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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO CUARTO
CAPÍTULO 32 - EL ESTADO
MEDIOS DE LA ECONOMÍA NACIONAL
Los proyectos del presidente Ortiz Rubio con el propósito de dar cauce a una economía nacional basada sobre la producción agrícola; economía que debería desarrollarse
paulatina, pero firmemente, se vieron detenidos por los muros
de contención que uno tras de otro levantaron los políticos con
proclamas agrarias, socialistas y radicales; proclamas que si es
cierto que sirvieron para dar realce a líderes de nuevas hornadas,
también sirvieron para alarmar a quienes, como hecho práctico
de la Revolución, empezaban a tender los primeros hilos para
crear una riqueza mexicana.
Aunque los bríos del Presidente alimentados por el deseo de
enriquecer a la Nación y a la sociedad carecían de originalidad;
puesto que Ortiz Rubio sólo pretendía seguir las corrientes
económicas ya conocidas por México y el mundo, de todas
maneras sus designios eran loables. El Presidente creía en el
liberalismo económico y de mucho estímulo le servían las
prédicas también liberales de Luis Montes de Oca. Este,
asociado estrechamente a Ortiz Rubio, organizó un verdadero
baluarte para defender al país de las avanzadas del socialismo
internacional; también de las ideas incoherentes de no pocos
adalides del Partido Nacional Revolucionario, quienes alentaban a los grupos políticos inferiores que bregaban por situación de desasosiego nacional, considerando que de esta manera podían hacer la guerra política dentro de la paz orgánica.
Pero no eran los ímpetus de esos grupos inferiores del
Revolucionario los únicos que entorpecían los planes del Presidente. La depresión mundial de los negocios, que tan particularmente azotó a Estados Unidos durante el año de 1929,
produjo consecuencias dentro de los medios mercantiles y bancarios de México; y no fueron menores las lesiones sufridas por el organismo administrativo del Estado.
Tratando de minorar los males que aquel trance mundial
producía en el país, Ortiz Rubio autorizó al secretario de
Hacienda Montes de Oca, para que formara con el Comité
Internacional de Banqueros el nuevo convenio de pagos de la
deuda exterior y cuyos preliminares habían sido llevados a cabo
durante el gobierno de Portes Gil. La firma (25 julio, 1930) de
tal convenio, sin embargo, no aligeró la crisis; pues si México
ganó crédito con sus buenas disposiciones de pago, era tan
grande el agobio general causado por la crisis, que muy pocas
ventajas obtuvo por de pronto el país. Por otra parte, la política
financiera iniciada por Calles para libertar a la República de las
cargas originadas en las deudas exteriores, si ciertamente no
tuvo aplicaciones prácticas, de todas maneras sirvió para que el
Estado adoptase, en cada ocasión que se requería, una posición
de tanta dignidad como de seguridad en el extranjero.
Todas esas contingencias hicieron que al final de 1930, el
gobierno supliese la disminución de los ingresos federales con
treinta millones de pesos que se hallaban acumulados en la
tesorería federal; y como ni de esa manera fue suficiente para
mejorar la administración pública, puesto que en el primer
semestre de 1931, las recaudaciones de la federación sufrieron
una merma de treinta y nueve millones de pesos, la secretaría de
Hacienda, autorizada por el Presidente ordenó, como medida
salvadora, la reducción en el número de empleados del gobierno,
así como un descuento en los sueldos a los mismos.
Llegó a acrecentar aquel estado de desniveles económicos y financieros, la gran disparidad que alcanzó el valor de las dos
especies de moneda nacional: el oro y la plata; y tal fenómeno
adquirió tanta profundidad y extensión que no sólo dio lugar a
especulaciones perjudiciales para la sociedad, sino que formó un
ambiente de incertidumbres que mucho se prestó para enriquecimientos
ilegales, de un lado; para que algunas viejas
fortunas mexicanas, declinaran definitivamente, sepultando con
lo mismo los últimos vestigios del poderío económico que se
constituyó en el país durante la última década del porfirismo.
A fin de aliviar los males que surgían amenazantes, el
gobierno estableció una comisión de cambios, pero sin resultados
felices. La comisión, careciendo de fondos monetarios para
acudir a la demanda del público, se hizo inútil y provocó
disgustos y desconciertos que sólo perjudicaron el crédito
oficial.
Probado así que la atención específica a la política de
cambios era insuficiente a los fines de normalidad, el presidente
Ortiz Rubio, auxiliado por la experiencia de Calles, resolvió
reformar el sistema monetario (25 de julio, 1931), procediendo
al efecto a desmonetizar el oro y autorizando su libre comercio
tanto nacional como internacionalmente. Además dio al peso
fuerte de plata el poder liberatorio que ya en la práctica estaba
reconocido, organizando al mismo tiempo una Junta Central
Bancaria, para vigilar las reservas y funciones de redescuento de
las instituciones de crédito en el país. Simultáneamente a tales
acuerdos, el general Calles fue nombrado director del Banco de
México a manera de que su presencia allí inspirase confianza y
adviértese la firmeza de una autoridad al frente de la crisis.
