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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 38 - SOSIEGO OFICIAL
MODO CULTURAL DEL GOBIERNO
Las disposiciones que el general Manuel Avila Camacho dio a sus primicias de gobernante, no sólo calmó, sino alentó a la grey católica para tratar de recuperar las muchas y cuantiosas pérdidas, que ya no sólo en bienes, antes también en almas,
sufrió la Iglesia durante las situaciones borrascosas suscitadas
por el Estado en defensa de su autoridad civil, de la Constitución
y de la paz; aunque sin considerar que una defensa basada
sobre el atropello y violencia, iba a producir un estado de cosas
que obligaría a los católicos a vivir bajo las amenazas de una
guerra inexplicable y prolongada.
Para los fines que los católicos se proponían al iniciarse el
sexenio ávilacamachista, y que no eran otros que la reconstitución
de sus obispados y feligresías, existían condiciones
adversas; pero éstas no se debían a la política del gobierno de
Avüa Camacho. Provenían de las luchas apellidadas religiosas,
que tanto conmovieron a México durante el primer tercio del
siglo, y se acrecentaban tales condiciones adversas, debido a la
pobreza en que se hallaba la Iglesia; a la mengua que, principalmente,
entre la clase rural, había sufrido la idea de Dios, no
como doctrina divina, antes bien como práctica religiosa.
Diez años después de la reanudación del culto y de la repacificación entre el Estado y la Iglesia, la fe católica se hallaba
abajo de los niveles de su poder catequista. Al efecto, reducido
el número de sus sacerdotes, tanto a consecuencia de las
persecuciones, como a la falta de seminarios y a la prohibición a
los clérigos extranjeros para oficiar en el país, por una parte;
crecido el número de la población nacional, por otra parte, la
congregación de los fieles había disminuido en cantidad y
calidad.
Además, los prelados, todavía expulsos durante el presidenciado del general Cárdenas, no dejaban de censurar al Gobierno,
tanto por las trabas que éste ponía a la reapertura de templos,
como debido a las actividades antirreligiosas del Socialismo; y
esas censuras no hacían sino agriar los ánimos y con ello
entorpecer el pleno ejercicio del culto.
No acontecería lo mismo al inaugurarse el período ávilacamachista. El nuevo Presidente, si no realizó un cambio radical
en la política hacia el clero, sí moderó la vigilancia a los establecimientos
en donde se impartía enseñanza confesional; y los
seminarios que trabajaban clandestinamente, y que debido a tal
ocultamiento y a su pobreza, estaban llamados a dar al país un
clero conspirador e ignorante, empezaron a tener función
pública.
Los templos, que en algunos estados fueron cerrados como
consecuencia de la violencia autoritaria, volvieron a la normalidad
del culto. Los obispos se reinstalaron en su diócesis poco a
poco; y la idea de Dios fue del dominio nacional. Ahora no sería,
como lo pretendiese el Estado, una manifestación sectaria;
ahora constituiría la suprema y respetada expresión y ser de la
conciencia individual, que ha de representar siempre la
probación de una existencia incuestionable de las libertades
públicas y divinas.
Tan deseoso estaba el país -y todo lo mismo entre ricos y
pobres, entre ateos y religiosos, entre oficialistas y gente de la
calle- de que llegase el día del respeto a los principios de
conciencia y razón, que si de un lado, el Congreso Misional
Diocesano pudo reunirse (enero, 1940) en los preliminares del
sexenio presidencial y tomar disposiciones de la fe bajo la
dirección del obispo Emeterio Valverde y Tellez, quien era
erudita persona; de otro lado, la masonería mexicana invocó
(diciembre, 1940) a los buenos ciudadanos y a los buenos
padres de familia, para volver a la idea de Dios en el seno de una
sociedad nacional unificada y compacta a fin de obtener el bien
de México y de los mexicanos.
Pero frente a este renacimiento de la idea de Dios, que era
dirigido y propagado por las clases selectas del catolicismo como
consecuencia de la exhortación de Pío XI, el Estado no obstante
la religiosidad del presidente de la República y del régimen de
tolerancia instaurado, se mantuvo en una posición de firmeza y
compromiso constitucionales.
