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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO CUARTO
CAPÍTULO 30 - LAS INSTITUCIONES
ELECCIÓN DEL SUSTITUTO
Educada hábil y eficazmente por el general Obregón, la clase política más selecta de México, al comenzar la temporada que estudiamos, si estaba alentada por las ambiciones que siempre guiaron al Caudillo, tales ambiciones estaban inspiradas por
principios generosos, honorables y patrióticos. El obregonismo
fue de un desinterés y honestidad inefables. La escuela de este
partido fue agresiva y ayuna de ideas de populismo voraz y probado, pues siempre caminó al margen del redentorismo
social. Sin embargo, no sólo sus adalides, antes también sus
segundas partes fueron de conducta personal intachable.
Reinaba dentro de ellos el deseo de mandar y gobernar, aunque
esto fuese a un alto precio de sangre; pero no se presentaron en
ellos los signos del logro.
Tan grande desinterés se registró en los adalides del obregonismo, que su influjo alcanzó a la formación política de una
década; y sirvió asimismo a la reorganización económica de
México y al desarrollo de la hacienda pública.
Organizóse así, de las filas obregonistas, un grupo diligente y pertinaz; ahora que fue tanta la personalidad que el caudillo
otorgó a tal grupo, que éste se consideró el llamado a suceder en
autoridad y prestigio al propio Obregón, lo cual no dejó de
acarrear males e incertidumbre el país; porque no toda aquella
gente poseía capacidad para comprender su responsabilidad y por lo mismo moderar sus ímpetus políticos y ambiciones de mando.
La dirección práctica de esa selección política la encomendó
el general Obregón a Ricardo Topete, joven pariente, desenvuelto,
activo y valiente, quien daba la idea de ser un hombre de
porvenir elocuente; y como Topete, gracias a la confianza de
Obregón cobró mucha pujanza, esto fue causa de que restara luz
e influjo a los fogueados políticos del viejo equipo obregonista,
produciendo el suceso quebrantos y rivalidades.
A la muerte del general Obregón, Topete se creyó dueño de
los títulos suficientes para coger la dirección de la política que
se consideraba ser la llamada a designar al sucesor de Obregón
en la presidencia de la República; mas no contó Topete para
redondear su poder con la existencia de la autoridad de Calles.
Este, en efecto, no sólo por ser el presidente de la República, antes también como hombre de vasto talento y comprobada
experiencia, con la decisión tan característica en él, produjo un
desmayo, sin extraordinarios esfuerzos ni recursos de intencionalidad,
en las pretensiones de Topete, obligándole a humillaciones
y restándole amistades y crédito, de manera que de
hecho le obligó a tomar partido en el anticallismo.
Pronto, sin embargo, se rehizo Topete al tiempo de
resolverse, con mucha decisión a una lucha contra Calles; y al
objeto, tomó la batuta de una conspiración formal dirigida a
exterminar, por medios violentos, la autoridad de Calles y de los
callistas.
Sirviéronle para esto, sus funciones de jefe del bloque
obregonista de la cámara de diputados, sus relaciones de amistad
y simpatía con los altos jefes del ejército, el influjo de que
gozaba cerca de algunos gobernadores y líderes políticos de los
estados, su bandera de lealtad purísima al hombre y partido de
Obregón, la fuerza de su hermano Fausto Topete, gobernador
de Sonora, sus fueros de diputado y su parentesco con el
caudillo muerto, de suerte que dentro de aquella pléyade
política del otoño de 1928, Topete era a pesar de su juventud,
un individuo de alta calificación política.
Esto no obstante, corta era la estatura de Topete frente a la
de Calles, que vio en aquel impetuoso y joven político una mera
manifestación simbólica del obregonismo y por lo mismo sin
recursos para hacer prosperar un partido. Así sin vacilaciones,
pero procediendo con prudencia, a fin de que no se atribuyese
su acción al deseo de exterminar al obregonismo, el Presidente
pudo estar cierto de que Topete perdería poco a poco, sin lograr
resarcimientos, los privilegios de su poder heredado y no
conquistado.
Topete, sin advertir que Calles le empujaba a la conspiración, preparaba todos los instrumentos que estaban a su alcance
con el designio de dirigir un golpe de carácter militar; pero
como tal empresa la realizaba guiado por el pensamiento de
quien ha sido herido en sus vanidades, el Presidente pudo tener
a la mano el santo y seña de las actividades del engreído y encaprichado político, y de quienes le seguían en la proyectada
aventura.
En efecto, para el desarrollo de la empresa que se había
propuesto, Topete en los hombros de los adalides del agrietado
obregonismo procuró ganar la elección de presidente provisional
de la República que debería hacer el Congreso; y al caso creyó
que el candidato más conveniente a sus intereses era el
licenciado Emilio Portes Gil.
