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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 40 - OTRA POLÍTICA

EL MILLONARISMO MEXICANO




Como ya se ha dicho, el licenciado Miguel Alemán inauguró su sexenio presidencial llevando, de manera principal, la idea de realzar y movilizar los recursos físicos de México, que por ser pequeños en su contenido efectivo, no habían merecido una política específica. Pero junto a esa idea central, Alemán quiso dilatar y hacer prácticas dos ideas más, también de índole económica. Una, organizar un capital de origen, aprovechando los recursos naturales, alentando y protegiendo la inspiración creadora, instaurando el principio de laboriosidad nacional como energética del Estado, y dando al presidencialismo una representación de omnicompetencia, esto es, que tenía capacidad para penetrar y cumplir las demandas de una época progresista.

Otra idea de Alemán fue la de no desaprovechar las intenciones inversoras del capital extranjero, pero sometiendo a éste dentro de la más estricta sujeción a las leyes del país, acompañando esta medida a un sentido de previsión, de manera que aun cuando el capital forastero se retirase de México, la República no sufriese las consecuencias de tal emigración como había acontecido en 1946 y 1947.

En la realidad, y porque comprendió que no era posible que el Estado albergara en su seno todas las ambiciones ni tampoco las pudiese rechazar, puesto que ello equivaldría a restablecer en México una condición de individualismo endémico, Alemán quiso dar cauce a la impetuosa corriente que advertía los preliminares de una clase rica mexicana; y no de una clase rica intermitente, como había sucedido durante el régimen porfirista, sino un filamento social permanente, capaz de ser un instrumento para la estabilización del gobierno, sociedad e instituciones del Estado.

El amanecer de esta clase, que constituía la crema civil de la Revolución, así como la clase gobernadora del país había representado la crema guerrera de la propia Revolución, no era un fenómeno fortuito. Era la consecuencia de una evolución orgánica y creadora, cuyos primeros síntomas, de carácter notoriamente formativo, fueron observados en torno al enriquecimiento súbito, aunque inexplicable para el vulgo, de los contratistas de obras oficiales, de un lado; de los altos funcionarios públicos, de otro lado.

En efecto, hecha costumbre vituperable —pero de todas maneras costumbre— la disposición de los contratistas de ceder el diez por ciento del valor total de sus contratos a los funcionarios del gobierno a manera de suceso aprobado con la tolerancia oficial y privada, pronto se advirtió que en el país nacía una clase rica emanada de la pródiga actividad del Estado; y como el origen de las fortunas de tal linaje no contrariaba las leyes de la República, ni causaba daños materiales a terceros, ni existían medios para evitarlo, ni era causa de escándalo social, puesto que tal regalía no siempre quedaba en unas manos, sino que era repartida, dando lugar a la fundación de ahorros, ya grandes, ya pequeños, el país toleró ese sistema de enriquecimiento, máxime que al mismo llegó un extraordinario movimiento de moneda que favorecía nuevas fuentes de trabajo, acrecentamientos de salarios, aumento en el número de consumidores.

Grande fue así, como se ha dicho arriba, el volumen monetario con lo cual el país se sintió seguro de haber abrazado una nueva época de prosperidad; ahora que al influjo de tal concepto popular, se despertaron poderosos apetitos de dinero, y como los salarios oficiales no ascendieron de acuerdo con aquel acrecentamiento de pesos y valores, ni existían posibilidades generales para obtener ganancias súbitas de otro género, ni las derramas de beneficios alcanzaban a todos los empleados superiores del gobierno, los apetitos inconfesados empezaron a servirse de todas las oportunidades de lucro, y los negocios y exacciones individuales adquirieron extraordinario auge, de manera que el propio Gobierno fue impotente para acabar con las amenazas que presentó tal bonanza administrativa, que crecía más y más, porque dentro del Estado había una red de intereses, cuyas partes se defendían entre sí y podían burlar las investigaciones y disposiciones dictadas por el Gobierno. Todo esto, era incuestionablemente resultado de un Estado burocrático, iniciado en 1935.

