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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 34 - ESTATISMO
LOS ASUNTOS EXTERIORES
Aunque sin historia que menguara su personalidad, en cambio el general Lázaro Cárdenas, elegido presidente de la República, advertía a causa de sus ideas undívagas, un futuro
incierto no tanto para él, cuanto para la Nación; y es que sus
ideas eran notoriamente asimilables a lo novedoso y excéntrico;
y si el país se mostró en calma a pesar de la desconfianza
creciente entre la gente adinerada, se debió a las buenas disposiciones
de orden y esperanza que dejó el gobierno de
Rodríguez.
Este, en efecto, no perdió tiempo tratando de hacer arreglos
sobre los asuntos más delicados del país; pues si no con genio, sí
con vistas prácticas, el general Rodríguez elaboró y realizó un
plan de trabajo nacional, que de haber sido continuado por su
sucesor, la República obtiene no sólo el desarrollo orgánico
normal, que por naturaleza constituía el curso del mundo, sino
también el desenvolvimiento propio al conocimiento y la
previsión.
Rodríguez había iniciado, un gobierno previsor; y como no
escasearon en él las cualidades del gobernante, pues no rehusó el
trato con los más graves problemas, logró dar a su administración
una función directiva, y esto a pesar de que, en el orden
económico y financiero del país, halló no pocos obstáculos de
los industriales y banqueros, que se mostraron rehacios a las
innovaciones de carácter social, que Rodríguez creyó indispensable
para minorar el gran desequilibrio que existía entre las
clases acomodadas y las clases pobres de México; entre su
riqueza personal y los andrajos de los campesinos.
Quiso, pues, Rodríguez como político pragmático y sobre
todo organizador y organizado, concluir los asuntos de su
gobierno, antes de entregar la presidencia a su sucesor; y entre
tales asuntos, los conexivos al exterior. Asuntos que eran
difíciles y requerían para su trato mucha dignidad y considerado
comedimiento.
Entre tales asuntos estaban los que se ventilaban con
Estados Unidos, que en la realidad constituían el meollo de las
relaciones exteriores de México; asuntos que, por otra parte,
podían considerarse sobre buen camino, pues a ello contribuyó
la ductibilidad del embajador norteamericano Dwight W. Morrow.
Sin embargo, existían asuntos conexivos a los dos países,
como los concernientes a las reclamaciones de ciudadanos
norteamericanos, la distribución de las aguas del Bajo Colorado y
la posesión del Chamizal, que a pesar de la actitud conciliadora
de Morrow y de los afanes de la Cancillería mexicana continuaban
con un aspecto de insolubles.
En efecto, aumentadas o disminuidas a proporción, las reclamaciones de ciudadanos norteamericanos por daños causados por
la Revolución, estaban sobre un camino propio al oficinismo
siempre negligente y entretenido; y en lo que respecta a las
aguas del Colorado, muy poderosos intereses agrícolas de California
y Arizona pretendían llevar el asunto a las más absurdas
exigencias territoriales, con lo cual, los esfuerzos de Morrow,
quien trataba de corresponder a una política que con señalada
jerarquía mexicana llevaba el gobierno de Rodríguez, vivían
supeditados a los ímpetus que el dinero de las empresas y
particulares norteamericanas ponían, a fin de evitar que las aguas
de que disfrutaban sus tierras no fuesen divididas conforme a
ley y razón, con las necesidades apremiantes de los cultivos
mexicanos en el norte de Baja California.
Incierto también estaba el problema del derecho mexicano
sobre el dominio de la zona del Chamizal. Esta, de acuerdo con
el laudo arbitral de Le Fleur, correspondía a México; pero
estando en posesión de Estados Unidos, el árbitro, escapando a
un compromiso de hecho, no estableció cuándo y cómo debería
pasar tal territorio a la jurisdicción de México, por lo cual, hasta
los días que estudiamos, el asunto del Chamizal continuaba en
el mismo estado de cosas que tenía antes del arbitramiento.
Para México, el problema del Chamizal estaba considerado
como el de una justa y necesaria reivindicación de su territorio,
y por lo mismo, quiso Rodríguez examinarlo en todos sus
aspectos, mandando que el secretario de Relaciones Manuel C.
Téllez formulara y presentara un plan (diciembre, 1932) de
reivindicación.
Téllez, que por ser de cortos alcances era de extremada
textura conciliatoria, en lugar de seguir el tema de la reivindicación,
convirtió éste en motivo de compensación; y al caso
propuso que el gobierno de México admitiese de Estados Unidos
una porción territorial a conveniencia, a cambio del suelo
mexicano absorbido por la ciudad texana de El Paso.
El proyecto de Téllez, que sin dejar de ser patriótico era
anticonstitucional, puesto que el Estado mexicano está invalidado
para ceder o vender cualquiera porción territorial, fue
rechazado, como ya se ha dicho, por el Presidente y el gabinete,
con lo cual, el asunto del Chamizal volvió a la condición de
espera.
De los asuntos exteriores apuntados como de alta categoría,
el único que fue resuelto poco a poco y con todos los visos del
entendimiento entre dos países vecinos, correspondió al de
aguas y bancos del río Bravo; y este, sobre todo, constituyó un
estímulo para que más adelante se tratase y resolviese el
problema de las aguas del Colorado que tanto importaba a la
economía agrícola en el norte del país.
