Presentación de Omar Cortés | Capítulo trigésimo segundo. Apartado 5 - La sucesión presidencial en 1929 | Capítulo trigésimo segundo. Apartado 7 - Problemas para Ortíz Rubio | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO CUARTO
CAPÍTULO 32 - EL ESTADO
ORTÍZ RUBIO, PRESIDENTE
Desmalezado el campo de la política doméstica, fortalecido el Estado, hecho cuerpo formal, expedito y organizado el Partido Nacional Revolucionario, el ingeniero Pascual Ortiz Rubio, conforme se acercaba el día de su ejercicio presidencial para el cual fue elegido no tanto por la voluntad popular cuanto por el poder de la élite revolucionaria de México, pudo contemplar un panorama más sonriente. El país, en la realidad,
ambicionaba, sobrepasando todas las quejas, desarmonías y
violaciones políticas, una vida más sólida y próspera. El mundo
caminaba muy de prisa abriendo nuevas fuentes de energía
colectiva, de riqueza capital, de cultura superior y de preocupaciones
sociales, dejando atrás a los pueblos que, como
México, no poseían la fuerza del suelo para alcanzar los modernos
niveles de vida y pensamiento. De aquí el deseo manifiesto
de los mexicanos para abandonar las querellas domésticas, aun
sacrificando el espíritu puro de las leyes, y alcanzar días
mejores. Las miserias de la pobreza, entre otras miserias, estaban
tan arraigadas, que era llegada la hora de poner todos los
instrumentos populares y estatales capaces de modificar esa faz
amarga y ruinosa de la Nación y la sociedad.
Este deseo era tan profundo y explicable, como explicable y
profundo era el deseo de que Ortiz Rubio tuviese suerte y
sentido común en su función presidencial.
Verdad que no existía simpatía para el callismo; verdad que
se desdeñaba, en el fondo, al Presidente electo; verdad es que se
temía a un hombre, cuya formación profesional era muy ajena a
los negocios públicos y al conocimiento humano, que siempre se
requiere en un Jefe de Estado; verdad documental es todo eso;
pero también es cierto que el país esperaba en Ortiz Rubio la
representación de la prudencia y la aplicación de una autoridad
legal y con aptitud para reunir a todos los mexicanos en un
trabajo de reconstrucción nacional.
La sombra principal sobre el futuro del gobierno de Ortiz
Rubio era la proyectada por los gobernadores Tejeda y Garrido
Canabal, quienes, si a veces cometían excesos, no por ello
dejaban de corresponder a un propósito humano y social.
Tejeda y Garrido, incomprendidos por el vulgo, eran representados
a manera de líderes de una política satánica, y con ello, la
esperanza de ecuanimidad puesta en Ortiz Rubio sufrió
distorsiones.
Examinadas, ya a distancia y al través de documentos
oficiales y privados, las figuras de aquellos dos gobernadores,
puede establecerse que no había dentro de ellos proyectos
perturbadores ni anticonstitucionales; pero como a sus osadías
políticas les daban un tono doctrinal y sobre todo de una
supuesta ortodoxia socialista, tal parecía como si ambos
gobernadores intentaran cambiar el curso de la vida mexicana; y
como a todo eso agregaban la novedosa literatura de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas, tanto Garrido Canabal como
Tejeda corrían fama de comunistas, y ello a pesar de que no
existía ni una sola institución veracruzana o tabasqueña que
diese alguna idea —una sola idea— de que allí, en Veracruz o
Tabasco, se esperaba ver realizada la milagrería socialista.
Si a todo eso se agregaba el hecho de que Ortiz Rubio,
perdiendo su compostura personal, de la cual siempre fue servil,
había utilizado la procacidad para injuriar durante su campaña
electoral a los partidarios de José Vasconcelos, que en medio de
sus devaneos y errores no dejaban de ser admirables al enfrentarse
con mucho valor al poder político del Partido Nacional
Revolucionario; si a todo eso se agregaban, repetimos, los enconos sembrados por el ortizrubismo, fácil es comprender que
al llegar el día de la protesta constitucional de Ortiz Rubio,
existiese una atmósfera propia a la alevosía.
Así, cuando el 5 de febrero (1920) Ortiz Rubio salió del
Palacio Nacional ya con la jerarquía de presidente de la
República, fue asaltado y herido por un joven llamado Daniel
Flores.
El atentado, repugnante y criminal, no produjo en la
sociedad la reprobación que merecía, a pesar de que Ortiz Rubio
era hombre limpio y no había causado males a personas o instituciones;
y es que el país, se insiste documentalmente, quería
sobre todas las cosas, entregarse a sus preocupaciones y necesidades al margen del Estado.
Creyóse, por otra parte, que Flores sólo era el resultado de
una venganza del vasconcelismo. Y no era así. Flores únicamente
caracterizó un pesimismo político, con anchura y profundidad
nacional que pareció augurar el establecimiento, aunque
problemático, de una dictadura política con el disfraz de una
democracia de la cual se consideró a Ortiz Rubio como el actor
principal.
Sin embargo, ni los propios adalides del nuevo gobierno,
cegados por su triunfo político, alcanzaron a vislumbrar cuál
podía ser la causa de aquel atentado tan inesperado como
descabellado; y como no estuvieron en aptitud de analizar la
situación, de la cual empezó a ser representado Ortiz Rubio
como un mero pelele, tales adalides, sin la necesaria autoridad y
abusando del apartamiento del presidente debido al pistoletazo
recibido en la quijada, se dedicaron a volcar las más negras
pasiones en persecuciones ilegales e innobles a los vasconcelistas,
quienes si no dejaban de concurrir a conciliábulos de literatura
política, todo lo realizaban con un candor inefable, idealizando
los negocios políticos, de manera que no constituían la menor
amenaza para las instituciones públicas.
De esta manera, y hallándose de hecho la determinación
presidencial en las manos del coronel Eduardo Hernández
Cházaro, quien absorbía las funciones de todo lo relacionado
con la jerarquía de Ortiz Rubio, aquél, dirigiendo la corta
mentalidad del comandante militar general Eulogio Ortiz, tan
valiente en la guerra como alevoso en la paz, mandó allanar
moradas, encarcelar jóvenes inocentes, perseguir profesores
universitarios y asesinar a quienes vino a gusto de las órdenes de
aquella irresponsable autoridad que suplantaba al presidente de
la República.
Tan desgraciados acontecimientos tuvieron, por fortuna,
corta duración, porque habiéndose enterado Ortiz Rubio de
tales sucesos e informado que en el camino de Cuernavaca habían
sido fusilados, sin formación de causa, tres vasconcelistas, impuso
su autoridad, ordenó que se abriera una investigación
poniendo en entredicho a Hernández Cházaro, a quien poco más
adelante dio una comisión en el servicio consular.
Con esa decisión, Ortiz Rubio detuvo, aunque momentáneamente,
la versión popular, a la cual se encargaban de dar vuelo
los políticos secundarios, conforme a la cual el Presidente
constitucional era individuo sin voluntad propia y por lo mismo
un pelele que obraba al influjo de las palabras y decisiones del
general Calles.
Mucho mal hacía tal versión a la dignidad de la Nación.
Mucho mal también a la jerarquía constitucional. Mucho mal,
en fin, al mismo Calles, quien daba la idea de ser un entremetido
individuo que pretendía gobernar al país sin responsabilidad
legal ni personal.
Presentación de Omar Cortés Capítulo trigésimo segundo. Apartado 5 - La sucesión presidencial en 1929 Capítulo trigésimo segundo. Apartado 7 - Problemas para Ortíz Rubio
Biblioteca Virtual Antorcha