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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 34 - ESTATISMO
CÁRDENAS Y EL MOVIMIENTO OBRERO
A partir del gobierno presidido por Emilio Portes Gil y hacia los últimos días del presidente Rodríguez, el movimiento obrero de México sufrió una postración tan grande que pareció llamado a vegetar.
En efecto, acicateado por la idea de exterminar al callismo
no obstante que debió al influjo de este grupo su presidenciabilidad,
el licenciado Portes Gil, tan pronto como inició su tarea de
presidente de la República impelido siempre por los vientos de su
carácter irreflexivo y tumultuoso, se propuso acabar con la
Confederación Regional Obrera Mexicana, que constituía el principal baluarte del callismo.
Al caso. Portes Gil no halló obstáculos importantes, puesto
que Luis N. Morones, líder de tal organización e individuo con
muchas prendas de caudillo político en quien sólo faltaron la
gallardía de una independencia de criterio y acción, la honestidad
personal y una esencia ideológica, ofreció tantos blancos
con las vehemencias de su partidismo callista, al grado de que su
leal y apasionada actitud de callista se prestó a que se le acusara
como coautor del asesinato del general Obregón; ofreció tantos
blancos, se dice, que su eliminación fue lograda sin dificultad y
con el aplauso de sus numerosos enemigos.
Además, como entre los líderes de la C.R.O.M. no escaseaban
los apetitos monetarios, venusinos y dipsomáticos, a los
cuales habían inducido los privilegios de Estado, tales apetitos
se prestaron a servir, sin dificultad alguna, al designio presidencial
de destruir el baluarte del moronismo, máxime que la
opinión política era adversa a la falta de probidad de los
cromistas.
Así, los líderes Fidel Velázquez, Fernando Amilpa y Jesús
Yurén, que desde el final de 1928 eran moronistas vergonzantes,
ahora, en 1929, se hicieron presentes como contrarios a la
C.R.O.M. y con lo mismo procedieron a organizar una Federación Sindical de Trabajadores, como partido contrario al de Morones; pero bajo el patriocinio del Gobierno y con dinero oficial. No era la Confederación Regional el único miembro del movimiento obrero en decadencia. También sufría un estado anémico la Confederación General de Trabajadores, que había representado al clásico sindicalismo revolucionario. Esta
agrupación, después de un sin número de escisiones entre sus
adalides, anduvo en muchos vaivenes idelógicos, ya asociándose
al oportunismo, ya entregándose al oficialismo, de manera que a
par de disminuir en número, decreció en calidad directiva; ahora
que no por todo esto dejó de ser la tradicional fuente combativa
del movimiento obrero mexicano dentro del cual, al través de
los años de 1920 a 1930, se registraron notables ejemplos de
voluntad y desinterés.
Entre tales ejemplos fue de los más elevados el de Librado
Rivera, el viejo compañero de Ricardo Flores Magón. Rivera,
dedicado a empresas sindicales y editoriales, pues publicaba una
pequeña hoja periodística titulada Avante, desde la cual derramaba, en ocasiones con generosa violencia, sus esperanzas de libertades humanas, fue víctima de los más injustificados
e indignos atropellos y violencias del general Eulogio Ortiz
y del presidente Portes Gil.
Rivera era hombre respetabilísimo, de modestia incomparable
y motivo de admiración y ejemplaridad. De él se podrá decir
que poseía una jerarquía moral de muchos niveles superiores a
los de Portes Gil; pues consagró su vida al Bien humano.
Ese medio, de suyo raquítico, que presentó el movimiento
obrero de México al través de los gobiernos de Ortiz Rubio y
Rodríguez, correspondió también al prólogo del cardenismo;
ahora que el general Cárdenas, como ya se ha dicho, procuró
desde el comienzo de su presidenciado servirse de tal movimiento,
no sólo para apoyo de su gobierno, antes también para reforzar
los cimientos del Estado mexicano.
Cárdenas, singular representante de la mentalidad rural de
México, no podía tener simpatía por la clase obrera. Años antes
(1925) de ser Presidente, mandó encarcelar a los líderes de la
Confederación General de Trabajadores en Tampico, para dar apoyo militar a las empresas petroleras norteamericanas, a pesar de los abusos con que éstas llevaban su autoridad en las refinerías
y campos de petróleo.
Los días que habían corrido y las necesidades políticas
hicieron evolucionar al general Cárdenas, de suerte que ya en la
presidencia de la República, consideró la conveniencia de organizar un cuerpo obrero que correspondiese a los intereses del Estado y detener al mismo tiempo los síntomas sublevatorios que empezaban a aparecer en ei movimiento obrero nacional; porque alentado éste, después de un neutralismo político desde
1929, por el propio presidente Cárdenas al anunciar que su
gobierno sería de obreros y campesinos, empezó una serie de
huelgas que amenazó no tanto los intereses patronales, cuanto
relajó la moral social y deprimió la jerarquía del Estado.
