Presentación de Omar CortésCapítulo trigésimo cuarto. Apartado 8 - Consecuencias del cardenismoCapítulo trigésimo cuarto. Apartado 10 - Cárdenas y el movimiento obrero Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 34 - ESTATISMO

UNA POLÍTICA RURAL




Si la población urbana, lo mismo correspondiente a la gente rica que a la proletaria, se sintió descorazonada y temerosa frente a una política cardenista que tenía todas las apariencias de un radicalismo más destructor que constructivo, no ocurrió lo mismo con la población rural, entregada a la esperanza de mejorar su pauperismo y aislamiento seculares.

En efecto, el general Cárdenas movido no solamente al compás de una alma hermosa inspirada en el deseo de servir a una clase tan desamparada como la del labriego, sino también llevada por la necesidad de tener un apoyo bastante y considerado a fin de realizar la empresa política que se había propuesto, que no era otra que la extinción del callismo y por consiguiente del llamado Maximato, procuró desde el comienzo de su sexenio conquistar a la clase campesina, no únicamente con el señuelo de los repartimientos que ya estaba muy manoseado, antes con el plan de realizar una política rural. Con esto se fijó que la era del agrarismo político iba a convertirse en un régimen social conforme al cual, las necesidades del campo tendrían el auxilio privilegiado del Estado. Tratábase, en la realidad, de instaurar un Estado absorbente al través de una burocracia que, sin destruir los cimientos constitucionales de la Nación ni entorpecer el crecimiento orgánico del país, fuese el meollo de la vida mexicana —de la vida económica de México, principalmente, que era la que Cárdenas amasaba con fruición.

No se empleó en el desarrollo del cardenismo, el vocablo Estado burocrático o campesino u obrero, puesto que tal hubiese significado una alteración del orden legal; pero el examen documental de la gente e ideas oficiales ponen muy en claro el criterio central de Cárdenas. Y no podía ser de otra manera, porque dispuesto a dejar huellas de su patriotismo, de su entereza y de su obra, el Presidente no tenía capacidad para crear, como era su vocación, un sistema distinto al que dentro de su corta ilustración y poca experiencia concebía como correlativo al medio ambiente en el cual nació y se formó. No era, en la verdad de la realidad, exigible a Cárdenas otra tesis que la rural; y aunque no correspondía a los adelantos de la Revolución industrial, de todas maneras constituyó un paso más al progreso de México. Aquella política rural, en efecto, iba a conducir al país tanto a dar lugar a una moderna formación campesina, como a los comienzos de una autosuficiencia alimenticia de los mexicanos.

Un fenómeno más se iba a producir con la parcial disposición rural del Presidente: la reorganización de la vida económica en el campo; porque divididas las haciendas con violencia y sin retribuciones, el suceso adquirió las características del despojo, y como es natural, no toda la gente de campo aceptó como válido y honrado el procedimiento y por lo mismo tuvo como indebida la ocupación de tierras. Tanto fue el influjo de esa preocupación de los labriegos, que debido a estos escrúpulos y no a la negligencia de las autoridades locales se debió que la ley agraria no hubiese sido cumplida al pie de la letra en toda la extensión de la República.

Este acontecimiento cierto, puesto que está verificado documentalmente, no fue comprendido por los líderes del cardenismo; y como las demoras o trabas que se presentaban para el desarrollo de los planes agrarios parecían obedecer a motivos políticos, el presidente Cárdenas se entregó apasionadamente a los repartimientos al por mayor, sin calcular las dificultades de trabajo y producción que iban a sobrevenir con los innumerables parcelamientos ni los males que resultarían a la economía agrícola.

Para mejor realizar esta empresa, y dar un aparato de orden social a la clase campesina (campesinado, empezó a ser llamada esta clase), se dispuso la organización de los ejidatarios en grupos de población llamados comunidades agrarias. No tuvieron éstas carácter económico; tampoco se mandó una reglamentación; fue reunión casual; ahora que de tales comunidades fueron organizadas las Ligas de comunidades agrarias, con la idea de que éstas a su vez constituyesen una confederación campesina.

