Presentación de Omar Cortés | Capítulo trigésimo primero. Apartado 4 - La sedición de Escobar | Capítulo trigésimo primero. Apartado 6 - Consecuencias del pronunciamiento | Biblioteca Virtual Antorcha |
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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO CUARTO
CAPÍTULO 31 - DERECHO DE MANDO
DERROTA DE LOS RENOVADORES
La idea, tan pobre como falsa, de que el general Calles carecía de dotes para el mando militar, y que mucho alentó a los generales obregonistas para levantarse en armas y agregarse al Ejército Renovador, dando por cierto el hecho de que careciendo el presidente Portes Gil de un caudillo guerrero estaría imposibilitado para hacer frente a los alzados; esa idea tan pobre como falsa, quedó despejada bien pronto.
En efecto. Calles, con la responsabilidad sobre sus espaldas
de defender la constitucionalidad de Portes Gil y de rehacer la
paz en la República, se dispuso a tomar la ofensiva contra los
rebeldes. Faltóle, al caso, la colaboración del general Amaro;
faltóle asimismo el necesario material de guerra a fin de emprender
una acción más pronta y efectiva; pues el Estado, como se
ha dicho anteriormente, estaba advertido de las actividades
subversivas de los generales que concurrían al alzamiento, y no
había previsto todo lo necesario, de manera que por de pronto
faltaron los recursos que en dinero se requerían para la
adquisición de abastecimientos en Estados Unidos.
Así y todo, en seguida de reunirse en la ciudad de México
con los jefes del ejército, Calles ordenó la organización de dos
grandes columnas de ataque. Una que, al mando del general
Miguel M. Acosta, debería marchar sobre las fuerzas del general
Jesús M. Aguirre, sublevado en Veracruz. Otra, que bajo la
jefatura del propio Calles avanzaría hacia Torreón, a donde se
hallaba el cuartel general del jefe supremo del Renovador
general José Gonzalo Escobar. Esta columna de Calles quedaría
a la vez fraccionada en tres cuerpos expedicionarios a las
órdenes de los generales Juan Andreu Almazán, Lázaro
Cárdenas y Saturnino Cedillo.
Dictado el plan general de campaña. Calles mandó que a la
brevedad posible el general Acosta se pusiese en marcha con
dirección a la costa del Golfo; y Acosta, en efecto, llevando tres
mil hombres, avanzó el 4 de marzo hasta San Marcos, al tiempo
que las fuerzas acuarteladas en Oaxaca y Tehuantepec, eran
movilizadas en la misma dirección a la que se dirigía Acosta,
amenazado simultáneamente por dos frentes.
Acosta cumplió las órdenes de Calles con mucha diligencia y
arrogancia; y aunque estaba deseoso de adquirir gloria y posición, no pudo desarrollar los planes de triunfo que se
proponía; pues Aguirre encontró la adversidad dentro de sus
propias filas sin dar oportunidad al lucimiento de Acosta.
Sucedió, en efecto, que apenas se disponía Aguirre a
organizar la defensa de Veracruz, sabiendo que sería atacado
por la columna de Acosta, cuando le abandonaron el general
Miguel Molinar y el coronel Francisco de P. Puga al
frente de dos regimientos, con un total de ochocientos soldados;
y aunque la merma no desmoralizó a Aguirre del todo, unas
cuantas horas después se encontró con el enemigo dentro de sus
propias filas, pues habiéndose despronunciado el coronel José
W. Cervantes, éste, con trescientos hombres atacó al jefe rebelde
en sus propios cuarteles del puerto de Veracruz.
El inesperado ataque de Cervantes no habría sido fructuoso,
de no ser que sabido por el general Molinar y el coronel Puga,
cuando éstos se hallaban a pocos kilómetros de la plaza de
Veracruz, lo que sucedía en el puerto, se dirigieron violentamente
al lugar de los sucesos con el objeto de ayudar a
Cervantes; y Aguirre, temeroso de quedar dentro de un cerco,
abandonó la ciudad (6 de marzo).
De esa manera, inesperada por Calles, fue como de hecho
quedó terminado el alzamiento en Veracruz. Ahora, Calles sin
problema guerrero en su principal flanco, mandó que se cargara
las más importantes corporaciones militares sobre el norte y
occidente del país a donde se hallaban los principales reductos
sediciosos.
Estos habían logrado acrecentar sus territorios y sus fuerzas. Poseían, por completo, los estados de Chihuahua, Coahuila,
Durango y Sonora. Una proclama de Escobar aseguró que el 5
de marzo (1929), los efectivos sublevados ascendían a veintidós
mil hombres, proyectándose un reclutamiento de otros veinte
mil.