La reforma monetaria, sin embargo, no dejó sentir desde
luego los bienes que en solidez y estabilidad esperaba el Estado.
La presencia de Calles en el Banco de México no tuvo el efecto
mágico que se creyó. La rápida e inusitada fuga del oro al
extranjero acabó con la esperanza que alimentaba el país desde
los días del régimen porfirista, de mantener intocada una reserva
metálica nacional. Así, el atesoramiento de los pesos fuertes que
pretendió llevar a cabo el Banco de México, no sólo ocasionó
nuevas mermas en las reservas monetarias, antes también paralizó,
en medio de la angustia popular, la circulación de la
moneda sonante y contante. El peso fuerte que por cerca de un
siglo había sido el orgullo monetario de México, puesto que en
tal moneda la propaganda oficial fundó el bienestar y fortaleza
económicos del país, desapareció del mercado nacional; y los
temores de que México tuviese un regreso al bilimbique se
pronunció de tantas maneras que todo ello se agrupó en
perjuicio y descrédito del gobierno; del presidente Ortiz Rubio,
en particular, aunque sin haber razón para esto.
Tal estado de cosas, originó declinaciones y restricciones del crédito, y el precio del dólar subió súbitamente de dos pesos
cincuenta y cinco centavos que tenía antes de la reforma monetaria
a cuatro pesos; y casi asociado a este fenómeno se presentó
el de una deflación que produjo nuevas y grandes disminuciones
en las rentas de la Nación.
Frente al desarrollo de todas esas leyes económicas, que no
podían ser gobernadas por las autoridades hacendarías, aunque
así lo quisieron hacer creer al vulgo los políticos interesados en
procurar nuevas dificultades al gobierno de Ortiz Rubio,
aparecieron los atolondramientos de los expertos en la materia.
A una ley reformando la constitutiva del Banco de México, se
siguió la que autorizó una acuñación de pesos plata. Después, se
hizo pública una serie de órdenes y acuerdos oficiales, ora
mandando un nuevo descuento en los sueldos de los empleados
del gobierno, ora estableciendo un sinnúmero de economías en
todas las dependencias del Ejecutivo, al grado de poner en
medida excesiva las compras de objetos destinados a las primeras necesidades administrativas ora tratando de regularizar el
precio del dólar en relación con la moneda nacional, debido a
que tal precio se movía incesante y locamente, con perjuicio de
las regularizaciones económicas que requieren los pueblos.
De todas esas medidas, la más eficaz, que sirvió para rehacer
las tranquilidades monetarias y crediticia, fue la que mandó el
establecimiento de una reserva monetaria constituida con
divisas extranjeras, oro y plata acuñada o en barras; reserva que
a mediados de 1932 ascendió a veinticuatro millones de pesos.
Además, fue reglamentando el sistema de los canales del
redescuento y la compraventa por el Banco de México de giros y
letras de cambio, con lo cual se empezó la organización de un
mercado de futuros y se amplió la venta de divisas, que quedó al
encargo del banco de Estado.
Estas últimas medidas sirvieron para mejorar la situación
económica del país; pues si ciertamente sólo se dirigieron a
enmendar los negocios monetarios que eran los que más
preocupaban al secretario de Hacienda, de todas maneras
tuvieron numerosos efectos en la vida general del país.
Por otra parte, el asentamiento monetario rehizo el crédito
popular del general Calles; pues éste, en seguida de su breve paso
por la dirección del Banco de México, probó que sus explicaciones
y vaticinios sobre el poder de la moneda de oro se
realizaban en el mundo de las finanzas exteriores. En efecto.
Calles al dictaminar sobre la desmonetización del oro, sirviéndose
de las opiniones de un grupo de economistas mexicanos del
que era figura central Manuel Gómez Morín, explicó y afirmó
que la supresión del patrón oro sería indispensable en todos los
países, puesto que el preciado metal no sería bastante para
cubrir las necesidades universales en medio de un desarrollo
incontenible del género humano, de la ciencia y de la industria.
De esta suerte, como a todos esos sucesos monetarios y
económicos que se sucedieron en México, el vulgo los atribuyó a
despreocupación, impreparación e ineptitud del presidente Ortiz
Rubio, poco a poco las versiones calumniosas para el Jefe del
Estado fueron calmándose; y aunque Ortiz Rubio no logró —y tampoco lo procuró- conquistar popularidad, las detracciones de que era objeto disminuyeron y el país empezó a creer en el Presidente.
Presentación de Omar Cortés Capítulo trigésimo segundo. Apartado 7 - Problemas para Ortíz Rubio Capítulo trigésimo segundo. Apartado 9 - Comercio, industria y bancos
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