Así, el dinero se hizo abundoso, emprendedor y agresivo. El valor acumulado de las inversiones que en 1946, al terminar la Guerra Mundial, era de dos mil ochocientos millones de pesos, suma que incluía a los capitales refugiados, cuatro años después, ya realizada la desvalorización monetaria y emigrados los capitales extranjeros de ventura, sumó cuatro mil novecientos millones de pesos, lo cual significó el aumento más considerable obtenido en la vida doméstica de México, máxime que tal valor correspondía en un 72.2 a mexicanos. La idea, pues, de organizar una clase rica mexicana, se cumplía. La evolución orgánica del país correspondió a la ley del determinismo económico.

Al suceso se agregó un fenómeno señalado claramente por las estadísticas: al aumento del dinero mexicano correspondía una disminución del dinero extranjero invertido en el país. La idea de nacionalidad, que había marchado paso a paso, primero haciéndose patente en el medio rural; después, en el orden político; más adelante en la esfera mercantil, ahora constituía una realidad dentro de la economía nacional. Lo increíble de 1908, cuando el ministro de Hacienda José Yves Limantour, afirmaba la imposibilidad de dar vida a una economía puramente mexicana, en 1950 fue una realidad verificada.

Gracias a este desarrollo, el Estado se libró de la pesadilla de los empréstitos extranjeros que durante un siglo habían servido a los presupuestos nacionales que constituían el meollo del Gobierno. Ahora, tales empréstitos ya no eran necesarios a las rentas de la hacienda pública. Ahora un sistema de créditos extranjeros formaban en el caudal de la riqueza social del país. Así, en 1950, los créditos del exterior llegaron a doscientos un millones de dólares.

Concurrieron asimismo a acrecentar la economía de México, las aportaciones del turismo, que solamente en ese año citado dejaron cien millones de dólares; aunque tal suma entra en el terreno de las dudas, por ser de origen oficial y no existir documentos contrarios, para el cotejo.

Y tanta trascendencia tuvo esta última entrada al juego de la riqueza doméstica, que el Estado mandó un plan de fomento a la industria turística; plan para el cual, la Nacional Financiera dio financiamientos destinados a la construcción y ampliación de hoteles, al mismo tiempo que el Gobierno invirtió ochenta millones de pesos en el desarrollo de Acapulco, e inició una alta política de aeropuertos, con lo cual la aviación comercial alcanzó un progreso de cuarenta por ciento sobre los años anteriores a 1950.

Aquel ritmo de vida exigía más dinero tanto para el acceso a las ambiciones particulares, como para suplir los compromisos conexivos a las obras públicas; y como un aumento en las recaudaciones fiscales hubiese significado la enemistad popular, el Gobierno siguió el camino más modernizado dentro de aquel régimen de omnicompetencia, y estableció nuevas empresas semioficiales que produjeron desahogos al presupuesto, y decretó (diciembre 1950) la expedición de una mayor cantidad de bonos para los ahorradores, que si ciertamente obligaban al Gobierno a pagar un alto rédito, en cambio no alteraban los impuestos ni hacían necesario recurrir a los empréstitos extranjeros. Fue este un novedoso sistema dentro de la consolidación nacionalista.

Para la organización y manejo de las empresas semioficiales, llamadas descentralizadas, se siguió el régimen puesto en boga durante el sexenio cardenista y que tanto sirvió a éste para fortalecerse económica y socialmente, puesto que al través de tales empresas, el gobierno aumentó su poderío eleccionario; ahora que tuvo también su lado negativo, puesto que el fisco no pudo allegarse más recursos de ingreso, no obstante el desenvolvimiento de nuevas manufacturas.

Estas progresaron pricipalmente en las nacientes zonas fabriles instaladas en torno a la ciudad de México, Guadalajara y Monterrey. En Guadalajara, los textiles, cementos, ingenios y congeladoras sumaron un valor de trescientos sesenta y nueve millones de pesos. Habían quintuplicado tal valor en comparación a 1940.

Hacia 1951, la industria del hierro y acero en la República indicó un aumento de trescientos por ciento en su producción; y la exportación de minerales, que en 1945 decreció en trescientos sesenta y cinco millones de pesos, en 1952, registró un aumento de 40.23 por ciento. Esto advirtió, en el mismo año, un mejoramiento en la balanza comercial mexicana, que todavía hacia 1950 ofreció un saldo desfavorable de dos mil novecientos millones de pesos.

