Presentación de Omar CortésCapítulo trigésimo quinto. Apartado 3 - Las libertades públicasCapítulo trigésimo sexto. Apartado 2 - El influjo obrero Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 36 - POLÍTICA PRÁCTICA

EL ALZAMIENTO DE CEDILLO




La expropiación de los intereses correspondientes a las empresas petroleras extranjeras que operaban en México, dio a los mexicanos una nueva idea acerca'de la personalidad y pensamiento del general Lázaro Cárdenas.

En efecto, aquel hombre en quien sólo se veían las características de un pueblerino, pues el país todavía atolondrado por las luchas intestinas, no alcanzaba a comprender la mentalidad de un caudillo propio de la victoriosa población rural de México; aquel hombre, se dice, aparentemente falto de los recursos imaginativos y entregado por lo mismo en la superficie a las menudencias de rutina política y administrativa y al trabajo ímprobo de gabinete y exploración, se presentó, en seguida de los acontecimientos de Marzo (1938) como individuo capaz de realizar una proeza nacional e internacional.

Grande, pues, fue la personalidad de Cárdenas con tal motivo, máxime que los representantes de los intereses que primero fueron confiscados y más tarde nacionalizados, no obstante que el acto de México fue consecuencia de una ley aceptada universalmente y aplicada por los grandes Estados en su orden doméstico, se encargaron de exigir reparaciones tan contrarias al derecho y la razón, que aquello no hizo más que producir la indignación de los mexicanos y con esto, reunir a la población de México en torno a la figura del Presidente.

Esto, que tan útil es a las naciones que siempre desean ver en sus gobernantes personalidades relevantes por los méritos que adornan a los hombres de templanza, firmeza y audacia, sirvió asimismo para que las exageraciones del partido cardenista, que mucho lastimaron los principios sociales del país, quedasen en el olvido. Las críticas mordaces que se aplicaron al Presidente, tanto por el exceso de personas que formaban en su séquito durante los viajes que emprendía, como por los alardes de protección que sus colaboradores ofrecían al proletariado, mantenían un alza y baja del presidencialismo, de manera que esto pareció estimular abusos de autoridad en las zonas mrales y en consecuencia brotes rebeldes contra los gobernadores.

No desestimó Cárdenas los azogamientos sociales que se observaban en consonancia a los actos de su gobierno, y por lo mismo, advirtiendo su responsabilidad política, procuró halagar siempre al ejército, empezando por hacer efectivo el Día del Soldado, proyectado desde su gobierno en Michoacán, para después hacer al ejército socio del Partido Nacional Revolucionario. Por otra parte, dio fundamento y organización a la reserva nacional de la que formaron los cuerpos agrarios, estableció la secretaría de la Defensa Nacional y mandó la división del país en zonas militares, con lo cual las jurisdicciones castrenses fueron más precisas y más efectivas en las funciones. de paz, separando al caso las correspondientes al ejército ylas comprendidas a la autoridad policíaca.

Muchos escrúpulos tuvo, en efecto, el Presidente, para evitar que los soldados se mezclaran en asuntos de la exclusiva competencia de los jueces civiles.

Sin embargo, como la idea del Socialismo marxista tenían perforada la mentalidad del cardenismo, y no teniendo los adalides de tal grupo las disciplinas científicas necesarias y consideradas para entender y aplicar todo el enjambre de ensueños y proposiciones socialistas, no dejó de hacerse pública una literatura conforme a la cual el soldado era un parásito, y como la versión iba tomando cuerpo y de un lado lastimaba a los miembros del ejército y de otro lado la opinión civil se creía víctima de un supuesto poder militar, el Presidente ordenó que los miembros de batallones y regimientos fuesen dedicados al trabajo de oficio; y al objeto los soldados, sin abandonar sus cuarteles, se convirtieron en albañiles, canteros, pintores, carpinteros y a todas aquellas faenas conexivas a la construcción de caminos, campos deportivos, puertos marítimos y aeropuertos.

La apariencia democrática que fue tal suceso en sus comienzos, pronto tuvo otros tintes. Tomóse tal conversión como una mera excentricidad oficial, y de esto se sirvieron los inconformes, pero principalmente los veteranos de la Revolución, para promover desconfianzas, frente a lo cual. Cárdenas se presentó anunciando la organización de colonias militares, no para agrupar en éstas a hombres armados, sino con el objeto de que los antiguos combatientes de la Revolución hallasen en ellas, tierras, techos e instrumentos de labranza, con todo lo cual podían formar su patrimonio personal.

Entre tanto se sucedían tales capítulos que atañían a los miembros del ejército nacional, el Presidente se vio obligado a echar mano de los soldados para restablecer el orden, alterado por los líderes políticos lugareños, y entre estos, contándose en primera fila tanto por su espíritu inquieto como por su caótico talento, el gobernador de Tabasco Tomás Garrido Canabal, quien después de su frustración como secretario de Agricultura, regresó a suelo tabasqueño.

