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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO CUARTO
CAPÍTULO 30 - LAS INSTITUCIONES
LA COMPOSICIÓN DE LA GENTE
Tanto la casualidad como el designio de Calles acerca de los medios y finalidades para embarnecer y dilatar la autoridad del Estado mexicano, provocó una composición, si no precisamente nueva, sí más acoplada al vivir y pensar de México.
Y esto último, no obstante que los agrupamientos católicos
hicieron advertir y reflexionar con la rebelión cristera, el
asesinato del general Obregón y la persecución y aprehensión de
los cómplices de José de León Toral, lo inconexo de sus
designios y la debilidad defensiva y agresiva de la masa católica;
y no obstante también que el Estado cometió abusos que
dividieron profundamente a la población nacional y que
hicieron creer que México no estaría nunca apto para alcanzar
una composición unitaria, sólida y pacífica -tanto horror y
temor habían sembrado en el país las luchas intestinas.
Si de todos esos acontecimientos surgió un sentimiento pío,
de un lado; de otro lado, el Estado pudo revestir de muchas
fuerzas sus columnas y muros, de manera que con ello si el
propio Estado no estaba en condiciones de dar una composición
formal a la República, esa condición no se hallaba lejos de la
mano y del pensamiento de los filamentos sociales de México.
Existía, al efecto, hacia los días que examinamos, una
población campesina que si a los comienzos de los repartimientos ejidales se mostró tímida y contraria al régimen de propiedad, ahora, amparándose con sobra de razón a la sombra de la obra humana de Calles, se mostraba, en muchas de sus partes, valiente y progresista. Los tradicionales derechos de una
autoridad paternal dentro de la vida rural, en el centro y sur del
país, presentaron los primeros síntomas de quebranto. La
aplicación ejidal constituyó un verdadero imán para los
labriegos jóvenes. Estos desde los comienzos del presidenciado
callista, ya no fueron para sí mismo jornaleros, ni peones, ni
acasillados, ni medieros. Llamáronse a sí propios campesinos,
con lo cual reunieron en un solo haz lo que específicamente
correspondió al campo.
Con esto, la juventud rural ya no buscó, al través de esa
nueva edad social, la complacencia de los hacendados; tampoco
los contratos de enganche o de aparcería. En tales jóvenes se
despertó la ambición de marchar a la ciudad; de obtener
mejores salarios y más favorables condiciones de vida. Quisieron
tener escuela, comunidades organizadas, documentos agrarios.
Ese afán de penetrar a un mundo que les era desconocido surgió
a par de la iniciación de las comunicaciones en vehículos motorizados,
que movilizaron a la gente entre los pueblos y entre
éstos y los concurrentes a las ciudades.
Cambió también durante tales días la indumentaria rural. La
introducción de las telas de mezclilla, produjo la innovación del
traje en la juventud campesina; y la rueda de tronco de árbol de
una pieza empezó a ser sustituida por la rueda de rayos.
Todos esos acontecimientos, que se dilatan por sí solos, aunque como incontrovertible producto de la Revolución, que al
poner en circulación a la masa campesina despertó dentro de
ésta el valimiento de la ambición; todos esos acontecimientos, se
dice, los utilizó y administró con diligencia y efectividad el
callismo; pues con ellos comenzó a instaurar, de manera inteligente
y hábil, un régimen conforme al cual, la clase rural que
anteriormente dependía del hacendado, ahora debido a las
aportaciones del ejidismo y a una naciente generación campesina,
gozó de una autonomía que precede al derecho de una
pequeña propiedad.
Ahora bien: como el Estado es el que encauza la actividad
campesina, puesto que reparte la tierra y queda como veedor
agrario, conforme aumentan los repartimientos ejidales, se hace
mayor el poder estatal y con lo mismo, la creciente autoridad
nacional, ya no proviene exclusivamente del ejército ni del fisco;
se basa, sin dudas, sobre la clase campesina. La transformación
del Estado policía al Estado fiscal, y de éste, al Estado burocrático,
es un acontecimiento que la República no advierte; pero
que se ha realizado sin mayores violencias.
Al suceso sólo le faltó doctrina y organización; sobre todo
norma económica, puesto que ese Estado no estuvo en condiciones
de acudir a los subsidios que exigía el cuerpo rural. Si
esta falta se hace materia de previsión, aquella transformación
habría adquirido universalidad y con lo mismo dejado de ser
una mera lucha en contra de la hacienda. Así y todo, alcanzó
tanta trascendencia el poder y confianza otorgados por el
presidente Calles a los campesinos, que con ello hizo la traza de
un edificio inconmovible por muchos y muchos años adelante
del callismo.
