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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 40 - OTRA POLÍTICA
LA EXPANSIÓN POPULAR
La paz nacional, el desarrollo de las fuentes de trabajo, la disminución de las defunciones, el mayor número de seguridades ofrecidas a la vida, el desenvolvimiento de las comodidades domésticas, los progresos en la enseñanza y las incontenibles
manifestaciones y aplicaciones de la ambición humana despiertas al compás de la Revolución dieron nuevo calor a la vida nacional; pero principalmente a la vida popular que a la mitad de nuestro siglo presentó caracteres semejantes, en lo que respecta a las actividades económicas, educativas, técnicas y civiles que existían hacia los primeros años de la centuria.
Correspondió esa expansión de la vida popular de México a la
expansión de la vida popular universal. No era, pues, la
República mexicana, una singularidad; y si hubo alguna
desemejanza con otros países, éstas se debieron a que en México
prevalecía el tema de la Revolución, con lo cual los sucesos
todos poseían modalidades propias y sobre todo paralelas a la
idiosincrasia de la nación; y aunque el crecimiento demográfico
que se observó y se probó en el país, no podía ser atribuido a la
Revolución, puesto que era consecuencia de un normal desarrollo
orgánico auxiliado por los bienes que proporcionan la
paz y los progresos de la ciencia mundial, de todas maneras es
incuestionable que dentro de ese desenvolvimiento no faltaron
justificados títulos a la Revolución. Tal vez eso mismo que se
desenvolvió bajo el signo revolucionario, hubiese sido posible
bajo el régimen porfirista; pero esto, que por ser únicamente
conjetural puede estar en dudas, se convirtió en realidad
verdadera al nombre y sombra de la Revolución. Y el fenómeno
lo reclamó para sí, y con explicable justicia, el partido de la
misma.
Al efecto, y no obstante que la mayoría de los funcionarios
del Estado no correspondían a los fundamentos de la Revolución,
ya nadie vaciló en ostentarse como partidario o
admirador de la Revolución y aun en apedillarse revolucionario.
No aconteció igual dentro de la gran masa popular. En ésta,
lo único que se persiguió fue saborear las ventajas que producía
el progreso y éste no se explicaba al través de la Revolución,
sino del buen gobierno. Buen gobierno era, para la mayoría
nacional, aquel que abría centros de trabajo, hacía el arrendamiento
de la vivienda barata, ponía en circulación mayores
sumas de dinero, subía los salarios y poseía los medios para que
los mercados públicos fuesen abundantes.
El mundo popular no podía quejarse de los beneficios traídos
por la Revolución. El índice general de alimentación que en
1942 era de 170.11, al llegar 1950, ascendió a 192.12. Y la
gente, no obstante el crecimiento de la población, vistió mejor.
Así lo comprueba la estadística, advirtiendo que el indicador
que en 1942 marcaba 219.84, en 1950 ascendió a 298.10.
Hay un suceso que enseña el desarrollo de las capas sociales
más pobres de México. Tal suceso se registró en la vida
hogareña; pues al efecto, durante la década de 1940 se observó
una evolución en el servicio doméstico. El sueldo promedio
mensual de una fámula, que era de veintiocho pesos, después de
diez años fue de cincuenta y siete; y el aumento resultó superior
comparado con el alza en el precio del vestido. El índice general
de ropa para obrero que en 1940 era de 87.05, ocho años
después fue de 121.11. El precio de zapato, en el mismo plazo,
sólo subió doce puntos.
En la ciudad de México, el acrecentamiento de plazas en las
salas de cinematógrafo, llegó en el primer año del sexenio de
Alemán a cuarenta y cinco mil; y el ingreso anual de este espectáculo
a ciento treinta millones de pesos.
Ese nuevo estado de la vida mexicana fue alcanzado hacia
1950, debido al progreso de la población económicamente
productiva. Esta, durante una década tuvo un crecimiento de
tres millones de individuos, de los cuales dos y medio hallaron
empleo. Así el poder productivo del país se hizo manifiesto.
El desarrollo de tal población corrió colateral al demográfico, dentro del cual se observó un desenvolvimiento mayor de
número de habitantes en el campo. Así, México tuvo catorce
millones ochocientas mil almas dentro de la vida rural y nueve
millones novecientos ochenta y tres mil en las zonas urbanas.
Estas, pues, registran un aumento de 5.9 por ciento.
La producción agrícola alcanzó, en los días que examinamos,
un total de mil quinientos veinte millones de pesos. La
manufactura subió en diez años, mil seis millones de pesos,
modificando con ello más importantes fases de la vida
mexicana.
Los precios de los artículos alimenticios ascendieron desde
los comienzos de la Revolución a los días que recorremos en un
promedio de ciento treinta y nueve por ciento; pero los salarios
urbanos registraron un alza de trecientos sesenta y cuatro por
ciento. Los ingresos de la gente rural, se fijaron en un número
medio anual de seiscientos pesos. No se podía, pues, hablar de
riqueza ni de bienestar; pero fue posible observar una evolución
más allá de las áreas metropolitanas.
Dentro de la pequeñez del ingreso rural per cápita, las comunicaciones con vehículo de motor al través de la República,
se desenvolvieron en todas las direcciones del país, circulando
en México dieciocho mil cuatrocientos autobuses, que unidos a
ciento once mil camiones y ciento setenta y tres mil automóviles
hacen una suma para el movimiento de pueblos y ciudades.
No dejaron de advertirse, por supuesto, estados anímicos
angustiosos dentro del país. Debiéronse a los excesos de vida en
una clase rica, que sin obtener mayores ganancias, gustaba vivir
tan frivolamente que producía el hartazgo social; y frente a tal
clase se halló una pobretaría en la cual se hincaron los vicios y
las enfermedades. Sin embargo, los vicios de conformación, así
como las defunciones por alcoholismo que en la década de
1930, constituyeron un azote incesante para la nacionalidad,
disminuyeron.
La condición del pauperismo no sólo se manifestó entre la
clase rural, sino también entre el pueblo urbano. Los barrios
proletarios de la capital nacional tuvieron que ser obligatoriamente
despiojados por las autoridades de salubridad. Las
viviendas pobres fueron desocupadas a menudo con violencia,
por la falta de higiene que la gente de barrio tenía por costumbre,
debido a la escasez de habitación o al aumento en los
alquileres.
Esa situación de pobreza que, ya amarga, ya ensombrecedora,
se debió (1950) a que el ingreso nacional correspondió al 8.4
por ciento de la población económica activa, en tanto que el
cuarenta y tres por ciento de tal ingreso quedó para ser distribuido
entre el 91.6 por ciento de la población no activa. Esta
desproporción, que provino de la cortedad de los recursos
físicos del país, produjo tan grandes desniveles, y desemejanzas,
que el mundo popular sin alcanzar a penetrar en los verdaderos
conflictos de la geografía nacional, los atribuyó a los monopolios del Poder y a los privilegios de los caudillos políticos,
si los documentos los verifican, el vulgo los acrecentó.
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