Para el vulgo nacional, Garrido era un gobernante irresponsable, más partidario de la violencia y del atropello que de las ideas de un Socialismo sin Marx, que decía sustentar. No se vio en Garrido, a pesar de que los signos del caso eran sobresalientes, un paladín versátil y pueblerino de la grande y generosa República rural que era México durante los días que recorremos. Creyóse que Garrido estaba, poseído de una furia satánica, haciéndose omisión de su ingenuidad aldeana que a veces rayaba en revelaciones pueriles.

Había en Garrido un dejo de garibaldino, quizás como resultado del influjo que lo italiano tuvo en Tabasco hacia el final del siglo XIX; ahora que tanta incomprensión existió entre el gobernador y la gente común, que la presencia de Garrido en el gobierno de Tabasco producía un mal, superficialmente incurable al Estado mexicano. Suponíase, en efecto que Cárdenas era impotente para calmar los arrestos sociales y políticos de Garrido; y como en Tabasco, la noble sencillez lugareña tenía trazado un cuadro de horror en torno al gobernador, un líder político de mucho ánimo, como era el licenciado Rodolfo Brito Foucher, resolvió organizar una expedición civil, pero sin dejar de portar armas, para deponer a Garrido.

Al objeto, circundado por la admiración nacional que seguía creyendo a Garrido un mero diablo de la política, Brito Foucher acompañado de un grupo de jóvenes, llegó a Tabasco desafiando al gobernador, y como de esta osadía se produjesen otros males, el Presidente mandó al general Miguel Henríquez Guzmán a Tabasco (15 julio, 1935) con instrucciones de compeler a Garrido Canabal para que abandonase el estado, mientras el senado declaraba desaparecidos los poderes, lo cual aceptó Garrido a pesar de que tenía fama de ser violento y capaz de enfrentarse al propio Cárdenas.

El género de adalid lugareño, del cual fue prototipo Garrido Canabal, estaba dilatado a la República. Los gobernadores, en efecto, gozaban de una independencia que sin ser soberana, sí constituía un desligamiento de la unidad nacional. Así, el gobernador de Querétaro Saturnino Osornio, llevó a tantos extremos su independencia, que pronto adquirió fama de cacique necio y sanguinario; y aunque dada la omnipotencia de su autoridad no fue ajeno a los abusos más propios a su ignorancia que al deseo de causar males, no hay pruebas de que cometiera los negros crímenes que se le imputaron.

Ahora bien: si en los actos violentos que cometían las autoridades locales no existían los hechos repugnantes de que eran acusadas, en cambio las versiones populares, de las cuales eran corro las publicaciones periódicas, servían para inficionar a la República de desobediencias, hazañería y apetitos personales; y como en seguida del noviazgo de los repartimientos de tierras, reapareció la desocupación y la gente de campo no supo qué hacer, los alzamientos rurales se produjeron en Durango, Nayarit y Sinaloa.

Aquí, una audaz, valiente y desempleada juventud, más dispuesta a la aventura y al desorden que la defensa de la antigua propiedad rural, aunque estaba dirigida por propietario de tierras y comerciantes de Mazatlán, tomó el camino de una rebelión formal, cometiendo atropellos y violencias, dividiendo criminalmente a las familias, sembrando la traición en villas y aldeas.

Tanto prosperó aquel levantamiento sin bandera ni capitán honrado, que a pesar de las fuerzas competentes mandadas por el Presidente para restablecer el orden en Sinaloa, aquellos gavilleros, auxiliados por la gente rica, llegaron a amenazar al puerto de Mazatlán.

Y mientras tal sucedía en Sinaloa, en el estado de San Luis Potosí estaba incubándose otro alzamiento, del que era caudillo el general Saturnino Cedillo.

Sacado de la oscuridad, para que sirviera como comandante de los agraristas organizados durante la rebelión cristera, el general Cedillo, individuo ignorante y levantisco, se vio elevado, primero como callista y más adelante como cardenista, a la secretaría de Agricultura; y esto a pesar de que no tenía noción de lo que significaba ser secretario de Estado.

Ya como ministro, Cedillo, incitado por su rusticidad, creyó en su poder político personal; y en medio de su ruda naturaleza, y como líder de una masa rural apenas incorporada a la vida orgánica de México, pronto quiso ascender a la presidenciabilidad, provocando con ello desconfianzas y envidias entre sus colegas. También el general Cárdenas empezó a dudar de la lealtad de su colaborador, máxime que Cedillo no se detenía para ocultar sus pareceres contrarios por lo general, a los del Presidente.

De esta suerte, con su indigencia mental, Cedillo se fue aislando poco a poco del propio Cárdenas, poniéndose en la necesidad de renunciar a su función oficial; mas esto no para quedar quieto; pues minado por los reconcomios y proyectando la venganza, se retiró a su hacienda Las Palomas en el estado de San Luis, a donde desde luego se dedicó a preparar una subversión nacional.

