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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO CUARTO
CAPÍTULO 32 - EL ESTADO
LA VALORACIÓN DEL EJIDO
Desde los comienzos del gobierno del general Alvaro Obregón, se advirtió en el país que las cuestiones rurales no concernían únicamente a los repartimientos y restituciones ejidales. Los negocios referentes a tierras y campesinos, más que un capítulo económico o administrativo o social, entrañó desde
tales días un asunto político; de partido político, para seguir a
la letra lo señalado por fuentes de primera mano.
Existía en la República, como ya se ha dicho, un Partido agrarista; esto es, un agrupamiento político que, sirviéndose de la institución del ejido, hacía política y trataba de obtener ventajas políticas y administrativas utilizando con eficacia el valimiento de las dotaciones y restituciones de tierras.
Mas este Partido Agrario, cuyos capitanes no correspondían
específica y precisamente a la clase campesina, declinó en
cuerpo e idea a la muerte del general Obregón y quedó absorbido
en su esencia y práctica por el Partido Nacional Revolucionario, que hizo del ejidismo, con extraordinaria habilidad política y pensando en el fortalecimiento del Estado, un
programa cuyo origen atribuyó directa e indiscutiblemente a la
Revolución. Tanta, en efecto, fue la exageración que el P.N.R.
dio a aquella política agraria, que se convirtió en afirmación
revolucionaria la idea de que la Guerra Civil había sido
originada por cuestión de tierras, comprendiéndose dentro de
tal cuestión, la condición contrarrevolucionaria de los peones de
hacienda y el despojo de ejidos.
Esta bandera, tuvo la virtud de no haber sufrido días de
desaliento. Fue el guión principal de los gobernadores Adalberto
Tejeda y Tomás Garrido Canabal; pero sobre todo del primero,
quien halló el concurso de Ursulo Galván, hombre audaz,
instruido en el movimiento obrero de México y de formación
anarquista, que luego adoptó a un marxismo sui géneris. Galván
poseía también un extraordinario espíritu organizador. Era
parte de la inspiración creadora brotada con la Revolución y gracias a esto último realizó una de las más notables empresas de
agrupamientos campesinos. Penetró tanto en el alma rural, que
sin ofrecer las ventajas que prometió el zapatismo a sus partidarios,
revolucionó la masa campesina y de ella extrajo una
nueva pléyade rural que fue llamada a producir una evolución
agropecuaria en la costa oriental de México.
Tanta extensión y resultado feliz tuvo la manifestación
agraria iniciada y apoyada por Tejeda y puesta en práctica por
Galván, que hizo escuela en otros estados de la República,
empezándose a hablar del agrarismo como cosa excepcional e
independiente de los atributos constitucionales, o bien de una
justicia agraria, o bien de una educación agraria, y por
consiguiente se otorgó al problema de la tierra un lugar privilegiado
en las lides políticas y en las promociones oficiales.
También, como natural a una postura de preferencia
política, el ejidismo, se presentó en diferentes formas de violencia,
lo mismo en Veracruz como en otras regiones del país. Así,
en el norte de Baja California pronto cundió el sistema de la
ocupación de tierras por asalto, sin respeto a los títulos de
propiedad; ahora que no todos éstos eran legales o se derivaban
de concesiones fortuitas e injuiciosas o eran meras usurpaciones
llevadas a cabo por la fuerza.
Ciertamente, en la parte septentrional de la península bajacaliforniana, las concesiones de tierras a la Colorado River
Company y a Haff fueron tan desproporcionadas, que este solo
hecho bastó para incitar tanto al Partido agrario, cuanto a los campesinos más pobres, para tomar terrenos por medios violentos, lo cual remediaba con escaseces la condición social de
los nuevos ocupantes, puesto que en seguida surgían para éstos,
los problemas inherentes a la propiedad y al desarrollo de los
cultivos agrícolas. Así, como el campesino no hallaba el
bienestar y seguridad que buscaba en tales actos, pronto cundía
entre la gente de campo el desaliento y se culpaba al gobierno
de cuantos nuevos males aparecían entre los necesitados.
En Yucatán, el agrarismo surgió circundando por otros
fenómenos. Aquí, no era tanto la posesión de tierras, cuanto el
aprovechamiento de los existentes cultivos de henequén, lo que
movió a la clase rural, de lo cual se originó un conflicto específico,
puesto que de hecho quedaba nulificado el principio de
los repartimientos y dotaciones ejidales.
