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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 39 - POSGUERRA
EL ATENTADO POLÍTICO
El general Manuel Avila Camacho, no obstante su carácter tranquilo y sus maneras afables, era individuo de muchos arrestos voluntariosos; ahora que tenía la cualidad bastante y considerada, para saber ocultar sus ímpetus, con lo cual hacía creer al vulgo ser hombre acomodadizo y a veces víctima de sus propias
emotividades. Nada de esto último había en Avila Camacho. Su
resolución, sin embargo, estaba contenida por una templanza
muy española; y esto le hacía aparecer contrario a todas las
funciones atropelladas.
Así, la República vivió los dos primeros años del presidenciado ávilacamachista engañada respecto a la calidad del Presidente;
y como éste inició su ejercicio entre persuaciones y
tolerancias, dio la idea de que era gobernante débil, lo cual,
como es natural, estimuló, dentro del mundo oficial, a quienes
tenían ocultas ambiciones de mando, para preparar todos los
medios posibles a fin de provocar una crisis desfavorable al
Gobierno.
Pronto, sin embargo, iban a desengañarse los políticos del
error de creer que Avila Camacho era un hombre bondadoso,
elevado a la presidencia por la sola gracia y capricho del general
Cárdenas.
Al valor de Avila Camacho para hacer pública su fe católica,
a pesar que desde la Reforma los presidentes habían ocultado su
credo religioso, y no obstante que supo de antemano que sus
palabras iban a herir el criterio de Cárdenas y los intereses del
cardenismo; al valor de Avila Camacho establecido de una manera
que no daba lugar a dudas su independencia y arresto, se
siguió la política de atraer a quienes habían sido sus enemigos
electorales, lo cual constituyó un acto sosegado de prudencia
premeditada; aunque inspirada por Alemán.
Y, al efecto, se atrajo a los caudillos del almazanismo, a
pesar de que estaban todavía tibios los efectos de la campaña de
1940, dándoles funciones en la administración; y aunque la
sociedad aplaudió el espíritu de armonía del Presidente, dentro
del mundo oficial, todo aquello se comentó como acto de inexperiencia
de Avila Camacho.
Pronto se vería que tal juicio era falso; pues llegado el día
para la designación de los ministros de la Suprema Corte de
Justicia, Avila Camacho envió al Congreso la lista de sus elegidos
que, de acuerdo con la realidad legal, debería ser aprobada. No
fue así. La mayoría de los señores senadores se rehusó a ratificar
los nombramientos de Felipe Tena y Teófilo Olea y Leyva,
debido a que ambos habían sido líderes principales del almazanismo.
Para Avila Camacho, la actitud del Congreso tuvo las características de un voto de censura, inexplicable dentro de un régimen
presidencial de obsecuencia congresal, puesto que tal
género de votos no hacían sino disminuir la jerarquía del Presidente.
En vista de lo acontecido, el Presidente llamó al secretario
de Gobernación Miguel Alemán y le pidió que le redactara la
renuncia de Presidente constitucional de los Estados Unidos
Mexicanos.
Alemán, ya con el documento firmado por Avila Camacho,
reunió a los líderes del Senado y Cámara de Diputados y les
hizo saber cuál era la resolución del Presidente, y el grave trance
al que exponían al país en el caso de que el Senado persistiera
en actitud injustificada, puesto que no existía ley alguna que
prohibiera ser ministro de la Suprema Corte a los miembros de
un partido político contrario al victorioso; y tan grande y poderosa
fue la razón del Presidente; tanta la decisión cívica y política
de éste para no permitir la minoración de su jerarquía, que
los senadores convinieron en el error y aprobaron la petición del
Ejecutivo.
Quedó, sin embargo, muy justificado el hecho, de que en el
poder Legislativo existía un ambiente no tanto de desdén, cuanto
de pretendida autoridad sobre Avila Camacho, originado por
el menosprecio que hacia el nuevo Presidente sembró el almazanismo;
también la idea de que Avila Camcho era un improvisado
y llevaba los asuntos de Estado con mucha dejadez, máxime que
para el trato con los legisladores había dado facultades, casi
extraordinarias, al diputado Leobardo Reynoso, individuo dueño
de hoteles y ranchos, conforme a documentos categóricos;
quien daba al Presidente informes políticos exagerados. En cambio,
daba relieve al Gobierno, la presencia en el Gabinete de
Miguel Alemán, Ezequiel Padilla y Eduardo Suárez, sobre todo
del primero, en quien la opinión pública reconocía un inteligente
y equilibrado espíritu político, un pulso fuerte a par de tolerante
y una visión progresista, aunque afeábale una inclinación a
la aconstitucionalidad electoral.