En el desarrollo de aquella transformación fue necesario que
el Estado hiciera una tras de otra concesión a la masa del
campo, debido a la cual se puso en boga todo lo concerniente a
los campesinos, y se abrió una era a la que no fueron extraños
los modernos sistemas de cultivos, auxiliados por el maquinismo
y la organización de complejos agrícolas, que empezaron con la
reorganización de los ingenios azucareros.
Gracias a ese desarrollo rural que produjo cambios en la
mentalidad de los antiguos jornaleros y labriegos; cambios que
llegaron, como se ha dicho, aparejados al progreso de los
sistemas de comunicaciones de automotor, el Estado pudo tener al
seguridad de que la paz volvería a reinar en los campos
mexicanos.
De esta suerte, si el Gobierno encontró un grande y poderoso apoyo de la clase rural para combatir y perseguir a los
cristeros, no fue tanto por enemistad de aquélla hacia el Clero e
Iglesia, cuanto debido al abandono a una condición de misoneísmo
que guiaba a la clase rural, a veces con signos de jubilosa o
vengativa o irresponsable violencia, que además influyó sobre la
vida toda del país; porque tembién la ciudad se sintió sacudida
por el suceso campesino.
Simultáneo a éste, se registró un hecho que no obstante sus
manifestaciones amenazantes y multitudinarias, no logró ser tan
determinante en la vida y alma de la gente, como el que se
presenció en el campo. Tal hecho, que sin dejar de poseer
importancia, no alcanzó la capacidad necesaria para producir
una evolución urbana, a excepción del influjo que tuvo en el
orden político del país, fue el movimiento obrero.
Este, en efecto, convertido en uno de los hombros del
Estado mexicano, de manera que fue un coadyuvante en el
equilibrio oficial y principalmente como parte de una magia
popular del gobierno, no tuvo la fuerza suficiente para modificar
los modos generales del vivir nacional. Así, el movimiento
obrero, ya por el choque directo con una población urbana
ajena al industrialismo, ya por haberse entregado prematuramente
a la defensa del Estado, ya por la corrupción que pronto
apuntó entre sus caudillos, siempre se significó como el
resultado de un influjo extranjero, puesto que ninguna de sus
teorías ni prácticas constituyó la expresión de las características
mexicanas. De esa manera, tal movimiento fue motivo de
disonancias y aprensiones.
Sin embargo, el asociacionismo de la clase trabajadora hizo a
la población urbana de la República, más mecánica, de suerte que si
los acontecimientos trágicos de 1924 y 1927 causaron un gran
quebranto civil en la ciudad, ésta pudo resistir tales cuadros
dentro de los cuales fue muy menospreciada la vida humana,
debido al influjo formal del automatismo obrero que canceló los
actos en los cuales pudo participar la voluntad ciudadana.
De la gran masa civil urbana, vencida ora por los patentes
castigos de la autoridad, ora por el poder que significó la organización obrera, ora por las comprensiones de la ley cada día,
dentro del gobierno callista, más severa y efectiva, solamente
quedó una minoría caracterizada en el magisterio y los estudiantes,
quienes sin tener adalides literarios ni políticos, no
ocultaban el propósito de hacerlos o cuando menos de inventarlos.
En aquella transformación que se operó en el país con las
aportaciones rurales a la vida política, administrativa, jurídica y urbana, todo pudo producirse, aunque sin cimientos macizos
capaces de resistir la adversidad, entre el rescoldo de los grandes
días de la Revolución ahora que no era posible dejar de advertirse
que a partir de 1920, México había logrado la formación
de una voluminosa, inteligente y aguerrida clase gobernante, que
a pesar de los trágicos acontecimientos ocurridos durante los
gobiernos de Obregón y Calles, constituía un grupo compacto y
respetable; tan compacto y respetable que de él saldrían hombres
muy acertados en el arte de gobernar y muy distinguidos en la
ciencia de guía al Estado. Esto, que significaba uno de los grados
en la evolución de la gente, las ideas y las cosas, si era grato para
la Revolución no tenía la misma significación para la República,
puesto que ésta, en virtud de la abundancia que en número
tenía de líderes y las escaseces de su administración, asistía a un
espectáculo no tanto de selección, cuanto de aglutinamiento,
con lo cual se mermaron numerosos valores y la vida nacional
volvió a la rutina de sus culturas —la rutina de la cual huyera, en
medio de violencias e iluminismos durante tres lustros de
guerras intestinas.
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