Con mucha precisión estuvo informado el general Cárdenas acerca de los aprestos de Cedillo, y muchos y grandes esfuerzos emprendió el Presidente, principalmente por conducto del general Gildardo Magaña, a fin de disuadir a Cedillo de sus propósitos rebeldes; pero Cedillo, entregado a las maniobras sediciosas de sus consejeros, quienes le hicieron creer en la posibilidad de un triunfo fácil si aprovechaba la crisis originada por la expropiación petrolera, no hacía más que apresurar la sublevación, señalada para el 20 de mayo (1938).

Informado de la fecha aprobada por Cedillo, el presidente Cárdenas llegó a San Luis Potosí el 18 de mayo. Notable fue la valentía y entereza de Cárdenas, pues el cedillismo era dueño virtual de la capital del estado. Así y todo, el Presidente exhortó a los partidarios de Cedillo para que desistieran de sus actividades bélicas, y personalmente dictó las órdenes a fin de que se procediera con autoridad contra quienes concurriesen a la rebelión proyectada.

Para Cedillo, aquella pacífica exhortación de Cárdenas pareció una prueba de debilidad oficial, y por lo mismo, sin medir más las consecuencias de sus planes, se puso sobre las armas, no sin expedir un manifiesto declarándose a sí propio redentor y reconstructor de México.

No hubo en esta determinación de Cedillo maldad social ni política. Correspondía Cedillo a la veteranidad de la revolución rural de México, y por tanto no comprendía el valor y jerarquía de las leyes, ni tenía razón de la vida civil, ni alcanzaba a comprender aquella fase socialista, tan propia a la evolución y ambición de los caudillos políticos, que capitaneaba el cardenismo, ni atinaba el porqué de la nueva concurrencia a las ciudades. Cedillo ingresó a la Revolución como parte del más sano y limpio cuerpo rústico de México; y como tal se presentaba en aquella etapa guerrera del mayo de 1938.

En aquella rebelión iniciada el día 28, Cedillo no consideró los valimientos ni los instrumentos constitucionales. Sobre la ley colocó su alma primitiva, pero de noble ranchero; pero como no poseía capacidades de mando ni gobierno, entregó la dirección política de aquella aventura a gente que, ajena a las penas y ambiciones de la clase campesina, se quiso servir de ésta para medro personal.

De esta suerte, el general Cedillo colocado en el camino de la sedición, se halló al frente de cinco mil seiscientos agraristas armados, con setecientos mil cartuchos, quinientos mil pesos en manos de sus pagadores, dos aviones y trescientas bombas de dinamita de fabricación doméstica. Contaba además con el ofrecimiento de la policía municipal que en San Luis sumaba quinientas veinte plazas.

Para combatir a los alzados. Cárdenas comisionó al general Miguel Henríquez Guzmán, quien al frente de seis mil hombres, realizó una campaña emprendedora y efectiva, pues no sólo obligó la rendición de los principales núcleos cedillistas, sino que cercó al jefe rebelde, quien huyendo de un punto a otro punto, al fin quedó muerto en una emboscada (11 de enero, 1939).

Desaparecido Cedillo, el general Henríquez Guzmán, siguiendo las órdenes de Cárdenas hizo todo género de agencias humanas hasta lograr la rendición de todos los alzados, de manera que con aquella tarea persuasiva y comedida, logró que pronto la Huasteca potosina volviese a la paz y al orden con el contento general del país.

Con el frustrado levantamiento cedillista terminó la asociación que los revolucionarios mexicanos dieron a la política y a la guerra. En efecto, desde 1910 la idea bélica fue colateral de la idea política, de suerte que la procuración democrática siempre estuvo acompañada por la amenaza armada.

Advirtió también aquel fracaso de un caudillo agrarista como el general Cedillo, que el cuerpo rural de la Nación mexicana estaba ya, real y efectivamente, incorporado a la vida de México, de manera que no requería más de las violencias para alcanzar la meta política y social a la que aspiró la masa rústica desde los días del maderismo. De esta manera, otros serían en lo sucesivo los aspectos que presentaría el desarrollo orgánico de la Revolución; otros los designios de la gente; otra la esencia formativa del Estado nacional; otro, en fin, el horizonte de un pueblo que, sin un plan específico, abandonaba su tradicional rusticidad para converger hacia un mundo de trabajo calificado, de organización técnica, de poderosas instituciones públicas y de vocaciones humanas.

Desgraciadamente, todos esos esfuerzos encaminaban al país no al Estado nacional vigoroso fundamentado por la Constitución, sino a la repetición del Estado burocrático aconstitucional creado por el porfirismo, con sus métodos de rutina y de negación de los valores humanos.
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