La aparente dejadez del presidente Avila Camacho repercutía
hondamente en la República, y producía disgusto entre los
antiguos jefes del ejército; ahora que cuando el Presidente intuía
la gravedad de una situación acudía en el acto a remediarla. Para
esto, poseía un talento despejado y sobre todo unas maneras
persuasivas, aunque siempre guiadas por sus intereses políticos
de partido.
El capítulo de la gobernación no dejó de provocar temores
nacionales; porque en ocasiones degeneró en crímenes de
carácter político. Uno de estos, fue el asesinato (marzo, 1942)
del gobernador del Estado de México Alfredo Zárate Albarrán,
que si obedeció al influjo del alcohol y de la violencia callejera,
no por ello dejó de alarmar.
Un segundo crimen político, que estuvo circundado del misterio como había acontecido con el ocurrido en junio de 1936,
en la persona del líder político veracruzano Manlio Fabio Altamirano,
fue el del gobernador de Sinaloa Rodolfo T. Loaiza.
Este, pretendió en 1942, imitar la hazaña del licenciado
Alemán realizada en 1938, al convertirse de autoridad política
veracruzana, en caudillo de los gobernadores. Y al efecto,
Loaiza reunió a gobernadores en una conferencia (febrero.
1942) con el aparente objeto de hacer una coligación de los
estados del Pacífico, para la supuesta defensa de la zona costanera
occidental, en el caso de que ésta fuese objeto de una
agresión extracontinental.
La materia, que no correspondía a la autoridad de un gobernador, produjo molestia al presidente Avila Camacho; y como
Loaiza era individuo nada vulgar y excepcionalmente emprendedor,
y a estas cualidades asociaba la viveza de un ingenio, su
lealtad hacia los amigos y la pureza de sus ambiciones políticas,
por todo lo cual se había ganado envidias, recelos y despechos
de sus enemigos; éstos aprovechándose de la pueril preocupación
presidencial y el disimulo de Macías, pusieron en juego los
más indecorosos intereses políticos y mercantiles, para fraguar
el asesinato del gobernador.
Al efecto, en el sur de Sinaloa, y desde 1937, como ya se ha
dicho, existía una situación casi bélica, debido a que la aplicación
al por mayor de la ley agraria, había lesionado los intereses
de algunos propietarios de despreciables antecedentes e insaciables
apetitos monetarios, quienes ajenos a la responsabilidad
patriótica y social, no dejaron de fomentar la subversión, sirviéndose
de ingenuos a par de valientes y arrojados rancheros;
también de bandoleros y asesinos profesionales como El
Culichi.
Esas condiciones semibelicistas, a las que no eran ajenas
antiguas casas españolas establecidas en Mazatlán, que a través
de sus jefes de mostrador o contadores, abastecían de armas y
dinero a los sediciosos, como lo prueban documentos escritos,
apoyaban al general Pablo Macías, quien estaba candidatizado al
gobierno de Sinaloa; y quien, no tanto por maldad, sino por
torpeza propia a su ignorancia, alimentaba las pasiones contra
Loaiza, todo lo cual no hacía más que estimular, en alzados y
terratenientes, la creencia de que mediante un golpe de audacia
podían llegar a adquirir autoridad para conservar sus tierras, ya
sirviéndose de Macías, ya por su propia cuenta.
