, no sin que al mismo tiempo
otorgase a las mismas privilegios de condición electoral. De aquí
se originaron, primero, los subsidios oficiales a los organismos
obreros y agrarios; después, las complacencias a lo que se llamó
liderismo, y de las cuales se originó un novedoso y productivo
oficio que atrajo a una juventud ávida de triunfos fáciles y prontos.
Mientras tanto, de los agrupamientos sindicales se iban
organizando empresas lucrativas, ya de vestuarios, ya de
espectáculos, ya de comunicaciones, ya de artes gráficas, ya de
minería, ya de artesanía; empresas de las que nació una clase
acomodada de origen obrero. La fisonomía de un capital
nacional, todavía endeble, pero con las características de una
riqueza de acumulación y explotación, empezó a dar otra
contextura a la economía nacional. Los signos de la nueva
formación económica iban apareciendo poco a poco entre los
filamentos pobres de México.
Además, la Confederación Regional Obrera Mexicana, dejó de ser un mero motivo sindical, para convertirse en los hombros del Estado, gracias a lo cual el Estado nacional alcanzó robustez y lozanía ahora más temprana de la que Calles había planeado,
de manera que grande fue la deuda que la Nación contrajo,
mediante esa correspondencia, con el proletariado urbano. Sin
embargo, conforme aumentaba el poder político de la CROM, de esta misma organización salían individuos deshonestos; aunque la propia Confederación dio a la República funcionarios distinguidos, políticos de muchas aptitudes y directores de multitudes que promovieron ambiciones técnicas y universitarias entre la clase trabajadora. Advirtióse asimismo, como consecuencia de ese ayuntamiento sindical al Estado, el fenómeno
de que mientras el oficinismo público anterior a la
Revolución tuvo como fuente a la familia acomodada, ahora, en
la diltación que Calles otorgó al sindicalismo de Estado, el
empleado público salió, en una gran parte, de la familia obrera.
La evolución del proletariado mexicano estaba, pues, a la vista,
y ello fue pie de mejoría nacional.
Y no únicamente en el orden de la política doméstica tenía
validez la Confederación Regional Obrera Mexicana, sino también en el orden exterior. La unicidad irrestricta que el líder Luis Morones dio a la alianza de la CROM y la American Federation of Labor, que capitaneaba Samuel Gompers, fue de
felices resultados para el entendimiento diplomático y social
mexico-norteamericano. La idea de una amistad de dos países
vecinos se hizo una realidad popular que sobrepasó a todos los
instrumentos diplomáticos de esos días. Las reuniones de los
representantes de ambos organismos obreros efectuados en
1920, 1922 y 1923, indicaron los puntos de contacto de
entendimiento bilateral; pero al volver a juntarse los caudillos
obreros, en agosto de 1925, fijaron la trascendencia de una
disposición de apoyo mutuo que practicaron México y Estados
Unidos con prioridad a otras naciones.
Pudo también la CROM, gracias a la labor de una parte oficiosa del gobierno mexicano, si no penetrar, sí emparentar con las organizaciones obreras británicas. Al efecto, la visita a México de un grupo de líderes de las Trade Unions de Inglaterra (mayo, 1925), de un lado, enseñó a los ingleses cuán desemejante a las reglas del respeto, lucha e independencia del movimiento obrero en Gran Bretaña era el movimiento obrero de México
representado por la gente de Morones. De otro lado, y no
obstante las disparidades de forma y fondo, entre los caudillos
laboristas de una y otra nación, los trabajadores mexicanos se
vieron enlazados con los europeos; pues si no hubo un trato
específico, no por ello dejó de quedar establecido un
acercamiento que fue útil al programa del presidente Calles de
consolidar las bases del Estado nacional en sus relaciones con el
exterior.
Pero más que esos puentes o alianzas con el obrerismo
internacional, la misión que Calles determinó para la
Confederación Regional fue de carácter político. Quiso al efecto el Presidente, que la CROM representara la parte defensiva del gobierno, de manera que a cualquier censura o amenaza a éste, los agremiados de la CROM aparecerían en escena ofreciendo su
pecho a los desaires o agravios que se hacían al Gobierno, con lo
cual el Presidente logró que el cuerpo oficial de la Nación no
descendiera a las controversias con sus contrarios.
Con todo esto, que se sucedía en manifestaciones diarias, los
trabajadores afiliados a la CROM, careciendo de prácticas políticas y ensimismados por el arte con que Calles atraía a las grandes masas populares, no sólo cayeron en los ensueños
electorales, creyendo que el ministro Morones era el lógico
sucesor de Calles en la presidencia de la República, sino que se
entregaron a la detestable mitomanía política, elevando, casi
fabulosamente, las cifras del número de asociados a la CROM. Así, esta creció en números superiores al desarrollo demográfico de México, al grado que en 1927, los directores de tal organismo afirmaron tener asociados a dos millones doscientos veinticinco
mil trabajadores, lo que equivalía a la casi totalidad de la
población mexicana que vivía en las ciudades mayores de diez
mil habitantes.
No era, ciertamente, la CROM la única organización obrera en la República. Existían, por un lado, la Confederación General de Trabajadores; de otro lado, los gremios ferrocarrileros que
mantenían una independencia casi absoluta. También los
comunistas, con el nombre de Frente único, agrupaban varios sindicatos, tan opuestos como los de la Confederación General y de los ferrocarrileros a los designios de Morones.