Y, en efecto, aunque muy adulado por la grey católica, el
general Avila Camacho no desdoró su autoridad civil; pero como
tampoco podía dejar al margen de sus preocupaciones de
gobernante aquel irrefragable retorno a la idea de Dios, que
notoriamente se adueñaba de los filamentos populares, sobre
todo de poderosos núcleos ejidales, el Presidente tomó a su
cargo, con tino, la vuelta de México a la idea moral.
De esa suerte, tal idea se dirigió a la conquista de los planteles de enseñanza a manera de respuesta a la apellidada escuela
socialista; y con ello, Avila Camacho mandó que el secretario de
Educación proclamase la instauración de una escuela nueva,
que fue exornada por el subsecretario de Relaciones Exteriores
y apoyada por la Unión de Padres de Familia, que después de acaudillar la lucha contra el socialismo escolar, se prestó a cooperar con el Gobierno en una obra de rehabilitación pedagógica, aunque sin que por ello dejase de censurar el texto
socialista del artículo tercero constitucional.
No se detuvo el pensar oficial en esa primera reforma de
carácter escolar; pues penetró a un campo muy desdeñado
anteriormente; y al efecto, estableció la responsabilidad moral y social del magisterio, prohibiendo que el ejercicio de la
enseñanza fuese aprovechado para la propaganda de ideas
políticas. Además, fundó la supervisión cinematográfica, a
manera de evitar la producción o exhibición de películas hechas
con temas sobre las debilidades humanas. Asimismo mandó la
supresión de la prensa periódica que reproducía dibujos de
supuestas aventuras selváticas o criminales, capaces de exaltar o
degenerar las mentalidades infantiles o púberes.
Tales posturas que representaron un modo de la cultura
oficial y a las cuales estaba desacostumbrado el país, entonó a
los obispos, para emprender cruzadas espirituales dirigidas principalmente
a catequizar a la niñez; también a rehacer la
preocupación intelectual, en lo que respecta a la promoción de
ideas.
De las ideas socialistas que parecieron constituir el meollo
de una época de México, sólo quedó el licenciado Vicente
Lombardo Toledano con la categoría de inteligente, laborioso y
leal abanderado; aunque, en esos días de moderación ávilacamachista,
el socialismo de Lombardo ya no fue un pronunciamiento
político ni una dominación del proletariado. Hízose, en
cambio, una razón filosófica presidida por Nicolás Lenín, a
quien el propio Lombardo llamó inspirador futuro de los
partidos mexicanos; esto, acompañado de una crítica a la
democracia, vista como un medio del que se habría de servir
para establecer el Socialismo.
Pero si las ideas socialistas quedaron fuera del concurso y
algarabías cotidianas o cuando menos dejaron de corresponder
al mundo oficial, en cambio surgieron las de un neopopulismo
burocrático; y en seguida las del intelectualismo puro que
representaba el licenciado Ezequiel Padilla; y a lo mismo acudió
una refulgente élite literaria, que dio una abundante producción
impresa, que si no fue de muchas singladuras, sí tuvo consideración
de vasta fe patriótica.
Así, las ideas de la Revolución, entendidas éstas como la
manifestación práctica de la vocación creadora del pueblo,
volvieron a ser el tema del pensamiento nacional, que si se
mostró poco incierto, débil y aislado de la cultura universal, no
por ello dejó de significar un adelanto en la vida de la República.
Al mismo tiempo, en la Universidad Nacional, Antonio Caso
examinaba las categorías kantianas, la libertad humana y la
existencia de un Dios finito en el concepto de la filosofía de
Charles Bernard Renouvier; Alfonso Reyes daba curso sobre
retórica antigua y Oswaldo Robles hablaba de Descartes y Bergson, en tanto Samuel Ramos hacía un intento para explicar
las ideas filosóficas durante el virreinato y fundar con ello una
filosofía de lo mexicano; y esto no obstante que Ramos carecía
de ideas propias, por lo cual su procuración resultaba insubstancial.
En la Escuela de Jurisprudencia, entre las lecciones eminentes se señalaban las de Silvio Zavala, sobre las instituciones
jurídicas; de Salvador Azuela a propósito de las crisis del
Estado; de Andrés Serra Rojas, acerca del Derecho administrativo;
y en la facultad de Filosofía, disertaban en literatura e
historia Xavier Villaurrutia, Julio Torri, José M. Luján, Arturo
Arnáiz y Freg y Alfonso Teja Zabre.