La confederación tuvo ya otro carácter: pasó a ser parte del partido político de la Revolución; fue la válvula de escape que se dio al desarrollo de la política rural. Además, con la Confederación Campesina, el Estado halló otro apoyo. Asimismo, se desenvolvió una propaganda sin otro fin que el de halagar y dar lujo al Gobierno, al cual se le atribuyó el poder de manumitir quince millones de esclavos y de dar al agrarismo un sentido social y económico, en tanto que al general Cárdenas se le apellidó, con el objeto de ponerle en nivel de Zapata, invicto creador del México agrarista.

En medio de estas exageraciones, no dejó de hincarse aquella etapa de la Revolución mexicana que fue conocida con el nombre de cardenista, durante la cual, la República adquirió tantas características rurales que interrumpió la evolución industrial de México; se desubicó la población campesinase retornó momentáneamente al régimen de aldea; se hizo incompatible el poder de la hacienda pública con los abastos necesarios para aquella desintegración; y el país dio la idea de que pasaba por una segunda condición caótica. Por último, la nación quedó ajena a las portentosas aplicaciones que se realizaban en el mundo de la técnica. El propósito, sin embargo, fue magno, pero alejado de una realidad que lesionaba los compromisos que la Revolución tenía contraídos con los mexicanos.

Para redondear aquella generosa, pero idealizada obra, en la que faltaba la textura del estadista, el Gobierno mandó el total armamento de los campesinos organizados en comunidades agrarias, advirtiendo que tal disposición era dictada (6 de febrero, 1936) para la defensa legítima de ... (los) ejidos, del hogar y de la escuela, como si para sostener tan nobles causas se requiriese la pólvora. Después, se ordenó que los agraristas armados constituyesen la primera reserva del ejército.

Toda esa urdimbre de órdenes y afirmaciones; de proyectos y reglamentos, sirvió para una época de tantas inquietudes rústicas, que éstas pronto indicaron la imposibilidad en que se hallaba el Estado para satisfacer todas las demandas de tierras, puesto que el propio Presidente afirmó (1° de septiembre, 1935) que de diez millones ochocientas treinta y cinco mil hectáreas, que representaban el total de tierras mexicanas, sólo eran laborables dos millones setecientas sesenta y dos mil, con lo cual se estableció la imposibilidad física de resolver total y equilibradamente el problema agrario.

Por otra parte, entre las cifras, ya movibles, ya optimistas, ya improvisadas, que fueron expuestas durante esos días, no se consideró la condición productiva de las tierras. En efecto, en el año agrícola de 1935, las cosechas de granos en la República fue de quinientos millones de pesos. En Oaxaca, dentro de una superficie de doscientas treinta y seis mil hectáreas, la producción importó veinticuatro millones de pesos, de lo cual se dedujo que el promedio de cosechas de cien pesos anuales por hectárea.

Ahora bien: como la medida media de tierra por labriego era de tres hectáreas, las estadísticas señalaron el hecho de que de las cosechas correspondía menos de un peso diario por persona.

Estos mismos informes advirtieron que en los cultivos de plátano y cacao en el estado de Tabasco, en donde si no escaseó el agua como en Oaxaca, abundaron las plagas, el rendimiento anual de producción dio un promedio de trescientos treinta pesos por persona.

El presidente Cárdenas, siguió con un gran interés oficial y patriótico los resultados de aquel rumbo de política agraria, no dejó de observar el gran número de horas trabajo que se perdía en el campo con la organización política y militar que se exigía a los ejidatarios, y quiso compensar tan deplorable suceso ordenando nuevos sistemas de crédito agrícola, el acrecentamiento de la población rural y la promoción de zonas de riego; pero como los resultados de tales medidas no era posible obtenerlos a corto plazo, el Presidente consideró la necesidad de compensar la producción de tierras pobres con la producción de tierras ricas. La medida, aunque de carácter económico, tuvo también fines humanos, por lo cual sin titubeos los planes de Cárdenas contemplaban la posibilidad de ejidatizar la gran comarca de la Laguna.