Los jefes del ejército, sin embargo, se apartaron de los
proyectos del grupo civil; y a pesar de la promesa que habían
hecho a Calles promovieron la presidenciabilidad de los generales
José Gonzalo Escobar, Manuel Pérez Treviño y Juan
Andreu Almazán.
Frente a los proyectos de los generales, que parecían
desarrollarse vigorosamente a pesar de la promesa hecha, se
repite, por los mismos en las juntas de septiembre (1928), Calles
se apresuró a suavizar el camino a Portes Gil.
No era éste persona en quien Calles confiara o que
correspondiera al grupo callista; pero le pareció que elevado a la
presidenciabilidad por los obregonistas, era el momento de
reducir el influjo de éstos, haciendo de Portes Gil su propio
candidato. De esta suerte, con cierto apresuramiento fueron
movido los resortes oficiales y asociados los mismos a la
poderosa personalidad de Calles, Portes Gil fue elegido Presidente
(25 de septiembre, 1928), por la unanimidad del Congreso de
la Unión.
Portes Gil no era una figura prístina, ni ilustrada, ni
tradicional del mundo revolucionario de México. No poseía
ningún atributo de brillantez y sus recursos de mando, eran muy
discutibles. Tenía ganado, sin embargo, un lugar feliz entre sus
colegas políticos; y esto, más que por su talento, debido a su
diligencia. Gozaba de las prendas que da la laboriosidad al
individuo, lo cual ya constituía una ventaja para el país y para el
partido de la Revolución; y como estaba exento de la historia de
otros políticos civiles, así como de los líderes del ejército, esto
le daba un aire de neutralidad y le hacía puente de entendimiento
entre los grupos políticos. Aféabale, sin embargo, su vanidad
suprema, que le hacía impulsivo e imprudente y hacía que
escasearan en él las dotes reflexivas, tan necesarias para el
espíritu analítico de los buenos gobernantes.
Calles, como se ha dicho, le había votado como su sucesor,
más que por cualidades de mando y gobierno, para restar al
obregonismo específico e intransigente una bandera. Además,
Calles descubrió en la personalidad de Portes Gil la posibilidad
de apaciguar las tentaciones levantiscas y ambiciosas de los
generales Escobar, Cruz y Ferreira, quienes asociados al corro de
Topete, creían poder hacer triunfar sus apetitos por medio de
las amenazas.
Para la República y para Calles, el encuentro de Portes Gil,
fue realmente feliz; pues en pocos días pareció ser la fórmula
salvadora de otros y nuevos males que se presentaban a la vista
de México.
Por otra parte. Portes Gil, desde la hora de su triunfo, tuvo
el buen tino de tomar en sus manos la guía de una tolerancia
mediadora dentro de todas las pasiones, incluyendo la callista,
que surgió con visos de omnipotencia; porque la elección de
Portes Gil se atribuyó única y exclusivamente a Calles; y aunque
como se ha dicho, éste aprovechó las circunstancias para apoyar
al elegido, las fuentes documentales señalaban el hecho de que
la candidatura de Portes Gil no correspondió a un deseo cordial
de Calles.
El presidente Calles, por otro lado,consideró que careciendo
Portes Gil de la preparación y saber de sus predecesores y no
teniendo la historia de su vida páginas que le adornaran como
caudillo, el elegido se prestaba fácilmente, y sin que con ello se
menoscabara su investidura, para ser pieza ajustable del régimen
de partidos que Calles proyectaba en sustitución del caudillaje
guerrero o civil y como complemento del sistema institucional
que había propuesto a la Nación en su mensaje del 1° de
Septiembre.
Bien calculados estuvieron, como se ve, todos los designios
de Calles, del callismo y del propio obregonismo; mas dentro de
ese gran cuadro de figuras, disposiciones y preocupaciones no
fue advertido el parecer popular de México; pues si es cierto que
el espíritu público estaba postergado y se mostraba escéptico
por saber de antemano la inutilidad de cualquier intento de
intervenir en las decisiones del mundo oficial, también es cierto
que no se observó el menor síntoma de llevar la solución del
trance que produjo la muerte de Obregón ni la designación de
Portes Gil a la consulta nacional. Todas las voces democráticas
permanecieron apagadas, sin que nadie viera una violación a los
principios revolucionarios, de manera que la palabra reclamatoria, puesta en boga más adelante por el obregonismo subversivo, no pudo tener eco en el alma del pueblo.
Ahora bien: si se hizo omisión del parecer popular, en
cambio, fueron muy cuidadas las normas jurídicas de manera
que si la opinión cívica no fue explorada, en cambio sí
quedaron cumplidos al pie de la letra los preceptos constitucionales,
lo que hizo de Portes Gil un Presidente indiscutible en el
orden legal.
Presentación de Omar Cortés Capítulo trigésimo. Apartado 5 - Preliminares de la sucesión Capítulo trigésimo. Apartado 7 - Portes Gil en la presidencia
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