Presentación de Omar Cortés | Capítulo trigésimo. Apartado 2 - Las instituciones | Capítulo trigésimo. Apartado 4 - La composición de la gente | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO CUARTO
CAPÍTULO 30 - LAS INSTITUCIONES
EL DISCURSO DE LAS IDEAS
Durante el año de 1928, a cuyos últimos días se inició, aunque sin determinación previa ni concepto exacto de las cosas, una nueva temporada nacional, las ideas no fueron precisas, pues tuvieron las características de impulsos y relampagueos,
como si aquella época hubiese carecido de fundamentos;
aunque lo cierto es que sólo estuvo exenta de cultura -de
cultura superior y académica, pues que la popular fue abundosa
y generosa.
No hubo durante esa grande temporada nacional en la cual
tanto compitieron los hombres que como obra de un milagro
brotaron del suelo revolucionario, más que una idea prevalente,
y aunque ésta no era nativa, pesó sobre el ser y hacer del pueblo
mexicano. Tal idea, como ya se ha dicho, fue la del misticismo
religioso. El tema de Dios y de su refugio para las almas que
sufrían, iluminó a la masa humana, que si no entendió con
propiedad el por qué de la función autoritaria sobre los
católicos y fanáticos y el por qué de los cristeros, motivos a los
cuales escuetamente y con escasez de verdad se les llamó
conflicto religioso, sí intuyó que existía una autoridad
potencial que propendía a establecer en México una gran fuerza
política nacional -un gobierno casi omnipotente.
Ahora bien: mientras que tal era la formación y representación de la mentalidad nacional, la rebelión cristera, concentrada
hacia 1928 en las regiones de Coalcomán y Los Altos, a
donde los generales Lázaro Cárdenas y Saturnino Cedillo
dirigían las operaciones contra los alzados, parecía —y sólo
parecía por medio de sus exteriorizaciones literarias tan
oportunas como parciales— como una defensa de la religión; y esto a pesar de que no era la idea de Dios la que combatían el
gobierno y las armas del gobierno. Lo que persiguió el mando
oficial ejercido, ya políticamente, ya militarmente, fue el
crecimiento y estabilidad de los poderes del Estado.
Una idea política de moda universal: la que se fundamentó
en una superioridad física y anímica del Estado sobre el
individuo y la colectividad en general, se convirtió en la
verdadera tesis de la autoridad mexicana. De aqui y no de una
irreligiosidad ni de una fobia vulgar, las empresas civiles y militares del Gobierno llevadas al objeto de exterminar a los levantados en armas y a los sostenedores de éstos, sin considerarse si tales eran o no católicos. Así, la misión del Estado consitió en tenerlos por rebeldes a los supremos derechos de la autoridad pública establecida y regimentada por la Constitución.
Tan severo como con los cristeros fue el Estado, como ya se
ha visto, con los alzados políticos de 1924 y 1927. La idea de
que mientras existiesen violaciones a la Constitución no era
posible la plenitud de la Nación mexicana, se acrecentó después
de los disturbios de 1924 y sobre todo, en seguida de los castigos
hechos en los caudillos de sublevación.
Pero esas aplicaciones que estaban más cerca de lo político
que del ejercicio de una autoridad nacional, crecieron y se
explicaron debido al desenvolvimiento en torno a la teoría de
un llamado Estado moderno, que no se originó en un pensamiento
mexicano, sino en una composición europea, que si no
se caracterizó y progresó como en ultramar, se debió a las
desemejanzas de la geografía y la gente. De aquí que mientras
en los países europeos, el Estado moderno tuvo una evolución
cautelosa, en México se presentó durante la época que estudiamos,
de manera violenta, tratando de dar prontos remedios a
problemas que no estaban analizados, y pretendiendo transformar
las mentalidades a pesar de la falta de culturas preliminares;
y como consecuencia de todo esto, las primeras víctimas de
ese atropellado entronizamiento se sucedieron en la ingenuidad
religiosa.
Fuera de esa idea embrionaria que se observó en el país
durante el 1928 y que tuvo efectos directos y discutibles en lo
que respecta a la idea religiosa, lo más obvio de los actos del
entendimiento careció de escuela y guía. Sólo dentro del
movimiento obrero resaltaron, en algunas ocasiones, ideas de
valimiento social —la anarquista, sobre todo; pero ni éstas ni
algunas semejantes, aunque no tan hermosas y humanas,
pudieron penetrar al cogollo nacional.