Escobar, por su parte, no quedó atrás en actividades bélicas;
pues tan luego como aceptó la jefatura del Renovador, ordenó la organización de cuatro grandes columnas expedicionarias. La primera, al mando del general Francisco R. Manzo, quien
llevaría como lugartenientes a los generales Roberto Cruz,
Ramón F. Iturbe, Ramón Yocupicio y Fausto Topete, debería
avanzar sin pérdida de tiempo hacia el estado de Sinaloa, con el
objeto de atrapar al general Jaime Carrillo, antes de que éste
pudiese encerrarse en la plaza de Mazatlán.
Una segunda columna, al mando del general Francisco
Urbalejo, llevando como segundo en jefe al general Juan
Gualberto Amaya, debería ser organizada en Torreón para
movilizarse violentamente sobre Zacatecas, mientras que el
general Marcelo Caraveo, al frente de una tercera expedición
avanzaría desde la plaza de Chihuahua sobre Ciudad Juárez, que
estaba en poder de una pequeña guarnición gobiernista.
Finalmente, el plan del jefe de los renovadores, fijó que la
cuarta columna, a las órdenes del propio Escobar, llevando tres
mil hombres, amenazaría la ciudad de Monterrey, para mandar,
en seguida de tomar la plaza, una columna que cayese por
sorpresa al general Cedillo en San Luis Potosí.
Además, sin saber lo que había ocurrido en Veracruz, el
general Escobar dirigió órdenes al general Aguirre, a fin de que
con prontitud avanzara sobre la ciudad de Puebla, con la
seguridad de que Aguirre sería auxiliado en ese movimiento por
el general Claudio Fox, quien se hallaba acantonado en Oaxaca
y quien se contaba entre los comprometidos en la sedición.
Sin embargo, los planes bélicos de Escobar no pudieron
hacerse efectivos. Al inesperado fracaso de Aguirre en Veracruz,
siguió el del propio Escobar; pues habiendo podido
avanzar los renovadores hasta Monterrey, sólo fueron capaces de contemplar aquel triunfo durante unas pocas
horas, debido a que dos mil soldados, muy bien organizados
y pertrechados a las órdenes del general Eulogio Ortiz,
habían sido movilizados silenciosamente desde Tampico y pronto se presentaron amenazantes a las puertas de la capital
de Nuevo León, tomando a los Renovadores de sorpresa, cuando éstos apenas habían ocupado la plaza y se
disponían a dar forma a la defensa.
Así, la derrota de Aguirre en Veracruz y la retirada de
Escobar en Monterrey, produjo mucha desmoralización entre
los renovadores, haciendo conocer no solamente la corta simpatía y el escaso fundamento de aquella sedición, sino
también el excesivo optimismo de los caudillos sublevados.
Escobar, a pesar de sus primeras frustraciones militares,
confiaba en la actividad bélica que desarrollara el general Manzo
en el noroeste del país. Manzo tenía bajo sus órdenes poco más
de ocho mil hombres; poseía material de guerra propio para
armar otros cuatro mil; disponía de los recursos pecuniarios de
la tesorería de Sonora y contaba con la colaboración de
generales tan bizarros y veteranos de las guerras civiles como
Iturbe, Yocupicio y Cruz. Además, Manzo figuraba entre los
generales que con mayor vehemencia y actividad procuró el
levantamiento y quien dirigía, según sus propias palabras, la
venganza contra Calles.
Debido a todas esas disposiciones de ánimo y fuerza, el
general Escobar confiaba en la efectividad del avance de Manzo
hacia Mazatlán, pues parecía indispensable tener, como primer
punto de apoyo para hacer la guerra en el occidente, una base
principal en el puerto del Pacífico.
Esto no obstante, Manzo no cumplía las órdenes de avance.
De un día a otro apareció como falto de espíritu y de empresa,
temerosos de que su aventura terminase con un fracaso, máxime
que con sus primeros titubeos, dio lugar a que el general
Agustín Olachea y el coronel Vicente Torres Adalid, enseguida
de despronunciarse, puesto que el 3 de marzo formaban entre
los Renovadores, se apoderasen de la plaza de Naco, en donde se fortificaron, procediendo a amagar la retaguardia de Manzo. Así, éste, si de un lado se mostró indeciso y miedoso; de otro
lado, cuando sintió el enemigo a sus espaldas y conoció los
primeros descalabros de los renovadores en Monterrey y Veracruz, empezó a considerar la posibilidad de entrar en tratos con el gobierno a fin de despronunciarse.