Tanto así creció la actividad huelguística que de doscientas
dos huelgas registradas en 1934, pasaron a ser seiscientas setenta
y cinco durante el año de 1936; y las estadísticas oficiales
indican que en el curso de esa temporada no hubo comarca
nacional ni taller con más de veinte operarios que no se viese
incluida en tal actividad de la clase trabajadora.
Al vuelo oficial que se dio a esas empresas; a las ahora
inocultas conveniencias presidenciales hacia los obreros, y al
favor que las autoridades del trabajo dispensaban a los sindicatos,
al grado que una huelga general decretada en Monterrey
adquirió tantos caracteres de subversión, que obligó al Presidente
a presentarse inesperada y apresuradamente en la capital
de Nuevo León a donde sin preámbulos se declaró partidario de
los huelguistas, censuró a la clase patronal, se sintió campeón
de la unificación obrera y mandó cesar, con señalada autoridad,
aquel estado de huelga, y sin tomar el parecer de los trabajadores
ni de los industriales, comprometió los derechos del
Estado con los derechos del proletariado, y dictó una resolución
de catorce puntos para dar fin al conflicto y aprovechando
la coyuntura, declaró que el Gobierno era el árbitro y regulador
de la vida social de México.
Aquella oportunista actitud de Cárdenas, aunque al margen
de la Constitución; y aquella abierta y cordial amistad
hacia los obreros dio tanta confianza a éstos, que no ofrecieron
resistencia a la orden oficial del cese huelguístico; pues si ninguna
ventaja económica obtuvieron, en cambio ganaron la
creencia de que todo les era favorable dentro del Estado, puesto
que, al caso, tenían a su alcance el poderoso hombro del Presidente.
Este, por su parte, con aquel político halago, no halló
tropiezo alguno para que se reanudaran los trabajos suspendidos
en Monterrey y con ello ganó prestigio como hombre de mando
por su decisión, aunque puso a la República en muchas preocupaciones.
Dentro de la realidad política, Cárdenas con ese género de
determinaciones buscaba, más que la dicha del proletariado, el
robustecimiento de los instrumentos que le iban a ser propios
para dar fin al callismo, que era la causa de su principal obsesión
política.
En efecto, asociado a esos golpes de audacia, el Presidente
prohijó la organización de un Comité nacional de Defensa
Proletaria, compuesto por representantes de las agrupaciones obreras de manera que la misión única del comité fue la de
defender al Gobierno de la amenaza callista, que se presentó ya
con aspectos cercanos a la sedición a partir del regreso de Calles,
en diciembre de 1935.
Sin embargo, como no era bastante para los planes del
gobierno aquel embrionario Comité de Defensa, a la voz presidencial los sindicatos obreros se reunieron en convención el 26 de febrero (1936) con el objeto de constituir una central única de trabajadores; y tal central, a la que le dio el nombre de
Confederación de Trabajadores de México, quedó fundada el día 26 del propio mes.
El programa de la naciente confederación fuera meramente
circunstancial con todos los vicios del oficialismo corrompido
sin la unanimidad obrera que mucho procuró el general
Cárdenas; pues no obstante el poder de éste, quedaron al
margen de la C.T.M., los agrupamientos sindicales correspondientes a la Confederación General de Trabajadores y a la Confederación Regional Obrera Mexicana y de cinco federaciones
industriales que vieron desdeñosamente aquel naciente
sindicalismo de Estado, al que corría pareja la pérdida de las
libertades obreras preceptuadas por la Constitución.
Ahora bien; si la nueva central, sólo tuvo en su fundación doscientos cuarenta mil asociados, en cambio se dio a sí misma
un director hecho en la figura del licenciado Vicente Lombardo
Toledano, paladín de un Socialismo controvertible, orador por
los giros acostumbrados en su elocuencia, individuo emprendedor
y laborioso y conversador innegable, aunque más amante del
brillo político que del proselitismo obrero. Así y todo,
poderoso punto de apoyo para el cardenismo; tan poderoso, que
pronto las necesidades políticas de Cárdenas se sintieron
socorridas por las empresas sindicales de Lombardo.
Empañó sin embargo la tarea obrerista de Lombardo, el
exceso de oportunismo que registró la C.T.M. desde su nacimiento, de manera que las ventajas que se observaron a la fundación de esa central, teniendo a su frente el clarísimo talento de Lombardo Toledano, pronto vinieron a menos; pues
las oscilaciones y exageraciones del líder no hicieron más que
sembrar la desconfianza y la enemistad en la República; y aquel
hombre que pareció llamado a establecer una ética proletaria,
no hizo más que sembrar amenazas con lo cual se convirtió en la
figura sombría del cardenismo. De esta suerte, la tempestad del
vulgo a la cual siempre deberían temer los hombres públicos,
aniquiló las virtudes de Lombardo Toledano, y entre éstas la de
su purísima honestidad y la de su invariable servidumbre al
Estado.
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