El examen documental de tales días establece, con claridad,
que aun entre los adalides políticos que llevaban la dirección de
la cosa pública o que deseaban amasarla y dirigirla, las ideas no
fueron más que un débil y hechizo barniz con el cual se creyó
posible dar postura, brillo y elegancia no tanto a las conquistas
del sufragio o a los adelantos democráticos, o a las postulaciones
y realidades de la Revolución, o a las cualidades de los caudillos
revolucionarios, cuanto a los triunfos autoritarios. Sin ello, muy
endeble habría sido esa época de la Revolución acaudillada por
Calles.
Este, dentro de su talento de analista, de su cuadro de
constitucionalidad, de su alma de mando y de su justificada
experiencia, sin hacer mucha mención del Estado moderno,
prefirió usar, a veces con señalada exageración, el vocablo
Socialista; mas siempre tuvo el cuidado de hablar de Socialismo
como la manera de explicar su deseo de bienestar y progreso
para los filamentos paupérrimos. No se usaba pues, tal palabra
como la clásica del Marxismo; pues correspondía más bien a un
tropo propio a la retórica política, que suele conducir fácilmente
a los engaños, si en vez de la figura no se busca la radical.
De esta suerte, el Socialismo de Calles y del callismo, fue un Socialismo sin Marx,
Aconteció ciertamente con el Socialismo de esos días
nacionales como con el liberalismo de los años juaristas, que no
obstante la exigencia de la voz, ésta no tuvo la correspondencia,
ni la doctrina, ni la aplicación que se la daba en Europa.
Los callistas, al hablar de Socialismo, otorgaban a éste una nacionalidad mexicana, de suerte que el Socialismo mexicano,
no constituyó una ideología, antes bien una voz complementaria
y circunstancial de la necesidad o exigencia de partido y de
hombres que trataban de distinguirse, por una parte; de crear
confianza y novedad entre las masas incrédulas, por otra parte.
Tanta impresión hubo en esa repetición que con mucha
intención se hacía de tal palabra, que se convirtió en moda
política y fue muy común que riñera con las prácticas que el
mundo oficial o partidista se proponía llevar a cabo. No existió,
pues, un Socialismo mexicano y sí un Socialismo a la mexicana,
gracias a lo cual, los filamentos de la sociedad que pudieron ser
aquejados con la aplicación de tal doctrina, vivieron tranquilos,
festejando más adelante, la gracia de aquel verbalismo político.
Ahora bien: si el Socialismo y otros signos de ideas puestos en boga durante el ejercicio oficial del callismo, se perdieron, sin
consecuencias, en un golfo de inquietudes y esperanzas, de
atrabancamientos y modernismos, se debió a que grande era el
poder de una idea, verdadera y principal de los mexicanos; idea
que no se revelaba en letras ni servía de bandera a las parcialidades
políticas, pero que era manifestación intuitiva y popular.
Tal idea fue la de nacionalidad.
Como se ha dicho anteriormente, esa idea tuvo incontenibles
exteriorizaciones cuando se trató de rivalidades mercantiles
en el noroeste de México. Observarónse también tales exteriorizaciones
en la lucha contra el monopolio comercial que los
españoles ejercían en el Altiplano, pero sobre todo en el Distrito
Federal. Fue motivo de malestar y de violencias en la vida rural
a donde los mayordomos de haciendas, en su mayoría súbditos
de España, fueron perseguidos y expulsos.
Todo eso, sin embargo, correspondió a la expresión brusca y
atropellada que acompañó a las guerras intestinas; mas otras
modalidades tuvo durante el desarrollo del callismo. Para ello
influyó el temor de una infiltración europea o europeizante por
medio del Socialismo y del Estado moderno; pues a fuerza de
los pronunciamientos verbales en favor de una doctrina que no
tenía arraigo en el país, vino la procuración de un conocimiento
y práctica de mexicanía; ahora que esto se produjo lentamente,
y por lo mismo no pudo ser parte de un programa político, casi
siempre hecho para representaciones espectaculares y oportunas.
Así, tanto más se hablaba de Socialismo, aunque con el
apellido de mexicano, tanto más ascendía el valor de una idea
de nacionalidad; y si la gente no era adoctrinada en este sentido,
no por ello decrecía el orden que poco a poco iba tomando tal
idea dentro de la mentalidad nacional.
Presentación de Omar Cortés Capítulo trigésimo. Apartado 2 - Las instituciones Capítulo trigésimo. Apartado 4 - La composición de la gente
Biblioteca Virtual Antorcha