Presentación de Omar CortésCapítulo trigésimo primero. Apartado 5 - Derrota de los RenovadoresCapítulo trigésimo segundo. Apartado 1 - Terminación de los conflictos Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO CUARTO



CAPÍTULO 31 - DERECHO DE MANDO

CONSECUENCIAS DEL PRONUNCIAMIENTO




Con la toma de Torreón, como se dice arriba, quedó asegurada la victoria del Gobierno, y por lo consiguiente el fracaso de la sublevación. Sin embargo, se repite que Escobar con mucho pundonor, aunque sin considerar el mal que hacía a su patria, quiso soportar las consecuencias de la guerra de la que no era el, el único autor; y como todavía tenía fe en que las fuerzas pronunciadas en Sonora al mando de Manzo, estaban en condiciones militares y en buen ánimo de combate y dispuestas a cumplir con la consigna del avance hacia el sur de Sinaloa a fin de distraer la atención de los soldados de Calles, así como para tener un fuerte punto de apoyo en la plaza de Mazatlán; como tenía fe en todo eso. Escobar, con mucha voluntad tocó a reunión de las corporaciones pronunciadas en Chihuahua, Durango y Coahuila, y aunque sólo concurrieron a la cita siete mil soldados, con estos se dispuso a atajar el paso a Calles.

Buscó enseguida el general Escobar un lugar conveniente para hacer frente a la gente del ejército regular, y al efecto halló un punto en Jiménez; lugar que ciertamente no podía ser más favorable a los renovadores, puesto que éstos se ponían tras de las desventajas que presentaba al enemigo el Bolsón de Mapimí, suelo hostil al hombre y capaz de perder, por la falta de agua y los efectos de la canícula, a las columnas expedicionarias de Calles.

Sin embargo, al tomar posiciones tras el Bolsón, el general Escobar olvidó los adelantos mecánicos llevados al arte de la guerra; porque Calles, para vencer el desierto de Mapimí no empleó, como en las campañas de 1912 y 1915, las caballerías, sino los vehículos motorizados, de manera que las amenazas del suelo y de la intemperie quedaron vencidas gracias a la velocidad y seguridad automotrices.

El no haber calculado tales modernos dispositivos de guerra del enemigo, fue causa principal de una anticipada derrota de los renovadores. Y tanto se adelantó el triunfo del ejército, que Calles, sin titubeos, ordenó que el general Cárdenas, al frente de su división, en vez de proseguir en la campaña contra el cuartel general de Escobar, traspusiera la Sierra Madre Occidental y avanzara hacia el norte de Sinaloa siguiendo el camino de hierro, con el objeto de organizar un frente noroccidental que amenazara a las huestes de Manzo.

Este, sin embargo, continuaba titubeante en Sonora; ahora que los generales Iturbe y Cruz intentaron cumplir los planes de Escobar y se adelantaron hasta Mazatlán, a donde se encerró el general Carrillo, sin atreverse a hacer frente formal a los renovadores; pues bien conocida era su pequeñez y nulo pundonor.

Calles trataba tanto con el movimiento ordenado a Cárdenas, como con el avance hacia Jiménez, ahorrar la sangre de sus soldados y evitar el descrédito del país, así es que todo lo disponía con prontitud; pero siempre mediante planes elaborados. De esta suerte, mientras que Almazán organizaba su brigada motorizada para cruzar el Bolsón de Mapimí, Calles mandó a las flotillas aéreas de que disponía para que hicieran reconocimientos, primero; para que atacaran las instalaciones de Jiménez, después.

Tan oportuna y eficazmente organizado fue el avance del ejército, que Almazán, al frente de la División del Norte, llevando a la mano los bastantes abastecimientos de guerra, las brigadas sanitarias, los repuestos para los vehículos motorizados y las dotaciones de suplencia destinadas a soldados, traspuso el desierto, y tomó contacto con las huestes de Escobar atrincheradas en Jiménez, el 30 de marzo.

Las posiciones de Escobar fueron elegidas mediante los mejores conocimientos de la guerra de guerrillas; y aunque tal conocimiento ya no era compatible con la nueva época de las luchas intestinas, de todas maneras Escobar pudo defender valientemente su causa durante cinco días, con los últimos seis mil soldados que le restaban, pues numerosas habían sido las deserciones de su gente.