Ahora bien: si la idea del presidente Calles de crear una
defensa del Estado mediante los agrupamientos de la
Confederación Regional, y utilizando para ello los halagos constantes que los gobernantes dirigían a la clase trabajadora, sirvió para embarnecer la autoridad civil de México, no por ello
el mismo hecho dejó producir daños al Presidente; pues a la
opinión general del país, eran tantos los favores que Calles
otorgaba a los líderes obreros, que el gobierno estaba
adquiriendo los modos de un poder faccional. De esta manera,
se consideró que el obrerismo constituía un privilegio, y que los
filamentos sociales ajenos a ese obrerismo, estaban condenados
a sufrir las consecuencias de tal monopolio que se manifestaba
no sólo en las artes políticas, antes en los négocios privados de
la República.
Surgieron así los recelos, de éstos, las envidias; de los recelos y envidias, los odios, principalmente hacia Morones y los
lugartenientes de éste, debido a lo cual empezó una sorda
batalla interna en el seno del partido de la Revolución.
Simultáneamente a ese estado de cosas, se originaron las
primeras discordias entre los moronistas y obregonistas. Estos
últimos empezaron a alejarse de Calles, en detrimento de la
armonía revolucionaria y de la fuerza del Estado. Así, como
acontece siempre con los excesos que cometen los gobernantes
cuando siguen un único y específico camino, el callismo, por sí
mismo dio origen a un nuevo y difícil conflicto doméstico.
Calles, sin embargo, se sentía ilusivamente amparado por las
segundas partes de la política del halago a las masas. Esas
segundas partes eran los campesinos; ahora que esta política
conexiva a la gran masa agraria, estaba manejada aparte de la
que correspondía a los asuntos precisos de la economía rural
mexicana, a propósito de la cual, como ya se ha dicho, el
Presidente desarrollaba un plan integral de excepcionales
condiciones y previsiones.
El halago a la gente del campo, consistió en hacer los
repartimientos y restituciones de tierras, ya no de acuerdo con
un plan orgánico, sino conforme a las necesidades políticas o
electorales. Los gobernadores enriquecían artificialmente sus
empresas de carácter social, dando alegres y exagerados vuelos a
la entrega de terrenos a los campesinos. El gobernador de
Tamaulipas, Emilio Portes Gil, en sólo dos años distribuyó
tierras en cantidad superior al total de las labrantías que
existían en el estado. Registróse, pues de acuerdo con la
mitomanía política de tales días, un fenómeno gracioso y extraordinario, que si no dañaba el fondo de la cuestión agraria
ni entorpecía las funciones constitucionales, sí daba lugar a una
competición política que era motivo de hechos ridículos,
minoraban la gravedad del Estado y hacían creer al vulgo que el
presidente Calles abusaba de su autoridad en aras de un
populismo demagógico.
Esto mismo servía, por otra parte, para que los enemigos del
gobierno (y los enemigos provenían, ya del descontento
electoral, ya de la vieja Contrarrevolución) cayeran en el error
de creer que de una hora a otra hora podía presentarse un
trance político, capaz de poner en peligro la estabilidad del
partido callista, que no era propiamente el que se significaba
como exponente de la Revolución, sino el que vivía bajo la
sombra de la vigorosa personalidad que tenía Calles como
Presidente y Caudillo.
Muy lejos de la realidad, sin embargo, estaba tal creencia. El callismo era una fortaleza; el Estado se amacizaba en todos sus
aspectos; y lo que daba señales de crisis o posible crisis era el
reajuste que sufría el país, como consecuencia de la nueva
composición del derecho de propiedad agrario y de la
introducción de un régimen de la vida que normaba la economía
rural, también la política.
Al efecto, los acontecimientos en el medio rural, poseían
una gran dosis de reformismo. El total de tierras repartidas de
diciembre de 1924 al 29 de febrero de 1928, ascendió a un
millón novecientas mil hectáreas; los bonos agrarios puestos en
circulación por el Gobierno durante el mismo período sumaron
cinco y medio millones de pesos; el sistema de refacción para los
implementos de labranza, puesto en vigor hacia mayo de 1925,
significó una derrama de siete millones de pesos. Las
exposiciones agrícolas (marzo, 1927) abrieron un vasto camino
al conocimiento de la técnica agropecuaria; la reglamentación
forestal (8 de septiembre, 1927), modificó el derecho de los
agraristas respecto a los bosques; los predios henequeneros en
Yucatán, comprendidos en doscientas veintitrés mil héctareas,
modificaron la economía yucatanense. Finalmente, la ley
federal de colonización (6 de enero, 1927), señaló la
organización de nuevos centros de población en la República.
Todas esas empresas, a pesar de que estaban llamadas a
producir profundos cambios en la vida rural de México, no
penetraron a la consideración social y política del país.
Túvoselas como meros caprichos u oportunismo del presidente
Calles. Además, era muy difícil hacer mudar la idea de que
Calles se proponía gobernar exclusivamente para una clase
nacional, de manera que sus opiniones y decretos fueron tenidos
como faccionales, sin que se analizaran los efectos que poco a
poco iban produciendo.
Presentación de Omar Cortés Capítulo vigésimo octavo. Apartado 6 - Reconstrucción nacional Capítulo vigésimo nono. Apartado 2 - Dificultades entre el Estado y la fe
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