Presentación de Omar CortésCapítulo cuadragésimo. Apartado 3 - El presidente AlemánCapítulo cuadragésimo. Apartado 5 - La omnicompetencia presidencial Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 40 - OTRA POLÍTICA

PODER CIVIL




A pesar de las cualidades políticas que se reconocían en el Presidente, el país se mantenía expectante sobre la fuerza del poder civil de presentarse una crisis, ya obrera, ya militar. La primera, porque desde la campaña electoral de Alemán, se había hecho patente y manifiesto que el candidato era contrario a las ideas y proyectos de los agrupamientos obreros capitaneados por Vicente Lombardo Toledano o bien a aquellos que continuaban bajo el influjo o amparo del cardenismo. La segunda, debido a que era evidente que el ejército, que se consideraba como el único depositario de los bienes ideológicos de la Revolución, había sufrido un revés al pasar el mando y gobierno de la República a un civil, quien si estaba ligado por sí propio y por parentesco a la Revolución, puesto que su padre fue caudillo revolucionario y él mismo concurrió a aventuras guerreras, no por eso se le caracterizaba como parte de la camaradería castrense.

Sin desconocer tales preliminares de su gobierno, Alemán procuró, como queda dicho, organizar, con mucho pulso, cautela y efectividad su propio partido. Además, dispuso tener cerca de su mano a las guardias presidenciales; ahora que esto por una parte provocó la sospecha popular de que el Presidente no se sentía muy seguro de su posición; y por otra parte, sembró de recelos el pecho de los altos jefes del ejército, y del propio ejército; y como para dirigir la secretaría de la Defensa nombró al general Gilberto Limón, figura secundaria en la Guerra Civil y por lo mismo considerada sin influjo en los cuarteles, el apoyo de las armas al poder civil sólo tuvo los alientos de la lealtad.

Mas como Alemán, en el exceso de su responsabilidad, vivía personalmente, desde los días anteriores al primero de diciembre, el fondo y forma de estos problemas, sobre todo respecto al del ejército, hizo que el general Avila Camacho, quien tenía una notable experiencia en el trato con los viejos generales, ejerciera, con el comedimiento que era tan de suyo, la función de enlace entre los jefes del ejército y la presidencia, con lo cual desde los comienzos del sexenio se alivió una situación que si no grave, sí con razón pareció preocupar al Presidente.

No se logró lo mismo dentro de las filas obreras, que si estaban postergadas desde el gobierno de Avila Camacho, no por ello abandonaban la idea de rehacer el influjo oficial que obtuvieron de la gracia del general Cárdenas cuando éste, sin que los sindicalistas lo objetaran, transformó el movimiento obrero de México en apéndice del Estado.

Ahora bien: si Alemán no pudo realizar entre las organizaciones de trabajadores la hábil y oportuna labor realizada dentro del gremio militar, se debió a los grandes resentimientos, odios y sutilezas sembrados por los comunistas. Por otra parte, el Presidente no tuvo un caudillo obrero que le sirviese eficaz y felizmente; pues el licenciado Vicente Lombardo Toledano, quien inició la campaña alemanista en junio de 1945, ofendido por su exclusión del gabinete presidencial, al cual tenía inequívocos derechos tanto por su talento como por su precoz alemanismo, estaba en los umbrales de la oposición al Gobierno.

Así, no eran inocultos los preparativos que dentro del movimiento obrero se llevaban a cabo para quebrantar el poder público; y tales preparativos tenían como eje el sindicato de trabajadores del petróleo, que se consideraba el preciso heredero de las obligaciones del Estado hacia el movimiento obrero.

Muy alerta vivía el presidente Alemán para detener cualquier violencia obrera; y como por medio de Avila Camacho estimulaba la confianza hacia los soldados, y como además no escatimaba medidas para favorecer a la gente armada (el 20 de diciembre del 1946, el Congreso aprobó una ley para la fundación del Banco del Ejército), un paro decretado por el sindicato de trabajadores petroleros que constituían un desafío a la autoridad presidencial, le halló preparado para la defensa.

De esta suerte, y sin muchos titubeos, y dispuesto a hacer sentir el peso de su fuerza, el Presidente mandó que las instalaciones petroleras en la República fuesen ocupadas militarmente y que los servicios de abastecimiento y ventas de combustibles quedasen a cargo de soldados preparados al caso; y como no obstante lo anterior, los obreros provocaron actos de violencia, el ejército obró con tanta decisión y prontitud, que el paro terminó sin que costase vidas del proletariado, en medio del aplauso nacional que desde ese momento otorgó a Alemán el diploma de la confianza universal; y como a continuación el Presidente destruyó los preparativos que hacían los radicales para sembrar el desorden en el país sirviéndose de los sindicatos, la idea de una estabilidad nacional empezó a florecer en la República.

No quiso el Presidente dejar inconclusa aquella tarea de orden y respeto al poder público; y considerando que los sindicatos obreros no podían quedar a la deriva, mandó que se proveyera al líder Fidel Velazquez de los recursos necesarios para que se pusiese al frente como jefe del sindicalismo oficial, gracias a lo cual, el Estado pronto se vio favorecido por el apoyo incondicional de la Confederación de Trabajadores de México. Con lo anterior, Alemán redondeó la idea que tanto procuró Calles de estatizar los sindicatos, no sólo restringiendo, sino exterminando las libertades obreras; pues los líderes pasaron a ser meros empleados del gobierno; los agrupamientos de trabajadores, se convirtieron en cuarteles civiles y las ideas que instituyeron el valimiento de la organización proletaria, se hicieron alegorías del siglo XIX.

