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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO CUARTO



CAPÍTULO 32 - EL ESTADO

CIENCIA, LETRAS Y ARTE




La sociedad nacional, que a menudo se sintió acongojada y desgaritada en lo que respecta la virtud de las ideas, porque en una y muchas ocasiones dudó de la existencia de un ideario firme y de racionabilidad que representase la verdad y realidad de la Revolución mexicana, inquirió con señalada ansiedad, al través de los años estudiados aquí, cuál era el verdadero pensamiento de México —de un México que se suponía nuevo—, puesto que sus caudillos políticos preconizaban el triunfo de días venturosos sobre los negros días de la dictadura y de la reacción.

Pero si las ideas principales de la Revolución parecían dentro de una nebulosa, y esto no por inexistencia de las mismas, antes porque nadie se quería tomar el trabajo de pensar en ellas y exponerlas, no acontecía lo mismo con las religiosas. Estas, después del receso catequista a que condujeron los alzamientos rurales acaudillados por una tumultuosa, aunque generosa juventud, y como consecuencia de las pobrezas dentro de las misiones católicas y de las casi incesantes restricciones que los gobiernos locales impusieron al ejercicio del sacerdocio; éstas, se repite, recomenzaron la virtud del culto. Los obispos, con mucha dignidad, volvieron a sus funciones y la declaración prelaticia en favor de un Año Guadalupano, expedida con motivo del IV Centenario del adogmático aparicionismo, rehicieron las obligaciones de la fe católica, apostólica y romana con un fervor mayor que en los días anteriores a los sucesos armados del cristerismo, de los secreteos conspirativos de sótano y a la suspensión del culto en las iglesias de México.

Dentro de ese mismo crecimiento del sentido de religiosidad mexicana, se efectuó (15 de septiembre de 1932) la primera conferencia general de la iglesia Metodista de México; y aunque esta reunión fue vista con desconfianza y antipatía por los católicos, atribuyéndosele ligas con los intereses oficiales, sobre lo cual no se han hallado documentos probatorios, no por ello dejó de atraer la atención de todos los creyentes y además la conferencia ganó prosélitos.

El crecimiento del metodismo en México durante esa temporada, se debió a una reacción natural del pueblo contra la severidad en los sistemas que sobre los cultos quiso reemprender el Estado, movido por los resortes políticos de los liberales veracruzanos, quienes proclamaron la necesidad de realizar una ofensiva contra la neutralidad estatal en materia religiosa.

Pareció asimismo que ese renacimiento de la religiosidad mexicana influyó en el regreso nacional a las ideas de caridad cristiana, originándose con ello la reorganización de la beneficiencia pública y privada, que se hizo manifiesta en legados y fundaciones y establecimientos hospitalarios, que produjeron mucho consuelo principalmente entre las clases pobres de la ciudad de México; ahora que como respuesta a esa actividad de la antigua caridad cristiana surgieron los proyectos políticos sobre los sistemas de seguridad para la clase obrera; aunque sin tocarse el tema específico del contrato social, sino de la aplicación de sistemas que condujesen al bien y confianza de los trabajadores fabriles.

Simultáneo a ese aspecto de la seguridad social, las ideas socialistas fueron de hecho irradiaciones oficiales; pero no del oficialismo central, puesto que el gobierno de Ortiz Rubio era escuela y práctica de liberalismo político y económico, sino del oficialismo localista, que tenía características atrevidas y disparatadas. En efecto, el socialismo del gobernador Tejeda constituía una asociación de numerosas incoherencias ideológicas. De un lado proclamó, como dogma del gobierno veracruzano, que la historia debería ser explicada por el concepto kantiano; de otro lado, declaró que, conforme a Marx, el fin del régimen capitalista estaba cercano. Esa mezcla, en la cual no había mala fe, ni propósito doctrinario, ni plan de proselitismo, poseía una buena dosis de ingenuidad pueblerina. El socialismo de Marx había llegado a Veracruz como suceso novedoso; y como se creyó que la Revolución no podía ofrecer más que la guerra civil, las competiciones electorales, la remoción de los gobernantes y todos los elementos accesorios a aquellas primeras proposiciones, los caudillos revolucionarios volvieron la cara al cielo extranjero y como allí encontraron al Marxismo, dieron por seguro haber encontrado el bienaventurado destino de México.