Originóse la mejoría dicha, no tanto en el aumento de minerales exportables, cuanto en el acrecentamiento en las ventas de algodón; porque de acuerdo con un convenio comercial firmado con Inglaterra (3 julio, 1930), México vendió a ese país fibra por valor de cuatro millones de libras esterlinas. Además muy ventajoso para México fue el convenio de pagos con Francia y, por último, el crecimiento del mercado de mariscos mexicanos en Estados Unidos, que entre 1937 y 1951, adquirió de aguas nacionales seiscientos treinta y un mil toneladas de pescado.

Al finalizar el 1950, el disgusto de la ignorancia popular, producido por la desvalorización monetaria, no solamente había desaparecido, sino que estaba transformado en un optimismo que abrasaba a todos los filamentos sociales, inclusive a la pobretería de la ciudad de México, siempre tan altiva y rebelde; pues la abundancia de dinero la colocaba en un nivel de ventajosa mejoría.

El aumento en el valor de la propiedad urbana, unida a la dilatación del área metropolitana del Distrito Federal, favoreció a las familias de escasos recursos pecuniarios, que habían invertido sus cortos ahorros en la adquisición, generalmente hecha por el sistema de pagos a plazos, de solares; y como a esa alza en los terrenos y fincas, se siguió un programa para el progreso de los barrios, programa que dirigía y vigilaba personalmente el presidente Alemán, mandando obras de higiene, ornato y comodidad, la desvalorización y todo cuanto disponía el Gobierno, llegó a ser probación del poder y saber del Estado.

Y no fue únicamente el saber hacer del Estado lo que sirvió para dar orden y alientos al país. Para ello se hizo necesario el espíritu de empresa del Presidente, que se reflejaba en todos los órdenes de la vida nacional.

El crecimiento y fortalecimiento del régimen bancario fue uno de los pilares de aquella situación económica. En efecto, hacia 1940, existían en el país ciento veintiocho instituciones de crédito privadas, de las cuales setenta eran matrices y cincuenta y ocho sucursales, mientras que en 1952, la suma de tales instituciones ascendió a seiscientas cincuenta y nueve de las cuales doscientas cuarenta y ocho correspondían a matrices y las restantes a sucursales.

Los recursos bancarios en el primero de los años citados arriba sumaron seiscientos millones de pesos, y al llegar el último de los correspondientes al sexenio de Alemán tales recursos ascendieron a seis mil novecientos cuarenta y seis millones de pesos.

Ahora bien: no existen signos documentales de que tal crecimiento obedeciese a un acontecimiento extranatural. El país no hacía más que responder admirable, juiciosa y laboriosamente al espíritu de empresa que acaudillaba el Estado y al cual correspondían todos filamentos sociales de México. El mundo mexicano, que casi siempre se significó por su odio al gobierno y desdén hacia las autoridades, empezaba a sentir los bienes que debe producir un Estado más allá de los regímenes de política, fiscal, administrativo, o jurídico. El Estado empezaba a ser para México parte del entendimiento nacional del individuo y la sociedad. Del antigobiernismo manifiesto que tan determinante fue en la guerra civil de 1910, el país entraba al gobierno categórico.

Pero tal suceso quizás no se hubiese registrado, de no realizarse el fenómeno conforme al cual, el enriquecimiento de una clase a la que llamaban de los millonarios, se asoció al enriquecimiento general, de manera que el millonarismo lejos de ser un poder oligárquico se convirtió en una riqueza general, aunque no distribuida con justicia.

Así, en los últimos cinco años de aquel presidenciado, el producto nacional bruto —valor total de la producción de bienes y servicios de uso final a precio de mercado— registró la cifra de cincuenta y un mil trescientos cincuenta millones de pesos. El incremento de un lustro de ese producto nacional fue de sesenta y cuatro por ciento; y a manera de corresponder a tal progreso, el número de créditos que en los años de 1949 a 1951 indicó un ascenso de catorce por ciento llegó a once mil quinientos veinte millones de pesos.