En torno a este asunto, la Comisión Internacional de
Límites méxiconorteamericana, produjo resoluciones concordantes,
trazadas de manera que más adelante México y Estados
Unidos pudiesen usar las aguas de los ríos limítrofes para fines
de irrigación y fuerza eléctrica.
Ahora bien: si en estos tratos no faltaron motivos de desconfianza de México hacia Estados Unidos, principalmente en lo
que respecta a las ventajas que los grandes intereses norteamericanos
buscaron y obtuvieron a lo largo de la frontera norte, a esta
época de las relaciones entre los dos países se le debe conocer
como el comienzo de una política que el presidente norteamericano
Franklin D. Roosevelt bautizó (4 de marzo, 1933) con el
nombre de Buena Vecindad.
Pero, si en la frontera con Estados Unidos, los asuntos iban
mejorando y haciendo efectiva la buena vecindad, no podía
decirse lo mismo respecto a las relaciones entre México y Guatemala.
Estas, si no estaban descuidadas por la Cancillería mexicana,
se habían ensombrecido al reiniciar Guatemala la reivindicación
de sus derechos sobre Belice, poniendo a México al
margen de esa situación, no obstante los indiscutibles derechos
mexicanos a cualquier trato conexivo al suelo beliceño.
Si la política de México, pues, conexiva a las relaciones con
Estados Unidos y Guatemala, fue conducida con tino y prudencia, no así la que se llevó con los países europeos y sudamericanos. Abusóse en este capítulo de los temas novedosos, como si México quisiese dar lecciones al mundo, no obstante que apenas salía de los apuros e infortunios de las
luchas intestinas. Usóse de la imagináción, más que de los
conocimientos históricos y diplomáticos, de manera que al
acercarse la fecha (7 de agosto, 1933) para la reunión en Montevideo
de la séptima Conferencia Panamericana, el secretario de
Relaciones José Manuel Puig Casauranc propuso que en la
agenda de tal conferencia fuesen incluidos temas de carácter
económico. Esta idea, hecha pública sin agencias previas en las
cancillerías sudamericanas, puso en peligro —y el peligro fue
efectivo- la jerarquía mexicana.
Después, puesto que no se calculó la merma que México
podría sufrir en su capacidad compromisoria internacional, la
Cancillería comunicó a la secretaría general de la Sociedad de las Naciones la intención del gobierno mexicano de retirarse de la Sociedad, debido a las penosas condiciones económicas del país; y esto, al tiempo que la delegación mexicana en el seno de la Liga se quejó del dominio que ejercían dentro de la propia Liga las potencias mundiales, como si ello hubiese sido el
encuentro de una verdad.
La diplomacia de México, acusó un tanto de ignorancia,
puesto que de antemano, al quedar organizada la Sociedad de
las Naciones, supo sobre la forma de su integración y debió estar enterada del influjo que los grandes Estados iban a ejercer,
dentro de tal organismo, al cual, por otra parte, México no
estaba asociado para buscar preponderancia, sino para expresar
y compartir sus opiniones con todos los pueblos miembros de la
Sociedad.
Al través de la documentación oficial, hállase otra explicación respecto a las reservas de la Cancillería mexicana hacia
aquella Sociedad de Naciones. México, en efecto, aplicó en esos días, principios de nacionalidad en relación a otros países.
Construidos como estaban los primeros cimientos de la
nacionalidad; ordenados y legislados los que se consideraron
males del pasado, el Estado llegó a la conclusión de inaugurar
una política de previsión, sobre todo para evitar la competencia
de los brazos extranjeros establecidos o que pudiesen establecerse
en el país.
Con este objeto, fueron dictadas formales restricciones
migratorias, y aprobada la ley de nacionalización y naturalización
de súbditos extranjeros. México, pues, iba a inaugurar una
era de mexicanía física. El crecimiento demográfico general del
país, se convirtió así en crecimiento de población precisamente
mexicana. El experimento, después de un siglo de una política
de liberalidad inmigratoria, con visos de un neocolonialismo, fue
muy audaz, pues a la falsa idea que existía acerca de la incapacidad
del pueblo nativo de crear fuentes de riqueza, de organizar
una clase laborante clasificada y constituir una sociedad
vigorosa sin necesidad de mezclar la sangre indígena con la
extranjera, se siguió un régimen de aislamiento técnico, con el
cual México iba a probar su propia e integral capacidad.
Este acontecimiento, que como extensión de las doctrinas
de la Revolución fue fundamental para el desarrollo y seguridad
de una nacionalidad total, realizado cuando todos los países
americanos confiaban su porvenir a las corrientes de inmigrantes,
y cuando las restricciones a los colonizadores y aventureros
estaban consideradas como atropellos a las libertades públicas;
este acontecimiento, casi inadvertido en sus comienzos, produjo
la mayor influencia de intereses pobres de México hacia intereses superiores también de México. Tal política si no dependió en términos absolutos de la
secretaría de Relaciones Exteriores, sí estuvo estrechamente
ligada a los tratos con los pueblos extranjeros, sobre todo en el
orden de las naturalizaciones, puesto que México a partir de
entonces, y sólo de entonces, suprimió los privilegios de que
gozaban los súbditos de otras naciones que, avecinados en el
país, disfrutaban los bienes de éste a par de la protección de su
nación de origen.
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