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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 35 - SOCIALISMO
LAS EMPRESAS DE CÁRDENAS
Junto a un golfo de desatinos al cual convergían los ideólogos que competían en la actividad e importación de doctrinas, fue de verse la obra emprendedora y laboriosa del presidente Lázaro Cárdenas.
Este, comenzó su sexenio constitucional inaugurando una
temporada de trabajo popular y presidencial, que produjo
aturdimiento en el país, ya que no se conocía ese nuevo sistema
de actividad oficial.
Cárdenas, pues, quebrantó el método político, conforme al
cual el Jefe del Estado debería dedicar todos sus empeños a
tareas de gabinete dentro de las cuales los grandes y trascendentales
problemas de la nación estaban llamados a ser analizados y
resueltos, de manera que el Presidente sólo tratara con sus más
directos colaboradores.
De esta suerte, el nuevo Presidente se dedicó a atender los
asuntos accesorios, despachando personalmente lo conexivo a
aguas potables, créditos agrícolas, escuelas, caminos vecinales,
con todo lo cual, el gobierno pronto adquirió los visos de una
arte tumultuosa.
En el ejercicio de tal sistema, todo mexicano, de uno y otro
sexo, de todas las edades y sin considerar sus categorías sociales
tuvo el derecho, como se ha dicho, de hacerse escuchar por el
propio Jefe del Estado, y aunque el suceso fue una viva y
efectiva práctica democrática, hizo creer al mundo mexicano
que la República se acercaba formalmente a una oclocracia
aconstitucional.
A tan singular proceder que mucho distó del antiguo sistema
de gabinete, sirvió para acrecentar el poder presidencial que ya
de por sí, era la fuente esencial de mando en un país en el cual
el voto directo otorgaba al Presidente una autoridad personal
suprema.
Siguióse a tal práctica, la función proteccionista que automáticamente adquirió el Jefe del Estado. Así, éste estuvo
facultado para expedir dictámenes, repartir dotes y realizar
actos de beneficencia; y dentro de aquella moda, los ministros,
gobernadores y adalides políticos constituyeron una cauda
presidencial, que tenía un poco de abyecta; pero más de democrática,
no obstante lo cual, el vulgo, siempre tan fácil a
inficionarse de los males públicos y políticos, apellidó a tal
sistema populista de trabajo, eficiencia y responsabilidad con las
peores voces. Así, la República, en lugar de recoger provechos,
sólo experimentó la merma de la jerarquía nacional, tan necesaria
para el entendimiento y orden sociales.
Con ese tren de trabajos, el presidente Cárdenas empezó a
recorrer el país; y la fuerza y preocupación de la autoridad
nacional que anteriormente pasaba inadvertida para el pueblo,
empezó a tener asiento entre la clase rural que se sintió muy
halagada por aquella largueza democrática de Cárdenas, quien si
al comienzo de su presidenciado fue incomprendido por su
sencillez y rusticidad, poco a poco logró hacerse aplaudir y
admirar.
Durante sus excursiones ultrademocráticas, el Presidente no
sólo fue emulado por sus colaboradores. En efecto, entre éstos
empezó una acción competitiva, de manera que de los miembros
de los convites presidenciales, quien más, quien menos, trataba
de sobresalir en natación, equitación, gimnasia, esto es, en todo
lo relacionado con la demostración de resistencia física.
Tan ejemplar fue ese populismo mezclado a la laboriosidad
oficial, que el Presidente dio al país un ejemplo de amor al
trabajo y al deporte, por lo cual, aprovechando el general
Cárdenas el acontecimiento, mandó que se iniciara la organización
deportiva de los obreros y campesinos; también de los
empleados públicos, que de pronto se vieron obligados a
abandonar sus escritorios rutinarios, para aprender a correr,
jugar a las paralelas, marchar y tocar tambor y cornetas.
Un México al que llamó nuevo se vio aparecer entre una y otra disposición novedosa del presidente de la República, quien
si realizaba esas empresas que no daban frutos a la economía ni
a la política, en cambio llevaban al país a la era de las promociones.
Así, conforme surgían los caudillos locales, se reformaban
los viejos caciques pueblerinos y se modernizaban los
negocios mercantiles. En la vida rural se acrecentaba la circulación
monetaria; se abrían nuevas fuentes de trabajo; disminuía
la desocupación y se desarrollaba la idea de una unidad nacional.
Asimismo, emulando a Cárdenas, los gobernadores de
Oaxaca, San Luis Potosí y Quintana Roo decretaron la
construcción e inauguraron ferias locales.
Grande fue el estímulo que experimentó Cárdenas con la
respuesta popular a sus excursiones, de manera que cada día
más comprometido llevó a cabo excepcionales jornadas, de
denodante amor al prójimo, aunque más propias de un campeón
deportista que de un Jefe de Estado. En una sola jornada (18 de
febrero, 1936), el Presidente recorrió cuatrocientos kilómetros,
resolvió ochenta y nueve problemas de la comarca visitada y dispuso el lugar para la construcción de una represa del río San Juan (Tamaulipas).