Aumentó la incertidumbre que sobre los derechos de
posesión de tierras había hecho presa a Yucatán, lo dispar que
fue la legislación particular agraria en los estados. Una reforma
(15 de enero, 1932) a la ley del 6 de enero de 1915, estableciendo
que los propietarios de tierras afectadas con
resoluciones agrarias no tenían el derecho de disfrutar del
recurso de amparo, y una segunda ley estableciendo nuevos
centros de población rural (8 de agosto de 1932), en vez de
aligerar la situación y de servir a los primeros propósitos que
proyectó el presidente Ortiz Rubio con el deseo de restablecer
la normalidad rural, sólo llegaron a complicarla; pues volvieron a
presentarse los casos que pareciendo todos del mismo principio,
eran disímiles. Así, los problemas rurales de Michoacán,
tomaron un nuevo y amenazante camino por la falta de
asentamiento para las comunidades indígenas; y más que de
ejidismo, el gobierno del estado (decreto del 19 de junio, 1931),
advirtió la existencia de una delicada y miserable condición
social de tales comunidades, iniciándose con esta advertencia un
enésimo programa rural al cual ahora, las autoridades michoacanas
llamaron indigenismo, como si hubiese existido un
divorcio entre una clase llamada mexicana y una segunda clase
llamada indígena o nativa.
Todos esos problemas relacionados con el campo que
surgieron en el centro y oriente del país, fueron extraños a la
región noroccidental; pero principal al sur de Sonora y al estado
de Sinaloa. Aquí, no por incumplimiento de las leyes ejidales,
sino porque otra era la historia formativa de la propiedad rural,
las prácticas rurales no tuvieron la misma extensión que en las
regiones del altiplano y del Golfo de México. No faltaron en
suelo sinaloense grandes propietarios disfrazados de pequeños
propietarios; pero era tan grande la prole rural que poseía
tierras, que la política y los políticos no pudieron penetrar en el
campo con la bandera del agrarismo. La preocupación central
del desarrollo agrícola en Sinaloa se fundó en la organización
efectiva de los sistemas de riego, con los cuales en ese estado se
inició una prosperidad agrícola ejemplar. Así, mientras en
Sinaloa el rendimiento promedio por hectárea de maíz, fue en
1932, de dos mil quinientos ochenta kilogramos, en el altiplano
sólo alcanzó a quinientos veintidós kilogramos por hectárea.
Igualmente, en tanto que Sinaloa entre los años de 1930 a 1932,
decuplicó su producción agrícola, los estados de Tlaxcala,
Hidalgo, México y Puebla continuaron con su vieja economía
agrícola, cuyo rendimiento mayor, reunido en la cifra de ocho
millones de pesos anuales, fue el pulque.
Ahora bien: los cultivos rutinarios observados en la mesa
central, sufrieron su primera transformación al solo contacto de
las ideas agrarias con la clase campesina. El ejido despertó
grandes ambiciones movidas hacia el encuentro de una verdadera economía rural; y dentro de ésta surgió un plan para
conquistar las zonas áridas del país; también una segunda: la de
crear una industria agrícola.
De esta última nació la empresa azucarera de El Mante; pero
como el capital privado que la inició, por corresponder a los
ahorros de los adalides revolucionarios, era corto y débil, se hizo
necesario improvisar sociedades de ventura e improvisar
hombres y créditos, por una parte; de organizar o simular la
organización de sociedades cooperativas o de comunidades
agrarias, por otra parte, de manera que El Mante, al igual de
otras sociedades agrícolas e industriales establecidas y dirigidas
por antiguos ciudadanos armados, empezaron dependiendo de la
política y del Estado; aunque tal dependencia no indicó una
dirección o intervención estatales.
Tratábase en la realidad, de precocidades financieras que no
podían desenvolverse por sí mismas y por lo tanto requerían el
apoyo crediticio de algunos órganos del Estado. Tales manifestaciones,
meramente incipientes, no correspondían al socialismo
de Marx —eran el reflejo de fenómenos propios a los ensayos
económicos dentro de una Nación que hasta los días que
estudiamos no tenía una economía propia; ni siquiera una idea
fija acerca de cómo establecer y dirigir una economía que
debería tener todas las bases y características de una nacionalidad.
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