Y no fueron sólo los valores privados aquellos que obtuvieron un ascenso. Los valores del Gobierno y los emitidos por las instituciones nacionales, anteriormente objeto de la desconfianza popular y que los bancos particulares estaban obligados a recibir, gozaron de un amplio crédito y empezaron a cotizar con premio; y ello a pesar del constante aumento que tuvieron sus emisiones. Las correspondientes a la deuda pública interior, registraron un aumento en la segunda mitad del sexenio de Alemán de trescientos treinta y cinco millones de pesos.

Debido a todo esto, la bonanza pareció enflaquecerse con los progresos de una inflación monetaria; pero frente a tal fenómeno, el Gobierno puso en práctica un programa, en el cual figuró la reducción del tipo de interés de los valores del gobierno, que quedó fijo al cinco por ciento.

De los valores emitidos por instituciones oficiales, los más importantes correspondieron a los certificados de participación de la Nacional Financiera; y como el destino que a los fondos entraba a los provechos no sólo del gobierno, sino también de los particulares, los títulos de la Nacional Financiera quedaron estabilizados. De esta suerte, hacia el final de 1952, cuando el país había pasado ya por la prueba electoral para elegir presidente de la República, la circulación de los certificados de la Nacional Financiera, después de entrar al mercado dos nuevas emisiones por la suma de cien millones de pesos, ascendieron a mil noventa y tres millones de pesos, por lo cual las operaciones con valores realizadas por tal institución llegaron a la cifra de seis mil ochocientos veintiún millones de pesos.

Gracias a todo este desarrollo de las fases económicas de México, la antigua separación de los bienes fiscales del Estado, de los valores de la riqueza popular y de los estadios del salario y los precios, llegó a su fin. Ahora, se advertía -y el hecho está verificado documentalmente— una manifiesta unicidad en la economía. Las partes que formaban en la riqueza del país ya no eran discordantes. Las columnas de una asonancia nacional estaban ya construidas; y esto significaba la garantía de una estabilidad de Estado y Sociedad.

En medio de tal concordancia, la evolución del país se desarrollaba dentro de una normalidad orgánica. Inclusive las operaciones bursátiles tan falsas como peligrosas, enseñaron un equilibrio. De las acciones de establecimientos industriales, mineros, de compañías de fianzas y seguros y de instituciones de crédito sólo las dos primeras decrecieron al final del sexenio de Alemán. Las industriales, a excepción de Celanese Mexicana, Fundidora de Fierro y Acero, Cervecería de Monterrey, Super Mercados, Industria Eléctrica de México, Industrial de Orizaba, La Consolidada y La Viscosa Mexicana, sufrieron pequeñas bajas en sus acciones, debido al mal orden que se dio a las exportaciones y a la competencia creciente de las importaciones europeas, que poco a poco volvían a adquirir volumen en la vida mercantil del país.

Dentro de las operaciones bursátiles, los valores de renta fija, que tanto sirvieron a la consolidación económica del Estado y que además tuvieron mucha significación como instrumentos de primer orden en la captación de ahorros destinados al fomento de múltiples actividades de tipo productivo, que se reflejaba en una elevación del nivel de vida de la comunidad nacional; dentro de las operaciones bursátiles, se repite, los valores de renta fija se sostuvieron en una carrera de ventajas. La circulación de todos los valores que al iniciarse aquel sexenio era de dos mil cuatrocientos sesenta millones de pesos, al terminar el 1952, ascendió a seis mil trescientos cuarenta y tres millones.

Los millones, pues, de empresas y particulares correspondían a una gran conjugación, más que de riqueza física, de riqueza humana. La vida del país, había alcanzado la etapa central en la organización de un capital nacional; y el contento de los mexicanos no era oculto a pesar de los dislates que estas situaciones traen consigo. México, pues, asistía al florecimiento de empresarios mexicanos, de productos mexicanos, de financieros mexicanos, de millonarios mexicanos; y si ello en ocasiones tuvo los caracteres de un jingoísmo, la marcha de laboriosidad que alimentaba al país y la cordura y estímulo presidenciales hicieron que la República realizase una unidad de recursos, fuerzas y poderes económicos que, sin perder los hilos con el extranjero, constituyó la base de un México propio.
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