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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 34 - ESTATISMO
NUEVA LUCHA DE LA OPOSICIÓN
Como la lucha entre bastidores que se llevaba a cabo contra el general Plutarco Elias Calles desde mediados de 1933 y opuesta también a los intereses de quienes habían formado
partido en torno al Maximato, se presentó muy favorable para el
cardenismo al iniciarse el 1934, los partidarios de Cárdenas
iniciaron la campaña electoral en favor de éste muy engreídamente, creyendo que no habría un mexicano capaz de disputar un triunfo político al general Cárdenas. Y triunfo político, porque propios y extraños estaban seguros de que las elecciones nacionales del primer domingo de julio (1934) no se desarrollarían conforme a los cánones de la democracia electoral. La idea
del Sufragio Universal había ido perdiendo sentido práctico
conforme embarnecía el Estado Burocrático, se restauraba el
régimen presidencial y crecía, como consecuencia del agrarismo,
el poder rural, tan contrario por su naturaleza de origen a la
democracia electoral, que constituye la función específica de las
ciudades.
Existiendo, pues, esa incuestionable realidad mexicana, toda
lucha contra el cardenismo resultaba infructuosa; ahora que no
por ello sería posible quebrantar las idealizaciones de los
veteranos de la Revolución, que sin saber por qué, veían como
el más negro de los acontecimientos el triunfo siempre trazado
de antemano del Partido Nacional Revolucionario —triunfo que atribuían a una grosera imposición autoritaria y no a la falta del desarrollo de la pasta esencial para dar cabida y efectividad al Sufragio Universal.
Tales veteranos, en efecto, movidos por el heroísmo más
generoso de cuantos engendró la Revolución mexicana, sin
considerar la inutilidad de sus esfuerzos y como si quisiesen
dejar una herencia del ejemplo de su proeza a la posteridad,
resolvieron concurrir a las elecciones y presentarse como
oposicionistas al partido Revolucionario, al que con mucho desprecio llamaban oficial, gobiernista e imposicionista, como si
tales apellidos propios a un partido que formaba en defensa del
Estado, bastasen para hundir una estructura política conexiva,
en todo el orbe, al derecho de Estado.
Dio vuelos a los propósitos de los viejos revolucionarios, el
hecho de que no obstante las tantas pérdidas de material
humano sufridas en las luchas intestinas, todavía existía un
grupo político, con figuras sobresalientes; y de éstas, las
principales eran el general Antonio L Villarreal y el licenciado
Luis Cabrera.
Este último, aunque sin restar méritos a la probidad y gallardía del general Villarreal, era el centro de todas las miras
de la oposición; pues públicamente había dado a conocer su
credo político y revolucionario que era muy contrario al de
Calles, pero sobre todo al de la nueva pléyade que acaudillaba el
general Cárdenas. Cabrera temía la moda de la oclocracia,
viéndola como un atropello a las ideas originales de la Revolución
que estaban todavía insatisfechas. Grande, era la incompatibilidad entre un amenazante gobierno de oficinistas y covachuelistas, asociado al agrarismo oficial y capitaneado por
una novatada social, y un gobierno democrático preconizado
por Madero y el maderismo.
Debido, pues, a aquel enhiesto desafío al embrión oclocrático, Cabrera había sufrido las comunes irascibilidades del poder
político, y con ello ganado la admiración de México, Debido
asimismo a tal actitud, Cabrera se elevó así, y con justa razón a
la presidenciabilidad; pero como aparte de ser individuo cauto,
era un analista y sabía que era imposible la función del
ciudadano a donde éste se manifestaba en ínfima minoría social
y electoral, se rehusó aceptar su candidatura.
No aconteció lo mismo con el general Villarreal, quien si
tampoco desconocía las condiciones de México, en cambio, sin
poder abandonar su gran continente democrático, gustaba de las
empresas políticas arriesgadas. Además creyó posible capitalizar
el descontento nacional que producía el Maximato, que era tan
incomprensible como absurdo para la mayoría de los mexicanos.