De un asunto, el Presidente iba a otro asunto; todos de
interés público, haciendo omisión de las cuestiones personales
de él o de sus colaboradores. En aquella demostración de la
aptitud laboriosa, que se presentó a manera de un complemento
de la vocación creadora, el general Cárdenas acogió la idea de
Jorge Prieto Laurens, para organizar el seguro social y una red
de cooperativas; aceptó el proyecto de Jorge Henriquez Guzmán,
sobre el método de financiamiento para la construcción de
grandes carreteras, que debería comenzar por unir a la ciudad de
México con Guadalajara; expidió la ley orgánica del artículo
103 constitucional; salvó la validez y efectividad del derecho de
amparo; reinició una campaña contra el alcoholismo; estableció
el juramento escolar obligatorio de la bandera nacional;
proyectó la reglamentación de las profesiones y gracias a una
escrupulosa y honesta administración, durante la cual tuvo la
eminente colaboración de su secretario de Hacienda Eduardo
Suárez purísimo patriota, los ingresos nacionales ascendieron en
1936 a mil cuatrocientos millones de pesos.
No se detuvieron allí las notables empresas administrativas y
humanas de Cárdenas; pues fundó el Tribunal Fiscal de la
Federación, para evitar las injusticias del fisco, dando así una
notable contribución mexicana al derecho administrativo
universal; expidió la ley de población, con el objeto de prever
los abusos a los cuales estaban acostumbrados los extranjeros en
México; convirtió los bosques del Iztaccihualt y Popocatépetl en
parques nacionales; decretó una equitativa distribución de las
participaciones fiscales entre la tesorería central y las tesorerías
de los estados; auspició el VII congreso científico americano;
mandó explorar la zona maya para dar realce a la antigüedad
mexicana; y escuchó al general Francisco J.Múgica, cuando éste
pidió para los empleados públicos los mismos derechos y beneficios
de los obreros, de lo cual se produjo un Estatuto Jurídico,
que confirmó la burocratización del Estado; afirmó la ley y
reglamentación de nacionalización de bienes, que fue el
principio para constituir un patrimonio de la Nación; dispuso la
teoría y práctica de la puericultura en el campo, tratando de
hacer disminuir la mortalidad infantil rural; dio volumen a la
idea de llevar al Estado a una función editorial, con el objeto de
crear el eje de una intelectualidad mexicana; estimuló, aunque
sin fijeza, el inversionismo extranjero en el país, acordó la
construcción, que debería ser concluida en dos años, de una
base naval en Puerto Cortés.
El plan principal del Gobierno fue, no obstante la suma de
obras públicas, la construcción de cuatro vias férreas, para lo
cual fueron destinados diez y medio millones de pesos. Tan
importante proyecto comenzó con la vía del ferrocarril al
sudeste; y esto se realizó con tanto aliento y con el propósito
generoso de inyectar vida a Campeche, que los trazos, hechos
a las prisas, llevaron a graves errores de la ingeniería, de manera
que ni se calcularon los rendimientos económicos, ni se advirtieron
los obstáculos geográficos, ni se examinaron las
necesidades en las comunicaciones. Así, el país tuvo que pagar a
un alto precio aquel camino de hierro que la imaginación del
Presidente hizo creer que sobre la realidad, estaba el principio
de una generosidad oficial.
Así y todo, la vocación emprendedora de Cárdenas despertó
tantos intereses y ambiciones, que en las regiones rurales nació
una rústica, pero activa generación mercantil; y del tradicional
tianguis y del varillero vulgar se originó el nuevo tipo de comerciante
mexicano.
Por otra parte, la empresa presidencial despertó el encuentro
y desarrollo de ideas, de lo cual empezó a lucir una literatura
política; otra histórica. El mundo nacional quiso a partir de
entonces, y sólo de entonces, saber qué era la Revolución; y
aunque los teóricos políticos y entre éstos el licenciado Luis
Cabrera comenzaron a hablar de una Revolución de ayer y de
otra Revolución de hoy, en la realidad, no había más que una
sola Revolución, repartida, conforme a las leyes de la naturaleza
orgánica, en etapas, cual más, cual menos, importantes, pero
siempre semejantes la primera a la segunda. No era posible, en
efecto que se produjese un fenómeno de improvisadas transformaciones
individuales o colectivas, sociales o económicas.
Creyeron los caudillos políticos que dirigieron el sexenio de
Cárdenas, que la Revolución carecía de esencia sin los atributos
de una ideología consagrada umversalmente; temieron que las
absolutas ideas mexicanas fuesen insuficientes para dar el
bienestar y progreso al país, y de aquí, de tan generoso sentimiento,
nació la creencia de que era menester abordar el
Socialismo; primero, un Socialismo sin Marx; después, un Socialismo
marxista. Todo, sin embargo, correspondió a la buena intención,
pero principalmente a una faz de la moda mundial a la
cual México, dentro de la red de universalidad a la cual ya
correspondía, no podría escapar.
Esos brotes del Socialismo marxista no alcanzarían gran
desenvolvimiento. La idea de fundar y hacer esplender un
pensamiento absolutamente nacional tomó tanta carta de
ciudadanía frente al temor de ver avanzar una idea extranjera,
que pronto empezó la revelación de todo lo mexicano; tanto así
que el propio folclore alcanzó la categoría de un culto. La
promoción de ideas extranjeras, pues, en ocasiones auspiciada
por los órganos del Estado nacional, produjo la necesidad de
que tanto los eruditos como los profanos se entregasen a la
devoción a la nacionalidad patriótica.
Presentación de Omar Cortés Capítulo trigésimo quinto. Apartado 1 - Contradicciones ideológicas Capítulo trigésimo quinto. Apartado 3 - Las libertades públicas
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