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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 39 - POSGUERRA
MOVILIZACIÓN AGRÍCOLA
Los repartos ejidales al por mayor, produjeron en la población rural del país, un estado de excitación y ansiedad que movió fácilmente el ánimo de los campesinos de un lado a otro lado; y si ciertamente desde los primeros días formales del
agrarismo (1924) aquéllos no faltaron a la lealtad que debían al
Estado por las donaciones de tierra y los innúmeros favores y
ventajas recibidos, en cambio no pudieron corresponder a las
que el país tenía de la producción agrícola.
Esto último no fue consecuencia de la ineptitud de los
campesinos; tampoco fracaso preciso de los sistemas de
dotaciones y repartimientos. Debióse el fenómeno a que para el
nuevo orden del trabajo, producción y distribución, se requería
el ejercicio del mando, y éste, que encierra el arte más difícil
para el género humano, no podía ser improvisado. Los ejidatarios
sabían sembrar y cosechar; pero ignoraban qué hacer para
organizar siembras y cosechas, puesto que la agricultura
nacional no iba a depender de los esfuerzos aislados y personales
de cada individuo. La formación, pues, de una clase selecta
rural, capaz de mandar política y ruralmente, fue un fenómeno
a desarrollarse con lentitud; y antes de que fuese una realidad,
los cultivos tenían que sufrir demoras y perjuicios; y ese estado
de perjuicios y demoras constituyó una crisis agrícola —la más
profunda desde los días de la Guerra Civil; aunque también la
más provechosa, puesto que de ella estaba llamada a nacer una
economía agrícola nacional.
Si no era origen de aquella situación, sí en sus efectos estaba instruido Avila Camacho al iniciar su sexenio presidencial, sobre
todo porque teniéndose como inminente una guerra mundial y existiendo un déficit general de artículos alimenticios, muchos
eran los temores de que la producción de cereales, ya tan
mermada, continuase siendo insuficiente a los requerimientos
del país.
Así, sin contrariar los repartimientos ejidales y sin abandonar el culto del agrarismo, las dotaciones y restituciones continuaron
en el programa oficial; ahora que éste desde el trance
político de 1928, siempre tuvo deformaciones sobre todo en lo
que respecta a cifras, de manera que los números concernientes a
tierras y campesinos requieren ser remiradas con cuidado extremo.
Tan habitual se hizo alterar las cifras en materia agrícola,
que la secretaría de Agricultura informó en 1942, que el área
cultivada en el país ascendía a seis millones setecientas mil
hectáreas, es decir un millón setecientos mil más de las que
figuraban en los informes oficiales de 1938.
Un acrecentamiento de tal proporción habría dado a México
un aumento en sus cultivos con capacidad para cubrir el déficit
de granos, y no era así; y ello a pesar de que a partir de 1940,
se dilató el uso de fertilizantes con lo cual las tierras lograron
mayor producción.
Esto no obstante, y como si las justas esperanzas de la clase
rural hubiesen bastado para acrecentar las cosechas, no sin
asombro, el país contempló una cosecha (1942) de algodón que
en cifras comprobables ascendió a ciento quince mil toneladas,
equivalentes a quinientas mil pacas.
También la producción de coquito subió a once millones de
kilogramos recogidos de cinco millones de plantas, cultivadas en
diecinueve mil hectáreas. Asimismo, los cortes de naranja
sembrada en once mil hectáreas, dieron doscientas diecinueve
mil toneladas de frutos.
El cultivo de arroz arrojó una cosecha de ciento catorce mil
toneladas, mientras que Tabasco exportó siete mil racimos de
plátanos; y también de origen tabasqueño, aunque asociado éste
al cultivo veracruzano fue la vainilla enviada al extranjero, por
valor de cuatro millones de pesos.
Pero el acontecimiento central de este nuevo capítulo
agrícola, que evolucionaba conforme iba siendo organizada la
clase selecta y directora rural, se manifestó en el estado de
Sinaloa.
Aquí, después de algunos disturbios en el sur sinaloense,
ocasionados por repartimientos que lesionaron intereses de
pequeños propietarios, los agricultores iniciaron una era de altos
y preciados cultivos en las comarcas de Culiacán, Ahome y Guasave; y al caso, procedieron a asociarse, expeditándose con sus propios créditos y estimulándose con las promesas del Estado de construir obras de irrigación capaces de beneficiar la hermosa y rica zona costanera del estado.
Y ciertamente, el gobierno nacional a continuación de los
repartimientos, y guiado por la tolerancia legal y honorable de
Avila Camacho, realizó tantas procuraciones para fijar la
confianza rural, que los cultivos empezaron a dilatarse en el
país; ahora que no todas las tradicionales zonas agrícolas
respondieron a los proyectos del Gobierno. Los fraccionamientos
agrarios debilitaron tanto el esfuerzo humano y causaron tan
profundo decaecimiento en la jerarquía rural, necesaria a la
defensa moral del campesino, que la producción continuó
disminuyendo, sin esperanzas de alcanzar una rehabilitación
pronta y eficaz.