Fiado, pues, en esto último, Villarreal organizó su propio
partido; se puso con mucha bizarría al frente de sus partidarios,
y sin dar valimiento a los viejos antirreeleccionistas que votaron
a la candidatura presidencial del licenciado Román Badillo, en
otro improvisado partido llamado Anticontinuista, empezó su campaña, dirigida en realidad a combatir la candidatura de Cárdenas.
No fue el general Villarreal el único candidato contrario a
Cárdenas; pues los pequeños grupos socialistas, unidos a las
comunidades agrarias de Veracruz, Puebla y Tabasco, con
muchas prisas organizaron un partido y postularon al coronel
Adalberto Tejeda.
Este era un hombre de extraordinaria probidad política, a la
que unía su honorabilidad como persona individual; y aunque
no poseía más cultura que una singular afición artística, sabía
dar categoría a sus preocupaciones sociales y a sus intenciones
políticas; pero debido a su radicalismo, sus disposiciones,
dictadas generalmente en tonos extremos, aparecía sectario —y sectario capaz de llevar la guerra social a todos los rincones del país.
No fueron Villarreal, Badillo y Tejeda los únicos candidatos
opositores a Cárdenas. También los agrupamientos comunistas,
reunidos con el nombre de Bloque Obrero y Campesino, resolvieron concurrir a la contienda electoral, y al objeto
hicieron a Hernán Laborde, secretario general del Comunista, candidato presidencial.
Elegidos así los personajes para el teatro electoral de 1934,
la campaña de los independientes en la realidad quedó a la
competencia entre Villarreal y Cárdenas. Este llevado en gran
convite por la República; aquél, luchando denodadamente en
medio de la pobreza de sus recursos pecuniarios; también en
medio de la hostilidad violenta de las autoridades locales y federales así como de los líderes cardenistas, produciéndose hechos bochornosos; pues hubo ocasión en la cual aquel hombre de tantas virtudes políticas como era Villarreal estuvo a punto de ser lazado por sus enemigos políticos, a manera de hacer de la competencia democrática un juego pueblerino.
Villarreal, no obstante los muchos obstáculos que halló
durante su campaña, se defendió de la violencia autoritaria con
su propia palabra y la voz de sus paladines Aurelio Manrique y
Antonio Díaz Soto y Gama, quienes muy justa fama tenían
como oradores y políticos intachables. Además Villarreal se
sirvió de sus liberalísimas ideas para detener los atropellos de los
impetuosos cardenistas, que mucho temían los progresos de sus
opositores.
El general Cárdenas, por su parte, quien al iniciar su campaña se había pronunciado en favor de un gobierno de obreros y
campesinos y de un Estado intervencionista, tuvo que cambiar
el rumbo de su propaganda. En efecto, sus primeras palabras,
que dañaban la constitucionalidad de la república y anunciaban
un programa ajeno al Plan Sexenal y a los acuerdos de la
convención de Querétaro, repercutieron hondamente en la
economía nacional, tan endeble como quejumbrosa, e hicieron
que Cárdenas advirtiese la necesidad de la reserva y precaución
políticas.
De esta suerte, abandonando momentáneamente lo novedoso
y extremista, formuló un segundo ideario político, transformando
la primera y peregrina ocurrencia en un sistema de
protección para las clases trabajadoras, que produjo un
ambiente de tranquilidad nacional y restó fuerza al villarrealismo,
que se servía de las exageraciones ideológicas de los novatos
líderes del cardenismo, para predisponer a éste con la población
temerosa de las innovaciones experimentales.
Así y todo, no existió, durante tal campaña, el menor
equilibrio entre los grupos contendientes ni se pudo establecer
el triunfo numérico preciso registrado en los comicios; pues
aparte del desdén general hacia el acto electoral, no hubo
la preparación necesaria al caso. Esto no obstante, las cifras
oficiales, siempre convenientes a la estabilidad del Estado,
fijaron en dos millones doscientos mil los ciudadanos que
votaron a Cárdenas; en veinticuatro mil trescientos noventa y
cinco quienes votaron a Villarreal y en dieciséis mil los sufragios
en favor de Tejeda. A manera de burla, se hicieron públicos
quinientos treinta y nueve para Laborde.
Con esa cuenta, el general Cárdenas estaba elegido presidente
constitucional de la República.
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