De esta suerte, sin la amenaza formal de los renovadores por
el occidente de México, y exterminada la rebelión en Veracruz,
el general Calles pudo movilizar el grueso de sus fuerzas sobre
Torreón a fin de atacar el cuartel general de Escobar.
Para llevar a cabo esta operación principal, Calles dispuso
que el general Almazán, al frente de una columna de cuatro mil
quinientos hombres, amenazara a Escobar por el oriente,
mientras el general Cedillo se movilizaba con cinco mil
campesinos reservistas de San Luis Potosí a Saltillo, y el general
Lázaro Cárdenas se situaba con seis mil soldados en Aguascalientes.
El 8 de marzo, vencido ya el general Aguirre en Veracruz e
iniciada la movilización sobre Torreón, el general Calles dispuso
de veintisiete mil soldados, en tanto que el Ejército Renovador tenía sobre las armas escasos catorce mil hombres, con una dotación promedio de veinte cartuchos por plaza.
Por otra parte, el ejército regular se hallaba en estado
animoso; y como sus soldados estaban bien avituallados y sus
generales ansiaban significarse como leales lugartenientes de
Calles, éste ordenó la movilización con la seguridad en el
triunfo. Además, para el 8 de marzo (1929), el presidente Portes
Gil tuvo la seguridad de que el material de guerra pedido a
Estados Unidos estaba siendo despachado con prontitud y de
que los créditos de guerra de México en el país vecino eran bien
altos; y si a todo eso se agrega el genio emprendedor de Calles,
se entenderá que los siguientes capítulos de la sedición sólo
consituyeron accidentes de un episodio guerrero, sin valimiento
legal ni humano y por lo mismo ajeno al bien general de la
Nación.
Gracias, pues, a todas las ventajas de que dispuso el Estado a las cuales se agregó el desdén popular hacia los pronunciados,
sin que ello indicara el aprecio popular hacia el gobierno de
Portes Gil, el general Calles pudo desenvolver todos los planes
militares casi matemáticamente.
Así, el 9 de marzo, el general Cárdenas estableció su cuartel
en Aguascalientes; y ese mismo día, el general Cedillo con
dieciséis regimientos de agraristas y cuatro de línea, empezó a
avanzar de San Luis a Saltillo, mientras Almazán, probando sus
virtudes de organizador y su alma emprendedora, no perdió
tiempo para movilizarse, de manera que desde esa hora empezó
a brillar como el lugarteniente de Calles.
Este creía que la acción más interesante de la campaña se
desarrollaría sóbre la vía férrea de Aguascalientes a Torreón, por
lo cual ordenó que el avance de Cárdenas se hiciera con toda
prudencia. Sin embargo, Cárdenas en vez de topar con el
enemigo, halló expedito el camino del norte; pues el general
Urbalejo, en su intento de ocupar Zacatecas, sufrió (9 de marzo)
un descalabro en Cañitas, que le obligó a retroceder a Durango y
luego a Torreón.
Tantas torpezas cometió el improvisado Ejército Renovador
en lo que respecta a la acción de la columna de Urbalejo, que
éste, sin entender las órdenes de Escobar, de hecho provocó el
desaliento y la fuga de sus hombres dando oportunidad a un
avance de los soldados de Cárdenas sin necesidad de hacer uso
de las armas; y Cárdenas mismo ocupó la plaza de Durango, el
15 de marzo.
Cedillo, por su lado, después de una escaramuza en San Juan
de Vaquerón, dedicó a su gente a reparar el camino de hierro, en
tanto que Almazán, venciendo el páramo de Mayrán llegó (17
de marzo) a San Pedro de las Colonias y en seguida, con una
bizarría pocas veces vistas, tomó la plaza de Torreón, que había
sido el cuartel general de Escobar. Allí, en Torreón, se unió a las
fuerzas de Almazán, el general Calles.
De hecho, aquellos triunfos del ejército nacional, dieron fin
a la rebelión; ahora que Escobar, con mucho valor, quiso seguir
probando fortuna, aunque sin hacer planes formales. El
pundonor, sobre todo, guiaba a Escobar, sin considerar que su
orgullo de soldado iba a costar al país más sangre y dinero.
Presentación de Omar Cortés Capítulo trigésimo primero. Apartado 4 - La sedición de Escobar Capítulo trigésimo primero. Apartado 6 - Consecuencias del pronunciamiento
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