Durante esos cinco días de tenaz y valiente resistencia, Escobar no desatendió su línea, y ello a pesar de haber tenido que buscar un nuevo punto de apoyo en Reforma; pero bombardeado casi incesantemente por la aviación; resistiendo los ataques de doce mil soldados; escaso de alimentos y quedándole sólo seis cartuchos por plaza, el 3 de abril (1929) mandó que fuesen abandonados los últimos reductos de Reforma y que sus fuerzas se retiraran hacia Chihuahua. Estas, sin embargo, se hallaban aniquiladas. Al día siguiente de la retirada, Escobar pudo conocer los informes de sus lugartenientes, conforme los cuales, los renovadores perdieron durante cinco días de lucha, cuatro mil hombres entre muertos, heridos prisioneros y desertores.

También derrotadas, aunque sin haberse visto obligadas a sacrificar tantos soldados, se retiraban en esos mismos días de Jiménez, las fuerzas renovadoras que se hallaban en Sinaloa; pues la sola presencia de Cárdenas les hizo retroceder hasta los límites de Sonora, a donde el general Manzo, entregado al miedo e irresolución, y ya dispuesto a cometer una deslealtad al partido del cual había sido el primer capitán, parecía más dispuesto a transar con el gobierno.

Todos esos sucesos, que constituían el triunfo definitivo de las armas del Estado nacional, fueron estimulados por la organización y espíritu de guerra que el general Calles dio al ejército; porque Calles no dejó de asistir con su persona a los puntos más importantes desde los cuales emanaban las órdenes de avance y ataque, con lo cual, tres semanas después de lo ocurrido en Jiménez, bastaron para que los pronunciados se dispersaran totalmente, y para que los caudillos y grupos políticos correspondientes a la sedición, se refugiaran en Estados Unidos. El propio Escobar, luego de saber la rendición de su gente, cruzó la línea fronteriza viajó a través de suelo norteamericano y fue a asilarse en Canadá.

Terminado el episodio guerrero iniciado el 3 de marzo (1929), quiso el gobierno liquidar el problema de los cristeros, quienes tenían sus últimos reductos en el estado de Jalisco, y quienes, concluida la rebelión renovadora, tuvieron que perder la esperanza de una victoria. Además, muy notorio era el deseo de paz que mostraba la República; pues los propios católicos empezaban a desdeñar las actividades sediciosas de la Liga de Defensa, de manera que cada día era menor el número de quienes contribuían para la compra de material bélico.

Llegó a ser mayor el anhelo de paz, y la esperanza de que los cristeros depusieran las armas, la manera benévola con la que el gobierno de Portes Gil trató a los renovadores vencidos. Los sistemas de represión y venganza que puso en boga el general Obregón, principalmente durante la subversión de 1924, fueron abandonados por el Gobierno. Si ciertamente no hubo condescendencias ni tolerancias, tampoco se ofuscó el gobierno con las pasiones personales o de partido ni se entregó al ejercicio de innobles odios. Calles, como general en jefe del ejército nacional, obró con magnimidad en el castigo a los pertrubadores del orden; y con ello estableció un nuevo y elevado principio de respeto a las leyes militares y civiles y a la vida humana.

No faltaron, por supuesto, las ejecuciones, pero de ninguna manera fueron de brutales atropellamientos; y tampoco fueron aplicadas a oficiales inferiores, siempre arrastrados a las aventuras subversivas por la amistad, obediencia o temor a los jefes. Pudo así el país asistir, con mucha satisfacción y como si el caso fuese saludable noticia de un futuro nacional mejor, al acto de libertad que se otorgó a los oficiales que se habían sublevado en Veracruz; pero tuvo también que ser concurrente, no sin el horror que siempre produce la aplicación de la última pena, al fusilamiento de los generales Jesús M. Aguirre, Vidal Lagunas y Primitivo R. Valencia, así como a la trágica muerte de los generales Miguel Alemán y Erigido Escobedo, perseguidos con increible saña, hasta que se les vio caer en una emboscada.