Para evitar que todos estos procedimientos fuesen precarios y que los sindicalistas aspirasen a un renacimiento del derecho sindical, los líderes del alemanismo, sin recato alguno, cambiaron e impusieron directivas de sindicatos, y adonde hubo resistencia, usaron de medios violentos y atropellados, como en el caso de los ferrocarrileros; y adonde los líderes se hicieron remisos, no hubo escrúpulo para ponerles precio y comprarlos con dinero oficial.

De aquí se originó una corrupción que consumió la cabeza y entrañas del movimiento obrero mexicano, que había escrito hermosas páginas en el libro de lo historiable.

Para evitar que todos estos procedimientos fuesen precarios y que los líderes aspirasen a un renacimiento del sindicalismo independiente, a partir de tales días, muchos miles de trabajadores pasaron a servidores sin sueldo del gobierno de México, con lo cual se exterminó una fuerza popular que servía, más que para el mejoramiento de salarios, a fin de evitar los abusos -y las contingencias de éstos- del Poder Político.

Gracias a esta función autoritaria, que respetando los preceptos constitucionales, tenía como finalidad elevar y garantizar la jerarquía del presidenciado, las actividades antagónicas al gobierno que se proyectaban cerca de los sindicatos, terminaron sin otros requerimientos. Con ello sentó Alemán la idea de su fuerza como autoridad central política.

Asimismo, un pleito electoral callejero entre dos bandos políticos locales, ocurrido (31 de diciembre, 1946) en Tapachula, fue suficiente para que el Presidente, por conducto de la secretaría de Gobernación exigiera al gobernador de Chiapas Juan M. Esponda que pidiera a la Legislatura local una licencia por tiempo indefinido para separarse de sus funciones oficiales, lo cual hizo apresuradamente Esponda a pesar de su investidura constitucional. Tal era el poder que representaba el Presidente.

Con lo sucedido en Chiapas, el gobierno nacional sentó un precedente que marcó de manera indeleble el poder de su jerarquía en los estados. Los gobernadores temblaron y se hicieron meros empleados porfiristas. La centralización política iniciada por el general Cárdenas, se convirtió en substancia principal del régimen presidencial mexicano. Los gobernadores, pues, empezaron a saber que no tenían derecho a equivocarse. Mucho, en efecto, había sufrido el país, con los ensayos, casi siempre disparatados de sus autoridades locales. La necesidad de establecer la responsabilidad de los gobernadores, iba afirmándose al través de una evolución paulatina, pero cierta y dolorosa.

Por otra parte, no fue la separación de Esponda el único ejemplo de aquel régimen de centralización que restauraba el Presidente; porque el 18 de enero (1947), después de tumultos ocurridos en la ciudad de Oaxaca con motivo de la indignación popular por los impuestos que sin medida había decretado el gobernador Edmundo Sánchez Cano, éste, quien además de sus extravagancias personales carecía de cualidades para las funciones del mando y gobierno del Estado, decidió, correspondiendo a la exigencia de la secretaría de Gobernación, pedir licencia para separarse de su cargo.

Pero como el procedimiento para privar a los gobernadores de su empleo, después de los dos capítulos mencionados, se presentaba a manera de sistema amenazante para la constitucionalidad, Alemán, tratándose de la remoción del de Tamaulipas, acusado de omisión en el castigo a los autores del asesinato del periodista Vicente Villasana, envió un proyecto de decreto (9 de abril, 1947) a la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, promoviendo la desaparición de los Poderes de Tamaulipas, que aprobó la propia Comisión, quedando así destituido el gobernador Hugo Pedro González y nombrado en su lugar el general Raúl Gárate.

No mejoraría con esto la responsabilidad, constitucionalidad y calidad de los gobernadores; tampoco la condición del pueblo. Acarrearía, en cambio un mal nacional progresivo; porque los gobernadores, dependiendo de la volumtad y capricho presidenciales, procederían en primer lugar a hacer obras de exhibición, ajenas al bien del pueblo, a manera de tener grato al primer Magistrado; después, a enriquecerse, puesto que sabían la facilidad con la que podían ser removidos y por lo mismo quedar congelados políticamente.

Con señalada habilidad, pues, el nuevo Presidente consolidaba su posición y partido; y ello, sin lesionar a su predecesor, no obstante que éste había llegado a los últimos meses de gobierno con una autoridad mermada no tanto por debilidad o ineptitud, cuanto por una apatía personal que reñía con las ambiciones de empresas que abrasaban al país.

El alto sentido de autoridad que Alemán quiso dar a su gobierno, para de tal suerte establecer la responsabilidad de los funcionarios, no quedó circunscrito a los intereses presidenciales; pues al tiempo de la lección de sumisión al Estado dada a los líderes del obrerismo, primero; a los gobernadores, después, quiso embarnecer la posición de éstos y con ello proporcionar cimientos y auge a los asuntos públicos y privados. Y tanta fue la preocupación de Alemán sobre el particular, que utilizó la ceremonia legal en la cual el licenciado Jesús González Gallo se juramento como gobernador de Jalisco (1° de marzo, 1947), para presentarse en tal ceremonia, más que con el objeto de dar un espaldarazo a González Gallo, quien de suyo poseía personalidad, a fin de significar que estaría presente en las demandas y preocupaciones localistas.

Destinados, pues, los primeros meses de su presidenciado a colocar dentro de irrompible escaparate el celo con el cual guardaba y ejecutaba su constitucionalidad, aquel hombre que tenía la audacia de hacer palmaria su autoridad nacional, a pesar de que todavía existía un legado de la gente de guerra, no necesitó poner en práctica nuevos recursos de su ingenio y decisión, para que la República le otorgase su indiscutible respeto, y poder dedicarse así. con mucho desembarazo, a las grandes tareas de trabajo y responsabilidad que proyectaba como alumbramiento de una alta etapa de la Revolución mexicana.
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