La producción de literatura histórica fue un acontecimiento
de cantidad y calidad entre 1940 y 1945; a tal producción
contribuyeron Fernando Ocaranza, José J. Núñez y Domínguez,
Vito Alessio Robles, José Miguel Quintana, Sergio Méndez
Arceo, Jesús Romero Flores, R. Aguayo Spencer, Alberto María
Carreño, Jorge Flores Díaz, Luis Chávez Orozco y Federico
Gómez de Orozco; y de las prensas independientes salieron
trabajos de polémica escritos por Ezequiel Chávez y Rafael
Preciado Hernández contra la servidumbre del espíritu; de
Efraín González Luna acerca del hombre y el Estado; de Manuel
Gómez Morín a propósito de los regímenes políticos; de E.
Molina Font, en torno a la llamada reforma social.
Con todo eso, pareció como si el país estuviese esperando
nuevas auroras. Agustín Yáñez, Fernando Robles y Rafael F.
Muñoz, escribieron novelas; Alfonso Taracena, autobiografía;
Edmundo O'Gorman, crítica histórica; la literatura de José
Vasconcelos brilló en el firmamento nacional.
Ezequiel Padilla publicó un motivo político rozando el
origen de las libertades americanas; mientras Jesús Silva Herzog
intentó una historia del pensamiento económico, Arturo R.
Pueblita realizó una singular literatura infantil, José Muñoz Cota
y Ricardo López Méndez llevaron la poesía a expresiones de
muchas asonancias, Adrián O. Valadés, produjo una curiosa
crítica gramatical y Blanca Lydia Trejo inició un substancioso
trabajo pedagógico.
Surgieron al través de los años que remiramos, nuevas
revistas literarias; ahora que el numen poético mexicano no
siempre fue feliz; pero en cambio hubo centros de cultura como
el Pen Club que presidieron Enrique González Martínez, Rafael
Heliodoro Valle y Julio Torri; el Colegio de México con vanidosas
pretensiones de engrandecer el talento mexicano, bajo la
inspiración de Alfonso Reyes y la Asociación Nacional de
Abogados, institución de muchos relieves, dirigida por el licenciado
Raúl Carrancá Trujillo.
También las mujeres, representando la intelectualidad nacional femenina, acaudilladas por Adela Formoso de Obregón
Santacilia se reunieron y fundaron una Universidad.
Asociados a esas manifestaciones de cultura estuvieron los
congresos nacionales de educación, asistencia social, odontología,
historia, ciencias sociales e higiene; y asimismo, durante esa
etapa de estudio e investigación fueron fundados el Instituto de
Cardiología y el Hospital Infantil.
Ahora bien: como la idea de nacionalidad resurgió con
mayor interés y decisión en seguida de la oleada de Socialismo
marxista, ahora el mundo estudioso quiso conocer los orígenes
mexicanos; y si en Chihuahua fue descubierta una nueva zona
arqueológica, Yucatán tomó la defensa de sus ruinas, innoblemente
entradas a saco por coleccionistas y mercaderes; y de ese
mismo tema de investigación provino la celebración del IV
Centenario (febrero, 1943) de la fundación de Guadalajara a
donde un año antes se reunió el V congreso de Historia, bajo la
batuta de Antonio Pompa y Pompa.
Correspondió también a los modos de la cultura nacional, el
movimiento obrero. Las huelgas se apagaron; y no es que los
trabajadores tuviesen un nuevo y alto grado de vida. Debióse el
fenómeno a que el Gobierno ya no estimuló ni promovió
conflictos. El Socialismo se evaporó dentro del mundo oficial,
que procuraba enmendar las alegorías constitucionales sobre la
educación socialista.
Trabajando, pues, con lucimiento y efectividad se hallaba el
país, cuando acontecimientos de otro orden, aunque conexivos
al régimen político de la Revolución llegaron, si no a detener el
progreso económico de México, sí a interrumpir el modo cultural
del gobierno, reflejado en el florecimiento de las letras y del
pensamiento; también en la manera como el mundo oficial
correspondía con la presencia de sus más altos funcionarios a las
manifestaciones de artes y ciencias.
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