Y no fueron las pérdidas en vidas las únicas que sufrió la Nación mexicana; pues la campaña contra los renovadores costó a México veintiún millones de pesos; y esto a pesar de que la hacienda pública estaba en manos de Luis Montes de Oca, quien con inquebrantable honorabilidad, previsiones extraordinarias y ahorros atinados, logró que nada faltara al ejército ni que las cuentas del erario quedasen desniveladas.

De los veintiún millones gastados en aquella campaña, siete correspondieron a rentas que el fisco no pudo cobrar; ahora que tampoco se incluyen en la primera de las sumas, las cantidades correspondientes a las pérdidas sufridas por los ferrocarriles, las empresas privadas, las tesorerías de los estados de Chihuahua, Sonora, Durango y Coahuila, ni la sustracción de fondos de los bancos en esos mismos estados.

Los males, pues, no dejaron de causar un desequilibrio momentáneo en el país; aunque como si con ellos se anunciaran nuevos días para México; pues el hecho fue que, al terminar el año de 1929, la secretaría de Hacienda llevó al cabo la nivelación de los presupuestos nacionales, mientras que las negociaciones mercantiles, industriales y bancarias hicieron público que el país estaba gozando de un ritmo de vida económica sustancioso y progresista.

Mucho sirvió para ese alivio que se experimentó en el campo de la economía nacional, el fin de la sedición cristera, que tantas lesiones morales y materiales produjo en la República, sobre todo en el altiplano, a donde las bandas armadas mantuvieron una heroica guerra de guerrillas, con lo cual no sólo se registró un constante estado de alarma, sino también la emigración de la población rural, con detrimento para la producción agrícola de Michoacán, Guanajuato, Querétaro, Aguascalientes y Jalisco.

Para esa rápida y bienhechora reconstitución de la vida económica de México sirvió de base sólida y magnífica, la estabilidad que Calles dio al Estado y a la promoción o que el propio Calles asoció a tal estabilidad, de manera que el Estado dejó de ser una entidad policíaca y fiscal, para convertirse en un primer incentivo de la inspiración creadora de México. En efecto, el Estado mexicano se hallaba en el camino de una evolución casi inefable. Los alcances de tal desarrollo no fueron advertidos durante el presidenciado de Calles, porque demasiado tempestuosos fueron esos días durante los cuales los grupos políticos personales, advirtiendo intuitivamente la consolidación del Estado trataron de ganar posiciones dentro de éste, comprendiendo cuán difícil sería más tarde penetrar a una fortaleza hecha con la sangre y carne de los ciudadanos armados. Sin embargo, concluido el cuatrienio; vencida la sedición renovadora y rendidos los cristeros, el poder y progreso del Estado dejó de ser acontecimiento oculto.

Ahora bien: es incuestionable que Calles con su tenacidad para embarnecer al Estado hasta convertirlo en columna inconmovible de la vida de México, salvó al país de grandes daños; de los daños que podían ocasionar las reyertas incoherentes; la falta de una virtud nacional; el desconocimiento de los dictados institucionales; la creencia de que la Revolución mexicana significaba la individuación y no sociabilidad, y la idea de que México estaba en un retorno al siglo XIX, durante el cual la Iglesia creyó que su existencia era incompatible con la existencia de un Estado fuerte y determinante.

Aquellos sucesos de 1929, pues, a pesar de los daños que produjeron, abrieron las puertas a las grandes ambiciones y preocupaciones que alimentaba el país, que empezó a dar como expresión cierta y justa el llamar principios revolucionarios a los adelantos nacionales; pues se entendió que al hablarse de principios revolucionarios no se pretendía la afirmación o interés de una parcialidad política, puesto que era la connotación de un hecho tangible para todos los filamentos sociales mexicanos —el desarrollo, en fin, de una irrefrenable vocación creadora de México.

No dejará, sin embargo, de lamentarse, las demoras y pérdidas que padeció la Nación y el pueblo con los acontecimientos de 1929; pero fue muy prometedor para el país el encuentro, a partir de ese año, del camino de la promesa asociacionista y la esperanza de un populismo creciente y constructivo capaz de dar oportunidad a todos los mexicanos de concurrir a los aspectos principales de la vida del país.
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