En medio de aquella situación caótica, y convencidos los
revoltos actuantes y vergonzantes de que no prosperaba la sedición,
gracias al talento, diligencia y bizarría guerreros del general
Jesús Arias Sánchez, Comandante militar en el estado, resolvieron
recurrir al crimen, asesinando a un hombre, que no era la
causa de lo que ocurría y que poseía virtudes personales y políticas
superiores a todos los políticos sinaloenses. Al caso, como
para llevar a cabo sus planes les ayudaba la extrema confianza
en que vivía el gobernador, los criminales alquilaron el brazo de
un vulgar dipsómano, pendenciero y asaltante llamado Rodolfo
Valdés, quien a balazos mató a Loiza y otras personas, el 21 de
febrero de 1944; y esto a la vista de la sociedad de Mazatlán,
que concurría a una fiesta de Carnaval presidida por el gobernador.
La muerte de Loaiza crimen tan punible como repugnante
fue como un excitante para el asesinato político, puesto que a
solo seis semanas de lo ocurrido en Mazatlán, el teniente J.
Antonio De la Lama y Rojas, disparó una arma de fuego al
pecho del presidente Avila Camacho.
El atentado ocurrió en el patio de honor del Palacio Nacional; y Avila Camacho habría sido muerto, si no le defiende del
impacto, el chaleco blindado que usaba.
Salvóse también Avila Camacho del disparo hecho por De la
Lama, gracias a su serenidad y arresto; pues se abalanzó recia y
valientemente sobre el asesino, desarmándole; y cuando los
ayudantes presidenciales, que no habían tomado ninguna precaución
para cuidar la vida del Presidente, pretendieron, a manera
de justificar su descuido, matar al agresor, Avila Camacho lo
evitó y llevando consigo al atacante al despacho presidencial, le
interrogó sobre el móvil del atentado; y todo esto, con extraordinaria
tranquilidad y medida, de manera que con ello reveló los
muchos quilates de su equilibrio personal.
A todo cuanto el Presidente interrogó, De la Lama respondió
con serenidad manifiesta, que él era el único responsable del
atentado, diciendo haber sido movido a tan criminal acción por
la desesperada situación económica en que se hallaba como
oficial del ejército; situación a la que no encontraba remedio,
puesto que se había dirigido en varias ocasiones al Presidente y
al titular de la Defensa, en demanda de atención y auxilio para
él y sus compañeros militares, sin que sus exposiciones y ruegos
merecieran respuesta.
Convencido Avila Camacho de que el agresor decía la verdad,
mandó que éste fuese entregado al cuerpo de guardia del
Palacio, para que a su vez lo pusiese a disposición de las autoridades
judiciales militares competentes; y así se hizo; aunque
horas después,el general Maximino Avila Camacho, hermano del
Presidente, reclamó al prisionero y como le fuese entregado,
mandó que en el acto lo matasen a balazos.
De la Lama, joven inteligente y audaz, con ciertos gustos
literarios, víctima de la desesperanza, no dejó de ser producto
de las desazones que se advertían entre la oficialidad del ejército
y del ambiente de venganzas y odios que existían en Sinaloa, a
donde vivió temporalmente e hizo ligas de amistad con quienes
fomentaban la sedición.
Tan grave acontecimiento, si de un lado conmovió intensamente
al país, de otro lado sirvió para debilitar la figura del
presidente Avila Camacho; y como se creía que éste no sería
capaz, tanto por la cortedad de ánimo que se le atribuía, como
por los muchos problemas que se le presentaban, de dirigir la
política electoral que se avecinaba, una revuelta nacional
pareció inminente, máxime que los sinarquistas proyectaron un
golpe de audacia (Julio, 1944) en el campo Militar número 1,
valiéndose de la inexperiencia de jóvenes reclutas.
Asociada a la sublevación, que parecía incuestionable,
estaba la desfavorable contabilidad, para el sexenio ávilacamachista;
pues el Presidente no fue hombre capaz de penetrar
a todos los renglones de la vida nacional haciendo innocua en el
orden constructivo su labor personal; y como a esto se agregaba
su negligencia y pereza particulares y era delicado de salud e
ignorante en las causas de las miserias de México (aunque todo
esto lo substituyó con sus finezas, tolerancias y el gran elenco
que le circundaba y que presidía Miguel Alemán), todo eso
acrecentó la idea de que no reinaría la paz al final del presidenciado.
Presentación de Omar Cortés Capítulo trigésimo nono. Apartado 3 - Las áreas metropolitanas Capítulo trigésimo nono. Apartado 5 - La victoria aliada
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