Aquí, muy atrevidos empresarios agrícolas habían arrebatado al desierto a partir de la última década del siglo XIX, las tierras necesarias para convertirlas al alto cultivo del algodón y trigo. En La Laguna no podía ponerse en duda, como ocurría en el centro y sur del país, la legitimidad de la propiedad rural y del trabajo agrícola. La lucha de los laguneros para vencer los obstáculos de una agria y resistente naturaleza del suelo no tuvo precedente en la República. El ejemplo de lo que era aquella gente se manifestó en Francisco I.Madero.

No se halló en aquellos agricultores de la Laguna el alma feudal que se manifestaba en testimonios incuestionables entre los propietarios de fincas de labranza de Morelos y Puebla; de México y Querétaro; de Michoacán y Guanajuato. Representó aquella clase lagunera el puente entre la hacienda y el ejido.

Pero si los laguneros no tenían culpa alguna en los males que se registraban en la vida rural de México, tampoco al general Cárdenas correspondía la responsabilidad de un acto aparentemente irreflexivo como fue el de mandar el fraccionamiento de las tierras laguneras. Cárdenas, en la realidad, guiado por nobles afanes, quiso resarcir los daños que los repartimientos de tierras de baja calidad causaban a la economía y moral rurales; y para compensar tan lamentable desequilibrio se dirigió personalmente a Torreón, para poner él mismo en marcha, un plan de repartimientos y restituciones de tierras.

La riqueza agrícola en la región lagunera estaba a la vista del país; ahora que era una riqueza que se desenvolvía dentro de los grandes peligros ofrecidos por las cortedades de agua y financiamientos. Existían, en la región lagunera fortunas personales prósperas, pero siempre amenazadas por las contingencias correspondientes a una comarca circundada de miserias agrícolas y a las inseguridades en los regímenes de lluvias. Sin embargo, la producción en La Laguna durante 1935, ascendió a noventa y tres millones de pesos; y esta cifra fue el anuncio de una riqueza que se creyó imperecedera.

Estos provechos agrícolas constituían, por otra parte, una contradicción con las condiciones de vida del peonaje; y como a tal condición se agregó el proyecto de Cárdenas de compensar con la alta producción lagunera, la pobre producción de los estados del centro y sur del país, el Estado decretó la expropiación de las tierras en aquella comarca coahuilense.

Sirvióse el Presidente de apoyo para llevar a cabo tales expropiaciones agrarias, de manera que el camino tomado fue irreprochablemente legal; pero como no dejó de ejercerse alguna violencia y Cárdenas mismo, como se ha dicho arriba, estuvo presente en la aplicación de lo decretado, el acontecimiento conturbó a la República; reapareció el temor de la implantación de un Estado socialista; se creyó en peligro el derecho de propiedad; descendieron una vez más los valores financieros y a Cárdenas se le dio el apellido de agitador, sin considerarse sus cualidades bien comprobadas que poseía como hombre de mando.

Por otro lado, tanta fue la decisión en los repartimientos de La Laguna; tantos los beneficios futuros anunciados por la propaganda, que el prestigio de la personalidad de Cárdenas ascendió entre los campesinos y el poder del Gobierno alcanzó tan alto nivel, que cardenismo y agrarismo quedaron identificados como una sola causa; también como un solo pensamiento, de manera que el Presidente sintió tras de sus espaldas el apoyo incondicional de una masa popular dispuesta a acompañarle a cualquier capítulo oficial; y esto, como es natural, fue muy útil al embarnecimiento del Estado, puesto que la población rural que ocasionalmente había sabido de la existencia del Estado, y por lo mismo no se preocupaba en obedecerle y con ello ser instrumento para la paz nacional, se convirtió en el más firme sostén y crecimiento del principio de autoridad nacional.
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