No hubo en esas declaraciones en las cuales se asociaba a Kant con Marx, ni un soplo de malicia; tampoco de cultura. Kant era conocido a través de folletos de divulgación, Marx sólo fue leído fraccionariamente. Hacia los dias que recorremos, la obra central de Marx no estaba traducida al español, y las lenguas extranjeras no correspondían en México a la escasa cultura de aquellos hombres a quienes guiaba no el saber, sino una maravillosa intuición.

Tanta sencillez rural acompañada al lirismo político de la época, que en el V Congreso de los obreros y campesinos de Yucatán (mayo, 1932), durante el cual fue conmemorado el centenario del nacimiento de Marx, a quien se llamó el precursor de Lenin, no faltaron delegados que preguntaran con señalada alarma quién era aquel Carlos Marx tan festejado.

Tanto de incipiente, errante y tímido tenía ese socialismo, que los literatos que lo propagaban —Carlos Gutiérrez Cruz, José Mancisidor, Germán List Arzubide y Mario Pavón Flores- preferían hablar de una literatura proletaria; y a tal incertidumbre e indefinición del socialismo la llamó Alfonso Reyes, reyerta entre lo pasado y lo presente, con lo cual tampoco se acercaba al esclarecimiento de ese pensamiento circunstancial, sobre el cual predominaba la literatura del pasado hecha novela en Martín Luis Guzmán, José Rubén Romero, Fernando Robles y Eduardo J. Correa.

Existió, sin embargo, otro campo literario dentro del cual, aunque también con numerosas imprecisiones, se trató de resolver las ideas de la Revolución. De ese campo fueron las obras de Luis G. Monzón, J. J. Orozco, Enrique Santibáñez, Luis Mora Tovar, Alfonso F. Ramírez y Carleton Beals.

Muy poco adelantaron esos escritores en hacer manifiestas las ideas revolucionarias mexicanas. La centralización de tales ideas, ya como acontecimiento histórico, ya como representación literaria, sólo pudo tener su primera exteriorización con una bibliografía de la Revolución publicada por Roberto Ramos; y aunque ciertamente no fue más que un mero catálogo de libros, despertó tanto interés, que se convirtió en dínamo de una nueva literatura ya de definiciones y sobre todo de voces adecuadas, para divulgar y entender el fenómeno nacional, que después de asolar en las guerras, ahora, en la paz, preocupaba y conmovía a todos.

Bajo el influjo de la Revolución aceptada, pero no explicada, se hallaron también la pintura y la música. Esta, se alienta con un esfuerzo de la mentalidad aldeana de Julián Carrillo. Llamábase Sonido Trece a las innovaciones musicales de Carrillo, quien fue el resultado de una incomprensible propaganda que se busca a sí misma, dando idea de que era parte de la inspiración creadora que encendía todos los ánimos y hacía creer en la posibilidad de un México que se llama nuevo, olvidándose o ignorándose cuán grande es lo pasado. Igual que con la música aconteció con la pintura; aunque ésta era inconexa y remedo aparatoso de modas europeas muy ajenas a la mentalidad y desarrollo del país.

Más insegura y con mayor lentitud que las letras, la pintura y la música caminaba la ciencia. Sin embargo, la ciencia imaginativa que acaudilló por cerca de un cuarto de siglo Alfonso Herrera, era ahora ciencia experimental presidida por un grupo de jóvenes que establecieron su centro de investigación y estudio en los Institutos de biología y geología. De entre tales jóvenes fue figura prominente Isaac Ochoterena. Este, si no alcanzó la cumbre del método ni realizó inventos portentosos, tuvo la virtud de iniciar un sistema de trabajo de laboratorio y equipo humano.

Ambos laboratorios, en el correr de esos días de tantas y generosas inquietudes, no pudieron progresar debido a sus escasos recursos presupuestales. Perdióse con ello, la asociación de la ciencia mexicana a la ciencia universal. Esto no obstante, no podrá culparse al Estado de dejadez al no proteger las investigaciones científicas. El país requería en esos días otras palancas para su progreso. Existían lesiones, aún vivas, de la época guerrera. Además, México todavía estaba, gracias a su noble condición, entregado al humanismo. Lo rural le salvaba de penetrar violenta e impreparadamente a la técnica. La ciencia humana tan amada por los mexicanos, constituyó durante esa temporada y otras más registradas adelante, un muro que detenía el avance del siglo que inició la glorificación del dinero.
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