En Oaxaca, las irregularidades de su suelo, la dilatada superficie montañosa y la escasez de agua, eran agentes naturales que
se oponían al plan oficial de movilización agrícola, mientras en
Morelos, a donde los terrenos de sembradío ofrecían más
perspectivas, existía una gran carencia de brazos; pues como el
salario del peón fluctuaba entre un peso veinticinco centavos y
un peso y medio, los labriegos emigraban a la ciudad de México
o a Puebla y Veracruz. Este problema del trabajo barato en Morelos, hizo considerar al Presidente sobre la necesidad de crear fuentes laborales
en Cuernavaca, y al caso se inició una política de construcciones
privadas, llevadas al objeto de convertir a la capital de Morelos
en un centro de recreo y descanso, con lo cual la población
comenzó a prosperar. Además„el gobierno estableció un sistema
de disimulo a fin de que los campesinos pudiesen talar los
bosques para hacer carbón vegetal, con lo cual Morelos fue el
centro de abastecimiento para los combustibles domésticos en
el Distrito Federal; y esto, como se dice, gracias al disimulo,
puesto que en febrero del 1942, el Presidente expidió un
decreto prohibiendo el uso de braceros y estufas que quemasen
carbón vegetal o leña, estableciendo al objeto zonas vedadas con
una superficie total de seis millones de hectáreas.
Ahora bien: entre los agentes principales que sirvieron a
estimular un movimiento nacional de alta producción agrícola,
se contó el de los altos precios que en la exportabilidad
alcanzaron el henequén y el café. En efecto, las zonas cafetaleras
mexicanas, venidas a menos desde la Primera Guerra Mundial,
como consecuencia de la grande e incontenible
competencia de Brasil y Colombia, ahora, al iniciarse la nueva
conflagración, y como resultado del convenio interamericano
del café (noviembre, 1941), resurgieron rápidamente, restando
ventas destinadas al consumo nacional, con el objeto de
concurrir a los mejores precios extranjeros.
Respecto al henequén, fibra necesaria a las actividades
bélicas, la producción de Yucatán, no obstante los tantos
tropiezos ocasionados por la expropiación de fincas; tropiezos a
los cuales la Suprema Corte de Justicia dio una tregua, amparando
(noviembre, 1941) a los hacendados; la producción
henequenera yucatanense, se dice, aumentó durante el primer
año del sexenio de Avila Camacho de ochenta a ciento ochenta
mil pacas.
Pero si esos renglones de la producción agrícola resultaron
favorecidos por la guerra, en cambio los precios de los artículos
de primera necesidad empezaron una carrera ascendente. El
comercio halló un motivo como fue el de la supresión de importaciones
de granos, no sólo para hacer ocultaciones, sino para
elevar los precios de los comestibles, por lo cual el Gobierno
facultó a las empresas semioficiales Nacional Distribuidora y
Compañía Exportadora e Importadora, para que, utilizando
todos los créditos bancarios, procediesen al país los abastecimientos
de boca necesarios tanto para evitar las escaseces, como
a fin de competir con el mercado particular.
De esta disposición se originó una rivalidad entre los intereses privados y los públicos, que no benefició al mundo
popular ni al Gobierno, y sí sirvió para hacer negativo el intervencionismo
estatal, no obstante los notorios propósitos que
generosamente persiguió el Estado.
No ignoró Avila Camacho esa condición del ánimo popular,
y como era hombre que sin retroceder de sus propósitos,
siempre hallaba el camino de la composición equilibrada,
aprovechó la coyuntura para dedicar los créditos oficiales, no
tanto a fin de financiar a los ejidatarios, en quienes no tenía la
fe que en ellos pusiera el general Cárdenas, cuanto para estabilizar
los nuevos modos de la economía rural; y al efecto, mandó
que el Banco Ejidal abriese un crédito hasta de treinta millones
de pesos para maquinaria agrícola; y con esto, los campos, pero
principalmente los ejidos establecidos en tierras de riego y humedad, empezaron a poblarse de tractores, iniciándose con lo
mismo una nueva era de la agricultura nacional.
Además, no fue menos importante, por lo que respecta a la
movilización de la economía rural nacional, la medida que dictó
el gobierno al autorizar la exportación hasta de trescientas mil
cabezas de ganado macho, gracias a lo cual no sólo la República
recibió una entrada de divisas extranjeras, sino que alentó a la
ganadería de Chihuahua y Sonora; también sirvió el acontecimiento
para proporcionar un nuevo estímulo a la agricultura en
el noroeste, que empezó a dilatarse hacia el norte de Nayarit a
donde prosperaron los cultivos de tabaco y maíz.
De esos progresos en las comarcas noroccidentales nacieron
los proyectos para represar las aguas de los ríos Yaqui y Fuerte,
abriéndose nuevos caminos a los sistemas de irrigación, así como
a los regímenes hidroeléctricos.
Si los resultados de la movilización agrícola proyectada y
dirigida por el gobierno de Avila Camacho, no fueron conocidos
en los primeros dos años de la Segunda Guerra Mundial, puede
decirse que aquel gobierno discreto sentó las bases para dar
redondez a la economía rural.
Presentación de Omar Cortés Capítulo trigésimo nono. Apartado 1 - Consecuencias de la guerra Capítulo trigésimo nono. Apartado 3 - Las áreas metropolitanas
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